domingo, 12 de julio de 2020

CHILE: REVENTÓN SOCIAL A LA VISTA.

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CHILE UNA VISIÓN POLÍTICA EN ABRIL DEL 2020. Pregunta. Doctor en ciencias políticas y profesor de la Universidad de Toulouse Jean Jaurès donde enseña la historia latinoamericana, Franck Gaudichaud regresó hace algunas semanas de una estancia en Chile. El autor de “Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo” 

 

PREGUNTA. “Si queremos entender por qué el sistema de capitalización y la privatización de nuestras pensiones es dramático, tenemos que mirar los resultados catastróficos de la experiencia chilena

“Otra demanda central del movimiento popular exige un cambio en la Constitución heredada de Pinochet. El 15 de noviembre 2019, los partidos representados en el Parlamento lograron firmar un “Acuerdo por la paz social y una nueva Constitución”. Esto previa un plebiscito el próximo 26 de abril, finalmente y debido a la pandemia, el 26 de marzo, el Gobierno de Piñera postergó el plebiscito para el próximo 25 de octubre, durante el cual se pedirá a los votantes que respondan a dos preguntas. La primera, “¿Quieres una nueva Constitución? Y será seguida por una segunda que pide a los votantes elegir entre una “convención constitucional” compuesta exclusivamente por miembros de la sociedad civil y una “asamblea mixta”, que incluya a ciudadanos y parlamentarios. ¿A qué opción nos dirigimos? ¿No podría este proceso propuesto por el Gobierno, desviar la atención y ser una forma de calmar el fervor de las calles?

El Acuerdo por la Paz Social y una nueva Constitución se negoció en el Parlamento justo después de la segunda gran huelga nacional que marcó esta ronda de movilización, a fines de noviembre de 2019. Este acuerdo busca, como su título lo indica, “la paz social “, calmando y canalizando así las calles y la rebelión popular frente a los grandes empresarios que temían un bloqueo de la economía. El acuerdo se obtiene también bajo presión de los militares, ya que ha circulado el rumor de que, sin un acuerdo a nivel parlamentario, podría producirse un golpe de Estado. Entre los firmantes se encuentran, por supuesto, la derecha, el centro e incluso algunos representantes del Frente Amplio (la” nueva “izquierda). Se trata, pues, de intentar poner fin a la movilización popular y al mismo tiempo de integrar en parte una exigencia primordial de los movilizados: una nueva Constitución. En cierto sentido, se trata de un triunfo de las movilizaciones “desde abajo” porque, por primera vez, la casta política chilena reconoce la necesidad de cambiar la Constitución de Pinochet heredada de 1980. Pero, el acuerdo prevé de hacerlo en la medida en que logre intentar controlar este proceso.

A fines de octubre, el plebiscito debería dar como resultado un «sí» a una nueva constitución y a una llamada «convención constitucional», o sea la modalidad más “progresiva” de las opciones propuestas por el acuerdo parlamentario. Pero se trata de una” convención constitucional “en la que los” viejos “partidos en el poder durante 30 años desde 1990 quieren conservar el control del proceso de cambio, y en la que no hay garantía de que las listas independientes de ciudadanos puedan mantenerse en pie hasta el final. Todavía se están llevando a cabo negociaciones sobre la representación de los pueblos indígenas, que parte de la derecha no quiere, y sobre la paridad, ya que esto no estaba previsto en el acuerdo inicial. Por encima de todo, la derecha trató de encerrar la discusión constituyente y ha impuesto una mayoría de dos tercios (2/3) para aprobar cada artículo de la futura Carta Magna, mientras que otro sector de parlamentarios conservadores rechaza en bloque cualquier perspectiva de cambiar la Constitución de Pinochet. Esto no significa que las izquierdas deba abstenerse de intervenir en este futuro plebiscito: grandes sectores de la izquierda social y política (incluyendo sectores libertarios) pretenden irrumpir en este espacio de los dominantes, e intentar facilitar una apertura constitucional del sistema y desestabilizar la estrategia de control “desde arriba” del Gobierno para lograr un verdadero proceso constituyente democrático, o por lo menos poner sobre la mesa y en los debates del país temas centrales como el fin de la privatización del agua, de la educación, de la salud y nuevos derechos políticos (por ejemplo, el reconocimiento de los derechos de autodeterminación del pueblo mapuche o la renacionalización del cobre). Otros sectores de las izquierdas y de asambleas populares, por su parte, llaman a un boicot activo del plebiscito para denunciar lo que ven como una nueva mascarada electoral y un “refrito” de la democracia de “los consensos” y pactada entre las clases dominantes, existente desde la transición de 1990. Los dos sectores tienen argumentos a favor y en contra.

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CHILE: REVENTÓN SOCIAL A LA VISTA.

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Manuel Cabieses Donoso. |08/07/2020|

 

Rebelión domingo 12 de julio del 2020.

 

Sólo idiotas -que a veces abundan en política- podrían ignorar que se aproxima un reventón social. La acumulación histórica de injusticias y abusos, exacerbada ahora por el desplome de la institucionalidad neoliberal y la implosión de la pobreza y desigualdad, se ha convertido en una bomba social cuya espoleta es la desesperación. En Chile este fenómeno se inicia el 18 de octubre del año pasado: una insurrección pluriclasista y espontánea, de padres desconocidos, un rechazo furioso al orden impuesto por la fuerza en 1973. La máxima expresión de esa gesta -que se prolongó hasta febrero de 2020- es la “Gran Marcha de Chile”: el 25 de octubre convocó a un millón doscientas mil personas en Santiago y otras 500 mil en provincias. En el “barrio alto” de la capital, se produjeron manifestaciones, incluso se registraron protestas frente a la Escuela Militar, muchos eran parientes de oficiales de las FF.AA.

 

Pero la masividad social de la protesta se fracturó. Un sector se volcó a una violencia desatinada que golpeó duro a pequeñas y medianas empresas -justamente las que dan más empleo-; el otro, atemorizado, buscó el alero de las viejas y desprestigiadas estructuras políticas. Así, bajo amenaza de estado de sitio, nació el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15 de noviembre que generó la convocatoria a plebiscito para una Convención Constituyente, hoy diferida para el 25 de octubre…si Dios quiere.

 

Si el plebiscito se efectuara de acuerdo a la correlación de fuerzas sociales, las clases asalariadas -que alcanzan a casi 8 millones- se impondrían por amplia mayoría. El eje, que es la clase obrera, abarca casi a 4 millones de hombres y mujeres. (1) No obstante se trata solo de cifras. Un mundo social en el papel pero que en la vida real carece de articulación y de una alternativa política que interprete sus demandas de justicia social.

 

El plebiscito que pudo ser la solución pacífica y democrática al conflicto, se ha convertido en una tranca más que intenta contener al caudal de la rebeldía. A estas alturas es evidente que la Convención es un caza-bobos sin parentesco con la Asamblea Constituyente soberana y democrática que reclamaba el pueblo. En los tres meses bajo cuarentena sanitaria que distan del plebiscito, parece imposible que las dispersas fuerzas del cambio alcancen el grado de coherencia y unidad orgánica que permitan reconvertir una Convención jibarada en una Asamblea Constituyente soberana.

 

Casi 15 millones de ciudadanos podrán votar en el plebiscito. Para convertir la Convención en Asamblea Constituyente, se requerirían dos tercios de los 155 convencionales. 102 hombres y mujeres, demócratas de verdad, que echaran abajo las barreras del quórum y los cordajes del reglamento fraguadas por la clase política.

 

Una “misión imposible” en las condiciones que vive Chile. Lograr la movilización de millones de conciencias para volcarse en el plebiscito y convertir una sórdida trampa de la elite en una victoria popular, sería una epopeya de relieve histórico. Sobre todo, en un país atenazado por una abstención electoral del 60% y la ausencia de una alternativa de Izquierda.

 

El Hambre es hoy el indiscutido protagonista social y político. El Hambre aglutina y ordena los demás factores de la subversión: el desempleo (un millón de personas según cifras oficiales, mucho más si se suma el trabajo informal obstaculizado por las cuarentenas); la pandemia (10 mil muertos) y su horrible segmentación social; el endeudamiento (que devora el 74,5% de los ingresos familiares); el hacinamiento de más de 100 mil familias en 802 campamentos sin agua potable ni alcantarillado y otras miles apretujados en cubículos y departamentos por los que pagan alquileres abusivos; salarios de miseria; educación que condena a los pobres a la eternidad de la pobreza; la salud de clínicas de lujo para pocos y de hospitales colapsados para la mayoría; y la carga emocional de cinco meses de cuarentenas, cordones y aduanas sanitarias, y todo tipo de limitaciones a la libertad de movimiento.



Dejemos la palabra al obispo de Concepción, Fernando Chomalí:

“En Chile aproximadamente 650 mil jóvenes, entre 18 y 25 años, no estudian ni trabajan; altas tasas de enfermedades mentales y suicidios entre ellos; miles de ancianos solos, abandonados, de los que nadie se preocupa, con tasas de suicidio cada vez mayores…La violencia y la soledad en Chile son una pandemia.” (2)

 

Los días 2 y 3 de julio, convocadas por redes sociales, estallaron protestas en diversas ciudades. Un inmigrante haitiano muerto y decenas de detenidos, ataques a comisarías, incendios de vehículos, en pleno toque de queda, fueron el resultado de escaramuzas poblacionales que presagian el reventón que se avecina. En La Araucanía, entretanto, continúa infatigable la lucha del pueblo mapuche. Cada noche arden en fogatas los camiones y maquinaria de las empresas forestales, los presos políticos están en huelga de hambre en Angol, el movimiento indígena clandestino desafía la inteligencia y la fuerza del ejército y las policías en un conflicto que los medios cubren de silencio.

 

El gobierno y la clase política, sin duda, no son idiotas. Saben que se aproxima una tormenta social. Sin embargo, parecen estar confiados en que las FF.AA. y policiales -como siempre- se harán cargo de liquidar a sangre y fuego el reventón social.

 

Las dispersas fuerzas del cambio están obligadas a hacer un enorme esfuerzo por organizarse, dotar de conducción al movimiento, recuperar la amplitud social que permita evitar una masacre y hacer prevalecer la razón mediante una verdadera Asamblea Constituyente.

 

7 de julio 2020

 

Notas

 

(1) Maximiliano Rodríguez,Estructura social, organización laboral-gremial y lucha de clases en el capitalismo chileno”, puntofinalblog.cl

 

(2) “Festival de demagogia para calmar la rebelión”, puntofinalblog.c

 

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