martes, 12 de enero de 2010

El eterno presidencialismo en América Latina. ¿ Es posible la Reforma del Estado?.

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¿Cómo juntar estas metas en una estrategia presidencial gobernable? Por medio de un sistema político integrador, un sistema económico con equidad y un sistema social más justo, reconociendo que el presidencialismo no desaparecerá en el futuro inmediato.



El eterno presidencialismo en América Latina.
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Franco Gamboa Rocabado .

Enero 11 del 2010.

“Un gobierno presidencial debe tener el valor para ser juicioso pues serlo implica olvidarse de la seguridad personal y entregarse al riesgo de vivir cargando con todo el peso de las responsabilidades, aceptar el sacrificio y la imaginación como condición de la existencia, cortejar la duda y la oscuridad como precio de la sabiduría política, y aceptar siempre las consecuencias que entraña el tomar decisiones; el presidencialismo será uno de los ejes de nuestro continente, de aquí hasta el final de sus días”; esta fue una de las pocas sentencias que dejó el Libertador Simón Bolívar al instalarse el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819.

Bolívar preveía que el presidencialismo representaba la mejor forma de combinar la realidad cultural y las necesidades de liderazgo firme en América Latina; sin embargo, también abría el paso para mirar con desdén otras alternativas políticas, sobre todo aquellas capaces de ser receptivas a la renovación para eliminar el dogmatismo y las oscuras perspectivas del autoritarismo que se cree siempre infalible.

Este razonamiento sobrevivió hasta hoy pero bajo otro contexto histórico, el cual obliga a preguntarnos: ¿dentro de un régimen democrático, cómo convertir una estrategia presidencial de control sobre los nuevos procesos políticos – que actualmente demandan una reforma y un nuevo empuje del Estado – en instituciones democráticas con capacidad de gestión y gobierno, sin recaer en los viejos atolladeros populistas y verticalismos violentos?

El presidencialismo contribuyó a consolidar los procesos de transición democrática y gobernabilidad plausible, en la medida en que la mayoría de los sistemas políticos latinoamericanos no son estrictamente presidencialistas sino más bien híbridos, como Bolivia, Chile, Brasil e inclusive Estados Unidos, donde se combinan aspectos del presidencialismo y del parlamentarismo. Una reforma del Estado afectará de manera directa e indirecta a la Presidencia, a la definición de sus roles contemporáneos, a los recursos de poder que maneja y a la capacidad de implementar políticas públicas.

Desde la época del modelo de sustitución de importaciones en la década de los años cincuenta, la Presidencia en América Latina construyó una matriz de desarrollo centrada en el Estado, dándose lugar a figuras presidenciales personalistas con altas cuotas de poder, amplias competencias de iniciativas y recursos abundantes para funcionar, implementando macro-políticas y mecanismos de patronaje político hasta su agotamiento en la década de los 80.

Actualmente en los comienzos del siglo XXI, la crisis de los ajustes estructurales y las exigencias de modernización estatal limitan los ámbitos de intervención del Estado, apareciendo nuevos centros de decisión en materia pública como los municipios y las demandas de descentralización política que, tarde o temprano, van a superar el control del Poder Ejecutivo. Las restricciones al gasto fiscal limitan los recursos financieros que antes tenía la administración central y presionan para que el Ejecutivo devuelva cierto poder a favor de otros actores y regiones.

Es posible que la reforma del Estado latinoamericano en los momentos de rechazo a las reformas de mercado y el retorno de varias posiciones de izquierda, no signifique elegir entre Parlamentarismo o Presidencialismo, sino modificar profundamente el carácter de nuestro presidencialismo híbrido, que ahora ya no se define solamente por las normas constitucionales, sino por su inserción en la democracia representativa y en la globalización mundial de la economía.

El presidencialismo en el continente muestra limitaciones para producir respuestas rápidas ante los conflictos, generar soluciones realistas y aceptables para los grupos más amplios de la sociedad, y en algunas de sus funciones más importantes, como la política internacional con Estados Unidos sobre narcotráfico o las posibilidades de reconstruir algunas empresas públicas, la Presidencia se ha visto forzada a utilizar recetas internacionales; es decir, reducir su perfil personalista y el mito de infalibilidad con un liderazgo fuerte porque éste es constantemente rebasado debido a la complejidad de los problemas actuales como las demandas de mayor participación, protagonismo de varios sectores de la sociedad civil y las contradicciones que implica una consolidación de la democracia.

La reorganización administrativa del Estado deberá tener a los Presidentes como actores centrales con capacidad para informarse, informar, explicar, dialogar, concertar y aprender del error. Habrá que focalizar cuáles son las restricciones institucionales que operan sobre las decisiones de cualquier Presidente. ¿Cuál es el impacto que las normas constitucionales y las instituciones como el Parlamento, el Poder Judicial y los partidos políticos causan para limitar la acción presidencial y una toma de decisiones racional? ¿Cómo optimizar los mecanismos de rendición de cuentas y aquellos sistemas de alerta para liquidar la corrupción en la Presidencia? Ésta debe programar períodos de introspección y analizar la forma en que los actores del presidencialismo entienden sus roles y el medio ambiente que los rodea y, en consecuencia, tener un mapa sobre cómo corregir y producir decisiones en el conjunto de toda su organización ejecutiva.

Finalmente, otro núcleo para una reforma presidencialista del Estado será desarrollar la función simbólica e integradora de la Presidencia, trabajando estrategias favorables para efectivizar un nuevo liderazgo, ya que el papel del líder en los procesos de modernización y cambio social es fundamental. Debemos aceptar que el caudillismo es una variable eterna en América Latina, pero con la posibilidad de cumplir una función simbólica, como por ejemplo la tarea de cohesionar a la comunidad política y contribuir a trazar un sentido de identidad común que inaugure un espacio propicio para tomar decisiones legítimas, útiles y estratégicas en el largo plazo. El presidencialismo sigue articulando lo regional, lo nacional y lo social.

Más allá de sus vicios autocráticos, el presidencialismo puede contribuir a la reforma del Estado y al afianzamiento de los regímenes democráticos pues las actuales circunstancias de cambios en los esquemas de economía de mercado y gobernabilidad, deben favorecer una Presidencia democrática, la cual esté alumbrada por el reconocimiento de una limitación del poder político. Si bien América Latina nunca transitará hacia un tipo de régimen parlamentarista, es fundamental transmitir a las sociedades civiles que siempre hay algo por encima del poder.

Hoy día, es importante no caer, ya sea en las redes falsas del fundamentalismo etnocéntrico, el izquierdismo destructivo sin revolución, o el sarcófago de un liberalismo de mercado desquiciado. ¿Cómo juntar estas metas en una estrategia presidencial gobernable? Por medio de un sistema político integrador, un sistema económico con equidad y un sistema social más justo, reconociendo que el presidencialismo no desaparecerá en el futuro inmediato.

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