lunes, 8 de agosto de 2016

FEMINISMOS: EL CASTIGO PATRIARCAL NO PROTEGE A LAS MUJERES.

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LA RAZÓN CONTRARIADA. HABLA UNA FEMINISTA.- Machismo, misoginia, feminismo, misandría e  igualitarismo. O "la guerra de los géneros". El machismo es un gran problema en la sociedad y uno que ha existido durante demasiado tiempo: mujeres que son tratadas como objetos, como propiedad de otra persona, arrancándoles su individualidad, su libre albedrío, su esencia como ser inteligente y sensible. Y a la persona que intenta desprenderle su  esencia a otro ser, ¿ qué cosa se puede decir sino que lo desprecia?. Quizá podrá llegar a desear, armar su cuerpo, pero su mente, su ser lo odia. De ahí nace la misoginia.
Siendo la misoginia una actitud común en una sociedad gobernada por hombres (líderes políticos, ideológicos, económicos, militares; hombres prácticamente todos), no era de sorprender que con la introducción de la educación generalizada y el aumento de la comunicación nacieran movimientos que intentaran detener esta situación; entra el feminismo, una ideología que busca la equidad entre la mujer y el hombre. ¿Por qué un movimiento que busca la equidad/igualdad no se llama equitativismo o igualitarismo sino “feminismo”.

Qué es el Machismo.- La Real Academia Española (RAE) define al machismo como la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres. Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que resultan ofensivos contra el género femenino. El machismo es una expresión derivada de la palabra macho, definido como aquella actitud o manera de pensar de quien sostiene que el varón es por naturaleza superior a la mujer.

El machismo es una ideología que engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto indiferentemente de la cultura, tradición, folclore o contexto. Para referirse a tal negación del sujeto, existen distintas variantes que dependen del ámbito que se refiera, algunos son familiares (estructuras familiares patriarcales, es decir dominación masculina), sexuales (promoción de la inferioridad de la sexualidad femenina como sujeto pasivo o negación del deseo femenino), económicas (infravaloración de la actividad laboral, trabajadoras de segunda fila), legislativas (no representación de la mujer en las leyes y por tanto, no legitimación de su condición de ciudadanas, leyes que no promuevan la protección de la mujer ni sus necesidades), intelectuales (inferioridad en inteligencia, en capacidad matemática, en capacidad objetiva, en lógica, en análisis y tratada como astucia, maldad, subjetiva, poco coeficiente intelectual), anatómicas (poca importancia al parto, poco papel en la reproductividad biológica), lingüísticas (no representación de la mujer en el lenguaje), históricas (ocultación de mujeres importantes dentro de la historia de la humanidad), culturales (representación de la mujer en los medios de comunicación como un cuerpo haciendo de ella misma un objeto en vez de un ser humano, espectaculación), académicas (poca importancia a estudios de género, no reconocimiento de la importancia del tocado feminismo), etc.

Algunos críticos consideran también machismo la discriminación contra otros grupos sociales, como en el caso de varones homosexuales, como no "masculino". Esto podría considerarse como una actitud misógina ya que implica un rechazo de todo aquello que no sea lo considerado masculino. Una definición de algunos movimientos feministas lo define como "el conjunto de actitudes y prácticas aprendidas sexistas llevadas a cabo en pro del mantenimiento de órdenes sociales en que las mujeres son sometidas o discriminadas". Se considera el machismo como causante principal de comportamientos heterosexistas u homofóbicos. Aquella conducta permea distintos niveles de la sociedad desde la niñez temprana hasta la adultez con iniciaciones de fraternidades y otras presiones de los llamados grupos.


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FEMINISMOS: EL CASTIGO PATRIARCAL NO PROTEGE A LAS MUJERES.
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Paz Francés Lecumberri.

Periódico Diagonal.

Rebelión lunes 8 de agosto del 2016.

Reflexiones al hilo de algunos discursos sobre la respuesta a las Agresiones sexuales en San Fermines.


Decir que el poder punitivo es un poder claramente patriarcal es casi una perogrullada. En primer lugar, porque todos los sistemas que configuran la cultura hegemónica actual son patriarcales, pues el patriarcado no sólo es un sistema total, sino además global. En segundo lugar, porque es precisamente el poder punitivo (y la cultura del castigo que le subyace) el núcleo fundamental de la cultura occidental hoy dominante en casi todo el planeta.

El patriarcado es una forma de violencia cultural y estructural, lo cual es evidente en innumerables ejemplos, uno de ellos las agresiones sexuales a mujeres. Sin embargo, es precisamente también desde esa cultura violenta desde donde se ha construido un sistema de castigo cada vez más perfeccionado por parte del Estado: el Derecho penal y sus instituciones. Es decir, es en el sistema patriarcal en el que se entiende el modelo de justicia penal que tenemos y no es casual que sea así porque es consecuencia del primero y está construido a su imagen y semejanza.

Brevemente podemos afirmar que son dos los rasgos comunes generales que unen al poder punitivo y al poder patriarcal. El primer punto de encuentro estaría en su relación con el capitalismo y el segundo en el control mediante el miedo (a la fuerza, a la pena, al infierno, etc.) Pero además hay otros rasgos más precisos entre el patriarcado y el sistema penal. Éstos son, sin detenernos en desarrollarlos: el desprecio por la vida (no sólo de personas, sino también de animales, plantas…), la generación de siervas (víctimas, incapaces, infantilizadas), la utilización amañada de las ciencias, el interés en la ruptura de los lazos de solidaridad, el fundamento en la lógica dualista (hombre-mujer/buen@s-mal@s/criminales-no criminales), la relación entre el concepto culpa de la punición y el concepto “eres mía” del patriarcado…

En fin, éstos son sólo algunos de los muchos rasgos comunes que se pueden identificar entre el poder punitivo y el poder patriarcal porque lo que en verdad se quiere trasmitir es que este hecho no puede pasar desapercibido para los feminismos. Quienes confían en el recurso al sistema penal (o incluso piden reformas tendentes a su endurecimiento y una reducción de las garantías) tal y como hoy está pensado y configurado, no se percatan de que esto implica un riesgo que para nosotras es claro: la perpetuación y consolidación de uno de los elementos sustentadores más importantes del patriarcado: el poder y el derecho de castigar.

Decir que el poder punitivo es un poder claramente patriarcal es casi una perogrullada. En primer lugar, porque todos los sistemas que configuran la cultura hegemónica actual son patriarcales, pues el patriarcado no sólo es un sistema total, sino además global. En segundo lugar, porque es precisamente el poder punitivo (y la cultura del castigo que le subyace) el núcleo fundamental de la cultura occidental hoy dominante en casi todo el planeta.

El patriarcado es una forma de violencia cultural y estructural, lo cual es evidente en innumerables ejemplos, uno de ellos las agresiones sexuales a mujeres. Sin embargo, es precisamente también desde esa cultura violenta desde donde se ha construido un sistema de castigo cada vez más perfeccionado por parte del Estado: el Derecho penal y sus instituciones. Es decir, es en el sistema patriarcal en el que se entiende el modelo de justicia penal que tenemos y no es casual que sea así porque es consecuencia del primero y está construido a su imagen y semejanza.

Brevemente podemos afirmar que son dos los rasgos comunes generales que unen al poder punitivo y al poder patriarcal. El primer punto de encuentro estaría en su relación con el capitalismo y el segundo en el control mediante el miedo (a la fuerza, a la pena, al infierno, etc.) Pero además hay otros rasgos más precisos entre el patriarcado y el sistema penal. Éstos son, sin detenernos en desarrollarlos: el desprecio por la vida (no sólo de personas, sino también de animales, plantas…), la generación de siervas (víctimas, incapaces, infantilizadas), la utilización amañada de las ciencias, el interés en la ruptura de los lazos de solidaridad, el fundamento en la lógica dualista (hombre-mujer/buen@s-mal@s/criminales-no criminales), la relación entre el concepto culpa de la punición y el concepto “eres mía” del patriarcado…


Machismo, misoginia, feminismo, misandría e  igualitarismo. O "la guerra de los géneros". El machismo mes un gran problema en la sociedad y uno que ha existido durante demasiado tiempo: mujeres que son tratadas como objetos, como propiedad de otra persona.


En fin, éstos son sólo algunos de los muchos rasgos comunes que se pueden identificar entre el poder punitivo y el poder patriarcal porque lo que en verdad se quiere trasmitir es que este hecho no puede pasar desapercibido para los feminismos. Quienes confían en el recurso al sistema penal (o incluso piden reformas tendentes a su endurecimiento y una reducción de las garantías) tal y como hoy está pensado y configurado, no se percatan de que esto implica un riesgo que para nosotras es claro: la perpetuación y consolidación de uno de los elementos sustentadores más importantes del patriarcado: el poder y el derecho de castigar.

Tomar consciencia de esto no es una empresa sencilla porque como ya se ha escrito por relevantes feministas la dominación propia del patriarcado está hecha para parecer un rasgo de vida. En definitiva, estamos hechas de orden patriarcal. Es más, de toda la literatura feminista al respecto sólo una mujer se ha atrevido de forma clara a formular esa relación desde la necesidad de la abolición de las prisiones: Angela Davis.

Violencia contra las mujeres.

Somos conscientes de que la violencia contra las mujeres es real y mucho más amplia de lo que se documenta, y de que las mujeres tenemos que buscar protegernos de ella y hacerle frente. Sin embargo, no es cierto que los sistemas penales actuales sirvan para esto, y ésta es la segunda cuestión que no se tiene en consideración. Como ampliamente se sabe, la prisión –y en general el sistema penal– se critica porque no cumple con las funciones que formalmente tiene otorgadas –entre ellas la de la intimidación y la reinserción–, y además puede ser criticada desde muchas otras perspectivas, como son: la falacia de que afecta exclusivamente a la libertad, la mitificación de las personas que están en prisión, su carácter criminógeno, los efectos psicosomáticos de la prisión, los fenómenos de la victimización secundaria y terciaria, etc., el olvido de las víctimas, los costes del control en detrimento de otras medidas contra el delito… y otras tantas cuestiones que sería imposible mencionar y trabajar en profundidad en este artículo de opinión, pero que están ahí y hacen que la protección a la que nos referíamos no sea real. Y aunque se cree firmemente lo anterior, no implica que no pensemos que las mujeres que hoy sufren violencia patriarcal no puedan y deban usar todos los instrumentos que tengan a su alcance para defenderse, y esto muchas veces incluirá el consejo de que pongan denuncias, pidan detenciones, etc., pues desafortunadamente en algunos casos es lo único que el Estado y la sociedad ofrecen. Pero todo ello debería hacerse muy muy conscientes –no tanto por quien denuncia, como por el resto de la sociedad– de que es una medida insuficiente, muchas veces inútil en la práctica y que, sobre todo, no debe hacer perder de vista la ilegitimidad del castigo, su uso sobre todo –así ha sido históricamente– en contra de las mujeres, y la necesidad urgente de construir una sociedad no punitiva para precisamente eliminar el patriarcado.

En este sentido, el concepto de castigo nos debe interpelar a cada una de nosotras y en colectivo. Desde aquí se plantea la necesidad de sentar las bases para avanzar, desde otros lugares que no sean el de la dominación y el castigo propios del patriarcado, hacia lugares más justos. Éste debería ser el horizonte si queremos ser coherentes, al menos, quienes vemos en los feminismos una nueva revolución y aspiramos a tener en cuenta todas las opresiones.

No cuestionar el sistema punitivo, en el que se sostiene precisamente el patriarcado, sino alentarlo y encontrarnos en las calles pidiendo más castigo, es un error mayúsculo que desde los feminismos no nos podemos permitir si no queremos reforzar el patriarcado mismo.


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