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“El
poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló.
También los sectores conservadores de Iglesia incluidos algunos obispos se
sintieron molestos con Bergoglio, aunque
estos últimos se mantuvieron dentro de los márgenes de discreción que
impone la propia Iglesia. A nivel mundial también las intrigas y las conspiraciones fueron en aumento.
Integrantes del colegio cardenalicio que habían ido a buscar a un papa
latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el "más parecido" a los europeos se
sintieron frustrados en sus expectativas.
“En más de una oportunidad
los sectores más conservadores se rasgaron las vestiduras ante lo que consideraron excesivas
concesiones de Bergoglio, tanto en
sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco
no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando decisiones con conciencia de
los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la energía y el respaldo que le llegaba desde afuera para
dar batallas en el seno de la propia Iglesia. Siempre apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y
profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y
plural que renueve la vida del catolicismo. Si bien se dieron pasos
sustanciales en ese sentido, quizás sea esta la tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo
suceda en el pontificado. Una designación
que dependerá de una elección incierta y sin candidatos a la vista, aun
teniendo en cuenta la profunda renovación que Bergoglio hizo en el
colegio cardenalicio que escogerá al
nuevo papa.
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El Papa Francisco en la Plaza San Pedro. Imagen: Archivo
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FRANCISCO, EL PAPA LATINOAMERICANO PARA EL MUNDO. INTERPELÓ
A PROPIOS Y EXTRAÑOS Y ENTRA EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
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Murió a los
88 años. Se proyectó como estadista y líder mundial. Nunca perdió su sencillez,
predicó a favor de los pobres y descartados, promovió el diálogo y criticó el
modelo económico depredador y excluyente. Los cambios que hizo en la Iglesia y
lo que dejó pendiente.
Por Washington
Uranga.
Fuente, Página /12 lunes 21 de abril del 2025.
Francisco,
el papa latinoamericano que
“los cardenales fueron a buscar al fin
del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia
Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo
firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los
desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y,
sobre todo, tuvo la capacidad de
interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.
De esta manera Jorge Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas,
también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o
religioso. En el escenario de un mundo
contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo
tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la
fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.
Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó “la
cultura del encuentro”. Porque, como lo escribió en su autobiografía
recientemente publicada bajo el título “Esperanza”, “solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará
apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo, quedará atrapado
su corazón”.
Francisco: el
hombre común
Se proyectó como estadista y líder
mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este
porteño (“dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”), el mayor
de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que
aún en el Vaticano siguió reconociéndose como “cuervo” por su afición a San
Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La
Plata el nuevo estadio podría llamarse “Papa Francisco” dijo claramente
que “la idea no me entusiasma”.
La elección como Papa le cambió la vida
a Jorge Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por
mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos
Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte para ir a su despacho
en la curia porteña. “Me gusta caminar por la ciudad, en la calle
aprendo” decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones,
pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia
Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes
que viajan a Roma por motivos eclesiásticos. Allí trasladó incluso muchas de
sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por
motivos personales o pastorales. Santa
Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a
sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo
que usaba su antecesor Benedicto XVI. También
desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada
domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a
su hermana María Elena, la única sobreviviente de su familia. Ha dicho que no
ver a su hermana es de los desprendimientos que más le costó.
Se reconocía como amante de la música y
del tango. “La melancolía ha sido compañera una compañera de vida,
aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un
sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”.
Desde
1990, a raíz de una promesa religiosa, no volvió a mirar televisión y se
mantenía informado por otros medios.
“Plan de
gobierno”
La
elección de Bergoglio como papa Francisco, que cambió la vida de la Iglesia Católica, también modificó profundamente la manera de
relacionarse del catolicismo con la sociedad, en el mundo y en cada país y
región.
Ni siquiera los más cercanos, aquellas
y aquellos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria,
habrían podido imaginar aquel 13 de marzo de 2013 el "plan de
gobierno" que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como
máxima autoridad de la Iglesia Católica. Quizás tampoco había pasado por su
cabeza esa posibilidad a pesar de la experiencia acumulada en sus años como
superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), en plena
dictadura militar, o en su tarea como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como
arzobispo de Buenos Aires
(1998-2013).
No pocos sostienen que la vida de
Bergoglio tuvo un vuelco fundamental por su participación en la Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007) en la que el
entonces arzobispo porteño recibió un baño de ”latinoamericaneidad” en su
contacto con sus colegas obispos de la región y, en particular, con los de Brasil. Esto es lo que lo llevó a
escribir en sus memorias que
“mis
raíces son también italianas, pero soy argentino y latinoamericano. En el gran
cuerpo de la iglesia universal, donde todos los carismas ‘son una maravillosa
riqueza de gracia’, esa iglesia continental tiene unas características de
vivacidad especiales, unas notas, colores, matices que también constituyen una
riqueza y que los documentos de las grandes asambleas de los episcopados
latinoamericanos han manifestado”.
Hasta
entonces el “porteño” Bergoglio, como buena parte
de los argentinos, se había mantenido distante de América Latina. También en
términos eclesiásticos por su cercanía a la “teología de la cultura” que aprendió de su maestro Juan Carlos Scanonne y más alejado de
los teólogos de liberación como el peruano
Gustavo Gutiérrez o el brasileño
Leonardo Boff. Con ambos se encontró y se abrazó después una vez que estuvo
en el Vaticano. Bergoglio se hizo
latinoamericano en Aparecida. Y con ese bagaje llegó al consistorio que lo
eligió Papa.
Pocos días antes de su muerte, la teóloga argentina
Emilce Cuda, a quien el Papa llevó a Roma como una de sus más estrechas
colaboradoras, fue enfática al señalar que la teología de Francisco ha sido
“la teología” a secas, rescatando las raíces del pensamiento cristiano a lo
largo de la historia para ponerla a dialogar con los desafíos de la actualidad
de la Iglesia y del mundo.
Referente
mundial.
El tiempo y sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la
propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer
como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo
llevó hasta Lampedusa, para
encontrarse con los inmigrantes ilegales
expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A
ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica
en favor de los pobres, los descartados y de sus derechos.
Desde
allí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su
condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia Católica
convirtiéndose en interlocutor de jefes de estado, de dirigentes sociales,
políticos y culturales.
En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos de la realidad
Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes,
desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.
Sus ideas quedaron plasmadas en muchos
de sus documentos y alocuciones públicas, pero sobre todo en las
encíclicas Laudato Si (2015), sobre “la casa común”, el cambio
climático y el cuidado de los recursos naturales, y Fratelli Tutti (2020)
acerca de la amistad y la fraternidad social.
Pero
Francisco fue, de muchas maneras, un líder incómodo, para los gobernantes y los poderosos del
mundo. En particular por sus llamadas a
atender los problemas de sobre explotación de los recursos naturales en
desmedro del cuidado de la naturaleza, las críticas de un modelo económico
depredador y excluyente y las advertencias sobre el “descarte” que se evidencia
en las migraciones masivas, las guerras y la pobreza creciente.
Los pobres y
la guerra
En
su transitar Francisco
se convirtió en vocero de los descartados y los pobres, pero también en aliado
de quienes salieron en defensa de los derechos de estas personas y comunidades.
Puede decirse que el discurso
pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los
movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia), cuyo eje fue su proclama de "las tres T" (tierra, techo, trabajo), constituye una
suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco había expresado de manera sistemática y
con base teológica en Laudato Sí. Una gran
suma que, a contracorriente de las fuerzas del capitalismo mundial, se alzó en
favor de los pobres y sus organizaciones, criticó a los poderes hegemónicos
y lanzó un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoyó con
sus acciones y las del Vaticano en
cada lugar de conflicto en cualquier rincón de la tierra. En esta
tarea los movimientos sociales
fueron elegidos permanentemente como aliados e interlocutores, convocados y sentados a la mesa de las
conversaciones con el Papa.
A
través de sus acciones Francisco también consolidó su idea de que a las grandes religiones monoteístas del
mundo y a sus dirigentes le cabe la responsabilidad de encontrar salidas a la
guerra mundial traducida en multitud de
conflictos acotados o guerras regionales por disputas territoriales,
cuestiones de soberanía, enfrentamientos políticos, étnicos o raciales. “No
existe la guerra inteligente; la guerra solo sabe causar miseria; las armas,
únicamente muerte” afirmó.
En
octubre de 2022 organizó en Roma un gran encuentro de líderes religiosos mundiales por la paz.
Pero antes y después se reunió en Irak, con el Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani, líder de la comunidad
chií del país, en Ulaanbaatar con once líderes de diferentes confesiones y,
más recientemente, en Indonesia junto al iman
Nasaruddin Umar visitó el 'túnel de la Amistad' que conecta la mezquita Istiqlal con la catedral de Nuestra Señora
de la Asunción.
En la propia
Iglesia
Hacia
el interior de la misma Iglesia Católica el papa Francisco impulsó muchas líneas que conectan directamente
con iniciativas inauguradas en el Concilio
Vaticano II (1962-1965), impulsadas por el papa Juan XXIII (1958-1963 ) y continuadas
por Paulo VI (1963-1978), pero que tuvieron frenos y retrocesos con Juan Pablo
II (1978-2005) y Benedicto XVI ( 2005-2013).
De esta manera Bergoglio insistió en la idea de “una iglesia de puertas abiertas” con capacidad de acogida para
todas y todos, sin ningún tipo de restricciones, en diálogo con la sociedad y
enfrentando los problemas comunes. Esto
implicó también reformas profundas en las estructuras eclesiásticas, con más
espacios para los laicos y en particular para las mujeres, pero también desde
una perspectiva eclesiológica que buscó protagonizar el “sacerdocio común de
los fieles” incluso antes que el sacerdocio ministerial.
Con
esa intención Francisco
propició, a través de los sínodos (universal y regionales) una Iglesia más
participativa que puso en crisis el modelo estrictamente jerárquico, piramidal y romano céntrico. Ello trajo aparejado
también la decisión de enfrentar los problemas de abusos, la pederastia y la
corrupción dentro de la estructura eclesiástica.
Bergoglio
acompañó este proceso con reformas de la curia vaticana, recambio de los
responsables y
nuevos nombramientos para rodearse de figuras
de su confianza. También hubo cambios mediante la designación de obispos
más jóvenes y cercanos a la perspectiva eclesiológica
de Francisco.
Nada de esto ocurrió sin resistencias y
enfrentamientos. En
el mundo, pero también en la Argentina donde
paradójicamente los sectores católicos más conservadores, empresarios y
representantes del poder que vieron en Francisco
la continuidad de un cardenal Bergoglio, que en su momento y sin
considerarlo como del propio palo, nunca les resultó incómodo. Rápidamente se
sintieron defraudados por las iniciativas y las propuestas del Papa que acentuó los rasgos más
latinoamericanistas del entonces cardenal
de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los
excluidos y de sus derechos.
El
poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló. También los sectores conservadores de Iglesia
incluidos algunos obispos se sintieron molestos con Bergoglio, aunque estos últimos se mantuvieron dentro de los
márgenes de discreción que impone la propia Iglesia.
A
nivel mundial también las
intrigas y las conspiraciones fueron en aumento. Integrantes del colegio
cardenalicio que habían ido a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron
a un argentino porque siendo tal era el "más parecido" a los europeos se sintieron frustrados en sus
expectativas.
En
más de una oportunidad los sectores más conservadores se rasgaron las
vestiduras ante lo que
consideraron excesivas concesiones de Bergoglio,
tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando
decisiones con conciencia de los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la
energía y el respaldo que le llegaba
desde afuera para dar batallas en el seno de la propia Iglesia.
Siempre
apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y profundizar la
reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación
más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo.
Si bien se dieron pasos sustanciales en
ese sentido, quizás sea esta la
tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo suceda en el pontificado. Una designación que dependerá de una
elección incierta y sin candidatos a la vista, aun teniendo en cuenta la
profunda renovación que Bergoglio hizo en el colegio cardenalicio que escogerá al nuevo papa.
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