&&&&&.- Importante el enfoque político, sobre una aspiración presidencial en América Latina. Necesario comenzar sobre dos fortalezas que tenía y sigue teniendo Lula y ahora Dilma. Estado -moderno – reformado, descentralizado, eficiente, visión nacional, descentralizada - y partido político, el Partido de los Trabajadores, núcleo principal sustentado en su participación directa en torno al Poder. En el caso peruano ante la ausencia grave, corrupta profunda e histórica del Estado y su falta de visión nacional, así como la organización política, se suman otras dos fortalezas: Estado de Derecho, ahora funciona en una sola dirección, siempre mira hacia arriba – corrupción, lobbies e inseguridad institucionalizadas - crisis de representación, credibilidad, confianza y legitimidad en el "Sistema Democrático". Una democracia de baja intensidad sin sistema de partidos políticos, sin oposición organizada, medios de comunicación que imponen la "agenda de gobierno", además comprende la inmensa y polarizada complejidad económica, extensa heterogeneidad social, amplia y extraordinaria diversidad cultural, profunda desigualdad geográfico-territorial. Multipolarización social, política, cultural, ambiental e institucional. En ese camino de turbulencia, contexto de indefinición política, ambivalencia en las alianzas, políticas públicas deficientes, sordas y ciegas, ausencia de liderazgo político, falta de compromiso estratégico, marcada indefinición política – una cosa es Programa de Gobierno de la primera vuelta electoral. Diferente y más amplia la segunda vuelta: la llamada Hoja de Ruta, y 100 días después de gobierno cambia totalmente, dando un “giro muy temerario hacia la derecha”, responder con violencia – propia de gobiernos neoliberales ante los Conflictos Sociales y las justas reclamaciones de los pueblos en defensa del agua y sus territorios ante la feroz arremetida de las corporaciones transnacionales - agravan peligrosamente la situación de la Inclusión social con desarrollo económico-social con la finalidad de ir disminuyendo, – políticas y programas sociales cohesionados con los intereses de las grandes mayorías – eliminando la brecha histórica de la desigualdad social.
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Qué difícil es ser Lula.
Encrucijadas políticas de Ollanta.
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Por Steven Levitsky.
La República. Domingo 11 de diciembre del 2011.
Contra los pronósticos de muchos analistas (que decían con “certeza” que un gobierno de Ollanta Humala sería chavista o velasquista), Humala optó por el modelo de Lula. Ese modelo, que combina la democracia y una economía abierta con una fuerte inversión en políticas redistributivas, ha tenido éxito en A. Latina, sobre todo en Brasil, Chile y Uruguay. ¿Podrá Humala reproducir el éxito de Lula? Lo dudo. Los gobiernos de centroizquierda en Brasil, Chile, Uruguay contaban con dos cosas que él no tiene: un Estado que funciona y un partido fuerte.
Gobernar bien requiere un Estado que funcione en todo el territorio. Un Estado fuerte hace varias cosas claves. Primero, facilita la implementación de las políticas sociales. En Brasil, donde 29 millones de personas salieron de la pobreza durante el gobierno de Lula, programas como Bolsa Familia serían imposibles sin una burocracia mínimamente capaz. Donde el Estado es débil, los programas sociales caen con más frecuencia en la ineficiencia, el clientelismo y la corrupción.
Un Estado fuerte también ayuda a evitar los conflictos sociales. El alto número de conflictos sociales en el Perú se debe, en parte, a la incapacidad de las instituciones estatales. En muchas partes del país, sobre todo en el interior, las instituciones no canalizan las demandas básicas de los ciudadanos. El Estado central no llega. Los gobiernos locales y regionales carecen de capacidad administrativa. Nadie confía en el Poder Judicial. Cuando los ciudadanos perciben que no pueden defenderse a través de los canales institucionales, optan por la protesta.
Un Estado fuerte genera algo que es imprescindible para la gobernabilidad democrática: la confianza. En Brasil y Chile, donde el Estado tiene un mínimo de capacidad, una mayoría de los ciudadanos (según el Latinobarómetro) confía en el gobierno. En el Perú, donde el Estado es más débil, solo el 25% le tiene confianza.
Esta idea es clave. ¿Por qué hay gente con actitudes radicales en el interior? ¿Por qué optan por la protesta en vez del diálogo, aunque pongan en peligro la gobernabilidad y la inversión privada? Para Aldo Mariátegui, la gente del interior es envidiosa y estúpida (Correo, 30 de noviembre). Según Cecilia Valenzuela, “un grupo de extremistas financiados por el ALBA ha cambiado la mentalidad de los peruanos más pobres” (Perú 21, 3 de diciembre). Pero la protesta no surge de la estupidez o la manipulación chavista. Surge de la desconfianza. Muchos ciudadanos en el interior no confían en el gobierno porque durante décadas los gobiernos no cumplieron con ellos. No cumplían con sus promesas. Robaban o administraban mal los recursos. No los protegían de las empresas mineras.
Un Estado débil genera una percepción de negligencia, corrupción e injusticia. Los que protestan en el interior son desconfiados. Si el Estado nunca funcionó, no debe sorprender que haya gente que desconfía del gobierno de turno (y es renuente a aceptarlo como mediador), que no cree en los Estudios de Impacto Ambiental y que opte por protesta –y no por los canales institucionales– para defender sus intereses. El gobierno de Humala heredó no solo un Estado débil sino también una sociedad altamente desconfiada –y en algunas partes, radicalizada– gracias a décadas de debilidad estatal. Gobernar en estas condiciones es un desafío enorme que Lula no tuvo que enfrentar.
Otro desafío que Lula no tuvo que enfrentar es gobernar sin partido. Un partido fuerte como el PT Brasileño, el Frente Amplio Uruguayo o el Partido Socialista Chileno aporta varias cosas importantes: una bancada legislativa experimentada y disciplinada, cuadros políticos que operan en todo el país, políticos y gobiernos locales que trabajan disciplinadamente a favor del gobierno nacional. Un mínimo de coherencia dentro del propio gobierno.
Los gobiernos sin partido, o cuyo partido es nada más que un vehículo personalista como el de Humala, enfrentan serios problemas de gobernabilidad. Un partido sin cuadros tiene que reclutar a sus congresistas de donde sea. La bancada legislativa termina siendo un grupo de novatos: gente sin experiencia, militancia o lealtad partidaria, y que muchas veces llega con objetivos muy individualistas. Casi inevitablemente, el resultado es más escandaloso, más conflictos internos y más transfuguismo.
Un partido sin cuadros no tiene gobiernos locales leales u operadores partidarios en las comunidades, que sirven como fuentes de información y puentes naturales para la resolución de conflictos. Y tiene más dificultad a la hora de formar un gobierno. Sin equipos técnicos, tiene que reclutar a los ministros y viceministros de donde sea, muchas veces en una manera improvisada. Y cuando no hay líderes partidarios de peso o mecanismos de consulta partidaria, crece la influencia de figuras no partidarias, como familiares, amigos del presidente y asesores en la sombra.
Los gobiernos sin partido sufren de varios males. Cometen más errores por falta de experiencia. Sus relaciones con el Congreso son más difíciles. Caen con más frecuencia en el escándalo, el conflicto interno, la parálisis y la ruptura. Y sin operadores partidarios en provincias tienen menos capacidad de respuesta ante los conflictos locales.
Con un Estado débil y (casi) sin partido, Humala enfrenta un camino mucho más difícil que el de Lula. Podría terminar pareciéndose no a Lula sino a Toledo y García: poco querido, sobre todo por la gente más pobre. Gobernar sin Estado o partido fuerte es, como bien escribe Rodrigo Barrenechea, como “tocar el cajón sin manos”. Sabiendo eso, Alan García optó por el camino más fácil: gobernar poco. Pero el Perú necesita gobierno.
Humala optó por el mejor camino. Ha demostrado una capacidad de aprendizaje político que no todos tienen. Y por ahora, el crecimiento económico y los recursos que genera le dan cierto espacio para gobernar bien. Lula tenía 25 años de experiencia en la política cuando llegó a la presidencia. Humala, con mucho menos experiencia, tendrá que aprender rápido.
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Encrucijadas de Ollanta. Indefinición, ambivalencias, temores: Cuidado, el desastre final.
Por Julián Roger Lacacta
Bajo La Lupa. Lunes 12 de diciembre del 2011.
La conformación del partido nacionalista de Ollanta, está plagada de improvisaciones, constituida hasta la actualidad como un "cascaron" de partido, que aglutina a diversos sectores, fanáticos del "pequeño burgués" Ollanta, esta encrucijada lo viene demostrando con las diversas pugnas al interior de dicho partido en las diferentes regiones del país, los diversos comités regionales tienen posiciones antagónicas dentro del nacionalismo.
Los que se olvidaron de las "bases nacionalista" son los congresistas nacionalistas, que no tienen posición de clase, ni mucho menos formación política ideológica, sino son mercantilistas de la política, algunos de los congresistas nacionalistas están suspendidos por sus actos comprobados de corrupción. El partido de gobierno no tiene cuadros políticos, en este nuevo gabinete ministerial, luego de la primera derrota del gobierno, no lo integra militante alguno del partido nacionalista, es mas no hay cuadro nacionalista visible de este gobierno, salvo Nadine esposa de Ollanta cofundadora del partido nacionalista.
Antes de las elecciones los diversos sectores del campo popular, conformaron GANA PERÚ, para así dar un apoyo unánime, y por supuesto desarrollar estratégicas conjuntas, para el triunfo de Ollanta, hasta ese entonces considerado como progresista. Este conglomerado del campo popular, llevo al gobierno a Ollanta Humala. Después del triunfo y de asumir el gobierno otra de las encrucijadas lo demostraría con la Resolución N°001-2011-CPN-PNP y Resolución N°002-2011-CPN-PNP, disolviendo GANA PERÚ, unidad del campo popular, demostrado así las verdaderas intenciones de utilizar al campo popular, para llevar al gobierno y continuar con la política neoliberal emprendida por el fujimontesinismo. Lamentablemente una vez más la izquierda en su conjunto queda relegado, partidos como de Ollanta, son los que "robaron" y "roban" el programa mínimo de la izquierda y hoy enarbolan como suyos.
Las encrucijadas no solo se dan en la conformación del partido nacionalista, las alianzas desarrolladas con el campo popular, sino se está demostrando en la improvisación del gobierno, más aun con las nuevas alianzas que está desarrollando Ollanta con la "derecha militarista". Dicha alianza ya se dio a relucir en los últimos conflictos sociales, respondiendo con "estado de emergencia", a las lucha justa de la población de Cajamarca que está en contra del proyecto conga. Mientras no se decida este gobierno, a convocar a una asamblea constituyente, para una nueva constitución, seguirá siendo un gobierno continuista del neoliberalismo que utiliza el "populismo" para engañar al pueblo.
En esta coyuntura, la izquierda en su conjunto no debe "divagar en discusiones baratas", sino priorizar la reconstrucción de las organizaciones naturales del pueblo, así mismo renovar las dirigencias con cuadros jóvenes o con dirigentes "naturales" del campo popular y dejar de lado los "apetitos" personales para desarrollar una verdadera unidad, que en un futuro cercano podamos tener nuestros propios representantes y no depender de ningún "caudillo militarista de derecha".
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