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“En
el contexto de la crisis, un nuevo fascismo podría estar en el horizonte, pero, según Tom Thomas, un punto
esencial lo distingue del fascismo de la década de 1930: la
interpenetración de los aparatos productivos impide profundizar demasiado en el
nacionalismo económico y político. Si bien es cierto que el libro se escribió
antes del regreso de Donald Trump al poder, aún queda por ver
el alcance de la conmoción que las políticas erráticas de este último
introducirán en la globalización y las relaciones políticas internacionales. Además, este neofascismo también difiere de sus predecesores en otro
punto: la forma de ejercer el poder. Si bien la demagogia
nacionalista, antiislámica y antiinmigrante es un instrumento
esencial de la burguesía, la represión es cada vez más la respuesta a los
movimientos populares, el arma concreta más efectiva de los dominantes es,
explica Thomas, la tecnología y lo que esta permite en términos
de manipulación, vigilancia y control de las poblaciones, lo que plantea en el
horizonte un “poder tecno-despótico” (p. 132), muy
autoritario, pero alejado de las formas de ejercicio del poder de los fascistas
de la década de 1930.
“Las
nuevas tecnologías, insiste el autor, no pueden hacer nada contra la senilidad del
capital, pero son una herramienta eficaz contra las revueltas. Habría espacio
para una definición más precisa del contenido social y los contornos políticos
del “tecno-despotismo”, pero, en cualquier caso, este término puede parecer más
apropiado para caracterizar lo que ya está tomando forma que el de “tecno-feudalismo 7”. En las páginas finales
de su libro, el autor retoma lo que considera la base del caos contemporáneo,
la “autodestrucción del capital” (p. 133): la drástica
reducción de la cantidad de trabajo que produce la plusvalía. De paso,
incrimina duramente a quienes consideran al capital financiero el origen de
los males actuales de la economía y la sociedad y proponen pseudo-soluciones.
“Finalmente, “no se
necesita una revolución comunista para que el capitalismo se derrumbe, pero
sí necesitamos una revolución así para que la humanidad no se derrumbe con él”
(p. 163). Para que esto suceda, explica, deben darse las condiciones políticas. Pero, en este plano, el autor se mantiene abstracto y,
esquemáticamente, se limita a afirmar la necesidad de un partido capaz de
centralizar experiencias y, como escribió Lenin, de “hacer
un análisis concreto de la situación concreta”. ¿El análisis de la
situación concreta? Podría pensarse que esto es lo que falta en muchos de los
desarrollos de esta obra.
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¿SE AUTODESTRUYE EL CAPITALISMO?
*****
Por Norbert Holcblat | 20/06/2025 | Economía
Fuentes.
Revista Rebelión viernes 20 de junio del 2025.
Fuentes: Viento sur. Traducción.
En
este artículo Norbert Holcblat analiza el libro de Tom Thomas, Anatomie du
chaos, aparecido recientemente en Éditions critiques. Aprovecha para revisar los
acalorados debates en torno al futuro del capitalismo, ¿cuáles son las causas
de su declive? ¿Está llegando a límites infranqueables? ¿Puede sobrevivir al
precio de una nueva forma de fascismo?
El futuro del capitalismo ha sido un debate antiguo entre los economistas (quienes se dedicaron o aún se dedican a la economía política). Para muchos, marxistas, pero no solo (por ejemplo, Joseph Schumpeter -1883-1950-, el teórico de la destrucción creativa y la innovación, lo lamentaba, pero consideraba que existía una gran probabilidad de que el capitalismo no sobreviviera), el capitalismo no tenía eternidad por delante. Sus contradicciones lo condenaban, según los autores, a la asfixia o al colapso.
Desde Marx,
numerosos pensadores marxistas, desde Rosa Luxemburg en La acumulación
del capital hasta Ernest Mandel,
han explorado desde diferentes perspectivas el desarrollo de las
contradicciones que podrían conducir a una crisis importante, con un consenso
casi general en un punto: el capitalismo solo será reemplazado (al menos por
una formación social no bárbara) si es derrocado por la acción del
proletariado. Sería demasiado extenso analizar los matices o las diferencias
reales entre estos autores.
En la actualidad, esta cuestión presenta dos aspectos: ¿existen
límites al capitalismo que puedan conducir a una agonía más o menos lenta? De
ser así, ¿se han alcanzado estos límites o están a punto de alcanzarse? El
desarrollo de la robotización de las técnicas de producción y,
posteriormente, la consideración de las repercusiones ambientales del
capitalismo ha renovado esta reflexión.
Ernest Mandel
consideró el impacto potencial de la automatización:
La extensión de la automatización más allá de
cierto límite conduce inevitablemente, primero, a una reducción del volumen
total de valor producido y, luego, a una reducción del volumen de plusvalía
realizada. Esto, a su vez, desencadena una cuádruple crisis
de colapso.
El otro límite considerado en trabajos recientes es
lo que François Chesnais denominó
la “barrera ecológica y
climática infranqueable” en
un texto titulado “¿Ha topado el capitalismo con límites infranqueables?” . En este texto, Chesnais se centra tanto en el límite
vinculado a la automatización (retomando a Mandel
en este punto) como en el resultante de la catástrofe ambiental: los dos
límites o barreras absolutas que el capitalismo debería afrontar son, por lo
tanto, la automatización y el medio ambiente.
Michel Husson, por su parte, cuestionó esta noción de un límite
insuperable:
En definitiva, no es seguro que el análisis
prospectivo de los daños causados por el capitalismo se ilumine mejor con la noción de límites
absolutos e infranqueables, contra los que se toparían la regresión social y el
deterioro ambiental. Lo que debe comprenderse y explicarse es el creciente
entrelazamiento e estos procesos dentro de una “catástrofe silenciosa en curso”
[expresión retomada de Daniel Tanuro]
que no tiene otro límite que la resistencia social.
De hecho,
Chesnais y Husson coinciden en
anunciar una sociedad cada vez más bárbara si el capitalismo no es derrocado.
La revolución tecnológica, que no ha revitalizado el capitalismo de forma
durable 4 , también proporcionaría técnicas de
control de la población y, por lo tanto, de mantenimiento del orden
social.
Esta
introducción, algo extensa,
fue esencial para contextualizar las posturas que Tom Thomas presenta en su libro. Antecedentes que nunca se
mencionan. Tom Thomas es un autor
prolífico: desde principios de la década de 1990, ha escrito una veintena de libros que buscan analizar y
explorar las condiciones que determinan el nuevo ciclo de luchas
revolucionarias, que, según él, emerge como resultado tanto de la crisis del
capitalismo como del surgimiento de múltiples luchas tras los fracasos del
siglo pasado.
Anatomie
du chaos desarrolla
una tesis central y reafirma, de
forma a menudo poco matizada, la validez de los escritos de Marx. El autor resume de inmediato la
tesis fundamental de la obra:
el
límite ya se ha alcanzado en gran medida y si el capitalismo se encuentra en
una fase de “senilidad”, “es porque
la producción de plusvalía tiende a estancarse, o incluso a retroceder, porque
su fuente, esencialmente el trabajo obrero, ha terminado por agotarse,
paradójicamente bajo el efecto mismo de los esfuerzos desplegados por los
líderes capitalistas para aumentar esta producción” (página 15). Este punto se desarrolla ampliamente a lo largo del
libro.
Para
respaldar esta supuesta evicción del
trabajo humano, se citan cifras extrañamente erróneas. Según estas cifras,
principalmente de fabricantes de automóviles, la proporción de los costos
laborales en la industria es inferior al 20
%, o incluso cercana al 10 % (p.
17). El problema es que estas cifras claramente no consideran la mano de obra
incorporada en los bienes intermedios provenientes de la subcontratación o de
fuentes importadas.
Un estudio
del mismo período que las cifras citadas por Thomas lo dice claramente sobre el
material de transporte:
Al costo directo de la mano de obra de producción, que representa el 12 % de las ventas, se le suma el costo indirecto de producción de esta cadena de compras intermedias. El cálculo muestra que este costo asciende al 44 % del precio de venta de los productos de esta rama. Es decir, un total del 56 %”.
Un estudio
más reciente del INSEE sobre la participación de los salarios bajos y medios en
la producción señala:
La producción de un bien o servicio moviliza a los
asalariados y las asalariadas de la empresa, pero también una serie de consumos
intermedios cuya producción también requiere mano de obra (mano de obra
indirecta). Para el conjunto los bienes y servicios, el coste de la mano de
obra directa e indirecta representa, por lo tanto, la mitad del valor de la
producción. Dos tercios de este coste provienen de la mano de obra directa y un
tercio de la mano de obra indirecta.
Por lo tanto,
el trabajo humano sigue siendo
esencial por el momento en la producción capitalista (lo que, por supuesto, no
justifica en absoluto la compresión salarial). Esto también demuestra la
expansión global del trabajo asalariado industrial (básicamente ignorada por Thomas).
Para Tom
Thomas, esta dificultad para extraer
plusvalor adicional está detrás de la desaceleración de las ganancias de
productividad (efectivamente verificada a pesar del desarrollo de nuevas
tecnologías, pero cuyas causas son complejas) y de las inversiones debido a la
caída de las tasas de ganancia.
En esta
situación, las ayudas públicas, la
expansión del capital financiero y el gasto militar constituyen muletas para el
capital. Esto, obviamente, no es discutible. Según el autor, las TIC y la IA tendrán pocas repercusiones
positivas, salvo permitir un control cada vez más totalitario sobre las y los
trabajadores (y extraerles un poco más de plusvalor absoluta) y, más allá de
eso, sobre la población.
Además, como bien explica Tom Thomas, las nuevas tecnologías tienen impactos ambientales negativos porque requieren enormes cantidades de energía y agua e implican la extracción contaminante (y que también consume agua y energía) de minerales y metales.
A esto le
siguen los avances en los callejones
sin salida de la agricultura y la salud
capitalistas: los avances en salud han aumentado la esperanza de vida, pero
no han escapado a las exigencias del capital. Muchas patologías se
correlacionan con los estilos de vida y las condiciones laborales. El
tratamiento curativo, enfatiza el autor, cuesta más a la sociedad que el
preventivo, pero es una fuente mayor de beneficios.
Si estos
desarrollos figuran entre los
más interesantes de la obra, les siguen consideraciones al menos esquemáticas
sobre los científicos reducidos en su mayor parte, según el autor, al papel de
fieles servidores del capital.
Tom Thomas señala acertadamente que el capitalismo se
encuentra hoy atrapado en una maraña de múltiples contradicciones que impiden
una recuperación económica sostenible: reactivar el crecimiento supone agravar
los problemas ecológicos, lo que repercute en los costos económicos y humanos
de dicho crecimiento. De esta incapacidad para revitalizar el caos actual, “generado por la autodestrucción del
capital” (p. 106), podría surgir algo positivo mediante las revueltas populares.
En este
contexto, extrapola Thomas:
“Hay
dos caminos opuestos, y solo dos, para el futuro de la humanidad. Uno suicida,
el otro revolucionario, comunista” (pág. 107). Para Thomas, “las bases materiales” de la nueva sociedad comunista
“ya se encuentran en gran medida en este capitalismo senil” (pág. 110).
Aquí también hay espacio para el debate: ¿de qué estamos
hablando exactamente? Si se trata del aparato productivo, es evidente que el
legado por el capitalismo tendrá un uso en gran medida problemático en el
contexto de una transición hacia un socialismo ecológico. No bastará con “tomar las fábricas”, como
cantaba la Joven Guardia (aunque
esto será indispensable), sino que será necesario transformarlas.
En el
contexto de la crisis, un nuevo fascismo
podría estar en el horizonte, pero, según Tom
Thomas, un punto esencial lo distingue del fascismo de la década de 1930: la interpenetración de los
aparatos productivos impide profundizar demasiado en el nacionalismo económico
y político. Si bien es cierto que el libro se escribió antes del regreso de Donald Trump al poder, aún queda por
ver el alcance de la conmoción que las políticas erráticas de este último
introducirán en la globalización y las relaciones políticas internacionales.
Además, este neofascismo también difiere de sus predecesores en otro punto:
la forma de ejercer el poder. Si bien la demagogia
nacionalista, antiislámica y antiinmigrante es un instrumento esencial
de la burguesía, la represión es cada vez más la respuesta a los movimientos
populares, el arma concreta más efectiva de los dominantes es, explica Thomas, la tecnología y lo que esta
permite en términos de manipulación, vigilancia y control de las poblaciones,
lo que plantea en el horizonte un “poder tecno-despótico” (p. 132),
muy autoritario, pero alejado de las formas de ejercicio del poder de los
fascistas de la década de 1930.
Las nuevas
tecnologías, insiste el
autor, no pueden hacer nada contra la senilidad del capital, pero son una
herramienta eficaz contra las revueltas. Habría espacio para una definición más
precisa del contenido social y los contornos políticos del “tecno-despotismo”,
pero, en cualquier caso, este término puede parecer más apropiado para
caracterizar lo que ya está tomando forma que el de “tecno-feudalismo 7”.
En las
páginas finales de su libro, el autor
retoma lo que considera la base del caos contemporáneo, la “autodestrucción del capital”
(p. 133): la drástica reducción de la cantidad de trabajo que produce la
plusvalía. De paso, incrimina duramente a quienes consideran al capital
financiero el origen de los males
actuales de la economía y la sociedad y proponen pseudo-soluciones.
Finalmente,
“no
se necesita una revolución comunista para que el capitalismo se derrumbe, pero
sí necesitamos una revolución así para que la humanidad no se derrumbe con él”
(p. 163). Para que esto suceda, explica, deben darse las condiciones políticas.
Pero, en este plano, el autor se mantiene abstracto y,
esquemáticamente, se limita a afirmar la necesidad de un partido capaz de
centralizar experiencias y, como escribió Lenin,
de “hacer un análisis concreto de la situación concreta”. ¿El análisis de la situación concreta?
Podría pensarse que esto es lo que falta en muchos de los desarrollos de esta
obra.
Texto
original: ContreTemps
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