lunes, 13 de mayo de 2019

JENNY MARX: UNA VIDA AGITADA, UNA VIDA INVISIBLE.

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“JENNY POR SI MISMA. Como refleja el relato, pero también sus cartas, la parte central del trabajo de reproducción del hogar caía sobre los hombros de Jenny y los de Helene Demuth, su sirvienta de confianza -herencia del pasado aristocrático de su familia y al tiempo proto-burgués-. Pero para Jenny el amor romántico y el hogar eran un territorio estrecho. Lo que realmente alegraba y enriquecía su vida -dicho por ella misma-, era el trabajo intelectual que realizaba junto a Karl. Jenny se convertirá en su secretaria cuando W. Pieper abandone esa función, y debatirá con Marx, copiará sus artículos -la caligrafía de Marx era poco legible- y aconsejará sobre su edición. Podemos intuir por el relato y las cartas que el debate entre ambos era rico y constante. Cuando Marx firme por el New York Daily Tribune en 1852, parte de los problemas económicos de la familia se atenuarán. Por fin tendrán unos ingresos estables. Jenny seguirá oficiando como secretaria, crítica y editora de la obra de Karl durante toda esta fase. De hecho, será ella quien trabaje finalmente en el manuscrito de El Capital”.

“Tras recibir una herencia, el matrimonio cambiará su hogar de Dean Street por el de Grafton Terrace, abandonando la vida pobre y bohemia -repleta de deudas- por el intento de convertirse en una familia de clase media burguesa -en la que los pagos seguirían asediándoles-. “Ya no podíamos vivir como bohemios cuando todo el mundo era filisteo”, dirá Jenny, para quien la preocupación del momento eran sus hijas, sus posibilidades de desarrollo en un mundo que era plenamente burgués y poco se parecía al de su juventud en Tréveris. Jenny vive en sus memorias esta transición como un salto mortale, un ascenso social que se presenta como necesario, pero que no deja de zarandearla emocionalmente. A lo largo de estos años Jenny da cuenta del trabajo de Marx en la Contribución a la crítica de la economía política (1859) y su polémica con el difamador Karl Vogt, al cual el filósofo desenmascarará como agente bonapartista. Será Jenny de nuevo quien transcriba un nuevo texto, Señor Vogt (1860), aquejada de viruela y casi sin visión.

“La parte final del texto está presidida por las preocupaciones de Jenny en relación con sus hijas -“Hijos pequeños, penas pequeñas; hijos grandes, penas grandes”, dirá citando un proverbio alemán- y la vuelta de los pesares económicos en relación con la pérdida de los ingresos del Tribune. Tras la crisis de 1857, en el medio norteamericano decidieron prescindir de los corresponsales extranjeros y comenzaron a pagar de forma irregular, lo que sembró de incertidumbre el hogar de los Marx. Las niñas ya eran doncellas, y las carencias materiales podían traducirse en una pérdida de estatus y truncarse sus posibilidades. De nuevo búsquedas de préstamos, trabajos malpagados y finalmente el despido del Tribune. También la perdida de amigas queridas, como Marianne Demuth, hermana de Helene, “el ser más leal, confiable y amistoso al que jamás olvidaré”. Su vida volvió a flote con la herencia que Wilhelm Wolff, amigo de la familia, les legó: 1000 libras. Sus vidas mejoraron considerablemente. Marx le dedicaría finalmente El Capital a su querido Lupus (Wolff, Lobo)”.

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Jenny y Karl. La Familia Marx-Von Westpfalen.
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JENNY MARX: UNA VIDA AGITADA, UNA VIDA INVISIBLE.
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Mario Espinoza Pino.

Reflexiones&Sediciones.

Rebelión lunes 13 de mayo del 2019.

los bordes del silencio de las cosas
lo callado que recorre las presencia de las cosas

Alejandra Pizarnik. Aproximaciones.

A mi madre, Araceli, por su voz siempre visible.

A mediados del siglo XIX, el destino que la sociedad prusiana reservaba a las doncellas de alcurnia no era demasiado emocionante. Tras una educación inicial y una instrucción adecuada al estatus, se abría un tiempo breve y juvenil de apariciones públicas en bailes y distinguidas fiestas. Pero cuando el potencial consorte irrumpía en escena, y era mejor que apareciese más pronto que tarde, la vida se osificaba y adquiría una rigidez ritual: amistad íntima, noviazgo y promesa matrimonial. Tras las tradicionales nupcias con el no menos tradicional noble o alto funcionario del Estado -peaje obligatorio para mantener la prosperidad del linaje y la posición-, esperaba una vida económicamente sosegada: como un apacible viaje en barco sobre las aguas del Rin. Un hogar, varios herederos, algunas reuniones sofisticadas y los fastos de rigor. En fin, una vida respetable, aunque anodina y con pocas sorpresas.

Sin embargo, la hija del barón Ludwig von Westphalen -consejero del gobierno de Tréveris y de ideas progresistas- eludió el camino habitual de toda joven aristócrata en la conservadora Prusia guillermina. Entre otras cosas, Jenny von Westphalen (1814 – 1881) se educó en una atmósfera donde autores ilustrados y socialistas -prohibidos por los censores- eran citados una y otra vez. Además, su padre solía hablar de igualdad y justicia social como principios deseables para el pueblo. Tras la ruptura de una primera promesa matrimonial -un escándalo en la época-, Jenny se enamoró de un joven amigo íntimo de la familia. Rápidamente se prometería con él en secreto: se llamaba Karl Marx. Él tenía dieciocho años, ella veintidós. Lo que vino después sacó su vida de los goznes, y una dama de la alta sociedad renana terminaría convirtiéndose en la compañera de un intelectual bohemio y revolucionario. Una mujer audaz que dejaría atrás una juventud cortesana para llegar a ser la primera militante de la Liga de los Comunistas. El futuro le depararía muchas cosas, pero jamás monotonía o estabilidad. Tampoco tranquilidad económica.

Quizá haya sido Mary Gabriel quien mejor ha reconstruido el carácter y la personalidad de Jenny Marx. La estrategia narrativa de Gabriel en Amor y capital (El Viejo Topo, 2014), su potente biografía, toma a la familia Marx-Westphalen como punto de partida de la narración, presentándola como una unidad llena de tensiones que evoluciona a través de diversos avatares, crisis y reconfiguraciones. Jenny aparece como una mujer inteligente, inquieta, apasionada y abnegada -el amor romántico, incluso pasional, no deja de estar presente en su historia como eje-. Estamos ante una persona que jamás perdió su vis aristocrática y que siempre estuvo au courant de todo lo que sucedía en el mundo -participando en todo tipo de empresas políticas, debates e intercambios intelectuales-. Por otro lado, sumergir al Moro de Tréveris en sus relaciones más íntimas, en la comunidad con la que compartía los sinsabores cotidianos, permite profundizar en un relato muy diferente del acostumbrado.

Al hundir a Marx en la tierra de sus vínculos afectivos y relaciones, la imagen clásica del padre del marxismo sufre una metamorfosis radical: toda la mitología y la épica del genio se disuelve, dejando atrás cualquier tentación hagiográfica o sacralizadora. Su pensamiento aparece así conectado a circunstancias y realidades que desbordan sus conocidos escritos, pero que no dejan de formar parte del “proceso de producción” de los mismos. Y al hilo de esta transición que va del Marx icónico al Marx humano, existe una pieza esencial que hasta hace poco no había sido traducida al castellano, un escrito que sumerge al autor en su entorno más inmediato: Breves escenas de una vida agitada escritas por Jenny Marx y recientemente editadas por El Desvelo Ediciones (2018). Podríamos decir que estas memorias prefiguran el gesto narrativo que caracteriza la biografía de Gabriel, pero lo más importante es que nos ofrecen la voz de Jenny, una desconocida sin la cual uno de los revolucionarios más célebres del XIX nunca hubiese llegado a ser lo que fue. Pero ¿Quién fue Jenny?

Las memorias de la mujer de Marx.

Estas Breves escenas, un apretado escrito esbozado por Jenny Marx a lo largo de 1865, permiten responder a la pregunta formulada hace un momento, deparando más de una sorpresa para el lector o lectora. El texto nos acerca de manera privilegiada a las experiencias de quien fuera la compañera de Marx, retratando en sus páginas los proyectos vitales y políticos que orientaron su vida y matrimonio con Karl. Una pintura ensombrecida por los numerosos contratiempos que ambos atravesaron desde el principio. Y es que el matrimonio se dio de bruces con obstáculos y dificultades de todo tipo: exilio, miseria, detenciones y dolorosas pérdidas familiares. Por otra parte, recuperar la narración de Jenny abre la posibilidad de entender la  vida y la obra del conocido filósofo más allá de cualquier lectura fetichista con su figura. Como bien recuerda Eva Gallud Jurado en su prólogo a la edición, esta narración presenta a Karl Marx en tercera persona –descentrado-, como uno más dentro de una extensa galería de personajes.

A lo largo de las 29 hojas manuscritas que componen el texto, Jenny toma la palabra, colorea las escenas y muestra un paisaje intelectual y afectivo habitualmente relegado a la invisibilidad. Toda una cartografía y cronología propias. El relato arranca en Kreuznach, poco después de su matrimonio (1843), para rápidamente embarcarse en los proyectos intelectuales del momento y su nueva vida en París (1844). El fracaso de los Anales franco-alemanesla escritura de La sagrada familialas preocupaciones por la recién nacida Jennychen (Jenny Caroline Marx) dominan la escena. La súbita orden de expulsión del ministro Guizot contra Marx, debida a las presiones del gobierno de Prusia, precipitarán la huida del matrimonio fuera de Francia. Con todo lo que ello conllevaba: Jenny tuvo que vender los muebles a toda prisa, pedir dinero prestado -se convertirá en una constante en sus vidas- y encontrar un hogar o refugio temporal para la familia.

Ya en Bruselas, en el hotel Bois Sauvage, la pareja creará una exuberante comunidad de amigos y militantes, de la que destacarán personajes como Joseph Weydemeyer y Wilhelm Wolff -amigo leal al que Jenny siempre guardará un cariño especial-. Pero la Bélgica prerrevolucionaria era un terreno movedizo. Marx fue acusado de comprar armas a los obreros belgas tras recibir una herencia, lo que le colocó en el punto de mira de las autoridades. También a Jenny, que describe como la detuvieron y encerraron en un calabozo con apenas luz, donde compartió catre de madera con una prostituta. Tras dos horas interrogatorio -“durante las cuales poco pudieron sonsacarme”- volvió con sus tres hijos y Karl, la fuente de sus preocupaciones. Ambos tuvieron suerte de ser puestos en libertad. Todo este período fue el de la Neue Rheinische Zeitung, la intervención periodística de Marx y los suyos en la Primavera de 1848. Al final de la etapa Jenny afirmará con tristeza: “La revolución húngara, la insurrección de Baden, el levantamiento italiano, todos fallaron”. L’ordre règne á Varsovie,

Después de Bélgica volvieron a París. Y después de recibir una nueva misiva del gobierno francés, partieron a Inglaterra, donde el matrimonio pensó instalarse temporalmente. Karl llegó a Londres en 1849, Jenny lo siguió más tarde con los niños, acorralada por la autoridades francesas. Exhausta y enferma. La primera etapa de la década de 1850 fue la más dura de su vida. Visitas continuas a la casa de empeños, varios intentos fallidos a la hora encontrar fuentes de ingresos, enfermar y ver morir con impotencia y sin recursos a sus pequeños Heinrich, Edgar y Franziska. Mientras tanto, Karl proyectaba la Neue Rheinische Zeitung. Politish Ökonomische Revueque también fracasaría-, los comités de refugiados alemanes se organizaban y su comunidad más próxima vivía un estado de enorme precariedad: la gente se buscaba la vida como podía. Friedrich Engels era el único amigo de la familia económicamente estable. Una mano generosa siempre tendida para Jenny y Marx.


Jenny Von-Westphalen - Jenny Marx.
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Jenny por sí misma

Como refleja el relato, pero también sus cartas, la parte central del trabajo de reproducción del hogar caía sobre los hombros de Jenny y los de Helene Demuth, su sirvienta de confianza -herencia del pasado aristocrático de su familia y al tiempo proto-burgués-. Pero para Jenny el amor romántico y el hogar eran un territorio estrecho. Lo que realmente alegraba y enriquecía su vida -dicho por ella misma-, era el trabajo intelectual que realizaba junto a Karl. Jenny se convertirá en su secretaria cuando W. Pieper abandone esa función, y debatirá con Marx, copiará sus artículos -la caligrafía de Marx era poco legible- y aconsejará sobre su edición. Podemos intuir por el relato y las cartas que el debate entre ambos era rico y constante. Cuando Marx firme por el New York Daily Tribune en 1852, parte de los problemas económicos de la familia se atenuarán. Por fin tendrán unos ingresos estables. Jenny seguirá oficiando como secretaria, crítica y editora de la obra de Karl durante toda esta fase.  

De hecho, será ella quien trabaje finalmente en el manuscrito de El Capital.
Tras recibir una herencia, el matrimonio cambiará su hogar de Dean Street por el de Grafton Terrace, abandonando la vida pobre y bohemia -repleta de deudas- por el intento de convertirse en una familia de clase media burguesa -en la que los pagos seguirían asediándoles-. “Ya no podíamos vivir como bohemios cuando todo el mundo era filisteo”, dirá Jenny, para quien la preocupación del momento eran sus hijas, sus posibilidades de desarrollo en un mundo que era plenamente burgués y poco se parecía al de su juventud en Tréveris. Jenny vive en sus memorias esta transición como un salto mortale, un ascenso social que se presenta como necesario, pero que no deja de zarandearla emocionalmente. A lo largo de estos años Jenny da cuenta del trabajo de Marx en la Contribución a la crítica de la economía política (1859) y su polémica con el difamador Karl Vogt, al cual el filósofo desenmascarará como agente bonapartista. Será Jenny de nuevo quien transcriba un nuevo texto, Señor Vogt (1860), aquejada de viruela y casi sin visión.

La parte final del texto está presidida por las preocupaciones de Jenny en relación con sus hijas -“Hijos pequeños, penas pequeñas; hijos grandes, penas grandes”, dirá citando un proverbio alemán- y la vuelta de los pesares económicos en relación con la pérdida de los ingresos del Tribune. Tras la crisis de 1857, en el medio norteamericano decidieron prescindir de los corresponsales extranjeros y comenzaron a pagar de forma irregular, lo que sembró de incertidumbre el hogar de los Marx. Las niñas ya eran doncellas, y las carencias materiales podían traducirse en una pérdida de estatus y truncarse sus posibilidades. De nuevo búsquedas de préstamos, trabajos malpagados y finalmente el despido del Tribune. También la perdida de amigas queridas, como Marianne Demuth, hermana de Helene, “el ser más leal, confiable y amistoso al que jamás olvidaré”. Su vida volvió a flote con la herencia que Wilhelm Wolff, amigo de la familia, les legó: 1000 libras. Sus vidas mejoraron considerablemente. Marx le dedicaría finalmente El Capital a su querido Lupus (Wolff, Lobo).

Uno de los momentos más tensos de Breves escenas de una vida agitada -un manuscrito incompleto, faltan algunas páginas- tiene que ver con la infidelidad de Karl con Helene Demuth a comienzos del verano de 1851 -del hijo fruto de la unión se haría cargo Friedrich Engels-. Jenny cita que sucedió algo de lo que no va a hablar, pero que fue del todo preocupante. El silencio -a poco que uno conozca la biografía- es suficientemente elocuente. Por otro lado, una de las escenas más hilarantes es su retrato de Ferdinand Lassalle como un ególatra bien pagado de sí mismo, un intento de hombre renacentista con ansias de destacar en todos los campos del saber y siempre en competición con Marx:

“Con todo el velamen desplegado, atravesaba nuestras habitaciones, orando y gesticulando tan ruidosamente, con la voz elevándose hasta un Do alto que nuestros vecinos se alarmaron por el terrible griterío y preguntaron qué estaba pasando”.

Un legado silencioso

Estas “escenas” breves y agitadas, escritas de golpe y cuyo destino no fue nunca la publicación, forman parte de la memoria vital de Jenny Marx, y se escriben a caballo de algunos de los momentos más significativos del siglo XIX. Justo en medio de la aventura de una clase trabajadora que pugnaba por organizarse a nivel internacional. Sólo por eso ya merecen la pena. Siguiendo a Silvia Federici, uno tiene la sensación de introducirse en la “cocina” de Karl Marx, en un ángulo que ofrece una visión mucho más completa de lo que fue su vida y obra, precisamente por restituir aquello que no aparece, que resulta invisible en los conceptos de sus textos más fundamentales: el proceso de su producción, los avatares vitales, la comunidad desde la que se produce, aquello que queda velado y con figura de mujer en el fondo de sus textos. No sabemos que hubiese sido de sus escritos sin los diálogos con Jenny, sin su labor preocupada de editora, crítica y consejera -quien, por cierto, también escribió críticas artísticas para la prensa-.

Más allá de su azoramiento por el “filisteísmo” burgués en el que participaron, lo cierto es que el hogar de Jenny fue un centro de operaciones y organización de colectivos, emigrantes, refugiados y actividades “subversivas”. Ella no dejó coordinar muchas iniciativas y acciones, siempre prestando apoyo a diversas causas revolucionarias -de manera notable tras La Comuna de París-. Visto con perspectiva, el vínculo entre Jenny y Marx fue todo un coup de foudre tan afectivo como político. Como señala Eva Illouz respecto del amor romántico, su encuentro puede leerse -así lo atestiguan algunos poemas- como “algo que perturba la vida cotidiana y opera como una profunda conmoción del alma”. Algo irreversible. Una conmoción total que rompió los moldes de la sociedad prusiana y convirtió a una futura dama aristocrática -noble por los cuatro costados- en una figura radicalmente alejada de lo que se esperaba de ella: exiliada, subversiva, migrante, madre, intelectual, militante y agitadora. Una mujer hecha a sí misma -con voz, con fuerza- a pesar de las circunstancias.

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