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La recuperación del papel chino en el mundo encuentra una elocuente expresión en las reuniones que sus dirigentes han mantenido con la totalidad de los gobernantes africanos. Primero fue la cumbre que tuvo lugar en Pekín en el 2008. Y, hace algunas semanas, la que se celebró en África. ¿Podría alguien imaginar a algún dirigente europeo, o americano, convocando a todas las naciones africanas?
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Enero 13 del 2010
JOSEP Oliver Alonso
El gigante asiático no hace más que retornar al lugar que le fue sustraído por la expansión europea.
Enero 13 del 2010
JOSEP Oliver Alonso
Hace unos días, se conocía una nueva marca, y van ya unas cuantas en los últimos años, de la economía china: en el 2009 se han vendido más de 13 millones de vehículos, superando, por vez primera en la historia, a EEUU como primer consumidor mundial. China nos tiene ya acostumbrados a sus estratosféricas conquistas. El tren más veloz del mundo, la construcción de la red ferroviaria de alta velocidad más larga del planeta, el diseño y construcción de una red de autopistas que equivale a la de EEUU en los años 50 de la mano de Eisenhower... Un sinfín de récords, entre los que quizá el más relevante es que acaba de superar a Alemania como primer exportador mundial, al tiempo que ya se sitúa muy cerca de Japón, a punto para superar la segunda economía del planeta.
Este formidable avance recuerda los momentos de optimismo histórico de EEUU en el cambio del siglo XIX al XX y que les llevó en 1929, en menos de un año, a construir el Empire State Building. Pero tiene diferencias culturales y políticas notables, entre las que destaca que, para China, no se trata de emerger como potencia mundial. Por el contrario, China regresa a un estatus de gran potencia que ya tuvo no hace tanto tiempo.
Un filósofo norteamericano ha argumentado, con razón, que el reequilibrio económico mundial, la modificación del centro de gravedad desde el Atlántico al este del Pacífico no es más que el retorno, el eterno retorno, hacia el orden natural anterior. China y también la India concentraron, hasta la revolución industrial del siglo XVIII, la mayoría de la población y de la actividad económica mundial. Y ahora no hacen más que retornar al lugar que siempre les ha correspondido, y que les fue sustraído por la expansión europea.
La recuperación del papel chino en el mundo encuentra una elocuente expresión en las reuniones que sus dirigentes han mantenido con la totalidad de los gobernantes africanos. Primero fue la cumbre que tuvo lugar en Pekín en el 2008. Y, hace algunas semanas, la que se celebró en África. ¿Podría alguien imaginar a algún dirigente europeo, o americano, convocando a todas las naciones africanas?
El éxito de su política exterior se basa en una larga historia de relaciones comerciales, muy alejada de las que practicó el colonialismo occidental en su día. Y para muestra, un botón. Cuando en 1421, el emperador Zhu Di inauguró los trabajos de reconstrucción de Pekín como capital del imperio fue acompañado en la celebración, que duró ¡dos años!, por representantes de la mayoría de los países bañados por el océano Índico y el Pacífico, desde Arabia y el estrecho de Ormuz a la costa este africana, y desde Calcuta a Sri Lanka, Java, Borneo y Vietnam. 1421 es también el año en el que una gran flota zarpó para extender la influencia comercial china a todo el globo, cartografiando el planeta, y dando origen, así parece, a los mapas que permitieron los viajes de Colón y Magallanes, como describe Menzies en su documentado trabajo 1421, The year China discovered the world.
China ha regresado. Y este regreso va a tener mayores consecuencias a medida que su poder económico se asiente. Zhou Xiaochuan, el gobernador del Banco Popular de China, ha dibujado, como una alternativa deseable en el medio plazo, una nueva estrategia globalizadora, una globalización a la china. Ello implica plantearse muy seriamente inversiones en países en desarrollo para facilitar su industrialización y aumentar su consumo, y su demanda de productos chinos. La posición de África en este contexto aparece como especialmente relevante para China en un horizonte de precios al alza de la energía, por su proximidad a los mercados de destino europeos.
Finalmente, las recientes conversaciones entre EEUU y China, el G-2, como se ha denominado, parecen haber dejado un tanto de lado al emergente G-20, que ha lidiado con la crisis, y también a la Unión Europea. Al mismo tiempo, el resultado de la cumbre del clima de Copenhague, donde China y otros países emergentes han estado marcando la pauta, apunta hacia un nuevo, pero distinto, paso en la globalización. La visión de un Obama al que los dignatarios de China, Rusia, Brasil, la India y África del Sur tuvieron que hacer un hueco en su mesa de negociación dice más de las transformaciones ya operadas en la globalización mundial que cualquier estadística.Y nuestra querida Europa, ¿dónde queda en este nuevo orden?
Desgraciadamente, pese a los innegables avances, los pequeños pero poderosos intereses nacionales siguen bloqueando las necesarias reformas, como se ha puesto de manifiesto con el nombramiento de su presidente permanente y su ministro de Asuntos Exteriores. Decía hace unas semanas, desde estas páginas, que las élites tienden a ser incapaces de comprender los cambios que afectan su status quo. Las europeas, mal que nos pese, no son una excepción a esta regla. Esperemos, porque nos conviene, que el despertar del gigante chino nos obligue a dar un salto de escala en la construcción europea. O eso, o lo que viene.
Catedrático de Economía Aplicada (UAB)
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