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BREVE RESUMEN SOBRE EL LIBERALISMO
INDUSTRIAL DEL DR. JOSÉ SIMEÓN TEJEDA
MARES. A pesar
de los grandes estudios, de investigaciones extensamente publicitadas, sobre el
siglo XIX, pero aún ausente una verdadera investigación Científico, Histórico-Social, continúa "enterrado en toda nuestra Historia
por más de 170 años, "aquella fuerte y desafiante propuesta de su Conferencia de Ingreso de la Histórica
"Academia Lauretana de Ciencias y Artes" Arequipa 1852, “EN DEFENSA DE LA INDUSTRIA” del joven Dr. en Derecho y Dr. en Economía,
JOSE SIMEON TEJEDA MARES, “tiempos de abogado, Docente Universitario,
Periodista en Arequipa” y dos décadas continuadas de una intensa propuesta Política de una LIBERALISMO
POLÍTICO en la ciudad de Lima, teniendo como base y columna vertebral de su
propuesta política, “LA INDUSTRIA ES UN
PODER SOCIAL” tiempos de pleno y absoluto
dominio oscurantista de la Aristocracia Terrateniente en Arequipa y la
Oligarquía en el Perú.
Tiempos históricos cuando los Caudillos
militares, parecía "que salían
en manada" por Regiones y sus
propios acompañantes, pequeños y sin "poder"
caudillos civiles. viene desde Lima, a la Ciudad del Misti, a sofocar
la "Rebelión conservadora Tiempos
de la Revolución Conservadora de Arequipa de 1856-1958” del General Manuel Ignacio de Vivanco
A su retorno a la Ciudad de Lima. Castilla,
- después de su venganza contra la
ciudad mistiana, llevar la capital a la ciudad de Mollendo y la más poderosa MONTONERA, de la Provincia de Condesuyos – dividiéndola geográficamente y años después
se fundó la provincia de Castilla-
INVITO como su asesor, la joven Abogado
y Economista JOSE SIMEÓN TEJEDA MARES. Quien años más tarde era elegido
diputado -. Dos veces - por su provincia
natal Condesuyos, llegó dos veces a la presidencia de la Cámara de Diputados,
dos veces Ministro de estado. en la primera de ellas en plena guerra contra
la prepotencia de España como Integrante del Famoso e Histórico GABINETE
DE LOS TALENTOS. Como expresa el DR. JORGE BASADRE en su Historia de la República.
Tal fue el poder de su Liberalismo, que, durante
los pocos años de su agitada carrera política, que, en los tiempos como
Ministro de Educación, realizó una de las “primeras
reformas en el sistema de enseñanza Universitaria, fundamentó el ingreso de
la MUJER en la enseñanza de la Educación Primaria: parte de la Comisión que redactó el Código Civil, anulando
por primera vez “La Pena de muerte”.
Fue electo Alcalde de Lima y el primer Decano
del Colegio de Abogados de Lima. Tiempos que ingresó al Partido Civil -. Años después siendo elegido como vicepresidente del mismo. Comienzos de la década de los 70 del siglo XIX, era uno
de los Políticos más respetables de la
Lima de esos tiempos, según documentos publicados Años después de su sorpresiva muerte – Lima agosto de 1873 – el era
candidato de mayor respeto por las respetables Ideas centrales que presentada
en cada una de sus Conferencias,
Intervenciones en la Cámara de Diputados, o como Ministro o como Alcalde junto al pueblo al que iba dirigido en mensaje
central de sus intervenciones políticas. Siempre, desarrollados sobre la
base del “Poder de la Industria”, que,
sin lugar a dudas, no era de la aceptación
de la “elite política” del partido Civil.
Para el Dr. Héctor Ballón Lozada,
Sociólogo y Abogado, Maestro Universitario, en su libro “Las Ideas
Socio-políticas en Arequipa 1540 – 1900. Manifiesta.
“En cuanto a José Simeón
Tejeda en específico, podemos calificarlo del portavoz esclarecido de la
burguesía industrial en ciernes,, considera que la técnica y la industria son
en realidad “ el triunfo de la inteligencia sobre la materia” pues en ningún
tiempo se ha pensado tanto. Por si obra “La Emancipación de la Industria”,
resulta siendo para su tiempo el Mejor Ideólogo Liberal de la burguesía. A su
obra la podemos catalogar, expresa Ballón Lozada como “El Manifiesta de la Burguesía
Industrial en Arequipa” dado que ella representa dado que ella representa la
precoz vocación industrial de Arequipa, que demuestra el ímpetu temprano de una
burguesía anidada desde la colonia, del cual es un claro ejemplo Lucas Martínez
Begazo, burguesía que iba a ser finalmente derrotada por la burguesía limeña”. Libro
publicado en 1987. Arequipa. Editorial, UNSA.
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AL DIECINUEVE,
por
Alberto Vergara.
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El siglo XIX con el LIBERALISMO “EN DEFENSA DE LA INDUSTRIA”
del DR. JOSÉ SIMEÓN TEJEDA. Aún, más de 170 años se mantiene en “la oscuridad”
Política.
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Ojalá los historiadores del futuro encuentren que, como en el XIX,
debajo de un sistema marcado por el saqueo y la agresión corrían unos ríos
subterráneos de dignidad e inteligencia.
Por Alberto Vergara. Politólogo.
Fuente. La República. domingo 5 de octubre del 2025.
Hace unos días presenté
el nuevo libro de la historiadora Natalia
Sobrevilla --Los años de Ramón
Castilla (IEP, 2025)--, y en la conversación reapareció algo que
suele emerger cuando hablamos del siglo
XIX: su estridente actualidad. El habitante del siglo XXI se siente en casa en el XIX. Se respira un aire de familia que no circula cuando se husmea
en el XX. Como es obvio, la historia no se repite, ni hay fenómenos idénticos separados por
décadas o siglos. Pero, como
establece el lugar común, la
historia rima.
Ahora, ¿Cuánto rima? Ahí vale la pena tomarlo por partes y cucharadas.
Comencemos por las afinidades. La más
evidente entre nuestra época y el
XIX radica en una política que
aparece como una mescolanza de desorden,
pillaje, fragmentación y regida por un caudillismo
siempre a punto de mutar en transfuguismo y traición.
El desorden principal proviene de una
legalidad que muy raramente
consigue restringir a nuestros
ambiciosos políticos y que también
fracasa en regular las relaciones
sociales sobre el territorio. O
sea, como hoy. A Ramón Castilla,
repite Sobrevilla varias veces, le interesaba mucho menos los valores o
propósitos de una constitución,
que conseguir una que le permitiese
cumplir sus deseos. Quiere
estar legitimado por una constitución, pero no restringido por ella.
Como Dina y los políticos actuales. Con la misma
avidez y descaro, los defensores
de la constitución de 1993 la
alteran y violan al ritmo de sus intereses más pequeños y coyunturales.
Al igual que en el XIX, que los líderes se hagan llamar liberales
o conservadores determina muy poco
su comportamiento. Como aseguraba
el coronel Aureliano Buendía, la
única diferencia entre liberales y conservadores, es que aquellos van a misa de cinco y estos
a la de ocho. Y, sin embargo, la lucha por la renta en manos del Estado
es sin cuartel.
En cualquier
caso, ni la ley ni las creencias limitan a los políticos y, por tanto, bloquean todo tipo de previsibilidad en el país. En última instancia,
tanto en el XIX como en nuestros
días, la política y el Estado termina
siendo asunto de engolados
portapliegos, por la chauchilla
adulante. Ni Gustavo Adrianzén, ni
Morgan Quero, por dar dos nombres
evidentes, hubieran sorprendido
a González Prada.
Y luego está la incapacidad de la ley para imponerse sobre la sociedad en todo el territorio. En el XIX esto tiene que ver con áreas
enormes en manos de terratenientes, con localidades
regidas por caudillos o caciques
locales con sus propias armas y
regulaciones, e incluso con espacios
atravesados de bandoleros –los “hombres
de caminos” de Miguel Gutiérrez.
En el XIX esto se
debía principalmente a la inexistencia
del Estado; en el siglo XXI
lo tenemos más por la atrofia segmentada del Estado. Me explico: hoy el Estado no es materialmente inexistente en las periferias del país y, sin embargo, fracasa en imponer la ley (algunas veces por incapaz, otras por complicidad
con la ilegalidad).
Ilustremos el punto con el caso de la provincia de
Pataz, en La Libertad. En Pataz hay escuelas,
hospitales, agencia del banco de la nación, entre otras dependencias estatales. No se trata de un Estado ausente como en el siglo XIX. Y, sin embargo,
la ley no regula las actividades
sociales y económicas en dicha
provincia. Se asesina, se secuestra, se extorsiona. Nadie, ni la minera formal,
ni los mineros artesanales, ni la criminalidad asociada a la minería vive restringida por la ley pública. Si caemos en la cuenta de
que este fenómeno se multiplica
en diversos territorios y en múltiples
actividades económicas, tiene
sentido considerar que poco a
poco transitamos de la informalidad a la para-legalidad (Danilo Martuccelli).
Y esto lleva
a una sumatoria de fraccionamientos.
Racimos de órdenes. Cada uno con sus convenciones, arreglos, imposiciones. Un viaje hacia el XIX. En el siglo XX resultaba mucho más fácil identificar un centro, un nodo geográfico, político, económico.
Probablemente la centralidad de las Fuerzas Armadas en el proceso político –hasta el gobierno de Fujimori-- ayudó a coagular un
territorio con tendencia a astillarse. Hoy
parece haber recuperado esa vocación. Se acumulan manifestaciones materiales, simbólicas, institucionales, de descentramiento. Y, por cierto, como en el XIX, el deterioro político y
económico general puede convivir
perfectamente con exitosas
actividades económicas, sobre todo extractivas.
En síntesis,
el parecido fundamental con el XIX está en nuestro caótico mundo político-institucional
donde ni los caudillos y sus facciones, ni los actores económicos y sociales, ni vastas porciones del territorio son efectivamente constreñidas por la ley. Lo paradójico es que en el XIX
esto es producto de un Estado que está en construcción; en
el siglo XXI se deriva de su deliberada
destrucción. De hecho, el desorden no proviene de la ausencia
de ley, sino de su manipulación arbitraria: la ley en tanto ganzúa para promover a los míos y como chaveta para arruinar a los adversarios.
Ley sin legalidad. Que solo
puede sembrar disputa y desorden.
Entonces, hasta aquí lo que rima a primera vista.
Sin embargo, el siglo XIX no fue
solamente eso. Fue también un
vivero de proyectos políticos, intelectuales, artísticos, obsesionados con
dar forma a la nación, al Estado, a
la sociedad civil, a la administración
pública. A pesar de la bancarrota
política y económica, había una vitalidad moral.
Es lo que Carmen McEvoy ha defendido
en varios de sus trabajos sobre el
republicanismo en el Perú decimonónico.
Su fortaleza radica menos en su
capacidad de imponer una hegemonía duradera, que en la obstinación de reaparecer buscando ese sustrato común que haga viable la construcción de un país más cohesionado. Ambición que adquiere su relevancia mayor con la creación del Partido
Civil y su experimento de
“República práctica”.
O pensemos en términos económicos. Aparecieron proyectos
que muchas veces pasan desapercibidos debajo del despelote
político. Por poner otro
ejemplo clásico, las investigaciones
de Paul Gootenberg mostraron que
en el siglo XIX hubo un
conjunto de hombres públicos con
trabajos e iniciativas que aparecían
como una suerte de “desarrollismo” avant la
lettre, que priorizaba
aspectos como la construcción de
mercados internos o la diversificación
de las exportaciones.
En la plástica, Natalia Majluf ha mostrado que la pintura de Francisco Laso fue clave para construir una idea de nación en el XIX peruano, al ser este artista el primero en elevar al “indio” a la categoría de símbolo de la nación e iniciando una tradición cultural y pictórica que pone de relieve la explotación y postración del “indio”, la cual germinará luego en distintas versiones del indigenismo.
Y si hasta aquí he aludido a elites imaginando
un país alternativo al de la
degradación política, también hubo expresiones
populares abocadas a algo similar.
Las comunidades
de Áncash que estudió Mark
Thurner adoptaron y adaptaron
las lecturas republicanas a sus
propios términos e intereses. Iñigo
García Bryce, por su parte, ha
resaltado la aparición de un “liberalismo
artesano” que aglutinaba no solo
a los artesanos de Lima, sino que los acercaba a otros sectores laborales produciendo unas
primeras solidaridades de clase. Y a esto, desde luego, podríamos agregar, entre muchos otros ejemplos, el liberalismo altoandino y cosmopolita de Juan Bustamante y la fatídica rebelión de Huancané, o las tropas de Cáceres ante la invasión chilena,
que estudió de manera pionera Nelson Manrique, subrayando la presencia de un nacionalismo “por abajo”. Finalmente,
más allá de la ciudadanía en tanto
organización, diversas investigaciones
han mostrado que la participación y el ejercicio del voto
fueron mucho más extendidas en el siglo
XIX que en el XX (sobre esto los trabajos de Gabriella Chiaramonti o Alicia del Águila,
por ejemplo).
Entonces, dos ideas para terminar. Primero,
una referida al XIX: en ese siglo ingobernable y conflictivo hubo
más que desgobierno y disputa.
De muchas maneras y en muchos
registros, se tramaron y
ejecutaron resistencias creativas a la arbitrariedad y apuestas generosas por superar la pobreza, la fragmentación, la
injusticia.
Entonces me pregunto respecto de este segundo punto ¿riman el siglo XIX y el nuestro? No lo sé. Como es evidente, toda aquella vitalidad político-intelectual del
XIX solo ha podido ser detectada
y restituida luego de mucho tiempo.
¿El
desgobierno del siglo XXI viene acompañado de alguna creatividad
político-intelectual que busque imaginar una trayectoria alternativa a la
actual?
La
pregunta no solo adquiere relevancia al contrastarnos con el XIX.
Incluso a fin de los años ochenta del siglo pasado, en medio de la peor crisis, había revistas, proyectos,
plataformas, sueños, desde todos los espacios ideológicos. La crisis no cauterizó la imprudencia político-intelectual, había una vitalidad tremenda.
Quizás
los chicos de la generación Z esconden la semilla de algo valioso que germinará
en el futuro. Después
de todo, siempre es un lujo
interactuar con los estudiantes de
las universidades públicas en las regiones del país. O tal vez los bolsones de periodismo valiente e inteligente que queda diseminado en internet, medios locales o tradicionales contiene la posibilidad de la regeneración
de una esfera pública colapsada.
Ojalá
los historiadores del futuro encuentren que, como en el XIX, debajo de un sistema marcado
por el saqueo y la agresión corrían unos
ríos subterráneos de dignidad e inteligencia. Sería triste, de otro modo, concluir que, si al
siglo XIX nos acercaba el desorden político, lo que nos alejaba era la ausencia de proyectos que vengan a probar que la nación aún tiene pulso.
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