lunes, 1 de julio de 2019

POR QUÉ UN MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DEBE CONTAR CON UNA TEORÍA REVOLUCIONARIA.

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UNA REVOLUCIÓN DE IDEAS. CULTURA. La libertad en todos los órdenes sociales y la democratización de la cultura, eran postulados esenciales dentro de las teorías de estos dos pensadores innovadores.

Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci fueron, sin lugar a dudas, dos sobresalientes y excepcionales dirigentes políticos revolucionarios marxistas del movimiento europeo de la primera mitad del siglo pasado, que dedicaron sus energías vitales a luchar y promover la revolución socialista en sus países, Polonia e Italia, respectivamente. También se esforzaron por pensar creadoramente de nuevo las condiciones necesarias que deben cumplir siempre los revolucionarios para lograr el triunfo de esa revolución, pues estaban convencidos de que la lectura e interpretación que los marxistas rusos, con Lenin a la cabeza, y los bolcheviques, de las condiciones de esa revolución socialista, adolecían de defectos o fallas fundamentales.

Para Rosa Luxemburgo la falla principal consistió en que los bolcheviques, como lo expuso en su famoso texto sobre la revolución rusa que escribió en 1918, unos meses antes de morir asesinada en Berlín por un grupo paramilitar, no reconocieron el derecho fundamental que deben tener todos los miembros de la nueva sociedad en proceso de construcción, inclusive de los que no son integrantes del partido o de los que tienen opiniones críticas diferentes a la de sus dirigentes, de expresarse libremente en el espacio público de la sociedad. Dice Luxemburgo:

“Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a la luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados. La vida pública de los países con libertad limitada está tan gobernada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espiritual (...) Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales”. Y más adelante escribió su famosa y profunda frase en la que resume su concepción: “La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.

Rosa Luxemburgo, entonces, estuvo profundamente convencida de que el nuevo orden socialista sólo se puede construir con validez y justicia si los dirigentes políticos revolucionarios que lo promueven aceptan sin límites que todos los miembros de la sociedad puedan expresar libremente sus opiniones en el espacio público, es decir, si reconocen que la libertad de todos hace parte de manera consustancial de la nueva sociedad socialista. Y si, al contrario, no reconocen o aceptan esta libertad este nuevo orden social no sólo negará la esencia humana del proyecto socialista, sino que también carecerá de la legitimidad necesaria que le permita mantenerse y renovarse con el paso del tiempo, como efectivamente ocurrió con el modelo de socialismo que los bolcheviques construyeron en la Unión Soviética y que fue adoptado luego por los dirigentes revolucionarios de los países de Europa del Este después de la segunda Guerra Mundial. El derrumbe y desintegración de este modelo de socialismo después de la caída del muro de Berlín en 1989 puso de presente de nuevo, tras 70 años de olvido, la validez de la concepción de Rosa Luxemburgo sobre el imperativo de sustentar la posible sociedad socialista no sólo en el principio de la justicia sino también en el de la libertad.
 


Antonio Gramsi y Rosa Luxemburgo, dos grandes pensadores marxistas de los primeros tiempos del siglo XX. Trabajo extraordinario sobre las Teorías Revolucionarias, necesarias y fundamentales para todo Movimiento Revolucionario.
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Y por su parte, Antonio Gramsci se empeñó, en sus famosos Cuadernos de la cárcel, que escribió precisamente en la prisión a la que fue confinado desde 1926 hasta su muerte en 1937 por el régimen fascista de Mussolini, en mostrar que el triunfo, y sobre todo el éxito, de la revolución socialista sólo es posible si el partido revolucionario logra primero construir en el seno de la sociedad la hegemonía cultural del proletariado, es decir, si logra que su concepción de la sociedad, fundada en el acceso igual y justo de todos a los bienes materiales y espirituales creados por todos, sea aprendida, interiorizada y aceptada como válida por la gran mayoría no sólo de los obreros sino también del resto de los miembros de la sociedad.

O lo que es lo mismo, si el partido logra convencer, mediante el diálogo y la exposición discursiva, a la gran mayoría de la sociedad de que la concepción de la sociedad del proletariado que representa como “intelectual orgánico” no expresa sólo sus intereses particulares sino también los intereses generales de esa sociedad, o por lo menos los de todas las clases subalternas. Y si lo logra, el partido revolucionario conseguirá, por consecuencia necesaria al consentimiento, el consenso o el apoyo activo y voluntario de estos sectores sociales en su propósito de tomar el poder político. Por eso para él los revolucionarios italianos, y en general los de todos los países occidentales, antes de emprender el asalto al poder del Estado, como lo hicieron los bolcheviques en Rusia en 1917, tienen que construir la hegemonía cultural de la clase obrera que les dé el derecho legítimo de dirigir a la mayoría de la sociedad por el camino de construir el nuevo orden socialista. Idea que Gramsci sintetizó en su nota sobre Maquiavelo, que hacen parte de sus Cuadernos de la cárcel, diciendo:

 “Para el proletariado la conquista del poder no puede consistir simplemente en la conquista de los órganos de coerción (aparato burocrático-militar) sino también y previamente en la conquista de las masas”. Por eso sólo si el partido revolucionario cumple esta condición fundamental podrá adquirir el derecho legítimo de dirigir a todos por el camino de la revolución y, además, se darán a sí mismos la posibilidad real de realizarla con éxito.

Estas dos condiciones renovaron y ampliaron significativamente el horizonte del pensamiento marxista; dos condiciones que, si bien no fueron consideradas de manera explícita por Marx, se pueden integrar a su concepción de una futura sociedad comunista como reino de la libertad en la que cada uno le aporte a los demás de acuerdo con sus capacidades y reciba de los demás lo que necesite para vivir digna y humanamente. Y aunque hoy la revolución socialista ya no está al orden del día, estas dos condiciones expuestas por estos dos notables pensadores tienen plena vigencia y validez; son dos condiciones que todos los que se propongan cambiar de una u otra manera, en una u otra dirección, el orden socio-económico y político existente o algunas de sus partes deben cumplir sin excepción si desean que sus propósitos de cambio puedan abrirse paso, es decir, sean escuchados y reconocidos como válidos, por los sectores sociales a los que se dirigen”. Fuente Cultura. 7 Jul 2016.  Camilo García.

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POR QUÉ UN MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DEBE CONTAR CON UNA TEORÍA REVOLUCIONARIA.
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Diego Fusaro.

Ilprimatonaziomale.it

Rebelión lunes 1 de julio del 2019.

Traducción para Rebelión: Carlos X Blanco.

Siguiendo los pasos de Gramsci, se puede decir que una teoría es revolucionaria cuando separa completamente el campo del Siervo del dominio del Señor, colocándose como una "cumbre inaccesible" para los adversarios y como una categorización de lo real que no puede ser reabsorbida en la malla de la ideología dominante. Como sabemos, la lucha de clases es siempre también una "lucha de clases cultural", es decir, una lucha superestructural entre visiones del mundo diferentes y antagónicas, entre perspectivas incompatibles y en abierto contraste.

En ausencia de una teoría revolucionaria, tampoco puede haber un movimiento revolucionario. Este último sólo puede constituirse a partir de una elaboración teórica capaz de: 

a) poner de relieve las contradicciones de lo existente (derribar las categorías dominantes), 

b) esbozar una perspectiva en nombre de la cual actuar en el presente con vistas a la reapropiación del futuro y 

c) traducirse gramscianamente en un sentido común, en una hegemonía cultural y política capaz de movilizar a las masas nacionales y populares, reformarlas intelectual y moralmente e inducirlas a participar activamente en el proyecto de lucha contra el presente para el redescubrimiento del futuro.

Ni que decir tiene que si, como ocurre hoy, las categorías conceptuales utilizadas por el Siervo son las mismas que las utilizadas por el Señor (y, por lo tanto, aún con Gramsci, no se presentan como "cumbres inaccesibles" para el mismo Señor), la teoría no puede ser revolucionaria: de hecho, terminará inevitablemente generando una "morfina política" (Gramsci), para justificar el orden imperante y confirmar la naturaleza sublime de los dominados, su subordinación a las ideas dominantes de la clase dirigente.

La victoria del Señor debe ser entendida hoy, por tanto, tanto a nivel de conflicto material practicado en forma de masacre contra los subordinados (libre mercado, globalización, competitividad, etc.), como a nivel de antagonismo cultural y simbólico. La lucha cultural a favor de la descomposición de la conciencia de clase antagónica avanza, de hecho, con pleno éxito: además, consigue que el Siervo acepte, como si fuera natural y fisiológico, fatal e ineluctable, la diferencia de poder y riqueza que tiende al infinito entre la aristocracia financiera de la clase global y la masa precaria de la clase más pobre.

El Siervo, que en la balanza de poder existente está en el fondo, ha metabolizado la mirada del Señor desde arriba: una mirada que induce al polo dominado y subordinado a amar sus propias cadenas y, como en la cueva platónica, a luchar en su defensa contra cualquier libertador, difamado por el propio Siervo según las etiquetas utilizadas ad hoc por el Señor para condenar al ostracismo cualquier perspectiva que no esté alineada (comunistas, fascistas, xenófobos, populistas, conspiradores, rojos, etc.). Por esta razón, la masacre de clase de hoy es simbólica, así como real. En efecto, los vencidos de la globalización son doblemente vencidos, tanto a nivel estructural como superestructura: son vencidos y se esfuerzan por seguir siéndolo, ya que, en lugar de oponerse a los procesos globalizadores que los hacen cada día más esclavos y más explotados, los saludan con entusiasmo, oponiéndose a todo lo que puede oponerse a ellos (Estado nacional, regulación política de la economía, etc.). Nuevos esclavos de la cueva de la memoria platónica, están dispuestos a difamar con las etiquetas gastadas del comunismo, fascismo y rojipardismo a cualquiera que intente incluso mostrar las contradicciones y proponer una reversión de la situación a través de la repolitización del conflicto, el rearme ético de la sociedad, el relanzamiento de la economía, la des-globalización antiimperialista, la des-economización de lo imaginario y la reorientación geopolítica en clave no atlántica.

Estas categorías son a todos los efectos la "cumbre inaccesible" para el Señor globalista, cuyo dominio amenazan en el acto mismo por el que lo revelan: por eso, vienen del polo dominante y se oponen en todos los sentidos, de modo que el mismo Siervo se ve inducido a combatirlas y, una vez más, a poner su mirada desde arriba, a la que también debería combatir si se acercara a la realidad de la balanza del poder con su mirada desde abajo. Un ejemplo, sobre todo, entre los muchos disponibles: los jóvenes que hace unas semanas salieron a las calles para manifestarse contra el poder y, juntos, usaron sus lemas, gritando con una voz dura "libre circulación" y, de hecho, citando implícitamente como modelos a Mario Monti y Soros.

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