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Interesante el artículo para la polémica política.
Por ahora solamente deseo presentar dos opiniones centrales. Primera. Es necesario hacer un deslinde
teórico -ideológico-político- entre lo que son: Los movimientos sociales históricos, movimientos anticapitalistas y/o
movimientos anti-dictaduras de la década de los 60 y 70 en A. L. Muy
diferente son los fundamentos teóricos de los Nuevos Movimientos Sociales -
surgidos en Europa y Estados Unidos en
la década de los 70' y se consolidan
el los 80´ y el proceso de
construcción de la "Nueva Sociedad
Civil". Desde los 80' (in)surgen en
A.L. juntamente con la recuperación
de la democracia, en tiempos de la "década
perdida". Hoy siguen trabajando, cada uno en el espacio que les
corresponde: DD.HH. Feminismo,
Ecologismo, Ambientalismo, etc. Pero después de Seattle diciembre de1999, surgen los Movimientos Sociales anti-globalización, cuya plataforma de lucha
es totalmente diferente a los anteriores. Y hoy producto de la crisis de crisis
estructural, multidimensional del sistema capitalista, están presente estos
mismos Movimientos Sociales
anti-globalización, ( etiquetados como Conflictos
Sociales) con plataforma, actores, lideres, comunicación, lenguaje político
totalmente diferente a todos los anteriores .
Segunda,
es necesario analizar e interpretar, como al interior de este escenario continental de clases y
lucha de clases, (in)surgen los movimientos
políticos que llevan a la Presidencia de las Repúblicas: a Hugo Chávez, Venezuela; Evo Morales, Bolivia; Rafael
Correa, Ecuador; Daniel Ortega
Nicaragua, Lula Da Silva, en Brasil;
o Cristina Fernández en Argentina, o al final José Mujica en Uruguay, son procesos políticos, únicos, propios, exclusivos, intransferibles. La revolución no
copia ni calco, es creación heroica de sus pueblos, explica el Amauta José Carlos Mariátegui. Procesos políticos que hoy se orientan políticamente desde una cerrada
oposición a las políticas dominantes del imperialismo norteamericano con respecto a América Latina, procesos
que internos que cuentan con la militancia, apoyo de los movimientos sociales ( sindicales, de pueblos originarios,
movimientos de ciudadanos, etc ) hasta procesos políticos que sustentan y enriquecen la participación ciudadana, la rendición de
cuentas, la lucha contra la corrupción, dinamizan las políticas sociales de
lucha contra la pobreza y la histórica
desigualdad económico-social, amplían los ámbitos sociales de la Democracia, consolidan y amplían los Derechos Sociales ( laborales) y derechos
políticos, una de las fortalezas hoy en
la estructura representativa de la Democracia
Moderna en el siglo XXI. Pablo Raúl.
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Mapa político de América Latina 2012: con democracias de tres tipos. Democracias liberal representativa y políticas neoliberales; Democracias Modernas, vigencia irrestricta de los derechos sociales, laborales, políticos, participación ciudadana y lucha contra la corrupción, la inseguridad ciudadana, el narcotráfico; y Democracias "Nacionalistas", Ciudadana, anti-neoliberal, profunda participación ciudadana, rendición de cuentas y extensa relación con los movimientos sociales.
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AMÉRICA
LATINA: ¿Hacia dónde van los gobiernos
de izquierda y progresistas?.
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Roberto
Regalado.
El País.
Costa Rica. Sábado 19 de mayo del 2012.
El auge de los movimientos sociales y la elección
de gobiernos de izquierda y progresistas, son dos de los grandes
acontecimientos ocurridos en América Latina en las postrimerías del siglo XX y
los albores del XXI. Pese a la aún hoy no resuelta tensión entre «lo social» y
«lo político», es decir, entre las formas de organización y lucha social, y las
formas de organización y lucha política, la relativa convergencia de ambas fue
la que contuvo y desaceleró la avalancha reaccionaria que azotó a la región en
las décadas de 1980 y 1990, festín de la concentración y transnacionalización de
la riqueza y el poder político, con su correlato de agravamiento de la pobreza,
la miseria y la exclusión social.
Cuando en el mundo se enseñoreaban el desconcierto
y el abatimiento provocados por el colapso de los paradigmas comunista y
socialdemócrata europeos, en América Latina, la irrupción de los nuevos
movimientos sociales y la determinación de un amplio espectro de fuerzas
políticas de izquierda de emprender lo que se conoció como búsqueda de
alternativas al capitalismo neoliberal, abrieron nuevos caminos en sustitución
de los que cerraban. Por esos caminos hemos avanzado desde entonces, pero al
adentrarnos en segunda década del siglo XXI, ya no basta con hablar de «nuevos»
movimientos ni de «búsqueda» de alternativas.
En rigor, los llamados nuevos movimientos sociales
surgen en los años sesenta (¡hace ya más de cinco décadas!) en los Estados
Unidos, Europa Occidental y América Latina, con características derivadas de la
situación de cada región. En la nuestra, su identificación y reconocimiento generalizado
como tales data de los años ochenta (hace ya más de tres décadas) porque hasta
entonces habían estado entre-mezclados con los movimientos clandestinos e
insurgentes surgidos bajo el influjo de la Revolución Cubana.
Ese es el momento
en el cual: 1) el cambio en la situación internacional y regional provoca el
declive de la lucha armada, y relega a las organizaciones sociales y políticas
tradicionales a planos secundarios y hasta marginales; 2) los nuevos
movimientos sociales demuestran ser inmunes al efecto de la crisis terminal del
«socialismo real» y el advenimiento del mundo unipolar; y, 3) se evidencia su
condición de protagonistas principales de la lucha contra el neoliberalismo y
contra las más diversas formas de opresión, explotación y discriminación. En lo
referente a los gobiernos de izquierda y progresistas, a más de trece años de
la victoria de Hugo Chávez en la elección presidencial venezolana de 1998, ya
son diez los existentes en América Latina continental, parte de los cuales está
en su tercer período consecutivo, otra en el segundo y el resto en el primero.
Es conocido que los procesos históricos, como el
tránsito de una formación económico social a otra, por ejemplo, del feudalismo
al capitalismo, tardan siglos y atraviesan por etapas de avance y retroceso. No
está de más recordar los setenta y cuatro años en la fracasada experiencia de
la Unión Soviética. Visto desde esta perspectiva, las cinco décadas
transcurridas desde el nacimiento de los «nuevos» movimientos sociales, las
tres décadas transcurridas desde que se les reconoce como tales en América
Latina, y el poco más de una década transcurrido desde el inicio de la elección
de los gobiernos latinoamericanos de izquierda
y progresistas, son lapsos incompara-blemente breves. Pero, desde otra
perspectiva, en esos largos procesos históricos se abren y cierran «ventanas de
oportunidad», cuyo aprovechamiento los acelera y cuyo desperdicio los derrota
o, al menos, los retrasa. Es en esta perspectiva en la que tenemos que
ubicarnos.
Marx afirmaba
que capital que no crece, muere.
En forma análoga podemos decir que proceso de transformación social
revolucionaria o de reforma social progresista que no avanza, muere: abre
flancos a la desestabilización del
imperialismo y la derecha local, y fomenta la desmovilización, el voto de
castigo y la abstención de castigo de los sectores populares defraudados. Por
eso es que debemos preguntarnos en qué medida los «nuevos» movimientos
sociales, que en los años sesenta,
setenta, ochenta y noventa estuvieron a la altura de las circunstancias, se
han convertido en movimientos social-políticos, es decir, han logrado
desarrollar la vocación y la capacidad de luchar por una transformación social
revolucionaria. Y también, por las mismas razones, debemos preguntarnos si los
actuales gobiernos de izquierda y progresistas están enrumbados hacia la
edificación de sociedades «alternativas» o si serán un paréntesis que, en
definitiva, contribuya al reciclaje de la dominación
del capital. El objetivo de estas preguntas no es calificar o descalificar
a una u otra fuerza política o social-política, o a uno u otro gobierno de
izquierda o progresista, sino recordar una sentencia del siglo XX que no pierde
vigencia en el XXI: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.
Como es lógico, entre la izquierda de épocas
anteriores y la actual, hay similitudes y diferencias. Una similitud es que,
como ocurrió de manera periódica en los siglos
XIX y XX, el comienzo de una nueva etapa histórica obliga a la izquierda a
formular nuevos objetivos, programas, estrategias y tácticas. Una diferencia es
que, tanto las corrientes revolucionarias, como las corrientes reformistas del
movimiento obrero y socialista nacido en el siglo XIX, habían elaborado y
debatido sus respectivos proyectos políticos mucho tiempo antes de que la Revolución
Bolchevique en Rusia (1917) y la elección del primer ministro laborista Ramsey McDonald en Gran Bretaña
(1924), llevaran al gobierno, por primera vez, a representantes de una y
otra, mientras que la izquierda latinoamericana actual llegó al gobierno sin
haber elaborado los suyos. La izquierda
latinoamericana llega al gobierno sin descifrar la clave para dar el salto
de la reforma social progresista a la transformación social revolucionaria, sin
la cual quedará atrapada en el mismo círculo vicioso de reciclaje del
capitalismo concentrador y excluyente que la socialdemocracia europea. Este es
el problema pendiente: construir la imprescindible sinergia entre teoría y
praxis revolucionaria.
Los denominados gobiernos de izquierda y
progresistas electos en América Latina desde finales de la década de 1990, son en realidad gobiernos de coalición en los que
participan fuerzas políticas de izquierda, centroizquierda, centro e incluso de
centroderecha. En algunos, la izquierda es el elemento aglutinador de la
coalición y en otros ocupa una posición secundaria. Cada uno tiene
características particulares, pero es posible ubicar a los más emblemáticos en
dos grupos. Estos son: a) gobiernos electos por el quiebre o debilitamiento
extremo de la institucionalidad democrático neoliberal, como ocurrió en
Venezuela, Bolivia y Ecuador; y, b) gobiernos electos por acumulación política
y adaptación a las reglas de juego de la gobernabilidad democrática,
caracterización aplicable a Brasil y Uruguay. Además, están los casos de Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Argentina
y Perú, sobre los cuales el espacio no nos permite siquiera unas escuetas
palabras de referencia.
¿Cómo se explica la elección de gobiernos de
izquierda y progresistas en el mundo unipolar donde imperan la injerencia y la
intervención imperialista?
Se explica por cuatro razones fundamentales, tres de ellas positivas y una negativa. Las positivas son:
Se explica por cuatro razones fundamentales, tres de ellas positivas y una negativa. Las positivas son:
1. El acumulado de lucha de las fuerzas populares
libradas en la etapa abierta por el triunfo de la Revolución Cubana, en la cual, aunque no alcanzaron los objetivos
máximos que se habían planteado, demostraron una voluntad y capacidad de
combate que obligó a las clases dominantes a reconocerles los derechos políticos
que les estaban negados.
2. La lucha en defensa de los derechos humanos que forzó la suspensión del uso de la violencia
más descarnada como mecanismo de dominación.
3. El aumento de la conciencia, la organización y la movilización social y política registrado
en la lucha contra el neoliberalismo, que sienta las bases para la
participación política y electoral de los sectores antes marginados.
Como contraparte, la razón negativa es la apuesta
del imperialismo norteamericano a que la unipolaridad le permitiría someter a
los países latinoamericanos a los nuevos mecanismos transnacionales de
dominación, motivo por el cual dejó de oponerse de oficio a todo triunfo electoral de la izquierda, como
había hecho históricamente. A todo lo anterior debe agregarse un factor
volátil: el voto de castigo a las fuerzas políticas de derecha por los efectos
socioeconómicos de la reestructuración neoliberal, es decir, un voto no
ideológico, ni político, y mucho menos cautivo de la izquierda, que ésta puede
perder si su ejercicio de gobierno no satisface las expectativas.
¿Por qué fuerzas políticas y
social-políticas de la izquierda latinoamericana llegan al gobierno sin
siquiera haber esbozado las líneas gruesas de sus proyectos estratégicos o, aún
peor, en algunos casos sacrifican sus
proyectos estratégicos para llegar al gobierno?
La Democracia en América Latina es una constante y permanente lucha por lograr llegar a la cima, al apogeo, de la estabilidad, la realización de los grandes objetivos políticos; pero cuando cae en manos de las dictaduras o de gobiernos corruptos se transforma en una simple caricatura que desciende hasta el fondo, el abismo, hasta la sima y el precipicio, cubierta con un manto total de desprestigio, ausencia de credibilidad, sin confianza social e institucional y sin legitimidad de la opinión pública.
*****
Ello
es resultado de cuatro factores
que ejercen una influencia determinante
en las condiciones y características de las luchas populares en el
subcontinente:
1. El salto
de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (la
llamada globalización), ocurrido en la década
de 1970, tras un proceso de acumulación de premisas finales que se
desarrolla durante la segunda posguerra mundial, que cambia la ubicación de
América Latina en la división internacional del trabajo y modifica la
estructura socioclasista.
2. La avalancha universal del neoliberalismo, de la década de 1980, desarticula las alianzas sociales y políticas construidas durante el período nacional desarrollista y establece las bases de la reestructuración de la sociedad y la refuncionalización del Estado sustentadas en función de la concentración y transnacionalización de la riqueza.
3. El derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de posguerra, entre 1989 y 1991, que le imprime un impulso extraordinario a la reestructuración neoliberal, provoca el fin de la bipolaridad estratégica, que actuó como muro de contención de la injerencia y la intervención imperialista en el Sur durante la posguerra y tiene un efecto negativo, a corto plazo, para la credibilidad de todo proyecto social ajeno al neoliberalismo, no solo anticapitalista, sino incluso apenas discordante con él, efecto que llega a ser devastador para las ideas de la revolución y el socialismo.
2. La avalancha universal del neoliberalismo, de la década de 1980, desarticula las alianzas sociales y políticas construidas durante el período nacional desarrollista y establece las bases de la reestructuración de la sociedad y la refuncionalización del Estado sustentadas en función de la concentración y transnacionalización de la riqueza.
3. El derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de posguerra, entre 1989 y 1991, que le imprime un impulso extraordinario a la reestructuración neoliberal, provoca el fin de la bipolaridad estratégica, que actuó como muro de contención de la injerencia y la intervención imperialista en el Sur durante la posguerra y tiene un efecto negativo, a corto plazo, para la credibilidad de todo proyecto social ajeno al neoliberalismo, no solo anticapitalista, sino incluso apenas discordante con él, efecto que llega a ser devastador para las ideas de la revolución y el socialismo.
4. La
neoliberalización de la socialdemocracia europea, en sus dos grandes vertientes, la Tercera Vía
británica y la Comisión Progreso Global de la Internacional Socialista, en la
década de 1990, que recicla la doctrina neoliberal cuando su inducida
credibilidad se desploma, la encubre con una presentación humanista, «light» y
«progre».
Téngase en cuenta que los primeros triunfos de
fuerzas de izquierda y progresistas en elecciones presidenciales
latinoamericanas, el de Chávez en Venezuela (1998) y el de Lula en Brasil
(2002), se producen cuando el efecto acumulado de estos factores
está en su apogeo, en particular, es el momento de mayor impacto en América Latina de las ideas de la Tercera Vía y la
Comisión Progreso Global. Esos factores combinados ejercen una influencia
determinante en los gobiernos de Brasil,
Uruguay, Argentina y otros, y una influencia menos evidente, pero también
efectiva, en los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Tras el derrumbe de la URSS, el desaparecido dirigente revolucionario salvadoreño Schafik
Jorge Hándal empezó a repetir una idea que parece simplona, pero es más
profunda que un sinnúmero de doctas reflexiones: «Habrá socialismo –decía
Schafik– si la gente quiere que haya socialismo». Las preguntas que se derivan
de esta idea son: ¿Quiere que haya socialismo la gente de Venezuela, Bolivia,
Ecuador, los países cuyos procesos políticos se corresponden con la definición
de revolución entendida como acumulación de rupturas sucesivas con el orden
vigente? ¿Quiere que haya socialismo la gente de Brasil, Uruguay, Nicaragua u
otros países latinoamericanos gobernados por fuerzas de izquierda o
progresistas? A estas preguntas tenemos
que añadir otras: ¿sabe la gente de esos países qué es socialismo?
¿Comparten los líderes de esos países nuestro concepto de socialismo que, al
margen de las diferentes condiciones, características, medios, métodos y vías,
implica la abolición de la producción capitalista y del sistema de relaciones
sociales que se erige a partir de ellas y en función de ellas? ¿Hay en esos
procesos fuerzas políticas capaces de concientizar a la gente para que quiera
que haya socialismo? ¿Lo están haciendo? Todas estas preguntas son cruciales,
pero las definitorias son las dos últimas.
Planteada
en términos teóricos, la idea, en apariencia simplona, de Schafik implica que para avanzar en dirección al
socialismo los procesos de reforma o transformación social de signo popular que
hoy se desarrollan en América Latina necesitan: teoría revolucionaria;
organización revolucionaria; bloque social revolucionario, basado en la unidad
dentro de la diversidad; y solución del problema del poder, este último
entendido como la concentración de la fuerza imprescindible para producir un
cambio efectivo de sistema social. Podemos hablar de protoformas de esos cuatro
elementos en Venezuela, Bolivia y
Ecuador, y quizás en algunos otros gobernados por fuerzas de izquierda y
progresistas, pero en ninguno se puede hablar de formas acabadas.
Nada de esto es nuevo. De todo ello habla desde hace años y, quizás, hasta de manera
sobredimensionada, porque a esos elementos se atribuye el papel
determinante en la formación de la identidad del futuro socialismo
latinoamericano. Sin dudas, su papel será crucial, pero lo determinante es
cómo, cuándo, dónde y en qué condiciones tendrá lugar el acceso al poder
político, sea mediante su conquista o construcción. Sin estas respuestas, no
puede hablarse de Socialismo del Siglo
XXI, Socialismo en el Siglo XXI, Vivir Bien, Buen Vivir, o cualquier noción similar, más que
como una utopía realizable de contornos aún muy difusos.
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- Roberto Regalado es Doctor en Ciencias Filosóficas, profesor-investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y coordinador de varias colecciones de la editorial Ocean Sur. En este artículo se esbozan algunas ideas contenidas en su libro La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México D.F. 2012 (259 pp.).
- Roberto Regalado es Doctor en Ciencias Filosóficas, profesor-investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y coordinador de varias colecciones de la editorial Ocean Sur. En este artículo se esbozan algunas ideas contenidas en su libro La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, México D.F. 2012 (259 pp.).
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Este texto es parte de la revista “América Latina en Movimiento”, No 475, correspondiente a mayo de 2012 y que trata sobre "América Latina: Las izquierdas en las transiciones políticas”.
Este texto es parte de la revista “América Latina en Movimiento”, No 475, correspondiente a mayo de 2012 y que trata sobre "América Latina: Las izquierdas en las transiciones políticas”.
(*) ALADI.
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