martes, 25 de julio de 2017

UN AÑO CON POCAS LUCES Y MUCHAS SOMBRAS ¿LA HISTORIA LOS ABSOLVERÁ?

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Distinguidos amigos(as) ponemos a consideración de todos ustedes, dos artículos del Politólogo  Santiago Mariani, sobre el Gobierno del Presidente PPK. Pedro Pablo Kuczynski. Gobierno que atraviesa en la coyuntura actual por serios y profundo problemas estructurales, que han ”salido” a la “mesa” nacional, al escenario coyuntural nacional, sobretodo como consecuencia del fracaso evidente de un “gobierno lleno de tecnócratas”, los mismos que han fracasado totalmente, básicamente al no tener una mirada nacional Política del Perú en un contexto donde la CORRUPCIÓN y la lucha contra este veneno neoliberal, así como la inseguridad ciudadana, están marcando el rumbo del gobierno, pero a su vez los poderes facticos internos hay demasiada protección a los verdaderos responsables de la corrupción, que bien de las elites gobernantes, político empresariales. Coyuntura en la cual han explotado dos sectores sociales principales, fundamentales de la sociedad peruana como es EDUCACIÓN Y SALUD. Maestros y Médicos se encuentran en Huelga General Indefinida reclamando Derechos Sociales Profesionales y aumento presupuestal para cada uno de los sectores hoy lucha en las calles y plazas públicas. Y un tercer elemento que pone enserio riesgo la Democracia – por la propia debilidad política del gobierno – es la fuerza anti-política como ataca el fujimorismo desde el Congreso de la República. La situación Política Nacional, la Democracia está en serio riesgo no solo por la debilidad del gobierno, o el ataque permanente del fujimorismo, o la corrupción o la inseguridad que logró copar toda la estructura del capitalismo salvaje, neoliberal, sino el peligro lo vemos nosotros desde la perspectiva que toda la Economía está paralizada, y ahí sí que ingresamos a  una responsabilidad Política de toda la sociedad peruana.
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UN AÑO CON POCAS LUCES Y MUCHAS SOMBRAS ¿LA HISTORIA LOS ABSOLVERÁ?
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Santiago Mariani.

Otra Mirada. Lunes 24 de julio del 2017.

El presidente Kucksynki ha realizado, en dos extensas entrevistas concedidas a El Comercio y La República, una suerte de balance de su primer año de gobierno de cara al discurso que brindará el próximo 28 de julio. La principal autocrítica que señala en estas entrevistas es haber “pecado de optimismo” sobre las posibilidades reales de recuperar la dinámica económica. El “pecado”, según sus declaraciones, estuvo en no darse cuenta del “inmenso aumento de los procedimientos burocráticos", un artilugio al que recurre para enmascarar o justificar la falta de resultados concretos en este primer tramo de su gobierno

El argumento del aumento de los procedimientos burocráticos como el elemento que estaría impidiendo o dificultando la gobernabilidad peruana resulta, además de curioso, sorprendente porque el gobierno no menciona o no parece tomar nota sobre los trascendentes cambios que han tenido lugar en el mundo en los últimos tiempos y cómo afectan al Perú. El primer cambio en la realidad internacional es la finalización de ese súper-ciclo con precios extraordinarios en las materias primas que permitió registrar una década de tasas elevadas de expansión económica e ingresos fiscales abultados. El cambio de escenario supone, como mínimo, intentar responder con políticas innovadoras que posibiliten enfrentar las nuevas condiciones, pero nada de eso aparece en el balance autocrítico del presidente. El diagnóstico que presenta el gobierno sobre las dificultades es erróneo. A ello se suma que tampoco propone un rumbo alternativo para dar respuesta a las nuevas realidades, señalando solamente el tema de las trabas burocráticas. 
Seguidamente señala como factores inesperados, pero que también complicaron las posibilidades del gobierno,  al proceso Lava Jato y El niño que afectó a la costa norte del Perú. En ambos casos, lo que el presidente señala como problemas podrían haber sido oportunidades para retomar la iniciativa política. El Lava Jato fue el momento en el que el Poder Ejecutivo podría haber intentado liderar una agenda anticorrupción de cara a la ciudadanía con acciones conjuntas con los otros poderes del Estado. El niño costero fue otro momento en el que el Poder Ejecutivo podría haber intentado ponerse al frente de una respuesta sostenida y estructural, cargada de simbolismo, que pusiera en marcha un decidido cambio en las relaciones entre el estado y la sociedad. En ninguno de estos casos hubo un claro liderazgo del gobierno por articular y sostener respuestas más firmes a estos dos problemáticas.
La razón de la falta de reflejos del gobierno hay que buscarla en la ceguera ideológica de una tecnocracia que se ha encerrado y ensimismado en el desprecio hacia la política como pilar que sostiene el edificio del régimen democrático. Es que la tecnocracia es una de las expresiones de la anti-política que ha calado hondo en el Perú en las últimas dos décadas. El viento de cola de la economía internacional y las condiciones extraordinarias hicieron creer a los tecnócratas que un país tan complejo como el Perú se puede y debe gobernar con un núcleo de personas con experiencia probada en el sector privado, apartando todo lo posible a la política y a los políticos. Esa forma tan particular de concebir la política, sin un sentido de lo que es el Estado, sin definir para qué sirve y cómo utilizarlo para impulsar mayores niveles de equidad y bienestar para las mayorías, pudo haber funcionado mientras la coyuntura internacional era favorable pero terminado el ciclo se requiere legitimar al régimen democrático a través de otros mecanismos y con otras mentalidades. 
El gobierno ha estado en este primer año alejado, distante y desconectado de la ciudadanía y esa es la fragilidad que no le permite equilibrar la relación numérica desfavorable que tiene en el Congreso.  Como solución a ello el gobierno supone que cediendo y dejando hacer a la oposición mayoritaria, puede lograr mantenerlos tranquilos y gobernar. No importa que lo contrario esté sucediendo. A pesar de la evidencia el gobierno persiste en el error hasta el punto de poner en la agenda pública el tema del indulto, una movida que solamente aumentará su fragilidad porque perderá para siempre la posibilidad de recuperar y fortalecer el vínculo con los ciudadanos que lo apoyaron en segunda vuelta. 
El sector de Fuerza Popular que está sometido a un liderazgo vertical y asfixiante por parte de Keiko Fujimori –solamente discutido por su hermano- continuará imponiendo la dinámica política a menos que el gobierno gire el rumbo, algo poco probable, o que su actitud de acorralamiento al gobierno envenene la dinámica económica al punto de hacer peligrar seriamente las posibilidades de llegar a la presidencia en 2021. El punto es que con un gobierno que niega la fragilidad en la que se encuentra, suponiendo que en una conversación de dos horas ya se ha dado “vuelta la página” y que a partir de ese breve encuentro solamente nos espera un camino de colaboración y encuentro, tendremos por delante otros años de pocas luces y muchas sombras. 
Es difícil suponer o pensar que se produzca una apertura a discutir y considerar un cambio de rumbo por parte de un gobierno que sostiene que el desafío para gobernar es simplemente abrir el camino mediante un destrabe burocrático. Eliminar trabas o pasos puede contribuir a dinamizar el país pero eso no puede confundirse con desarticular la capacidad del Estado para dotarlo de un poder fiscalizador que asegure mejores reglas de juego para todos y de mayor capacidad para asegurar bienes públicos de calidad para las mayorías. En todo caso, pareciera que el gobierno solamente piensa en alentar la inversión sin importar demasiado el contexto en el cual debe producirse. Es por ello que las instancias como la Oficina Nacional para el Diálogo y la Sostenibilidad fueron rápidamente desarticuladas, indicando que la gestión de la conflictividad no es un asunto de la mayor trascendencia ni de la importancia que tiene la promoción de la inversión. 
El desprecio hacia la política aleja al gobierno de la posibilidad de impulsar una agenda que responda a las demandas y anhelos de las mayorías que todavía esperan y necesitan del estado para poder salir adelante. No alcanza con el discurso que glorifica al emprendedor o la persona que por sí misma construye su destino. Una comunidad se pega y sostiene cuando la política se pone en marcha para asegurar un piso mínimo a partir del cual todos pueden estar en mejores condiciones de forjar su bienestar. Para ello, el ejercicio político imprescindible es el fortalecimiento de los vasos comunicantes con la ciudadanía para captar lo que demandan y articular respuestas a sus necesidades.    
La ciudadanía, después de este primer año, empieza a sentir al gobierno distante de sus necesidades y demandas.  El gobierno, a juzgar por el balance que hace el presidente, parece empeñado en profundizar una receta que no le está dando resultado a pesar del rumbo deslucido que han mostrado. Por ese camino la historia no lo absolverá, lo condenará.
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LA ENCRUCIJADA DE UN GOBIERNO FRÁGIL Y ACORRALADO EN CLAVE HISTÓRICA.
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Santiago Mariani. *
Otra Mirada 20 de junio del 2017.
¿Qué alternativa queda? Denunciar con toda la fuerza posible, articulando un discurso claro y preciso, señalando que cada uno de esos avances debilita la institucionalidad democrática, algo que tanto ha costado construir al Perú desde 2001. La ciudadanía que votó a PPK en 2016 para balancear el poder que tendría el fujimorismo en el Congreso, podría volver a sintonizar con un presidente que se disponga sin medias tintas a denunciar cada avance en contra de la institucionalidad democrática.
Los norteamericanos aprendieron en la segunda guerra mundial una dura lección que se transformaría en una suerte de trauma político. El elevado costo de intervenir en la contienda mundial les enseñó que, frente a un rival agresivo, la única alternativa es intentar contenerlo en cada intento de avance, pero jamás recurrir a apaciguarlo mediante concesiones porque eso solamente fortalece al agresor. 
Antes que llegaran a esa forma de abordar la realidad, Winston Churchill había alertado acerca de la importancia de esta máxima política. Los ingleses habían quedado exhaustos con la primera guerra mundial y solamente querían escuchar de boca sus políticos la palabra “paz” antes que entrar en una nueva contienda europea. El primer Ministro Neville Chamberlain era vivado por sus compatriotas con cada concesión que le hacía a esa Alemania agresiva que iba fagocitando pedazos de Europa y que se rearmaba militarmente. Mientras Chamberlain se dejaba llevar por los cantos de sirena, Churchill, arriesgando su carrera política, predicaba en el desierto advirtiendo a los ingleses que lo único que tenían que hacer era prepararse para enfrentar a Alemania, algo que era, según su prédica, inevitable. 
En 1938 Chamberlain viaja a Munich a una conferencia en la cual termina otorgando a Hitler una serie de concesiones territoriales. Regresa de ese encuentro rodeado de un aire triunfalista y declarando que tenía en su mano el papel que aseguraba la paz. Los ingleses lo reciben felices de haber logrado la paz para Europa. Churchill reacciona amargado, señalando que le habían ofrecido el deshonor o la guerra y que habían conseguido el deshonor y que ahora tendrían la guerra. En 1939 Hitler invadiría Polonia y Gran Bretaña se vería obligada a entrar nuevamente en guerra con Alemania. 
Esa lección política vital llamada “apaciguamiento” perduraría por muchas décadas e influiría de manera determinante en los tomadores de decisión en Washington durante el largo conflicto posterior que tendrían con los rusos. Europa estaba en escombros y Churchill pronuncia un discurso en Estados Unidos en 1947 en el que señala que había caído una cortina de hierro en Europa del este. Desde ese momento los norteamericanos desarrollan la “doctrina de la contención” para enfrentar a su rival, la Unión Soviética, donde fuera necesario.
La máxima política de la contención ante un rival agresivo podríamos utilizarla, con las salvedades del caso, para pensar en el contexto político peruano el cual, como resultado de un diseño institucional particular (el sistema presidencial con elementos propios del parlamentarismo) pone en manos de una mayoría en el Congreso unicameral instrumentos que pueden ser utilizados de manera poco democrática (como la censura sistemática de ministros). Frente a esta situación el gobierno no tiene demasiadas alternativas, pero el camino hasta ahora intentado solamente le ha generado mayor fragilidad y vulnerabilidad frente a un rival que se sigue fortaleciendo y que seguirá avanzando. 
¿Cuál fue la reacción del gobierno ante la imposición del Defensor del Pueblo, de los directores del BCR, de la censura al Ministro de Educación y del Ministro de Transportes? Mientras concedían todos esos avances casi sin reaccionar, porque suponían que el fujimorismo se aplacaría, fueron perdiendo la iniciativa política y quedando arrinconados. Mientras todo ello ha estado sucediendo el presidente habla de novelas de amor, de planes alternativos para los ministros que seguirán en la lista de expulsados y pero aún compra la falsa idea de salir en televisión con entrevistas a sus ministros para “explicarle” a la ciudadanía las cosas que están haciendo pero que no logran comunicar adecuadamente. La suposición en la que se basa esta estrategia es que la gente no entiende o no comprende la obra del gobierno, un reflejo poco feliz frente a una ciudadanía que necesita ser escuchada y atendida en sus demandas antes que ser considerada como un sujeto pasivo al que hay que abrirle los ojos con relatos acerca de todo lo supuestamente bueno que se está haciendo para ellos.  
¿Qué alternativa queda? Denunciar con toda la fuerza posible, articulando un discurso claro y preciso, señalando que cada uno de esos avances debilita la institucionalidad democrática, algo que tanto ha costado construir al Perú desde 2001. La ciudadanía que votó a PPK en 2016 para balancear el poder que tendría el fujimorismo en el Congreso, podría volver a sintonizar con un presidente que se disponga sin medias tintas a denunciar cada avance en contra de la institucionalidad democrática.
El intento de recuperar y poner a la opinión pública de su lado, sería un primer paso necesario, pero no suficiente para encarar esta etapa de fragilidad estructural en la que se encuentra el gobierno.  El plano de la opinión pública es vital, pero debería estar acompañado de un cambio estructural en la forma de concebir la política (politics) y las políticas públicas (policy), procurando una relación distinta entre estado y sociedad.
En ese camino sería esencial abordar la pregunta acerca del sentido que entraña la política, el para quién gobernar y a quién representar. En este terreno lo simbólico tiene un lugar preponderante y las acciones que se toman terminan configurando la concepción política que envuelve al gobierno. Un ejemplo lo puede aclarar todo. La Oficina Nacional para el Diálogo y la Sostenibilidad, una instancia clave para encontrar equilibrios y gestionar la conflictividad política, fue desinflada y reubicada en el Viceministerio de Gobernanza Territorial de la Presidencia del Consejo de Ministros. En esta instancia devaluada designaron como su titular al ingeniero Luis Angel Yallico Magde, quien antes de asumir esta función era el gerente de Medio Ambiente y Relaciones Comunitarias de la empresa Hunt Oil. El para quién gobiernan y a quién representan se va desdibujando de sentido político con estas decisiones y se torna directamente en una clara opción por intereses concretos y definidos. En esa confusión de planos la ciudadanía se va distanciando de un gobierno que siente que no la representa en sus anhelos, demandas e intereses. 
En el plano de las políticas públicas, el policy making, es el otro terreno en donde el gobierno podría jugar una partida distinta a la que se viene jugando desde hace décadas en el Perú. Es innegable que ciertos avances se han dado, pero han sido coyunturales y todavía no hay derechos universales garantizados en materia de bienes públicos de calidad. Con el inicio de un rumbo hacia un Estado que logre ocuparse de la educación y la sanidad de las mayorías que hoy no cuentan con esos servicios, el gobierno podría rápidamente encontrar una agenda de fuerte cercanía con la ciudadanía. En esa agenda está la clave para equilibrar la relación con un rival que seguirá sin darle tregua a un gobierno que entusiasma cada vez a menos peruanos. 
(*) Coordinador de la Maestría en Ciencia Política en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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