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“El
Estado ya casi no tiene capacidad de contratar
ni ejecutar el presupuesto público de manera autónoma. Junto con brindar servicios de calidad, el Estado
debe producir bienes públicos y construir infraestructura básica que permita cerrar brechas en nuestro país. Los serios problemas en el sistema de contrataciones y licitaciones públicas lo impiden. No es un problema nuevo, pero sí agravado. No lo
queremos resolver. Buscamos atajos que saquen la papa
caliente del Estado. Primero buscamos a UNOPS
y OIM para que contraten y liciten de manera
excepcional, y luego se generalizó. Después optamos por fomentar las APP, pero sin mayor análisis costo-beneficio y dejando
contratos complejos en manos de equipos precarios, lo que genera las condiciones para el festival de
adendas que corrompieron el sistema. Hoy la fuga se
hace a través de los convenios Gobierno a Gobierno.
Todas estas medidas sirven para atender urgencias, pero no para abordar la tarea de
fondo: construir una fuerza pública capaz y un Estado eficiente al servicio de la ciudadanía.
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EL
ESTADO ESTÁ CALATO,
por
Marisa Glave.
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Sin una fuerza pública capaz de implementar políticas públicas,
seguiremos comprando trajes fantásticos que en la realidad mantienen calato a nuestro Estado.
Por
Marisa Glave. Socióloga.
Fuente.
La República domingo 29 de septiembre del 2024.
La
ficción de un Perú moderno, fruto del crecimiento económico, ya no es
creíble. La ciudadanía es cada vez más
consciente de que era un relato fantasioso que quisimos creer y que ya no hay
cómo sostener. Como en el cuento de Andersen, ‘El traje nuevo del emperador’, la ilusión que
generaba consenso resultó falsa: en realidad, el rey
estaba calato.
Pero si alguien mantenía los
ojos cerrados —como los ministros y la presidenta—, la
bulla que esta semana ha generado el paro de
transportistas en la capital los obliga a mirar la realidad. Lima amaneció inmovilizada, con más de 60 líneas de
transporte público con el servicio suspendido. Su demanda (su exigencia) no es
particular. Es la vida.
Al paro se plegaron cientos de pequeños empresarios que, como los transportistas,
están cansados de vivir bajo extorsión
permanente. Noam López, en una radiografía de la
situación en Lima, señala que cerca de 2.600 bodegas han cerrado
y 9.000 han puesto denuncias
por extorsión entre 2023 y 2024. Nueve choferes han
sido asesinados en lo que va del año, así como cinco dirigentes de Construcción
Civil.
Muchos empresarios de la
construcción se ven obligados a incorporar una nueva partida en sus presupuestos: la paz social, que no es otra cosa que el pago de un
porcentaje de la obra por “seguridad”.
Pero esto no es nuevo en el país. Trujillo es una ciudad que vive bajo esta modalidad criminal desde hace mucho. Los asesinatos en Sullana
están a la orden del día. El clamor por acciones del Estado
es de mucho tiempo atrás. Pero hoy también toca a sectores medios y acomodados
de la capital.
Más
de 20 gremios empresariales, entre los que están CONFIEP,
ADEX y la SNI,
han suscrito un pronunciamiento señalando que hay un gobierno paralelo: el del crimen organizado. Cabe preguntarse: ¿cómo es posible
que haya una estructura con poder en el territorio al nivel de un gobierno
paralelo?
Calatos
En 2015, Ganoza y Stiglich decían que el
Perú está calato, ya que nuestro crecimiento
económico no era un verdadero milagro, sino solo
el espejismo del boom de
materias primas. Sin incremento de la
productividad y sin capital humano, la inversión
generaba una ilusión tranquilizadora, pero
ocultaba tareas urgentes. Hoy va quedando más claro que, junto con la productividad, varios problemas por los que atraviesa
el país tienen que ver con otro mito: el de la utopía neoliberal del Estado mínimo.
En
los años 80, la inflación
destruyó la economía, pero también carcomió la capacidad del Estado para gestionar servicios de manera eficiente.
Con el carné partidario como vehículo de
ingreso, la burocracia creció sin meritocracia. Fujimori aplicó un shock económico para
frenar la inflación y atraer inversión, mientras atacó al Estado
y su ya precarizada capacidad de gestión,
planteando como solución su reducción al mínimo.
Despidos generalizados e islas de eficiencia.
Las instituciones económicas debían funcionar
bien; los bienes y servicios públicos eran
secundarios, solo para pobres, pues los sectores
medios y altos resolverían sus necesidades en el mercado.
La pandemia reveló los
límites de la salud privada y puso en evidencia
la urgencia de un sistema de salud público sólido.
La ola de extorsión que vivimos ahora muestra
que una policía precarizada y sin profesionalización es
una bomba de tiempo.
Los serenazgos municipales solo dieron
apariencia de seguridad en distritos ricos y hoy muestran sus límites.
La
exigencia de aprobación de normas más severas y la creación
de un nuevo tipo penal (terrorismo urbano) no van a resolver el
problema. Solo calmará la conciencia de congresistas que, para garantizar su impunidad, facilitaron la
vida al crimen organizado.
Si la policía no funciona, estas medidas no
servirán. Tampoco si el Ministerio Público sigue
desbordado y politizado como ahora, o si el Poder
Judicial sigue perforado por los ‘Cuellos
Blancos’ y otras mafias. En síntesis, sin
una fuerza pública capaz de implementar políticas públicas, seguiremos
comprando trajes fantásticos que en la realidad mantienen calato a nuestro Estado.
Vaciamiento del Estado
En Argentina se debate hoy
el efecto de las medidas de Milei
en su economía y en la vida diaria de la gente.
Parte del debate tiene que ver con la desactivación
de oficinas y áreas enteras del Estado. A esto,
los argentinos le llaman el “vaciamiento del Estado”.
Pero en Perú no hay un personaje
histriónico con una motosierra amenazando
con destruir el cuerpo del Estado. En nuestro
país hay un piloto automático que lo viene
haciendo de manera sostenida desde dentro. Esto es peor; en Argentina, al menos, el cierre de oficinas y la paralización de algunos servicios son parte de una discusión pública muy acalorada y formaron parte del
debate electoral. Aquí no hay ni discusión ni plan. Hay
simplemente deterioro.
El Estado ya casi no tiene capacidad de contratar
ni ejecutar el presupuesto público de manera autónoma. Junto con brindar servicios de calidad, el Estado
debe producir bienes públicos y construir infraestructura básica que permita cerrar brechas en nuestro país. Los serios problemas en el sistema de contrataciones y licitaciones públicas lo impiden.
No es un problema nuevo, pero sí
agravado. No lo queremos resolver. Buscamos atajos que saquen la papa caliente del Estado. Primero buscamos a UNOPS y OIM para que
contraten y liciten de manera excepcional, y luego se generalizó. Después
optamos por fomentar las APP, pero sin mayor
análisis costo-beneficio y dejando contratos complejos en manos de equipos
precarios, lo que genera las condiciones para el
festival de adendas que corrompieron el sistema.
Hoy la fuga se hace a través de los convenios Gobierno a Gobierno.
Todas estas medidas sirven para atender
urgencias, pero no para abordar la tarea de fondo: construir una fuerza pública capaz y un Estado
eficiente al servicio de la ciudadanía.
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