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“Para sostener el imperio y atenuar el ritmo de su
declinación ahora Trump ha
enviado al Congreso un presupuesto
militar que por primera vez traspasa la barrera
del billón de dólares, es decir, de un millón de millones de dólares,
necesarios para sostener casi 200.000 efectivos militares en más de 800
bases dispersas por todo el planeta y
que les han servido de nada para evitar
que el sistema internacional se haya reconfigurado en clave multipolar. Dinero que en nada servirá para mejorar la competitividad de su economía,
pero enriquecerá a los magnates que hoy pululan por la Casa Blanca. Pocos en Estados Unidos han caído en la cuenta del trascendental cambio producido en el tablero geopolítico mundial, para usar la feliz expresión de Zbigniew Brzezinski; y ninguno en el actual gobierno argentino, por
eso nuestros gobernantes apuestan a
ser una dócil colonia de la potencia
en decadencia en lugar de,
junto con otros países de la región,
ocupar un lugar más productivo en ese nuevo mundo que ha nacido. Por eso,
en un gesto que habla de una mediocridad en línea con la que Thomas L. Friedman percibiera en el
entorno de Trump, aquí el gobierno
de Javier Milei desechó la invitación que le fuera hecha a la Argentina -a nuestro país, no
a su gobierno- de ingresar a los BRICS,
una coalición que ya tiene un peso
económico significativamente mayor
que el G-7. Pagaremos muy caro semejante desplante.
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ESTADOS UNIDOS VERSUS
CHINA: MANOTAZO DE AHOGADO.
*****
Por
Dr. Atilio A. Boron.
Sociólogo. Politólogo. Dr.
en Ciencia Política.
Maestro Universitario.
Fuente. Página/ 12 viernes
11 de abril del 2025.
Se habla, y se hablará por mucho tiempo, de la “guerra
de los aranceles” desatada por Donald
Trump (foto). Y se corre el riesgo que el tema se agote en lo comercial, en el balance de
las importaciones y exportaciones de Estados
Unidos y sus socios comerciales. Pero sería un grave error acotar la discusión
a ese punto. La iniciativa del magnate
neoyorquino es un manotazo de
ahogado; una movida torpe, mal concebida que por su improvisación, avances y retrocesos no merece llamarse un “plan”. Enumerar los groseros errores del anuncio de Trump y su incomprensible improvisación, expresión del capricho que preside
todos los actos de este personaje,
insumiría varias páginas. Señalemos
apenas un par: entre los países penalizados con su política arancelaria,
ahora puesta en suspenso por 90 días, se incluyen dos pequeñas islas volcánicas
deshabitadas: Heard y McDonald, ubicadas en un sector de la
Antártida reclamado por Australia. O
que también haya resuelto “castigar”
con una suba arancelaria a Australia,
¡país con el cual Washington tiene superávit comercial de 17.300 millones de dólares! Lo mismo ocurre con otros países,
entre los cuales Emiratos, Bélgica,
Panamá, o el Reino Unido. ¿Cómo explicar semejante estupidez? ¿Castigar
con aranceles a economías con las cuales EEUU tiene un balance
comercial favorable? La respuesta la
ofreció este 10 de abril el habitualmente circunspecto editorialista del New York Times. Thomas L. Friedman,
cuando apropósito de tan fenomenal
muestra de improvisación e ineptitud
inició su artículo diciendo que
“si contratas payasos, deberías esperar
un circo. Y, compatriotas
estadounidenses, hemos contratado a un grupo de payasos. Piensen en lo que Trump; su principal imbécil, Howard Lutnick (el secretario de
Comercio); su subdirector imbécil, Scott
Bessent (el secretario del Tesoro); y su subdirector imbécil, Peter Navarro (el principal asesor
comercial), nos han repetido repetidamente durante las últimas semanas … Trump no cederá en estos aranceles.”
Pero cedió, capituló ignominiosamente, y tuvo que tragarse sus bravuconadas. Y China se plantó con firmeza dispuesta a no dejarse atropellar por Estados Unidos, y le sobran municiones como para hacerle pagar muy caro a ese país por las barrabasadas de su presidente. Digamos, antes de seguir, que hay un consenso difuso pero real de que en la selección de su equipo de gobiernos: secretarios, consejeros, asesores, Trump se ha permitido hacer algo que ningún jefe de estado serio puede hacer: priorizar la fidelidad personal por encima de su capacidad técnica. No es casual entonces que Friedman los trate de “payasos” o “imbéciles”. Y es por eso que pueden proponer un tsunami de aranceles sin ton ni son, ignorando, por ejemplo, que para construir un iPhone se necesitan partes, diseños y componentes aportados por 43 países, como hace años lo demostró un estudio hecho para la cadena estadounidense CNBC.
Pero supongamos que Trump insista en su política de
llamar a las empresas estadounidenses para que regresen a casa. ¿Puede el país reemplazar a China en su rol de taller industrial
del planeta, como en el siglo XIX lo
fuera el Reino Unido? Según cifras de los últimos años China es responsable del 31.6
por ciento de la producción manufacturera mundial,
seguida por EEUU con 16 por
ciento, y Japón y Alemania con el 5 por ciento cada una.
Además, si se tiene en cuenta que sólo el 14.1
por ciento de las exportaciones chinas se dirigen a Estados Unidos mientras que el 85.9
por ciento restante van a todo el mundo es obvio que las fanfarronadas de Trump y sus muchachos difícilmente puedan dañar a la economía china cuando casi la mitad de sus exportaciones se dirige a los países asiáticos. El mundo
ha cambiado mucho, y en Washington
todavía no se han dado cuenta de ello. La multipolaridad política reposa sobre un sólido policentrismo
económico. La globalización
neoliberal y el Consenso de Washington no sólo empobrecieron a Estados Unidos
-algo que en fechas recientes ha sido
denunciado por el senador por Vermont
Bernie Sanders- sino que también desindustrializaron su economía
Se calcula que desde los años ochenta del
siglo pasado ese país fue
testigo de la desaparición de unas 90.000
empresas industriales.
Si en 1950 la industria manufacturera representaba un cuarto del PIB estadounidense, en la actualidad
no llega siquiera al 10 por ciento. Y su fuerza de trabajo fabril, que a mediados del siglo pasado se empinaba
por encima del 30 por ciento del
total en el 2020 apenas llegaba
a un 8 por ciento. Es decir, para
lograr que Estados Unidos se convierta en una potencia industrial se
requieren empresas, que no están; capitales,
que fueron premeditadamente desviados hacia la especulación financiera y no a la producción, inversamente a lo ocurrido en China; y una mano de obra
calificada, que no existe en números suficientes en Estados Unidos. Téngase en
cuenta que en el año 2000 ese país
y China graduaban un número aproximadamente igual de estudiantes en ingeniería y en computación: una cifra cercana a
los 200.000. Pero en 2020 China graduó a 1.380.000 mientras que Estados Unidos sigue estancado en la misma cifra de hace veinte años
atrás: 197.000. Contrariamente
a lo que dice Trump y su inepto y reaccionario círculo de asesores,
no es que “China le roba la tecnología a
Estados Unidos” sino que en el
gigante asiático maduró un proyecto de más de cuarenta años de fuerte inversión en formación científica y
tecnológica, al revés de lo que se
está haciendo ahora en Argentina.
Un último dato, aportado por el atribulado
Thomas L. Friedman en un reciente viaje a China: ese país, escribió,
“cuenta con 39 universidades con programas para
formar ingenieros e investigadores en la industria de las tierras raras. Las
universidades de Estados Unidos y Europa, en su mayoría, solo han ofrecido
cursos ocasionales”. Y las tierras raras, materiales cada
vez más estratégicos para la informática actual y, especialmente, en sus
aplicaciones militares, tienen sus mayores depósitos precisamente en China.
Para concluir: en el desesperado intento
de restaurar un sistema internacional que ya ha cambiado definitivamente con la sólida conformación de un mundo
multipolar, las estrategias actuales
de Washington sólo servirán para reforzar aún más la
creciente interrelación entre los países del Sur Global. El mundo se ha “des-occidentalizado”, como precozmente lo advirtiera Emmanuel Todd, y Estados Unidos pugna por revertir
la marcha de la historia apelando a la fuerza y tensando la cuerda con China, a quien acusan de querer ser el nuevo
hegemón mundial. Quienes divulgan
esas tonterías todavía no cayeron en la cuenta de que ya estamos en un escenario post-hegemónico.
China ya es una gran potencia económica, igual o superior a Estados Unidos y su eficaz diplomacia está enriquecida por una práctica
milenaria; está fortaleciendo su
inversión en defensa, porque sabe que Washington
está preparando un ataque, pero no
está en los planes de su lúcida
dirigencia reemplazar a Estados
Unidos en el papel que éste jugara
desde fines de la Segunda Guerra
Mundial. Saben que eso es imposible
además de indeseable.
Para sostener el imperio y atenuar
el ritmo de su declinación ahora Trump ha enviado al Congreso un presupuesto militar que por
primera vez traspasa la barrera del
billón de dólares, es decir, de un millón de millones de dólares,
necesarios para sostener casi 200.000 efectivos militares en más de 800
bases dispersas por todo el planeta y
que les han servido de nada para evitar
que el sistema internacional se haya reconfigurado en clave multipolar. Dinero que en nada servirá para mejorar la competitividad de su economía,
pero enriquecerá a los magnates que hoy
pululan por la Casa Blanca.
Pocos en Estados Unidos han caído en la cuenta del trascendental
cambio producido en el tablero
geopolítico mundial, para usar la
feliz expresión de Zbigniew
Brzezinski; y ninguno en el actual
gobierno argentino, por eso nuestros gobernantes apuestan a ser una dócil
colonia de la potencia en decadencia en
lugar de, junto con otros países de
la región, ocupar un lugar más
productivo en ese nuevo mundo que ha
nacido. Por eso, en un gesto que habla de una mediocridad en línea con
la que Thomas L. Friedman percibiera
en el entorno de Trump, aquí el
gobierno de Javier Milei desechó la invitación que le fuera hecha a
la Argentina -a nuestro país, no a su gobierno- de ingresar a los BRICS, una coalición que ya tiene un peso económico significativamente mayor que el G-7. Pagaremos muy caro
semejante desplante.
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