domingo, 5 de enero de 2020

TRUMP: UNA GUERRA PARA LA REELECCIÓN.

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Con el asesinato de Qassem Soleimani, Trump juega con fuego para salvar su presidencia.  Violación flagrante de la soberanía Para comprender bien los sucesos de esta semana resulta de utilidad aportar algo de contexto. Coincidiendo con un ejercicio naval conjunto Irán-Rusia-China en el Golfo de Omán como clara señal de la antipatía de Beijing y Moscú hacia la política anti-Irán de Trump, se caracterizó a los ataques aéreos estadounidenses de la semana pasada contra las milicias pro-Irán en Iraq y Siria como ataques “defensivos de precisión” del ejército de EE. UU. en respuesta a la creciente amenaza de las fuerzas proiraníes en la región. Sin embargo, es bastante obvio que estos ataques tienen también connotaciones geoestratégicas a la luz del acercamiento del Secretario de Estado Mike Pompeo a los líderes de Israel, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí inmediatamente después de lanzarlos, ataques que fueron denunciados por Iraq y Siria como una violación flagrante de su soberanía

“Con las autoridades de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos alentando la idea de un deshielo en las relaciones con Irán, la intención de Pompeo es claramente neutralizar esa perspectiva que va en contra de los intereses hegemónicos de EE. UU. en la región. La dependencia de los Estados árabes del Golfo de EE. UU. significa que están hipotecados por una rivalidad sostenida con Irán, que está presionando su propia carta de paz en la región y al mismo tiempo elevando la apuesta contra el dominio de los Estados Unidos. Pero sería un error reducir la suma de las intenciones del presidente estadounidense Donald Trump respecto a los recientes ataques aéreos -y lo más importante, un riesgo mal calculado como el asesinato de Soleimani- a las circunstancias externas en Iraq y la región, y pasar por alto la clara posibilidad de que Trump haya echado mano del viejo libro de jugadas de instigar una crisis extranjera para desviar los peligros internos de su presidencia. Esto recuerda cómo Bill Clinton, en 1998, ordenó un ataque aéreo contra Iraq en vísperas de una importante votación de destitución. Del mismo modo, buscando desviar la atención del proceso de destitución, que ha cobrado impulso al revelar más pruebas condenatorias que sugieren un quid pro quo” en relación a Ucrania, Trump y su equipo de política exterior cuentan con los dividendos políticos de su último “desafío” a Irán, incluso con respecto al asalto de los iraquíes a la embajada estadounidense fuertemente fortificada en Bagdad”. Fuente. Rebelión.

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TRUMP: UNA GUERRA PARA LA REELECCIÓN.
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Las guerras suelen revertir la declinante popularidad de los presidentes. Una nueva guerra asoma en el horizonte provocada por Washington, que invoca los habituales pretextos.

Atilio A. Boron.

Página /12 domingo 5 de enero del 2020.

Una de las primeras lecciones que enseñan en todo curso sobre el sistema político de Estados Unidos es que las guerras suelen revertir la declinante popularidad de los presidentes. Con una tasa de aprobación de Donald Trump (foto) del 45 por ciento en diciembre del 2019, los “déficits gemelos” (comercial y fiscal) creciendo. 
inconteniblemente al igual que la deuda pública y una amenaza de juicio político en su contra los consejeros y asesores de la Casa Blanca seguramente recomendaron al presidente que apele al tradicional recurso e inicie una guerra (o una operación militar de alto impacto) para recomponer su popularidad y situarlo en mejor posición para encarar las elecciones de noviembre del corriente año.
Esta sería una plausible hipótesis para explicar el inmoral y sangriento atentado que acabó con la vida de Qassem Soleimani, ciertamente el general más importante de Irán. Washington informó oficialmente que la operación fue explícitamente ordenada por Trump, con la cobardía que es tradicional entre los ocupantes de la Casa Blanca, aficionados a arrojar bombas a miles de kilómetros de distancia de la Avenida Pennsylvania y de aniquilar enemigos o supuestos terroristas desde drones manejados por unos jóvenes moral y psicológicamente desquiciados desde algunas cuevas en Nevada. Esa misma prensa se encargó de presentar a la víctima como un desalmado terrorista que merecía morir de esa manera.

Con esta criminal actitud se tensa extraordinariamente la situación en Oriente Medio, para satisfacción del régimen neonazi que gobierna Israel, las bárbaras monarquías del Golfo Pérsico y los hampones dispersos del derrotado –gracias a Rusia- Estado Islámico. El perverso cálculo es que en los próximos días la popularidad del magnate neoyorquino comience a subir una vez que la maquinaria propagandística de Estados Unidos se ponga en marcha para embotar, por enésima vez, la conciencia de la población. Como decíamos más arriba, esta apelación a la guerra fue utilizada rutinariamente en la historia de ese país. Tal como el año pasado lo señalara el ex presidente James Carter Estados Unidos estuvo en guerra durante 222 años de sus 243 años de vida independiente. Esto no es casual, sino que obedece a la nefasta creencia, profundamente arraigada tras siglos de lavado de cerebros, de que Estados Unidos es la nación que Dios ha puesto sobre la tierra para llevar las banderas de la libertad, la justicia, la democracia y los derechos humanos a los más apartados rincones del planeta. No se trata ahora de hacer un recuento puntual de las guerras iniciadas para ayudar a presidentes en apuros, pero conviene traer a colación un caso reciente que también involucra a Irak y cuyo resultado fue distinto al esperado.

En efecto, en 1990 el presidente George H. W. Bush (Bush padre) se encontraba en problemas de cara a su reelección. La operación “Causa Justa”, nombre edulcorado para designar la criminal invasión de Panamá en diciembre de 1989, no había surtido el efecto deseado puesto que no tuvo el volumen, la complejidad y duración necesarias como para ejercer un impacto decisivo sobre la opinión pública. 
Tiempo después el Washington Post titulaba en primera página (16-X- 1990) que la popularidad de presidente se desplomaba y comentaba que “algunos republicanos temen que el presidente se sienta forzado a iniciar hostilidades para detener la erosión de su popularidad”. Previsiblemente, los demócratas triunfaron en las elecciones de medio término de noviembre de 1990. Bush captó el mensaje y optó por el viejo recurso: duplicó la presencia militar de Estados Unidos en el Golfo Pérsico, pero sin declarar la guerra. Poco después se filtraba la declaración de uno de los principales asesores de Bush, John Sununu, diciendo, en palabras que vienen como anillo al dedo para comprender la situación de hoy, que “una guerra corta y exitosa sería, políticamente hablando, oro en polvo para el presidente y garantizaría su reelección.” 
La invasión de Irak a Kuwait le ofreció a Bush padre en bandeja esa oportunidad: ir a la guerra para “liberar” al pequeño Kuwait del yugo de su prepotente vecino. A mediados de enero de 1991 la Casa Blanca lanzó la operación “Tormenta del Desierto” –a la cual se asoció, para desgracia de la Argentina, el gobierno de Carlos S. Menem- contra Irak, un país ya devastado por las sanciones económicas y su larga guerra con Irán, y contra un gobernante, Saddam Hussein, previamente satanizado hasta lo indecible por la mentirosa oligarquía mediática mundial con la imperdonable complacencia de las “democracias occidentales.” Pero, contrariamente a lo esperado por sus consejeros Bush padre fue derrotado por Bill Clinton en las elecciones de noviembre de 1992. Y lo hizo con cuatro palabras: “¡Es la economía, estúpido!” ¿Quién podría asegurar que un desenlace igual no podría repetirse esta vez? 
Esto, por supuesto, dicho sin la menor esperanza de que un eventual sucesor demócrata del sátrapa neoyorquino pueda ser más favorable, o menos funesto, para el futuro de la humanidad. No obstante, de lo que sí estamos seguros es que el “orden internacional” construido por Estados Unidos y sus socios europeos exhibe un avanzado estado de putrefacción. De otro modo no se entiende el silencio cómplice o la hipócrita condena, cuando no la abierta celebración, de los aliados de la Casa Blanca y la “prensa libre” ante un crimen perpetrado en contra de un alto jefe militar –no de un supuesto ignoto “terrorista”- de un país miembro de Naciones Unidas ordenado por el presidente de Estados Unidos y en abierta violación de la legalidad internacional e, inclusive, de la propia Constitución y las leyes de Estados Unidos. Una nueva guerra asoma en el horizonte provocada por Washington, que invoca los habituales pretextos para encubrir sus insaciables ambiciones imperiales. El “complejo militar-industrial” festeja con champán mientras el mundo se estremece ante la tragedia que se avecina.

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