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“Consideremos el caso de “el individuo”. Su condición está definida por una sociedad. Todo
lo que desea, aspira, teme, rechaza, promueve; todas sus alegrías, tristezas, éxitos, fracasos están
definidas en relación a una sociedad, a lo que esa sociedad espera o no espera de él, a lo que
esa sociedad le provee o le impone. Consideremos una persona que naufraga y
sobrevive nadando hacia una isla sin humanos. Esa persona podrá vivir por años sin ver a un solo ser humano, pero la sociedad y la cultura que dejó (los
otros) nunca la abandonarán. Todas sus emociones podrán cambiar, pero hasta
el último momento de su vida, el mundo perdido estará en ella, como una lengua materna y los recuerdos
infantiles (“las raíces son lo último que se seca”) permanecen hasta el último
minuto de conciencia de un ser humano, ya sea que acepte o que
rechace ese pasado, como nostalgia o como trauma. Es decir, seguirá siendo
un individuo humano
porque seguirá estando definido y condicionado por esa sociedad que perdió.
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HUMANO SE HACE, NO SE NACE.
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Por Jorge Majfud | 25/06/2025 | Cultura.
Fuentes.
Revista Rebelión miércoles 25 de junio del 2025.
Cuando
nace un niño, lo que nace no es un humano: es un pequeño, adorable animal con
la capacidad de convertirse en humano, reconocido desde antes
de nacer como humano por sus padres y por la sociedad. El amor de los padres no
lo hace humano. También los lobos aman y protegen a sus crías. Poco a poco se
convertirá en un individuo, algo que no existe fuera de la sociedad, porque no
existe un individuo sin sociedad.
No
entraré en
consideraciones ontológicas sobre qué es un ser humano (“un bípedo implume”) para no complicar
algo que puede ser entendido de una forma más fácil. Consideramos algo por
demás obvio: el color amarillo de ese tigre que procede de su pantalla de
teléfono, computadora o televisor no existe. Esto es extremadamente fácil de
entender. Las pantallas sólo pueden emitir en un tubo de rayos catódicos del siglo XX o en cada pixel de nuestro
tiempo tres ondas visibles específicas: rojo,
azul y verde. Ni una más. Tampoco es necesario―bastante costó el azul. El
amarillo es sólo la combinación de rojo y verde con una misma intensidad.
Tampoco tenemos en nuestras retinas células sensibles al amarillo. De los siete millones de conos que poseemos los
humanoides, ninguno es sensible al amarillo.
Sólo detectan tres colores. ¿Parecen pocos? Sí, si consideramos que un
pequeño pájaro posee cinco tipos de conos, y pueden ver la luz ultravioleta. Pero los humanoides
somos privilegiados al poseer una célula retiniana más que los jabalíes y
los ciervos, que sólo poseen dos y, por lo tanto, ven al tigre de
color verde.
Entonces, ¿son
los tigres verdes o amarillos? La afirmación también parece una provocación
inútil, pero si decimos que los tigres
son amarillos, estamos omitiendo dos
cosas: uno, que son amarillos para
los humanoides, pero verdes para otras especies. De
hecho, que los tigres sean verdes es
más lógico, desde el punto de vista de la evolución a su favor (ya que mejora
su camuflaje) y es una ventaja evolutiva
de los humanos, ya que mejora la visibilidad
del peligro en la selva. Es muy probable que a este simple detalle los humanos, o al menos los asiáticos, le deban su exitosa sobrevivencia.
Por otro lado, como mencioné más arriba, lo que significa “amarillo” en el
tigre es un fenómeno puramente mental que no existe en el mundo exterior. Es una ilusión. Una ilusión
consistente, por lo cual no podemos decir exactamente qué ven otros humanos cuando en un cruce con semáforo se enciende la luz roja, pero sí podemos decir
que, sea lo que sea, es siempre lo mismo, por
lo cual no hay accidentes si todos estamos atentos al cambio de color. (Los
daltónicos no pueden distinguir verde de rojo, pero saben que el rojo está
abajo.) Anuncio publicitario
Está
de más decir que
lo mismo aplica a los olores. Los olores no existen fuera del cerebro de algún animal. Una rosa emite químicos.
El olor no es una realidad sino un efecto neuronal. Nada más. Podíamos seguir
con los sonidos: Nocturna de
Chopin, fuera del cerebro humano, es
sólo una secuencia de vibraciones de moléculas de aire. Se convierten en “sonido” dentro del cerebro animal.
A eso, debemos agregar el factor humano, es decir, el factor cultural: Nocturna,
como cualquier otro sonido (un disparo de revólver, por ejemplo), está
fuertemente ligada a una experiencia
humana que, además de sonido, se convierte en significados y emociones.
Ahora, consideremos de la misma forma eso
que llamamos ser humano y, más específicamente, individuo.
El individualismo es
un dogma capitalista (uno de los más
destructivos de la historia), pero el individuo también
es una construcción, aunque mucho más universal. Está centrada en la ilusión de que un humanoide nace ser humano y todo su ser se concentra en un cuerpo humanoide, independiente, que vive asociado con otros para formar una
sociedad y una cultura. El error radica
en que el individuo es parte de una cultura
y de una evolución histórica de decenas de miles de años. La cultura crea más al individuo humano que el individuo humano
crea cultura. Una cultura puede existir sin muchos individuos, siempre y cuando
existan “individuos”, pero no viceversa.
Consideremos el caso de “el individuo”. Su condición está definida por una sociedad. Todo
lo que desea, aspira, teme, rechaza, promueve; todas sus alegrías, tristezas, éxitos, fracasos están
definidas en relación a una sociedad, a lo que esa sociedad espera o no espera de él, a lo que
esa sociedad le provee o le impone. Consideremos una persona que naufraga y
sobrevive nadando hacia una isla sin humanos. Esa persona podrá vivir por años sin ver a un solo ser humano, pero la sociedad y la cultura que dejó (los
otros) nunca la abandonarán. Todas sus emociones podrán cambiar, pero hasta
el último momento de su vida, el mundo perdido estará en ella, como una lengua materna y los recuerdos
infantiles (“las raíces son lo último que se seca”) permanecen hasta el último
minuto de conciencia de un ser humano, ya sea que acepte o que
rechace ese pasado, como nostalgia o como trauma. Es decir, seguirá siendo
un individuo humano
porque seguirá estando definido y
condicionado por esa sociedad que
perdió.
Ahora
consideramos que
esa mujer náufraga, siete o nueve
meses después no sobrevive a un parto,
pero su hija sí porque, supongamos, es salvada del hambre por la leche de una loba, como afirma el mito
fundacional de Roma―dejemos de lado que es probable que haya sido una confusión lingüística, ya que en italiano y en latín loba y prostituta (lupa-lupanar) es lo
mismo.
Esa
niña no sería un ser humano,
aunque si alguien llegase a esa isla la
identificaría como tal y la rescataría
de su supuesta desgracia inhumana.
No sería un ser humano sino una loba con cuerpo humanoide y con habilidades humanoides, como la de articular un
lenguaje verbal que nunca desarrollará.
Sería una loba experta en la caza de
conejos que por las noches aullaría llamando a un lobo macho de su clan o de un
clan ajeno. Si no lo hiciera, de todas formas, no se representaría como un individuo humano, sino como una loba diferente.
De
la misma forma que
los recién nacidos, los proto humanos (humanoides) tienen derechos humanos que todos defendemos, es posible que la sensibilidad de los seres humanos un día extiendan esos derechos al resto de los no humanos, de la misma forma
que hace algunos siglos se dejó de considerar
un grupo de humanos como elegidos
por sus dioses y con derechos especiales sobre las vidas ajenas y se
universalizó la idea de la igualdad ―la igualdad de derechos, lo que incluye el
derecho a ser diferente.
Claro,
nada de esa evolución
evita que hoy existan cavernícolas que se
burlan de ideas como que los humanos no existen, como el color amarillo o el olor de una rosa o Nocturno de Chopin, pero están seguros de que son seres humanos
reales y con derechos especiales sobre
el resto de la Humanidad.
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