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“Para Buber hay una oportunidad de salvar la escisión de la humanidad. En su pensamiento el encuentro del ser humano consigo mismo sólo podrá realizarse cuando se quiebre la soledad y se reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo. Se trata de que un ser busca a otro ser, como ser concreto, para comunicarse con él en una esfera que es común, pero que sobrepasa a cada uno. La comunidad emerge como el espacio que nos une y hace más fuertes. Lo humano del hombre y la mujer es desvivirse por el otro hombre y la otra mujer, escribió el filósofo judío Emmanuel Lévinas. ¿Un ideal ingenuo? No, más bien es la última oportunidad. Lo cierto, como digo, es que el individualismo cobra ventaja en un mundo que ya no sabemos cómo es y mucho menos cómo será. Lo más sorprendente es que en la incertidumbre que anuncia lo desconocido haya modos de estar que se comportan como inmortales. Vulnerables como somos, pareciera que lo más ventajoso y sensato es cuidar la comunidad como el mejor asidero. A fin de cuentas, somos tripulantes de la misma nave. Pero no, sentirse invencible parece la opción de muchos. Ahora bien, nada es inevitable. La vida puede producir nuevas formas d vida, haciendo surgir fuerzas creativas que corrijan los intentos equivocados. Por ejemplo, podría ser un acierto cuestionar la cultura individualista que se va extendiendo e imaginar otro modo de relación social que nos haga fuertes.
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COMUNIDAD E INDIVIDUALISMO, UN PULSO ESTRATÉGICO.
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Iosu Perales. |10/11/2020
ALAI. Martes 10 de noviembre del 2020.
La idea de comunidad fue un valor moral básico en la puesta en marcha del estado del bienestar. En sentido contrario, la idea del individualismo que simpatiza con el hedonismo y el libre albedrío es un valor neoliberal. Esta dualidad conforma hoy el telón de fondo en el que se mueven, bajo la pandemia, dos modos de entender el lugar que ocupamos en el mundo. Sin duda, la ventaja la lleva el individualismo, contagiado de la cultura tóxica de un capitalismo reinventado que fomenta la competencia de todos contra todos.
El estado del bienestar nació influido por la gran depresión de los años treinta, impulsado por el reformismo socialdemócrata, la democracia cristiana progresista, las elites conservadoras ilustradas y los grandes sindicatos industriales. Europa había vivido dos grandes guerras mundiales y la idea de un estado benefactor que llevara servicios y derechos sociales a la población, irrumpió con fuerza como un vector de la reconstrucción de Europa. Pero en los años setenta surgió con vehemencia la doctrina neoliberal en defensa del mercado como la herramienta más eficaz y única para el desarrollo. Claro que el enfoque del desarrollo fue desprovisto de toda idea de comunidad y de respeto a la naturaleza. Se rompió la unión entre democracia, desarrollo e integración social. Los valores cambiaron, retrocedió la solidaridad y se fue consolidando la fractura social.
Aunque las experiencias de Chile con el dictador Pinochet y del Reino Unido de Margaret Thatcher fueron los laboratorios iniciales del modelo neoliberal, es en Estados Unidos dónde tomó mayor fuerza, conectando con la ética protestante que venía esperando muchos años la implantación de un modelo económico y social perfectamente encajable con la cultura de la predestinación, muy extendida desde antes del nacimiento de la Unión e inspiradora del Destino Manifiesto.
En las últimas cinco largas décadas, el neoliberalismo ha sido capaz de producir valores morales nuevos, de exaltación del individualismo, como el modo ideal de estar en el mundo, para lo que se valió de la crítica furibunda a la caída del modelo encarnado por el llamado socialismo real que fue denunciado como una cárcel para el espíritu libre. La irrupción neoliberal, condenando los enfoques colectivos de organización social, fue capaz de ganar adeptos incluso en las filas de la izquierda.
Estos dos modos de pensar los reconozco en comportamientos y elecciones distintas en relación con la pandemia. Personalmente creo que o nos salvamos todos o cortaremos la rama a la que nos agarramos al borde del precipicio. Claro que elijo la vía de la comunidad, como un acto libre de mi individualidad. Si en una trainera bogamos coordinados en la misma dirección tendremos mejores posibilidades para cuidar nuestras vidas y la del planeta. Sé que hay personas que esto lo asimilan a la idea de vivir bajo el autoritarismo. Pero no tienen razón. Si la tuvo, creo, el filósofo judío Martín Buber al decir:
“El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación”. Para Buber el individuo se realiza en la comunidad, dicho de manera más precisa se hace más y mejor individuo.
Un río que transcurre por su cauce, puede parecer menos libre que otro que fluye de manera desbordada. Pero el primero alcanza el mar sin producir daños, mientras que el segundo arrasa con todo. ¿Cuál es más libre?
Pero la vida en comunidad presupone cumplir con unas reglas y reconocernos. Ello implica ceder algo de mi libertad para buscar un bien mayor. Pero también supone que no dispensa al ser humano de la responsabilidad con su propia vida. La comunidad no diluye mi libertad, pero la orienta socialmente. Necesitamos hoy un encuentro dialógico que preserve de la mejor manera posible la vida de todas y todos. Pero ocurre que mientras una parte de la sociedad entiende que debemos actuar colectivamente, incluso cuando personalmente podamos tener dudas de ciertas normas, otra parte se mueve y organiza de acuerdo con sus propias reglas y comportamientos dictados por el individualismo de libre albedrío.
Para Buber hay una oportunidad de salvar la escisión de la humanidad. En su pensamiento el encuentro del ser humano consigo mismo sólo podrá realizarse cuando se quiebre la soledad y se reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo. Se trata de que un ser busca a otro ser, como ser concreto, para comunicarse con él en una esfera que es común, pero que sobrepasa a cada uno. La comunidad emerge como el espacio que nos une y hace más fuertes. Lo humano del hombre y la mujer es desvivirse por el otro hombre y la otra mujer, escribió el filósofo judío Emmanuel Lévinas. ¿Un ideal ingenuo? No, más bien es la última oportunidad.
Lo cierto, como digo, es que el individualismo cobra ventaja en un mundo que ya no sabemos cómo es y mucho menos cómo será. Lo más sorprendente es que en la incertidumbre que anuncia lo desconocido haya modos de estar que se comportan como inmortales. Vulnerables como somos, pareciera que lo más ventajoso y sensato es cuidar la comunidad como el mejor asidero. A fin de cuentas, somos tripulantes de la misma nave. Pero no, sentirse invencible parece la opción de muchos. Ahora bien, nada es inevitable. La vida puede producir nuevas formas d vida, haciendo surgir fuerzas creativas que corrijan los intentos equivocados. Por ejemplo, podría ser un acierto cuestionar la cultura individualista que se va extendiendo e imaginar otro modo de relación social que nos haga fuertes.
La pandemia nos da una oportunidad. Y los comportamientos con respecto a normas son el termómetro de hasta dónde estamos dispuestos a aprovecharla.
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