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"Un futuro en el lago. Para que las ranas en cautiverio en el Centro K’ayra puedan regresar al Titicaca, las condiciones del ecosistema deben volver a ser seguras y óptimas. Algo que en el presente suena lejano. “No las podemos liberar aún porque sería condenarlas a morir”, lamenta la herpetóloga Camacho. Desde 2019, este espacio de conservación ha puesto en marcha una misión científica —con Natural Way, la Universidad Peruana Cayetano Heredia, el Zoológico de Denver y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador— para estudiar el hábitat de la rana gigante del Titicaca, sus amenazas y la genética misma de esta especie. A partir de esta investigación, respaldada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se busca mejorar su cuidado de manera que este anfibio sí tenga un futuro a largo plazo. “Se está dando así un paso para poder liberarlas más adelante, porque lo ideal es ver a las ranitas ser libres y volver al lugar de donde nunca debieron salir”, concluye Camacho.
"Desde tiempos ancestrales, el lago Titicaca es el símbolo de vida para todas las especies que habitan en sus aguas y alrededores. Sin embargo, se está agotando frente al desinterés de algunos que ponen en riesgo la sobrevivencia de todos. “Hay un desconocimiento desmedido de parte de la población a la que, por ejemplo, poco le importa arrojar sus desechos al lago”, indica Luz Mary Quispe, docente peruana y presidenta de Mujeres Unidas en Defensa del Agua. “En las campañas de limpieza que hacemos, inclusive hemos encontrado a las aves con barbijos enredados en sus patas. Estamos llegando a un punto que preocupa bastante”, añade.
Por eso, las defensoras consideran —y están incidiendo políticamente— para que el Titicaca sea declarado sujeto de derechos también en el Perú. Este reconocimiento se dio apenas el año pasado en Bolivia, debido al alto grado de contaminación de sus aguas que, según se lee en la declaratoria del Senado, está causando “la desaparición de toda forma de vida animal y vegetal que cobija en su lecho y riberas”. Para la defensora aymara Quispe, el objetivo es sanar por completo el cuerpo de agua de sus antepasados. “Queremos que sus aguas vuelvan a ser aptas para todos; sus cuencas y sus ríos y todos sus ojos de agua deben ser cuidados y protegidos desde nuestros saberes ancestrales”, afirma. “Para nosotras, el lago representa la vida, es un ser vivo y, como tal, debemos tratarlo con respeto”, remarca.
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LAS DEFENSORAS DE LA VIDA QUE
SE EXTINGUE EN EL LAGO TITICACA.
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Por | 09/08/2022 | Ecología social
Fuente Rebelión martes 9 de agosto del 2022.
COPACABANA,
Bolivia – El 2015 fue
un año de alerta para el lago Titicaca que
conecta a Perú y Bolivia a 3812 metros sobre el
nivel del mar. Miles de ranas gigantes del
Titicaca (Telmatobius culeus), peces y aves aparecieron
muertos en el lado boliviano del segundo lago
más grande de América del Sur.
“Fue un llamado de alerta de lo que también puede pasarnos a
nosotros”, recuerda
Vilma Paye Quispe, de 48 años, que reside a sus
orillas en la comunidad aymara de Sampaya, en la
ciudad de Copacabana, a unos 150 kilómetros de La Paz.
Ese
mismo año, el lago Poopó, que se une al Titicaca
por el río Desaguadero, se secó por completo. El
desastre siguió meses después, cuando otras 10 000 ranas gigantes murieron en el río Coata,
que da al sector peruano del lago.
Era una crisis anunciada desde hace años para el lago sagrado de los Incas.
Las defensoras de la vida, que se extingue en el Lago Titicaca.
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“Nuestros abuelos decían que
el clima iba a cambiar y también que algunas especies se extinguirían, pero
nunca lo creímos”, cuenta Paye, quien es
arquitecta y una de las 50 lideresas
indígenas de la red de Mujeres Unidas en
Defensa del Agua, creada en 2016 para sanar el Titicaca de la contaminación.
“Es alarmante que nosotros
mismos lo estemos contaminando, porque esto va a repercutir en que también nos
extingamos al igual que las ranas gigantes”, agrega con
preocupación.
Un síntoma de la crisis
Lo que sucede con este anfibio acuático, en peligro de
extinción, es un síntoma de
la degradación del lago navegable más alto del mundo. Las descargas de aguas residuales y la basura de las casas, los hospitales
y la explotación minera alrededor
están contaminando
el Titicaca y toda su cuenca, desde
el río Desaguadero hasta el lago Poopó.
Diversos
estudios ya han confirmado la presencia
de metales pesados en sus aguas, como arsénico,
cadmio, mercurio y plomo, entre otros. Por supuesto, al respirar a través de su piel holgada y
llena de pliegues, estas ranas oriundas
y exclusivas del lago absorben todos estos contaminantes.
Sin embargo, alguna vez las aguas del Titicaca
sí fueron cristalinas. De niña,
Paye jugaba con los carachis amarillos (Orestias
luteus) y otros peces
nativos en la playa de Copacabana.
“No
se veía toda esta contaminación, hasta tomábamos el agua del lago y nunca nos
enfermamos”, dice la lideresa desde esta
ciudad boliviana que, al igual que
otras al margen del lago, se ha transformado
en un centro turístico del cual dependen prácticamente sus 15 000 habitantes.
Para
Paye y otras mujeres, el
impacto ha sido más que evidente.
“Me da pena que ahora no veo
más nada que la playa contaminada”, asegura. “Nosotras palpamos lo que eso está
causando, porque somos cabeza del hogar y utilizamos el agua en todo.”
Son
las mujeres quienes cargan con la crisis hídrica que se está agudizando debido al cambio
climático y la falta de lluvias.
En
efecto, el agua ya escasea al punto que las comunidades en Copacabana,
por ejemplo, solo tenían abastecimiento un día sí y otro no hasta 2018, año en que el Estado boliviano lo amplió mezclando el recurso del lago y sus vertientes. “Pero
la calidad no es la misma, aunque quieran decirnos que han hecho todo para que
sea potable, se siente la diferencia”, sentencia la lideresa. Por eso, en 2020, Paye se unió a la red
de Mujeres Unidas en Defensa del Agua. Junto a las defensoras aymaras y quechuas recoge botellas y bolsas de plástico de las playas, sensibiliza a jóvenes en las escuelas,
dialoga con las autoridades y hasta mide
la calidad del agua con tal de sanar su lago ancestral. Y lo hace contra el machismo que perdura en esta zona del
Altiplano.
“¿Creen que ustedes van a poder salvar el lago?”, les decían algunos en las comunidades. “Pero sí que está en nuestras manos como mujeres cambiar algo, y es la lucha que estamos liderando por nuestros hijos. No podemos seguir yendo en contra de nuestra propia especie”, aclara la lideresa.
Un refugio en cautiverio
Tras
la muerte masiva de ranas en 2015, un equipo de
emergencia rescató a las sobrevivientes en el Lago Menor del Titicaca
para conservarlas en cautiverio en el Centro K’ayra, el único en Bolivia destinado a proteger especies de
anfibios amenazados.
“Al tener una piel tan
permeable, las ranas son centinelas de nuestro
medio ambiente”, comenta la bióloga Teresa Camacho Badani, quien está a cargo de este centro de
investigación y conservación en
Cochabamba, a unos 430 kilómetros del
Lago Menor.
“Nadie se da cuenta de que
lo que está pasando con estas ranas, en cierta
medida, nos puede pasar a nosotros. Solo nos están alertando de lo mal que
estamos dejando un hábitat tan necesario para la
región. Debemos tomar en cuenta esa señal que nos está dando la naturaleza
antes de que sea demasiado tarde”, añade la herpetóloga.
Para
su rescate, las ranas del Titicaca atravesaron una odisea desde que salieron del lago que fue su hogar
desde siempre. El equipo evacuó a unos 35
anfibios de las aguas contaminadas en un
avión, con apoyo de la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y Amphibian Ark,
entre otras organizaciones.
Luego,
emprendieron un viaje por tierra hasta el Centro K’ayra y se instalaron finalmente en un contenedor acondicionado donde no entra ningún tipo de contaminante y un sistema simula la
Aquí
recibieron todos los tratamientos veterinarios y
cuidados necesarios, porque también estaban expuestas al hongo Batrachochytrium dendrobatidis que está devastando poblaciones enteras de
anfibios alrededor del mundo desde los años ochenta”, explica Camacho.
Este
refugio es parte del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny, que fue
declarado Patrimonio Nacional en 2014.
A
la fecha, alberga a 450 individuos que pertenecen a cinco especies del género Telmatobius —acuáticas
y endémica de la cordillera de los Andes—, como
la rana gigante del Titicaca; al
igual que dos especies terrestres,
entre ellas, la rana
de cristal (Nymphargus bejaranoi) que
no había sido vista en 17 años.
En
custodia, las ranas rescatadas del Titicaca se reprodujeron a mediados de 2020,
haciendo que su población supere los 290 individuos.
Para
Camacho, es el resultado de mucho esfuerzo para
que estos anfibios superen el estrés por todo lo
que pasaron debido al deterioro de su hábitat.
“También es esperanzador porque, al rescatarlas, esperábamos que ellas sean las reproductoras que permitan que su descendencia pueda volver al lugar de donde ellas tuvieron que salir por una emergencia”, añade la bióloga. “En verdad, lo último que quisiéramos es tenerlas en cautiverio, pero es nuestro último recurso frente a lo que está sucediendo en el lago”, precisa
Guardianas de la
especie
En
la comunidad de Perka Norte, ubicada en el litoral peruano del Titicaca,
aún queda esperanza para las ranas gigantes.
Después
de 10 años sin monitoreo de las poblaciones de este anfibio,
en 2017, una misión
científica del Zoológico
de Denver, la Universidad Peruana Cayetano Heredia y la organización sin fines de lucro Natural Way analizó 13
puntos del lago. En la mayoría, no había ranas. En algunos sitios apenas se
hallaron entre una a cuatro ranas en 100
metros; sin embargo, en Perka Norte,
la cantidad se elevaba hasta las 20 ranas.
“Nosotros no sabíamos que
las ranas estaban desapareciendo en otras
comunidades”, dice Elvira Chicani Cruz, lideresa y
artesana de 45 años que antes se dedicaba a la pesca artesanal con sus
abuelos en este pueblo aymara.
“A veces se quedaban atrapadas
en nuestras redes, pero siempre las hemos devuelto al lago para que crezcan
más, para que no se pierdan. Ahora las estamos cuidando mucho más porque se las
quieren llevar a los mercados”, detalla.
Además
de la contaminación, la mayor amenaza que enfrenta este anfibio del Titicaca es
su tráfico para la venta de jugos verdes
en ciudades, como Lima, debido a creencias populares sobre sus propiedades curativas.
De hecho, es la especie más traficada
en el Perú, según una
investigación de InSight Crime, representando más de 50 % de los 20 000 animales incautados por las autoridades entre 2015 y 2020.
Por
eso, tras los hallazgos de 2017, Natural Way continúo con un estudio
de densidad poblacional de la rana del Titicaca de la mano con la comunidad. Se
instalaron transectos bajo el agua y se capacitaron
a mujeres y hombres de Perka Norte para
que asistan en campo a los científicos,
mientras bucean a pulmón para analizar a la especie.
Según
el biólogo Jhazel Quispe, a cargo de la organización, durante esos meses de investigación científica y social se descubrió que los traficantes
no habían llegado todavía a esta
comunidad, ubicada a una hora en
lancha de la ciudad de Puno.
También
se confirmó que sus habitantes no tenían mayor conexión con la rana que un ritual para llamar a la lluvia, que
consiste en extraer al animal del lago
y llevarlo a un cerro antes de las cosechas. Más aún, era considerado de aspecto desagradable y los niños le
tenían miedo. “Llegamos a entender que,
si en algún momento algún traficante les ofrecía dinero por extraer 1000 ranas,
lo iban a hacer porque no sentían mayor afecto por ellas”, comenta el investigador.
Al respecto, la lideresa Chicani es firme:
“Aquí, nosotros
no permitimos eso”. La educación ambiental con la comunidad —y en
especial con niños y jóvenes— fue
una estrategia central para conservar a
este anfibio acuático.
La
incidencia fue tal que, en 2018, ella y ocho artesanas de
Perka Norte se asociaron para crear textiles
inspirados en la rana gigante del Titicaca. El emprendimiento,
además de mejorar sus medios de vida,
fue una señal de la transformación
que se estaba dando.
“A veces vemos que vienen
lanchas, les sacamos foto y pasamos la voz a las autoridades”, cuenta Chicani, quien incluso reporta que
los traficantes han llegado en
carros preguntando dónde había más ranas
gigantes. “Estaban dando vueltas por días, pero los hemos expulsado”, dice.
Y
añade: “Ahora que nosotros queremos
mucho a esta rana no vamos a permitir que la
extraigan ni tampoco que sigan contaminando el lago, sino también van a
desaparecer como los peces que ahora quedan
pocos.”
Expedición al Lago Titicaca en 1937. La Vida que se extingue.
***
Otras especies en peligro
El
desastre ecológico en el lago de Perú y Bolivia está
acabando con otras especies nativas, como el zambullidor del Titicaca (Rollandia microptera). Precisamente,
en 2019, 119 de estas aves
acuáticas fueron halladas muertas en Suchipujo,
al pie del agua en la parte peruana.
“Las especies que están
muriendo coinciden en que son endémicas y, por tanto, indicadoras de cualquier
cambio en la calidad del lago”, apunta el biólogo Quispe,
que también está investigando a este animal
en peligro
de extinción. Para la lideresa boliviana Elizabeth Zenteno Callisaya,
se está bordeando un punto de no retorno.
“El Titicaca
ha perdido la capacidad de auto-recuperarse, porque la contaminación es tal que
no es resiliente, ya es un cuerpo contaminado”, dice la ingeniera ambiental que participa desde hace poco más de un año en
Mujeres Unidas en Defensa del Agua.
En
las últimas tres décadas, el Titicaca, en su
superficie total de 8200 kilómetros cuadrados,
ha perdido 90 % de especies de peces nativos
debido, principalmente, a la sobrepesca
y la contaminación,
según un
reciente diagnóstico de la Autoridad
Binacional Autónoma del Lago Titicaca.
“Es
un colapso en cadena”, recalca Zenteno, de 28 años, que pasó su niñez en
la isla del Sol, en Copacabana,
antes del boom turístico.
“Ahora hay una gran cantidad de hoteles
y alrededor de estos no puedes encontrar peces”, detalla.
Se
calcula que 20 especies de peces Orestias se han extinguido en todo el lago durante las últimas seis décadas;
mientras tanto, otras seis están al
borde de la extinción, según el mismo diagnóstico. A este declive han contribuido también la falta de regulación
y la introducción de especies como la trucha arcoiris (Oncorhynchus mykiss), que
es depredadora de ciertos peces nativos
y renacuajos.
“Necesitamos leyes efectivas
que limiten todas aquellas actividades que están perjudicando nuestro lago, y eso es lo que nosotras estamos
defendiendo para que los jóvenes no tengan que
migrar y puedan vivir aquí con la calidad de vida que merecen”, añade Zenteno.
Un futuro en el lago
Para
que las ranas en cautiverio en el Centro K’ayra puedan regresar al Titicaca, las condiciones del
ecosistema deben volver a ser seguras y óptimas. Algo que en el presente suena lejano. “No las podemos liberar aún
porque sería condenarlas a morir”, lamenta la herpetóloga
Camacho.
Desde
2019, este espacio de conservación ha puesto en marcha una misión científica
—con Natural Way, la Universidad Peruana Cayetano
Heredia, el Zoológico de Denver y la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador— para estudiar el hábitat de la rana gigante
del Titicaca, sus amenazas
y la genética misma de esta especie.
A
partir de esta investigación, respaldada por el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD), se
busca mejorar su cuidado de manera que este anfibio sí tenga un futuro a largo plazo. “Se está dando así un paso para poder liberarlas más adelante, porque
lo ideal es ver a las ranitas ser libres y
volver al lugar de donde nunca debieron salir”, concluye
Camacho.
Desde
tiempos ancestrales, el lago Titicaca es el
símbolo de vida para todas las especies que habitan en sus aguas y alrededores.
Sin embargo, se está agotando frente al
desinterés de algunos que ponen en
riesgo la sobrevivencia de todos.
“Hay un desconocimiento
desmedido de parte de la población a la que, por ejemplo, poco le importa
arrojar sus desechos al lago”, indica Luz Mary Quispe,
docente peruana y presidenta de Mujeres Unidas en Defensa del Agua. “En las campañas de limpieza que hacemos,
inclusive hemos encontrado a las aves con barbijos enredados
en sus patas. Estamos llegando a un punto que preocupa bastante”, añade.
Por
eso, las defensoras consideran —y están
incidiendo políticamente— para que el Titicaca
sea declarado sujeto de derechos también en el Perú.
Este
reconocimiento se dio apenas el año pasado en Bolivia,
debido al alto grado de contaminación de
sus aguas que, según se lee en la declaratoria
del Senado, está causando “la
desaparición de toda forma de vida animal y vegetal que cobija en su lecho y
riberas”.
Para
la defensora aymara Quispe, el objetivo es sanar
por completo el cuerpo de agua de sus antepasados.
“Queremos que sus aguas
vuelvan a ser aptas para todos; sus cuencas y sus ríos y todos sus ojos de agua
deben ser cuidados y protegidos desde nuestros saberes ancestrales”, afirma. “Para nosotras, el lago representa la vida, es un ser vivo y,
como tal, debemos tratarlo con respeto”, remarca.
Este artículo es parte de la
Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP)
en América latina, del que IPS forma parte.
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