martes, 25 de diciembre de 2018

¿POR QUÉ SE VA MERKEL?.

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LA CANCILLER FALLIDA. NAGELA MERKEL.- Merkel ha dañado seriamente los tres pilares que rehabilitaron a la política alemana de posguerra: el Estado social, la integración de la Unión Europea y la política de distensión hacia Rusia conocida como 'Ostpolitik'.
Todos loan su “liderazgo”. “¿Qué será de Europa?”, se preguntan tras el anuncio de Angela Merkel de dejar la presidencia de la CDU –bien pronto– y la política, en un par de años. El balance de esta canciller fallida, servidora de los poderosos, en su país y en el mundo, y sin más valores políticos que un fino sentido de la oportunidad, se ha perdido por completo en esta anticipada hagiografía.

Generación sin complejos

Merkel es la Canciller de laQuinta Alemania”, el nuevo país surgido de la reunificación de 1990 que solo apareció como evidencia a partir de la crisis de 2008. Merkel es la representante de una generación de políticos alemanes liberada de los escrúpulos y complejos nacionales de la anterior Alemania, una nación dividida, ocupada militarmente y consciente de sus culpas históricas. 
Merkel no tiene nada que ver con los Brandt, Schmidt o Kohl, gente que vivió la guerra (el primero de ellos hasta fue un raro y digno opositor al nazismo). Como ciudadana del Este, no vivió los complejos de un Estado, el de la RFA, fundado y levantado por exnazis. Así que, consciente o no, recuperó la catastrófica idea de una “Europa alemana” intrínseca a su establishment, algo que nunca ha funcionado, porque no hay rastro de espíritu universal en la tradición del nacionalismo alemán, sino un torpe supremacismo, organizado, ciego y dogmático, que suele desembocar en ansias de dominio que acaban mal.  

Sus tres desastres.

Merkel ha dañado seriamente los tres pilares que rehabilitaron a la política alemana de posguerra: el Estado social, la integración de la Unión Europea y la política de distensión hacia Rusia conocida como Ostpolitik.

Merkel ha mantenido el desmonte del rechoncho Estado social alemán emprendido por los socialdemócratas, cuyo sentido primero había sido restar argumentos al socialismo cuartelario de la RDA. Anexionada la Alemania del Este, ya no cabían restricciones; solo quedaba lanzarse a todo vapor y sin trabas a la conquista exportadora. Recortes de subsidios sociales, explosión de trabajo precario y unos 15,5 millones de pobres y amenazados de exclusión, en un país que hasta los años noventa se caracterizó por una condiciones sociolaborales bastante decentes.
 

Principio del formulario.

En ausencia de proyectos alternativos (Francia no estaba), la derecha alemana se dotó de una arquitectura europea a la medida de su economía exportadora y de su menguante demografía. Cuando estalló la crisis, hace diez años, ofreció una explicación nacional en línea con la ortodoxia neoliberal a lo que era un problema sistémico internacional. La austeridad que siguió al dumping salarial, todo ello presentado en un envoltorio moralizante de pigs y virtuosos, destrozó la promesa de prosperidad y la perspectiva de nivelación entre los Estados miembros de la Unión Europea, conduciéndola en una dirección desintegradora. El euroescepticismo, una ideología razonable y lúcida a la luz de lo que ofrece el europeísmo realmente existente, ha quedado mayormente en manos de la extrema derecha, incluso en Alemania que hoy cuenta con el mayor grupo parlamentario de extrema derecha de todo el continente: 92 diputados de AfD, sin contar algunos compañeros de viaje de la CSU bávara.

El artificial conflicto con Rusia provocado por la ampliación de la OTAN y sus prolegómenos, ha enterrado la Ostpolitik, el contrito imperativo de llevarse bien con Rusia, lo que significa no ignorar sus intereses, para regresar a una dialéctica de tensión militar y sanciones dictada desde Washington. Merkel no ha contradicho nunca la hipoteca americana que la Unión Europea tiene en materia de política exterior y de seguridad, vía OTAN. Y cuando la derecha alemana lanza globos sondas soberanistas para sacudirse esa hipoteca, lo que se vislumbra parece peor que la enfermedad, por ejemplo el incipiente debate alemán sobre la oportunidad de dotarse de un arma nuclear…

Su aportación.

La aportación de la merkeología a la política ha sido simplona, pero inequívocamente reaccionaria. Ahí está su concepto estrella: la marktkonforme demokratie, un cuadro en el que es la democracia la que se adapta al mercado y no al revés. De ahí a una limitada visión de mundo que conjuga el desmonte del Estado social con la competición en la globalización. Se trata de su 7/25/50: la Unión Europea representa el 7% de la población mundial, genera el 25% del PIB y responde del 50% del gasto social global, ergo para ser competitivos hay que recortar ese 50%. 

Pocas ideas.

En la RDA Merkel fue una ciudadana integrada, con responsabilidades y funciones en el sistema. Con la caída del régimen supo adaptarse y hacer carrera en el cuadro de la nueva Alemania. Sentido de la oportunidad nunca le ha faltado. Pero, ¿qué hay más allá de eso?: muy poca idea, y aún menos “valores”. Lo suyo ha sido, y continuará siendo en los dos años que le quedan, una administración de lo que hay: atender a los intereses de los poderes fácticos (su industria del automóvil, el mundo de las finanzas) y escuchar cuando se pueda el sentir mayoritario del electorado para mantenerse en el poder. Vio en marzo de 2011 que el accidente de Fukushima hacía electoralmente inviable su cerrada defensa de las nucleares, y cedió (al precio de volver a quemar más carbón que nadie). Vio la avalancha auto-organizada de migrantes procedentes de los desastres inducidos en Siria, Libia y otros lugares, y se puso, en otoño de 2015, una engañosa medalla liberal que paliara su mala imagen en Europa tras las protestas del verano de aquel año por el abuso del referéndum griego. Ahora Merkel anuncia su salida de la escena en dos años, consciente de que cualquier tiempo futuro será peor. Claro que no todo lo aquí apuntado es culpa de Merkel, pero ella ha sido la persona política europea con más poder durante un periodo aciago. Final del formulario. AUTOR Rafael Poch.

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¿POR QUÉ SE VA MERKEL?.
Su política deja un panorama de ruinas, fuera y dentro de Alemania.
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Rafael Poch de Feliu.

CTXT.

Martes 25 de diciembre del 2018.


Merkel ha dimitido este diciembre como presidenta de la CDU. Como máximo en dos años, cuando agote su actual mandato, también dejará la cancillería, a la que no volverá a presentarse. ¿Por qué se va? Al fin y al cabo, ¿no era ella la que siempre insistió en la importancia de que los dos cargos, de presidenta del partido y canciller, estuvieran unidos en una misma persona?

Dieciocho años al frente del partido y trece como canciller son mucho tiempo. Hay sustancia para agotar a cualquiera. Pero esta canciller fallida, aún es loada por el mainstream celtíbero como la “verdadera líder del mundo libre”, como “lo mejor que nos ha pasado en los últimos años” y despedida con carteles en los que se lee “¡Gracias, jefa!”. En una escala mucho más pedestre, esta adulación desde uno de los países que han sido clara víctima del nacionalismo exportador alemán, recuerda a los largos e histéricos cortejos ante los catafalcos de personajes como Franco o Stalin ante los que desfilaban llorosas sus masoquistas víctimas.

La principal cualidad de Merkel era su capacidad de adaptarse a los desmoronamientos. Lo hizo en 1989, cuando se hundió el régimen de la RDA del que ella era modesto pero inequívoco ladrillo, y lo demuestra ahora cuando entre el aplauso de los necios, Merkel constata el panorama de ruinas que le rodea.

Con el Brexit, ha perdido su principal aliado a efectos de políticas liberales en la UE. Pudo extorsionar sin grandes dificultades a Grecia y a Chipre, pero lo de Italia se anuncia algo más complicado. En Francia su vasallo Emmanuel Macron está acabado. Una revuelta social va a poner fin a la sumisión que rellenaba desde hace años el hueco concepto de “eje franco-alemán”. En la Francia de los chalecos amarillos el  merkelato  se ha acabado y depende cómo el fenómeno lanzará impulsos amarillos anti-austeridad hacia otros países.

En Europa del Este, antiguos satélites político-económicos de Alemania, como Polonia y Hungría, se han convertido en claros replicantes y ya no le hacen caso. Al otro lado del Atlántico, el propio gran jefe de Washington al que Merkel siempre sirvió con extrema atención y cuidado, ha enloquecido, no se deja querer y gruñe. De nada ha servido la fidelidad demostrada al contribuir a la estúpida nueva guerra fría con Rusia, tan adversa a los intereses energéticos y comerciales de Alemania. Ya no hay aliados a la vista. Es la descomposición total.

¿Y qué decir sobre el interior del país? Ya no funcionan los efectos especiales, ni los recursos de imagen, alguno de los cuales, el de los emigrantes, se volvió contra ella. Su voz pausada, su calma, el dejar el trabajo sucio en manos de subalternos; desde la ignominia griega, hasta la restauración del militarismo potenciando el Bundeswehr, pasando por los olorosos escándalos de complicidad con los nazis del Verfassungsschutz, su policía política…, nada de todo eso basta ya para detener la hemorragia.

La mayoría de los alemanes pueden compensar la evidencia de la degradación objetiva de sus vidas, en términos de bienestar, relaciones laborales y contenido del estado del bienestar, con la idea de que, a pesar de todo, les sigue yendo mejor que a otros en Europa. Sin duda eso es así, pero no impide el incremento de los alquileres y de la gentrificación, el avance e institucionalización de la precariedad, los mini-trabajos y los retrocesos del sistema de pensiones tras su privatización, lo que crea un serio problema de jubilados pobres. Una tercera parte de la población alemana sufre directamente esas condiciones y el 19,7% está amenazado de pobreza y exclusión social, solo cuatro puntos por debajo de la media europea (24%). Al final, la consecuente continuidad del nacionalismo exportador característico de esta Europa alemana tampoco ha sido una bendición para los alemanes. Como consecuencia, el sistema político de esa aburrida y conformista “granja modelo” que ha sido casi siempre la política alemana, se resiente.

La erosión del bipartidismo (socialdemócratas-democristianos) de posguerra toca techo. El SPD ronda el 15% en las encuestas. La CDU mantiene el doble pero también a la baja, con la aparición de nuevas fuerzas que le arrebatan electores, Juntos, SPD y CDU ya no llegan al 50% del voto. Y mientras tanto en el Bundestag ya tenemos el mayor grupo de extrema derecha del continente: 92 diputados.

Lo único que queda a la vista es algo que recuerda a un panorama de ruinas. Así que, después de tantos años, nada mejor que irse. Abandonar el barco antes de que las vías de agua abiertas se hagan evidentes incluso para los despistados que gritan, “¡Gracias, jefa!”.

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