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SOCIOLOGÍA POLÍTICA. EL FÚTBOL DEPORTE DE MULTITUDES. EL DIEGO IDOLO MUNDIAL. EL PELUSA DEMOCRATA, PROGRESISTA Y HOMBRE DE IZQUIERDA. EL 10 UN PERONISTA. MARADONA Y FIDEL CASTRO, DOS AMIGOS QUE FALLECIERON EL MISMO DÍA. La increíble coincidencia entre la muerte de Castro y de Maradona. La partida de Diego Armando Maradona se lloró en todo el mundo. El más grande futbolista de todos los tiempos con 60 años recién cumplidos. EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN CUBANA EN 2016 A LOS 90. Los exmandatarios LUIZ INÁCIO LULA DA SILVA, EVO MORALES Y PEPE MUJICA, los presidentes LUIS ARCE, NICOLÁS MADURO Y PEDRO SÁNCHEZ, y el papa FRANCISCO, entre otros, expresaron sus condolencias. DIEGO – en enero del 2015, escribió su última Carta a FIDEL. “Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian”.
MURIÓ DIEGO, qué más se puede agregar. Las palabras son un sinsentido, estas mismas palabras que se escriben ahora, también. Murió el mismo día que FIDEL. Su guía, su “padre”, como lo llamaba poniéndolo en el mismo escalón de trascendencia que a su viejo, DON DIEGO. El 25 de noviembre quedará en la historia como el día que partieron ambos, con cuatro años de diferencia. El más grande futbolista de todos los tiempos con 60 años recién cumplidos. EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN CUBANA EN 2016 A LOS 90.
MARADONA Y CASTRO, CASTRO Y MARADONA, dos símbolos, ya mitos, que tienen reservado para ambos un lugar clave en la historia del siglo XX y lo que va del XXI. El futbolista comprometido con los problemas de su tiempo, que nunca olvidó sus orígenes, ni el barro en que modeló su personalidad, rebelde y contestaria, no asimilable para los cánones académicos. El líder carismático, el Quijote de la epopeya de Playa Girón, el revolucionario que aprendió de la derrota en el Moncada y venció en la Sierra Maestra en un mundo de revoluciones truncas o siempre soñadas, pero nunca materializadas.
FUERON DOS HOMBRES que, como si se hubieran puesto de acuerdo en un guiño mutuo, caprichoso y cómplice, quedarán ligados para siempre por mucho más que una fecha. Por el cariño y respeto que se prodigaron, por la esencia generosa y desinteresada de una amistad que trascendió las fronteras de Cuba y la Argentina. Una ligazón que incluye al CHE GUEVARA, símbolo revolucionario de los pueblos que DIEGO llevaba tatuado en su brazo derecho, como a FIDEL en su pantorrilla izquierda. Se conocieron en La Habana en 1987 después del Mundial de México y cuando MARADONA recibió el premio al Mejor Deportista Latinoamericano del ‘86. Una distinción basada en la tradicional encuesta de la agencia de noticias cubana Prensa Latina.
SE ACABA DE IR UN GRANDE, pero un grande de veras, el más grande futbolista de la historia en su dimensión múltiple, en su carácter de hombre con principios – y por supuesto contradicciones, ¿quién no las tiene? - que deja un legado, una marca indeleble en la historia del deporte mundial. Porque Diego siempre estaba donde un equipo argentino jugara, apoyando a quién fuera, sin importarle la disciplina en que se presentara el país. Desde Los Pumas a las Leonas.
ADEMÁS DE SU PERFIL de gran deportista, MARADONA le entregó una gran parte de su vida al compromiso con los oprimidos del mundo. En ese rol, fue incomparable tratándose de un ícono sometido a esa maquinaria que es la industria del espectáculo deportivo. Como personaje y más allá de una cancha, fue (es) el deportista más comprometido del mundo con las luchas populares, el antimperialismo y la Revolución Cubana. Su viaje en tren de BUENOS AIRES A MAR DEL PLATA junto a los líderes latinoamericanos de entonces, su repudio al ALCA y a George W. Bush en la Argentina, lo acercan al legado de FIDEL, su amigo, su segundo padre, el hombre que lo marcó como pocos, igual que Diego a todos nosotros.
EL 16 DE ENERO DE 2015 le escribió la última carta al LÍDER DE LA REVOLUCIÓN CUBANA DESDE DUBAI. La editorial Acercándonos la reprodujo completa ayer. La relación estrecha entre ambos bien puede sintetizarse en una frase del máximo ídolo deportivo argentino: “Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian”.
EN LA CARTA TAMBIÉN le contaba que sentía “orgullo de ser portador, una vez más, de tu mensaje, de tu eterna amistad y de tu preocupación por los problemas del mundo”. La relación entre Diego y Fidel se mantuvo durante casi treinta años (1987-2016) y solo la interrumpió la muerte del comandante, su comandante, como lo llamaba también. Maradona vivió en la isla casi cinco años, entre 2000 y 2005, sometido a un tratamiento de desintoxicación de drogas. Uno de los lugares del mundo, junto a Villa Fiorito y Nápoles, que le marcaron en la piel y el corazón el ritmo circadiano a su personalidad indómita y plebeya. Fuente Página/12
MARADONA POR GALEANO
“Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en la espalda: llamarse Maradona. Es muy difícil ser Dios en este mundo, y más difícil comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa. Y el de Maradona es un caso único, el deportista más famoso del mundo, a pesar de que hace años que ya no juega, esa necesidad de protagonismo derivada de la popularidad mundial que tiene. Quiero decir que es el más humano de los dioses, porque es como cualquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil… ¡Todos somos así! Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él por eso mismo. No es un dios que desde lo alto del cielo nos muestra su pureza y nos castiga. Entonces, lo menos que se parece a un dios virtuoso es la divinidad pagana que es Maradona. Eso explica su prestigio. Nos reconocemos en él por sus virtudes, pero también por sus defectos” Eduardo Galeano
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COLAPSO DE TRISTEZA GENERAL EN ARGENTINA: MURIÓ EL 10, DIEGO ARMANDO MARADONA
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Por Rubén Armendáriz |26/11/2020 | Argentina.
Fuente Rebelión /CLAE / jueves 26 de noviembre del 2020.
Argentina vive un colapso de tristeza general. De repente olvidó la pandemia, la crisis económica y social para sumergirse en un duelo colectivo por la muerte de Diego Maradona, un número 10 hecho país, una reivindicación popular en pantalones cortos y cara de chiquilín sin maestra. Silencio hospital en su país, conmoción en todo el mundo.
“De una patada fui de Villa Fiorito a la cima del mundo y ahí me la tuve que arreglar solo”, solía decir. Y, una semana después de su cumpleaños 60, Diego fue operado con éxito de un edema cerebral, tras una descompensación, luego de que su salud se viera deteriorada por su adicción al alcohol y la dependencia a los psicofármacos, lo que derivó en un cuadro quirúrgico por un hematoma subdural en su cabeza.
Y el país celebró la última gambeta de su héroe dramático. “Es evidente que tengo línea directa con el Barba”, dijo en 1997, en referencia a Dios, después de una de sus habituales resurrecciones. Ya no habrá más.
El 11 de noviembre había recibido la alta clínica (pero no el alta médica) en el sanatorio de Olivos, donde fue operado el 3 de noviembre, para continuar con un tratamiento ambulatorio en una casa ubicada en un barrio cerrado de Nordelta.
Dicen que la vida se cobra los excesos, descuidos y conflictos emocionales. La última vez que entró a una cancha, como técnico de Gimnasia y Esgrima de La Plata, parecía llevar encima el físico y los pesares de un hombre maltrecho de 80 años, ayudado por dos auxiliares incluso para caminar,
Fue cuando su historial clínico volvió a la memoria de todos: desde su vieja adicción a la cocaína, la obesidad que lo golpeó a inicios del 2000 y el posterior bypass gástrico, un corazón que hacía mucho año trabajaba al 30 por ciento, los sangrados estomacales cada vez más habituales, problemas severos con el alcohol, las sucesivas operaciones en sus rodillas y los miles de golpes brutales que recibió como jugador, incluida la fractura de un tobillo.
Era un salto al vacío sin paracaídas, una montaña rusa constante con subidas empinadas y caídas abruptas. Y murió el mismo 25 de noviembre, cuatro años después que su admirado Fidel Castro.
Para los “estudiosos” el fútbol será un simulacro de guerra, pero los estadios constituyeron para Maradona su único remanso de paz, una infancia eterna. La vida afuera de los campos de juego siempre le pesó. Ser Maradona y tener un solo cuerpo fue una pelea desigual, como él mismo dijo,
Una historia sin igual
Villa Fiorito, en el postergado sur del cono urbano de Buenos Aires, fue el punto de partida de una vida televisada desde aquel primer mensaje a cámara en un potrero en el que un nene decía soñar con jugar en la Selección.
Quizá su mayor coherencia haya sido la de ser auténtico en sus contradicciones. La de no dejar de ser Maradona ni cuando ni siquiera él podía aguantarse. La de abrir su vida de par en par y en esa caja de sorpresas ir desnudando gran parte de la idiosincrasia argentina. Maradona es los dos espejos nunca pudo ocultar ninguno): aquel en el que resulta placentero mirarnos y el otro, el que nos avergüenza, señala el diario Clarín.
Es el que se va bañado de gloria del estadio Azteca y el que sale de la mano de una enfermera en Estados Unidos. Es el que arenga, el que agita, el que levanta, el que motiva. El que tomaba un avión desde cualquier punto del mundo para venir a jugar con la camiseta de la Selección.
Es el novio de Claudia y es también el hombre acusado de violencia de género. Es el adicto en constante lucha. El que canta un tango y baila cumbia. El que se planta ante la FIFA o le dice al Papa que venda el oro del Vaticano. El que fue reconociendo hijos como quien trata de emparchar agujeros de su vida.
El neoliberalismo noventoso lo quiso convertir en un ícono, pero él se tatuó la cara del Che en el brazo y se subió a un tren para ponerse cara a cara contra Genorge Bush y ser bandera del progresismo latinoamericano, al grito de ¡ALCA-rajo!, junto a Hugo Chávez y Evo Morales.
Es Diego, el hombre que abraza a la Copa del Mundo, el que maldice cuando los italianos insultan el himno de su país y el que le saca una sonrisa a los héroes de Malvinas con un partido digno de una ficción, una pieza de literatura, una obra de arte.
En esos cuatro minutos que transcurrieron entre los dos goles que hizo el 22 de junio de 1986 contra los ingleses en el estadio Azteca, le dijo al mundo quién es Maradona. El tramposo y el mágico, el que es capaz de engañar a todos y sacar una mano pícara y el que enseguida se supera con el mejor gol –quizás- de todos los tiempos.
En 2005 se entrevistó a sí mismo. El Diego de saco le preguntó al de remera de qué se arrepentía.
“De no haber disfrutado del crecimiento de las nenas, de haber faltado a fiestas de las nenas… Me arrepiento de haber hecho sufrir a mi vieja, mi viejo, mis hermanos, a los que me quieren. No haber podido dar el 100 por ciento en el fútbol porque yo con la cocaína daba ventajas. Yo no saqué ventaja, yo di ventaja”, se contestó.
Dicen que en el último tiempo ya no quería ser Maradona y ya no podía ser un hombre normal; nada lo motivaba, ya no servía el paliativo de los antidepresivos ni las pastillas para dormir.
En la auto entrevista de 2005, el Diego de traje le propuso al de remera que deje unas palabras para cuando a Diego le llegue el día de su muerte. “Uhh, ¿qué le diría?”, piensa. Y define:
“Gracias por haber jugado al fútbol, gracias por haber jugado al fútbol, porque es el deporte que me dio más alegría, más libertad, es como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota. Sí, pondría una lápida que diga: gracias a la pelota”.
Lo llora Villa Fiorito, escenografía inicial de esta historia de película y pieza fundacional para comprender al personaje. Lo llora toda la Argentina y también Nápoles, donde con una pelota cambió la vida de una ciudad para siempre.
«Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de dónde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero», señalaba Eduardo Galeano. en el libro póstumo ‘Cerrado por fútbol’, publicado en 2017.
En ese texto el escritor oriental agregaba: «Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga»» Gracias por enseñarme a leer el fútbol»,comentó Diego tras enterarse de su fallecimiento en 2015.
Rubén Armendáriz. Periodista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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