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“Más incendios, erosión y problemas de salud. Una atmósfera más sedienta y una vegetación más seca contribuyen asimismo a incrementar el riesgo de
incendios, como tristemente se
está observando en las regiones con clima mediterráneo. Un ejemplo son los devastadores incendios recientes en California.
La
degradación de la vegetación y los suelos incrementa su exposición a la erosión por los agentes atmosféricos, aumentando asimismo el riesgo y la peligrosidad de las inundaciones
o las tormentas de arena. El
descenso en la productividad afecta
igualmente a los cultivos y los pastos, comprometiendo en gran medida
la seguridad alimentaria de países
con gran dependencia en el sector
primario, e incrementando las tasas de pobreza de las poblaciones que dependen directa e indirectamente de una agricultura
y ganadería basadas en escasas y
erráticas precipitaciones o en sistemas de regadío poco sostenibles.
"En casos
extremos la escasez de alimentos, de agua y el incremento de la pobreza
contribuyen, junto a otros factores socioeconómicos, a potenciar
los movimientos migratorios en
masa como los que afectan desde hace
décadas al Sahel. En última
instancia, la escasez hídrica, la infraalimentación,
el peligro de incendios o las
tormentas de arena, derivados de la aridez climática, están relacionados con un incremento de la morbilidad,
en un amplio rango de afecciones a la
salud humana –incluyendo problemas cardiorrespiratorios, digestivos y
musculoesqueléticos– o generando muertes
directas e incrementando la mortalidad infantil. Todos estos impactos, que
suceden de forma escalonada y con
complejas interacciones, han sido documentados
en el informe, y demuestran la amenaza global que supone la aridificación
del clima.
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La aridificación del clima, una
silenciosa pero implacable amenaza global.
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LA
ARIDIFICACIÓN DEL CLIMA, UNA SILENCIOSA PERO IMPLACABLE AMENAZA GLOBAL.
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Por Enrique
Morán Tejeda. Sergio Vicente Serrano. |10/04/2025/ Ecología Social.
Fuente Revista Rebelión jueves 10 de abril del 2025
Fuentes: The Conversation
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El pasado mes de diciembre se celebró en Riad
(Arabia Saudí) la 16 Conferencia de las Partes (COP) de la Convención de las
Naciones Unidas para la lucha contra la desertificación, en la que se presentó
el informe The Global Threat of Drying Lands: Regional and
Global Aridity Trends and Future Projections, en cuya elaboración
participamos los firmantes de este artículo.
En el informe se analizan, por un lado, las tendencias pasadas
en el índice de aridez
(cómputo del ratio entre la precipitación y la evapotranspiración potencial) sobre la superficie terrestre y las
proyecciones para escenarios futuros de cambio climático. Y se sintetiza,
por otro lado, la literatura
científica disponible hasta la fecha sobre los impactos que el incremento en la aridez climática tiene
sobre los ecosistemas, las poblaciones
y la sociedad en general.
Un clima se considera árido cuando la precipitación no llega al 75 % de la demanda evaporativa de la atmósfera (o evapotranspiración potencial), condiciones que limitan la disponibilidad de agua para el desarrollo de la vegetación y, por tanto, para los ecosistemas y sociedades. De ese valor para abajo se establecen diferentes niveles de aridez, hasta los climas hiperáridos, caracterizados por sus paisajes desérticos.
Un mundo cada vez más árido
Los
resultados del informe indican que
entre 1990 y 2020 el 70 % de las tierras emergidas experimentaron condiciones de mayor aridez que en las décadas anteriores y el 30 % restante condiciones de mayor humedad. Además, se
incrementó en un 3 % (4 millones de km², el equivalente a la mitad de Australia) la extensión del territorio categorizado dentro de los tipos de clima
áridos.
Las regiones que experimentaron
un mayor incremento de la aridez se sitúan al oeste de los Estados Unidos,
la península de Yucatán, el noreste
de Brasil, la región
Mediterránea, el Sahel y el Rift
Valley en África, el sudeste de Australia y grandes extensiones de China y Mongolia.
Esta expansión de los climas áridos, unida al aumento demográfico, significa que en las últimas tres décadas se ha duplicado la población mundial que vive bajo condiciones de aridez, pasando de 1 200 millones en 1990 a 2 300 millones de habitantes en 2020. Las proyecciones climáticas a futuro indican que esta cifra podría subir hasta los 5 000 millones y que otro 3 % de las actuales regiones con clima húmedo pasarán a tener un clima árido a finales de siglo.
Una consecuencia del cambio climático
El cambio
climático antropogénico está detrás
de buena parte de esta tendencia a la
aridificación del clima.
Un principio básico de la termodinámica indica
que la cantidad de vapor de agua que
puede contener el aire se incrementa a
medida que aumenta la temperatura de este (un 7 % más por cada grado). En lenguaje técnico, se incrementa el déficit de presión de vapor, lo
que en términos coloquiales equivale a decir que conforme aumenta su
temperatura, más “sediento” se vuelve el aire.
Tanto las observaciones como las simulaciones climáticas sobre una
atmósfera cada vez más cálida corroboran este fenómeno que
hace incrementar la evaporación de las
superficies, contribuyendo a aumentar la aridez de los climas terrestres, a pesar de que se estén registrando mayores
precipitaciones en algunas regiones. En concreto, el informe estima que la aridificación de 1.5 millones de km²
está directamente relacionada con el calentamiento global derivado del incremento de gases de efecto invernadero en
la atmósfera por la actividad humana.
El incremento en la aridez climática tiene unos efectos lentos, pero sostenidos y estructurales, sobre los ecosistemas y las poblaciones humanas. El descenso en la disponibilidad de agua incrementa el estrés hídrico de las plantas, afecta al ciclo de nutrientes, al microbiota y a la fertilidad del suelo. Ello deriva en un descenso en la productividad vegetal y en la biodiversidad, contribuyendo a una degradación sistémica de la cubierta vegetal y del suelo, proceso conocido como “desertificación”.
Este es el mapa actualizado de los incendios en California.
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Más incendios, erosión y problemas de salud
Una atmósfera más sedienta y una vegetación más seca contribuyen asimismo a incrementar el riesgo de
incendios, como tristemente se
está observando en las regiones con clima mediterráneo. Un ejemplo son los devastadores incendios recientes en California.
La degradación de la vegetación
y los suelos incrementa su exposición a la erosión por los agentes atmosféricos, aumentando asimismo el riesgo y la peligrosidad de las inundaciones
o las tormentas de arena.
El descenso en la productividad
afecta igualmente a los cultivos
y los pastos, comprometiendo en
gran medida la seguridad alimentaria de países con gran
dependencia en el sector primario, e incrementando las tasas
de pobreza de las
poblaciones que dependen directa
e indirectamente de una agricultura y ganadería basadas en escasas y erráticas precipitaciones o en
sistemas de regadío poco sostenibles.
En casos
extremos la escasez de alimentos, de agua y el incremento de la pobreza
contribuyen, junto a otros factores socioeconómicos, a potenciar
los movimientos migratorios en
masa como los que afectan desde hace
décadas al Sahel.
En última
instancia, la escasez hídrica, la infraalimentación, el peligro de incendios o las tormentas de
arena, derivados de la aridez
climática, están relacionados con un incremento de la morbilidad, en un amplio rango de afecciones a la salud humana –incluyendo problemas cardiorrespiratorios, digestivos y
musculoesqueléticos– o generando muertes
directas e incrementando la mortalidad infantil.
Todos estos impactos, que suceden de forma escalonada y con complejas interacciones, han sido documentados en el informe, y demuestran la amenaza global que supone
la aridificación del clima.
La selva tropical recupera el 80% el carbono y la fertilidad del suelo, tras 20 años de regeneración.
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¿Qué podemos hacer?
La
constatación de esta realidad climática y sus efectos urge a la
implantación de medidas de mitigación, como la reducción de emisiones de
gases de efecto invernadero, aunque a corto
plazo no servirían para revertir la tendencia al aumento de la aridez. Por
ello, el informe recomienda fortalecer
la gobernanza e impulsar políticas
que favorezcan
la inversión pública y privada en la implementación de medidas de adaptación.
Estas medidas deben integrar
tanto el conocimiento tradicional de las poblaciones que se han adaptado
históricamente a estas condiciones –por ejemplo, adecuando las técnicas
y especies de cultivo o de pastoreo–,
como soluciones que apliquen las nuevas
tecnologías, por ejemplo, en un uso más
eficiente del agua.
Se recomienda igualmente
incrementar el conocimiento y la información
de las poblaciones afectadas con programas
educativos, con sistemas
de información climática y monitoreo de la aridez,
desarrollando programas de evaluación de
impactos y guías de buenas prácticas
e integrando a las comunidades más afectadas en los procesos de toma de decisión. Es un reto, se concluye, que debe
implicar transversalmente a todos los sectores de la sociedad.
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Enrique Morán Tejeda. Profesor
de Climatología, Universitat de les Illes Balears.
Sergio Vicente Serrano. Profesor
de Investigación. Climatología, Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC).
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