jueves, 3 de noviembre de 2011

Presidente de Francia. Nicolás Sarkozy: Fin de un reinado. Su popularidad y legitimidad “por los suelos”.

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El bloque hegemónico que llevó a Sarkozy a la presidencia, en 2007, le acompaña actualmente en la caída estrepitosa de su prestigio. El presidente que pretendió ejercer su mandato como un “monarca republicano” termina su tramo final con un rechazo inigualado por ningún presidente en la V República. Nadie cayó tan bajo ni tan rápidamente. Las más recientes encuestas le dan apenas un 22 % de opiniones favorables. Sus tentativas para redorar su blasón erigiéndose en “jefe de guerra” - reincorporación de Francia a la OTAN, participación en la guerra de Afganistán, iniciativa de intervención bélica en Libia, etc. - no pueden hacer olvidar la nefasta política económica de su gobierno. Como resulta también difícil olvidar el apoyo, la amistad y los negocios con las dictaduras de los países árabes derrocadas recientemente por las sublevaciones populares. Ni tampoco la vieja tradición francesa de sostén a las dictaduras del ex-imperio colonial. Cuando esta gente habla, pues, de “democracia” o de “derechos humanos”, no se trata de lamentarse ni tampoco de llorar: solo queda reírse. Pocas veces en la historia europea, el cinismo, la arrogancia y el desprecio han asumido formas tan grotescas.


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Presidente de Francia. Nicolás Sarkozy: Fin de un reinado. Su popularidad y legitimidad “por los suelos”.


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Jueves 3 de noviembre del 2011.


Hugo Moreno (SIN PERMISO, especial para ARGENPRESS.info)



Para Jordi Dauder, camarada y amigo. En recuerdo.



Ya no atravesaremos juntos las turbulentas aguas en las que aprendimos a nadar.


Y esta vez fuiste tú el que se olvidó de convocarnos a la reunión.


Con alegría te recuerdo por tu “joie de vivre”, generosa y vital. Con alegría, pues la tristeza no puede asociarse a tu nombre.



En medio de una crisis económica mayor, la más grave desde hace siete décadas, la derecha conservadora francesa se hunde en una profunda crisis política, social y moral. Las consecuencias de esta crisis son todavía difíciles de discernir, ni tampoco de preveer. Pero es muy probable que selle la suerte del efímero “reino” de Nicolás Sarkozy.

El bloque hegemónico que llevó a Sarkozy a la presidencia, en 2007, le acompaña actualmente en la caída estrepitosa de su prestigio. El presidente que pretendió ejercer su mandato como un “monarca republicano” termina su tramo final con un rechazo inigualado por ningún presidente en la V República. Nadie cayó tan bajo ni tan rápidamente. Las más recientes encuestas le dan apenas un 22 % de opiniones favorables. Sus tentativas para redorar su blasón erigiéndose en “jefe de guerra” - reincorporación de Francia a la OTAN, participación en la guerra de Afganistán, iniciativa de intervención bélica en Libia, etc. - no pueden hacer olvidar la nefasta política económica de su gobierno. Como resulta también difícil olvidar el apoyo, la amistad y los negocios con las dictaduras de los países árabes derrocadas recientemente por las sublevaciones populares. Ni tampoco la vieja tradición francesa de sostén a las dictaduras del ex-imperio colonial. Cuando esta gente habla, pues, de “democracia” o de “derechos humanos”, no se trata de lamentarse ni tampoco de llorar: solo queda reírse. Pocas veces en la historia europea, el cinismo, la arrogancia y el desprecio han asumido formas tan grotescas.



Se agregan las promesas incumplidas, las mentiras y los escándalos de todo tipo (cinco o seis ministros o altos funcionarios obligados a renunciar y bajo la mira de la justicia). Este tufillo de corrupción increíble impregna la derecha conservadora. Así, golpeado por los affaires el “círculo cercano” del presidente se ha restringido al máximo. No se trata de un asunto de “competencias”, sino de procesos penales en curso. Los secuaces que quedan no son precisamente los mejores. ni siquiera los más “honorables”. Son más bien cómplices de la deriva de la República hacia sus aspectos más negativos. No es casual que el partido gubernamental – la UMP – esté atravesado por conflictos, disputas y divergencias como pocas veces se ha visto. Así como algunos saltan del barco que se hunde, la “lepenización” de un sector se asume cada vez más sin tapujo alguno. A tal punto que un núcleo “duro” de la UMP con el nombre de “Derecha popular” (60 diputados) defiende posiciones políticas fronterizas y/o inspiradas por el FN de Marine Le Pen, la nueva jefa del partido de extrema derecha. Huele a podrido en este fin de “reino” de Sarkozy.



El desmantelamiento del Estado Social de Bienestar fue - y sigue siendo - el objetivo principal del sarkozismo. Inspirado en la ideología neoliberal de la fetichización del mercado, en detrimento de la igualdad y la justicia social, sus consecuencias se tradujeron en una verdadera catástrofe. Apenas cuatro años de gestión, amplios sectores de la población soportan diariamente el peso de las (contra)reformas que destruyeron (y destruyen) las conquistas de varias generaciones. El deterioro del nivel de vida, el aumento de las desigualdades y la pobreza, el desempleo de masas (la tasa oficial es 9,3 %, en realidad, la más probable ronda el 15 %, o sea, 5 millones de desocupados), son algunos de sus resultados. Estos no son consecuencia de la crisis considerada ineluctable y exógena, pues la economía no funciona, como es sabido, obedeciendo a leyes naturales, eternas e inmutables. Es el producto de una estrategia económica que privilegia la acumulación de beneficios y la reproducción del sistema a costa del bienestar social. Las decisiones se toman a favor o en contra de un sector de la sociedad. Y esa es una elección política.



Derechas e izquierdas



Esa es la línea divisoria precisamente entre la izquierda y la derecha, que no son lo mismo, aunque a veces coincidan. Hay una frontera política e ideológica que dilimita, al menos desde la Gran Revolución Francesa, la que separó la Montaña de la Gironda, o a Robespierre de Dantón, digamos. Esa distinción persiste, bajo otras formas adecuadas a los tiempos. Es aquella que separa a los que se ponen al servicio de los opresores de sus antípodas, los que por el contrario se colocan del lado de los oprimidos.



Este gobierno funciona en beneficio de las clases propietarias, de los opresores, en detrimento de las clases populares. Esa es la esencia del “sarkozismo”. Con una diferencia que no deja de tener importancia. Si la vieja burguesía mantenía un cierto decoro, al menos en las apariencias, Sarkozy y su gente aparecen abiertamente como los servidores de los “ricos”. Lo proclaman, lo muestran, rompen aquel “discreto encanto”, falso por cierto, pero mistificador. Aparecen como una banda de aventureros, con alguna rara excepción. Esa es la derecha que hay que derrotar, en las calles y en las urnas.



Algunos sectores de la burguesía perciben que Francia (y Europa) está siendo conducida a un callejón sin salida. Al menos, sin salida a corto plazo. Que la explotación tiene sus límites, y desde abajo se acumula la indignación que puede convertirse en revuelta, como en Grecia, España o Portugal. Resurge entonces el temor secular a las “clases peligrosas”, ese espectro que planea en este país de revoluciones y contrarrevoluciones. Sarkozy agita ese temor, lo atiza, divide la sociedad entre “ganadores” y “perdedores” (los primeros son siempre aquellos que se enriquecen). Lo concentra en su odio visceral a Mayo 68 que, en su imaginario enajenado, funciona como una plaga a exterminar, un peligro siempre presente.



Sin embargo, sería injusto atribuir sólo a Sarkozy y a la derecha conservadora la totalidad del fracaso. La responsabilidad de la izquierda (otrora) reformista no es menor. Desde 1983, apenas dos años después de la victoria de François Mitterrand, la izquierda socialista se fue integrando al sistema y a sus instituciones. Se adoptaron leyes progresistas como la abolición de la pena de muerte, la generalización de la protección a la salud pública, el derecho a la jubilación a los 60 años, la baja de la TVA y muchas otras medidas en el mismo sentido. Durante la gestión de Lionel Jospin, como primer ministro de Jacques Chirac, se adoptaron las “35 horas” (iniciativa de Martine Aubry), el plan Empleo-Jóvenes, se legalizó la igualdad de sexos fuera del contrato matrimonial (PACS), etc. Todo eso es cierto: Forma parte de un balance positivo. Pero al mismo tiempo, bajo la gestión Jospin tuvo lugar una ola de privatizaciones sin precedentes: France Telecom, Thomson Multimedia, Air France, Aeroespacial Matra, EDF-GDF (electricidad y gaz) así como el sector bancario y otros.



La dinámica que condujo a la actual situación fue pues compartida, al menos desde el fin de la Unión de la Izquierda (PS-PCF) en 1983. La gran esperanza de 1981 - quizá también una gran ilusión - dejó paso al “realismo”, o sea, a la claudicación política. Las “101” proposiciones programáticas, cuyo eje ideológico y propagandístico eran “cambiar la vida” y la “ruptura” con el capitalismo, fueron siendo paulatinamente abandonadas. La socialdemocracia entró en la era del social-liberalismo rápidamente, curso que se acentuó en los años a seguir. Las elecciones presidenciales en 2002 dieron la sorpresa de una eliminación, en el primer turno, de la candidatura de Jospin. A la sorpresa le siguió un pánico generalizado. En el segundo turno quedaron presentes Chirac enfrentado con Jean-Marie Le Pen. El pánico precipitó a toda la izquierda, con alguna rara excepción, a votar por Chirac acordándole a éste el 82 % de los votos. Un “cheque en blanco”, cuando Chirac podía ganar con su propia base, y en cambio contribuyó a la desmoralización de la izquierda.



¿Dónde va la izquierda?



El programa del PS, actualmente, es un proyecto social-liberal funcional al capitalismo.



¿Acaso no fueron todos, con sus diversos matices, los artífices del Tratado de Maastrich hasta el de Lisboa? ¿Quién se opuso a la construcción de una Europa neoliberal, ese Gran Mercado actualmente en bancarrota ? ¿Quién alertó que el pequeño grupo de Bruselas, monopolizando el Euro-moneda-única, terminaría por dictar la política económica, en detrimento de la soberanía nacional y de la soberanía popular, basamento de los principios republicanos y democráticos? ¿Quién denunció que una Europa sin timón político, sin unidad política, sin apoyarse en una extensión de la democracia y en la participación popular, quedaba en manos de las élites que controlan el capital financiero? Fueron pocos, muy pocos, los dirigentes y organizaciones que lo hicieron.



La nueva Gran Depresión en curso desde 2007-2008 – la mayor crisis económica y financiera mundial desde los años 1930 –puso a luz que el barco de la Euro-Europa se hunde. Los manotazos de ahogado de Sarkozy, tratando de evitar la debacle de Grecia (cuya responsabilidad recae sobre el capital financiero) aparecen patéticos frente a una Alemania que tiene en sus manos el timón. La Unión Europea, que fue presentada como un gigante, aparece con sus pies de barro, frágiles y al desnudo. Y Grecia está próxima, pues la crisis que golpea España, Portugal, Italia (tercera economía) está también golpeando la puerta de Francia. “Socorro”, grita el bombero pirómano. ¿Alguien le prestará atención que no sea para vituperarlo? Los males son visibles. El problema, como siempre, es la alternativa. En este fin de reino de Sarkozy, la debilidad y/o la ausencia de una alternativa creíble puede también tener consecuencias desastrosas. No sabemos, ni podemos prevenir su curso. Pero la historia enseña que si bien no hay crisis sin salida, ésta no siempre suele tomar el mejor de los caminos.



Cuando en 2005 una mayoría abrumadora dijo “No” al proyecto de constitución europea neoliberal, las élites gobernantes hicieron tabula rasa de la voluntad popular. Lo impusieron apoyándose en maniobras y el control de una mayoría parlamentaria. También con la complicidad del Partido Socialista, principal fuerza de la oposición. Fue una verdadera estafa política y moral donde un sector minoritario se impuso a la voluntad de millones Una mayoría de la dirección socialista se pronunció por el “Si”, a excepción de la minoría que siguió a Laurent Fabius, Jean-Luc Mélenchon, Henri Emmanuelli y algunos otros. Solo esta izquierda socialista, con el PCF y la izquierda radical (LCR, LO), vale recordar, se pronunciaron claramente en rechazo a la Europa neo-liberal. En ese “No” se produjo una confluencia con la onda profunda que provenía de las masas populares. Se dejó pasar entonces, probablemente, una oportunidad para construir un gran frente de izquierda, una real izquierda a la izquierda PS, reagrupando las diversas corrientes que continúan a proclamarse republicanas, anticapitalistas y socialistas. Si no se hizo, es otra cuestión.



Terminar con Sarkozy: una prioridad



La derecha se derrumba, pero resulta difícil vislumbrar una alternativa no sólo posible, sino realmente válida. La única fuerza importante de la oposición al gobierno es el PS. Este se organiza con la perspectiva de ganar las elecciones presidenciales en abril 2012. Sus resultados electorales le permiten presentarse como el principal partido de oposión al sarkozismo y una eventual posibilidad de cambio político. El hecho que el PS gana sistemáticamente las elecciones regionales, departamentales y cantonales, se refuerza con la reciente derrota de la derecha en las elecciones senatoriales. En efecto, el Senado, esta institución arcaica y conservadora, cuyo origen remonta a la Constitución termidoriana de 1795, ha pasado bajo control de una mayoría de izquierda, hecho inédito desde 1958. Su importancia, entre otras, reside en una manifestación síntomática del descontento de los electores, en particular de los representantes de las municipalides. La presidencia, segunda figura institucional de la V República, fue atribuída al senador socialista Jean-Pierre Bel.



En este contexto, tuvieron lugar las elecciones primarias para elegir el candidato socialista a las presidenciales de 2012. Quizá convenga recordar que éstas se produjeron después que el “gran favorito” – Dominique Strauss-Kahn – fuera descalificado a causa de su escabroso comportamiento en el hotel Sofitel de Nueva York. Eliminado así el que aparecía como el candidato natural para ganar las presidenciales, las primarias constituyeron un hecho singular. Seis condidatos se postularon : François Hollande, Martine Aubry, Ségolène Royal, Arnaud Montebourg, Manuel Valls y Jean-Michel Baylet (este último senador por el pequeño partido radical socialista, o sea, ni siquiera miembro del PS). En dos domingos consecutivos (el 9 y el 16 de octubre) una cantidad considerable de electores se movilizó para votar (más de 2,5 millones la primera vuelta, 3 millones la segunda). Todo elector de izquierda podía participar. La condición era figurar en las listas electorales, firmar una adhesión a los “valores de la izquierda” y pagar un euro como contribución. 6,5 % del cuerpo electoral francés emitió en esos dos días su preferencia.



El resultado es conocido. En el enfrentamiento final entre F. Hollande y M. Aubry, el primero resultó ganador (56,6 % contra 43,4 % de su rival). En el primer turno, A. Montebourg sorprendió (17,22 %) dejando muy atrás a S. Royal (6,81 %) y a M.Valls (5,64) y confirmó el ínfimo peso de J.-M. Baynet (0,65 %). Cualquiera sea la valoración que se haga de estas primarias, estos datos son significativos. En primer lugar, por la importancia de la participación, tanto en la elección misma como los millones que siguieron los debates a través de la televisión y otros medios. Puede decirse que se produjo un nuevo despertar por la política. Eso es saludable. En cuanto a los debates, en sí mismos, no pasaron de intercambios sin substancia. Ninguno de los pretendientes se pronunció abiertamente contra la Europa neo-liberal ni propuso un esbozo de alternativa fuera del sistema. El término mismo de socialismo estuvo completamente ausente.



Sin embargo, el hecho mayor fue la participación de esos millones de electores del “pueblo de izquierda”. No se movilizaron para apoyar al PS, ni mucho menos al social-liberalismo. El resultado obtenido por los candidatos abiertamente identificados como neoliberales (Valls en particular) es un ejemplo, contrariamente a Montebourg que se había pronunciado por el “No” y propone desde hace tiempo una VI República. Los electores aprovecharon la ocasión, como se dice, para hacer sonar las campanas, por un lado abiertamente contra el gobierno, pero también probablemente como una exigencia al PS. Que la derecha tuviera que salir apresuradamente a polemizar, luego de haber intentado minimizar y descalificar el acontecimiento, lo indica claramente.



Las organizaciones de la izquierda no socialista - el Frente de Izquierda (PCF, Partido de Izquierda y otras) - presentan a Jean-Luc Mélenchon como su candidato. Por ahora su movilización pasa casi desapercibida, aunque representa una posibilidad real, sin mayores ilusiones, para pesar con posiciones avanzadas que vayan más lejos que el híbrido proyecto esbozado por el PS. Sin una fuerza política y social importante a la izquierda del PS que cuestione el sistema, que afirme la ruptura con la Europa neo-liberal y sus secuelas, que se pronuncie claramente por un cambio radical, que restablezca la democracia cada vez más restringida, no habrá solución alguna.



Verdes, Ecologistas y el NPA siguen en la deriva. El NPA, en particular, encerrándose en una posición sectaria, en oposición a una política unitaria, perdió gran parte del capital político. La atracción que pudo tener en el momento de su fundación, lamentablemente se dilapidó. El daltonismo que impide diferenciar los colores y sus nuances, y en política la identificación Derecha=PS, los ha conducido a un callejón quizá sin salida. La hemorragia permanente de su base y de cuadros militantes no augura un avenir promisorio.



El clima social es propicio para derribar a Sarkozy. Es una prioridad insoslayable, una cuestión de salud pública. El hecho paradójico que la movilización sindical y de masas no tome fuerza, no es sorprendente. Durante años hubo huelgas, manifestaciones masivas, expresiones de todo tipo de resistencia y rechazo a la derecha conservadora. Las últimas fueron las grandes luchas, en 2010, contra la reforma del sistema de pensiones. Entre 8 y 10 millones se movilizaron a lo largo del año. Las organizaciones sindicales mostraron una poderosa capacidad de movilización, muy superior a sus menguadas fuerzas. Existen y la gente responde cuando se identifica en la protesta. Pero la reforma pasó, aprobada por la mayoría parlamentaria en manos de la derecha. Así fue lo mismo con la ley universitaria el año precedente. En 2009, un año de luchas, prácticamente todas las universidades paradas, un rechazo total. Sin embargo, la ley se impuso y se aplica.



No es de extrañar, pues, que por ahora las clases populares de Francia aparezcan a la expectativa, como si estuvieran inertes frente a tantos golpes recibidos, a diferencia de lo que sucede en Grecia, España, Portugal, Italia. Pero no hay que confundir esta inercia aparente con resignación. La indignación también se generaliza en este país. Puede transformarse en rabia y rebelión cuando menos se lo espere. Por ahora, destronar a Sarkozy y pasar el “kärcher” a la derecha conservadora está a la orden del día. Es posible que este efímero “reinado” termine en el oprobio, condenado como el más conservador y el peor de los gobiernos que tuvo Francia desde 1945. La única garantía es la movilización generalizada en todos los planos y bajo todas formas, en las calles y en las urnas.


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Hugo Moreno, profesor de ciencia política en la universidad parisina de Saint-Denis, es miembro de la redacción de Sin Permiso.

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