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“En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida en
2016. Se unieron el poder Legislativo y Judicial, utilizando el
mecanismo de impeachment.
A lo cual podemos agregar la
inhabilitación de Lula por el juez
Sergio Moro, posteriormente, ministro
de Justicia de Jair Bolsonaro. Fue una caricatura de juicio, fue
encarcelado e impidieron su candidatura a presidente en 2017. La condena fue ratificada por el tribunal de apelación en
2018, por unanimidad (sic).
“En Perú, en 2022, su presidente Pedro Castillo fue detenido y destituido con el visto
bueno de los poderes Legislativo y
Judicial. Y por último, Guatemala,
este año, muestra las contradicciones. Tras
las elecciones presidenciales, el Poder
Ejecutivo fue ganado por el Movimiento
Semilla y su candidato Bernardo
Arévalo fue investido jefe de Estado. Hoy sufre el acoso de la fiscal general, Consuelo Porras, quien utiliza el Ministerio Público para
boicotear las acciones del Ejecutivo, buscar su inhabilitación y retornar el Poder
Ejecutivo a la plutocracia. Jueces
y fiscales son militantes sin carnet.
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MONTESQUIEU EN EL SIGLO XXI:
jueces y tribunales.
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Por Marcos Roitman Rosenmann.
Fuente. La Jornada. México domingo 22 de junio
del 2025.
La división
de poderes ha sido el sostén para explicar la organización y funcionamiento del
Estado liberal. La tríada Ejecutivo, Legislativo y Judicial es
la fórmula para crear contrapesos.
A fines del siglo XX, algunas
constituciones suman poderes. El
defensor del pueblo, sin ir más lejos. Y en la República Bolivariana de Venezuela (1999), el poder ciudadano y el poder
electoral. Sea cualesquiera la fórmula para evitar arbitrariedades, se han ideado
mecanismos compensatorios para reducir al máximo la impunidad a la hora de fiscalizar el poder político. Así, el legislador ha previsto el recurso de apelación como última instancia para
dirimir los conflictos entre los
poderes.
En Estados Unidos, los tribunales
constitucionales o la Corte Suprema
cumplen dicha función. Sus miembros, juristas o jueces en ejercicio, se
pronuncian a petición de parte. Sus
sentencias son inapelables
y de obligado cumplimiento. En el ámbito internacional, existen
tribunales homologables.
Me refiero a los derivados de la protección de los derechos humanos, las inversiones extranjeras o conflictos entre estados. El Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas, la Corte Internacional Penal y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones dependiente del Banco Mundial.
El
principio que guía dichos
tribunales internacionales viene precedido por la firma de los países
que aceptan su jurisdicción. Si nos referimos a la Corte Internacional Penal: ratificar
el Estatuto de Roma. Estados Unidos,
Israel, Rusia, China, Arabia Saudita, Ucrania, Qatar, Turquía o India han rechazado sus principios. Sin
embargo, su existencia puede considerarse
condición sine qua non para
la gubernamentalidad democrática a nivel
internacional, evitando la impunidad
de quienes cometen crímenes de lesa humanidad. Se juzga a personas, no a Estados.
Ahora
quisiera llamar la atención a un hecho implícito cuando se trata de administrar
justicia y consagrar la división de
poderes. La imparcialidad de
los jueces. En su arquitectura,
mientras a los poderes Ejecutivo y
Legislativo se les presupone una
intencionalidad política e ideológica
al momento de tomar decisiones, al Poder
Judicial se le atribuye un manto de neutralidad.
Jueces y fiscales, se argumenta, no
participan o están por encima de los debates y la realidad política.
Administran justicia. Por consiguiente,
sus decisiones no sufren contaminación o no responden a intereses de partidos. Afirmación peligrosa, cuando no confusa o
equívoca.
Por
definición, el Poder Judicial es una institución política. La división de poderes, si asumimos la propuesta de Montesquieu, es técnica y funcional.
El contrapeso o equilibrio de poderes se
refiere a un todo: el Estado liberal.
Si por alguna circunstancia se cuestiona
el Estado liberal, por ejemplo, con
el triunfo en elecciones
presidenciales del candidato no deseado, los poderes Legislativo y Judicial estarían habilitados para revertir dicha anomalía y legitimar su lucha contra el
Poder Ejecutivo.
A la historia me remito. Algunos casos. La victoria de la Unidad Popular y Salvador Allende en Chile,
1970. Su programa contenía las reformas para abrir un proceso de transición al socialismo. Los poderes Judicial y Legislativo se unieron para legitimar el golpe de Estado
en 1973, mostrando que la división de poderes, cuando se trata de
mantener el Estado liberal, es una
quimera. En Honduras, 2009, el presidente Manuel Zelaya fue destituido por la acción conjunta del Poder
Judicial, el Legislativo y la anuencia
de las fuerzas armadas; en Paraguay,
2012, Fernando Lugo sufrió el mismo
proceso. El Parlamento y el poder
Judicial tumbaron su gobierno.
En
Brasil, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida en 2016. Se unieron
el poder Legislativo y Judicial, utilizando el mecanismo de impeachment.
A lo cual podemos agregar la
inhabilitación de Lula por el juez
Sergio Moro, posteriormente, ministro
de Justicia de Jair Bolsonaro. Fue una caricatura de juicio, fue
encarcelado e impidieron su candidatura a presidente en 2017. La condena fue ratificada por el tribunal de apelación en
2018, por unanimidad (sic).
En Perú, en 2022, su presidente Pedro Castillo fue detenido y destituido con el visto bueno de los poderes Legislativo y Judicial. Y por último, Guatemala, este año, muestra las contradicciones. Tras las elecciones presidenciales, el Poder Ejecutivo fue ganado por el Movimiento Semilla y su candidato Bernardo Arévalo fue investido jefe de Estado. Hoy sufre el acoso de la fiscal general, Consuelo Porras, quien utiliza el Ministerio Público para boicotear las acciones del Ejecutivo, buscar su inhabilitación y retornar el Poder Ejecutivo a la plutocracia.
Jueces
y fiscales son militantes sin
carnet. No por casualidad, en países donde existen asociaciones profesionales las hay progresistas, conservadoras,
feministas o defensoras de la democracia. Su neutralidad es retórica. La política está presente en
los tribunales. Un juez conservador, católico practicante,
no puede abstraerse de su posición
ideológica a la hora de redactar
una sentencia en caso de violencia de género. Sus valores prevalecen. Por el contrario, una jueza o
fiscala, ligada con la lucha por la
igualdad de género, no tendrá la misma percepción y eso se verá en su argumentario. Y
no se trata de prevaricación.
El
conflicto existente entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, cuando afecta los pilares del Estado
liberal, se resuelve haciendo uso
del Poder Judicial. La derecha es
consciente y recurre a sus jueces
para restablecer el orden. Es la última instancia para legitimar el
golpe blando y posteriormente administrar justicia. Las dictaduras han sido un ejemplo de su comportamiento cuando se trataba de avalar las desapariciones,
las torturas y las detenciones ilegales, negando el habeas corpus. Jueces y fiscales actúan de acuerdo con sus
convicciones políticas. La justicia
imparcial no existe.
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