&&&&&
“Acabemos sin más conclusión que la
incertidumbre. Las
últimas investigaciones de Valclav Smil,
uno de los grandes expertos mundiales en
energía, señalan que la tendencia presente y futura hasta 2050 va a ser el persistente consumo de materiales fósiles para prolongar el modelo económico. Una transformación al respecto, es decir,
un giro copernicano en la pauta
energética, sí que sería un cambio de
era histórico, económico, cultural,
en el sentido que nos han enseñado tanto Nathan Rosenberg como Karl Polanyi. En El arte de la guerra, escribe Sun Tzu: “si
haces que el enemigo se concentre en un frente, debilita otro”. En otras palabras: atacar a todo el mundo al
mismo tiempo y parecida intensidad, prepotencia y arrogancia constituye un
grave error de estrategia. Trump se ha saltado esta sabia premisa, promulgada
hace dos mil quinientos años por un estratega chino. La altivez de este Calígula redivivo, convencido de su enorme capacidad no solo para retorcer los brazos de todas las
economías del mundo, sino también su petulancia
sobre la fortaleza para combatir económicamente incluso a sus propios
aliados, ha chocado con la pétrea
posición de Xi Jinping quien,
además, invoca un hecho irrebatible: los cinco mil años de historia de China
frente a los doscientos cincuenta años de Estados Unidos aporta experiencias
acumulativas y postulados más pacientes. Cambiar de era no es proceso abrupto, que surge como una seta de manera espontánea tras
actuaciones concretas de una persona y sus correligionarios, por muy
“caligulescos” que sean: por muchas presiones que ejerzan. Los procesos económicos son también procesos
históricos, y no podemos descartar que, si cambiara la administración estadounidense por otra con mayor
profesionalidad, competencia, rigor y
seriedad, tornando a la multilateralidad, no se podrían revertir muchas de
las distopías que están provocando Trump y sus nombramientos de ineptos. Incitatus
puede cabalgar junto a ellos: apenas
se notaría la diferencia.
/////
CALIGULA EN WALL STREET.
*****
Fuentes: Economistas
frente a la crisis.
Fuente
Revista Rebelión miércoles 23 de abril del 2025
Recesión, cambio de era.
Cuentan
los historiadores Suetonio y Dion Casio
que, en el año 40 de nuestra era, el emperador Calígula tomó una decisión estrafalaria, demostrativa de su
inestabilidad mental: nombró cónsul a su caballo Incitatus. No se sabe si
esto fue realmente efectivo, pues de lo que trataba de demostrar el césar era que las instituciones no funcionaban y que
cualquiera, incluido su caballo, podía ser alguien en ellas. Casi dos mil años después, Donald Trump, que profesa como
emperador in pectore, ha realizado una serie de nombramientos importantes,
estos bien tangibles, en su ámbito más próximo, caracterizados por dos puntos
definitorios: la incompetencia e inutilidad de los elegidos y el claro mensaje
a las instituciones estadounidenses de que cualquiera, incluidos
multimillonarios sin experiencia alguna en la cosa pública, pueden regir los
destinos de la nación, del imperio. Como
si fuera gestionar un negocio particular: sin contrapesos, sin mecanismos de control, sin organismos fiscalizadores.
Un “ordeno y mando” que encierra un
peligroso desenlace: el cuestionamiento de la democracia. Pero, eso sí, con la
garantía de un Estado al que detestan, pero del que todos ellos se quieren
aprovechar. Son los caballos de Trump,
que nos hacen galopar hacia el desastre
–con el gran prócer a la cabeza–, a la vez que lanzan relinchos eufóricos mientras siegan la hierba a su
paso. Igual que Otzar, otro caballo, sobre el que mandaba Atila. Y ya sabemos el resultado
que profirió el rey de los hunos.
Todo esto podría quedar en una simple fábula o en una licencia literaria si no fuera porque, en efecto, los equinos de Trump están contribuyendo a destruir los resortes básicos de la economía mundial y las normas de las transacciones internacionales, dinamitando en paralelo los principales indicadores bursátiles de Wall Street, con el enfervorizado aplauso de una América profunda que no sabemos si se va despertando tras el sórdido sonido de los cascos de esos caballos. Y con el patético –y peligroso– narcisismo del nuevo Calígula. Radiografiemos el hundimiento que generan. Y si ello abre una nueva era económica.
El hundimiento.
Las
grandes crisis económicas
de perfil sistémico suelen tener en la
guerra, la bolsa y las finanzas una espoleta principal. La excepción era,
hasta el momento, la crisis de la
pandemia, generada por la irrupción de un virus. En los últimos cien años, no habíamos visto una crisis
económica que se hubiera iniciado y desarrollado a raíz de una causa biológica. Pero tampoco habíamos conocido una crisis auspiciada de manera auto-inducida por un gobernante –Donald Trump–, en un escenario macroeconómico relativamente
positivo, tal y como han declarado,
con criterio y datos, eminentes
economistas norteamericanos (Paul
Krugman, Janet Yellen, Larry Summers, Daron Acemoglu, Simon Johnson, entre
otros). En esta estamos, con consecuencias impredecibles. Lo que se ha podido ver en los últimos y más recientes tiempos es que
las pérdidas bursátiles alimentadas
por la política arancelaria de Trump
han dado paso a otro aspecto crucial: una
posible crisis financiera, que se ha gestado
ante la revalorización de la deuda
pública de Estados Unidos tras la huida
de los inversores del parqué de Wall
Street.
La
pérdida de confianza
ante la evolución económica de Estados Unidos acrecienta la inestabilidad. Datos demoledores: venta masiva de dólares mientras se han ido revalorizando el franco
suizo y el yen japonés, junto al oro; a la par que la deuda
norteamericana se acerca a una rentabilidad del 5% y complica su
refinanciación (solo la deuda federal: 9 billones de dólares, que vence el
segundo semestre de 2025). Esa imagen plástica de Trump disparándose al pié no es solo
metafórica: obedece a una realidad
económica difícil de rebatir. Los
consumidores estadounidenses van a sufrir directamente los corolarios letales en forma de tensiones
inflacionistas y en el mercado de trabajo,
fruto del despropósito desencadenado por un presidente obsesionado con aplicar
aranceles y devolver una supuesta grandeza a un país que se ha beneficiado
mucho de la globalización.
Porque tratar de reindustrializar Estados Unidos, al tiempo que se pretende finiquitar el déficit comercial y pretender a la
vez que el dólar sea una moneda
capital en el mundo económico, rebajar
los impuestos sobre todo a los más ricos
–incrementando en el plazo inmediato el
déficit público a más del 7% y,
a su vez, la deuda a más del 125%,
todo sobre PIB– constituye un cóctel de
difícil, por no decir imposible, consecución. Es decir, el dólar y los bonos estadounidenses son dos caras de una misma moneda, y se empiezan a cuestionar como verdaderos
valores refugio, como lo han sido siempre. Larry Summers lo exponía con meridiana
claridad al señalar que los mercados están tratando a Estados Unidos como un país
emergente, y no como una potencia mundial. Grandeza hecha añicos.
Atravesemos
el Atlántico.
El horizonte se abre a otras perspectivas
en el marco de la Unión Europea, perspectivas
que podemos focalizar, de entrada, en cuatro
vectores:
– La exploración
para fomentar mercados con los
que ya se opera, como los asiáticos,
con China en posición preeminente.
Las posibilidades en este espacio son
importantes, tanto para canalizar inversiones hacia el coloso asiático, como
para recibirlas en aspectos como la microelectrónica, las energías renovables –China está avanzando a grandes pasos en este campo– o las conexiones incluso de
carácter académico y formativo. Los
augurios inversores en Vietnam pueden
materializarse, igualmente, en el campo
ferroviario, con la utilización de experiencia y tecnología españolas, por
ejemplo. Son sendos ejemplos (y no únicos: Corea del Sur y Japón forman parte de este bloque) al respecto.
–
La apertura hacia los otros BRICS,
gigantes económicos que facilitan anudar relaciones económicas
prácticamente en todos los continentes, con accesos a energía, minerales y
tierras raras, entre otros productos.
–
Liderar la concreción
de pactos multilaterales entre los
principales bloques geopolíticos del
mundo en esta fase de la globalización, con una incógnita grande puesta
sobre Rusia mientras su estrategia
bélica y neo-imperialista siga
vigente. En este punto, los errores que
se han podido cometer por parte de la Unión
Europea y de la OTAN no justifican
en absoluto la invasión a Ucrania,
vulnerando el derecho internacional y el
reiterado incumplimiento de acuerdos, con amenazas innegables hacia otros
territorios europeos. La lógica de la Guerra
Fría no puede ser aplicada en unas
coordenadas que son diferentes.
– No perder de vista los problemas estratégicos a los que se enfrenta el planeta, en todas sus áreas geográficas: la emergencia climática, la lucha contra la desigualdad, la preservación de un orden internacional y comercial regulado por instituciones aceptadas y respetadas, la investigación tecnológica con aplicaciones pacíficas y civiles. Es decir, áreas de inversión que infieren colaboraciones intensas entre el sector público y el privado.
Sobre un cambio de era
Ante esto,
la pregunta se impone,
ya que además se ha ido apuntando en diferentes trabajos de analistas: ¿significa que estamos ante un cambio de
era, un cambio de paradigma? De
entrada, sería de gran utilidad definir
con más precisión qué se entiende por ese tránsito a otra era diferente o a un paradigma distinto: de
qué estamos hablando exactamente. Se
reitera que las cosas ya no serán nunca como fueron, tras estos tres meses de administración Trump. En
tal sentido, y sin negar tal posibilidad,
creo que es necesario plantear visiones más de largo plazo, a partir de unas consideraciones:
–
La decadencia de Estados Unidos
como única potencia mundial es evidente. Pero esto no proviene de lo que está
acaeciendo con las medidas de Trump;
sus orígenes arrancan antes. Y
podríamos fijar una posible coyuntura en su génesis: el abandono de la convertibilidad dólar-oro a comienzos de 1970, por
el presidente Nixon. Esto propició un proceso continuo de financiarización de la economía estadounidense, espoleado por la
des-regulación de la administración Reagan
y la apertura de la era neoliberal.
Desde esa década, se ha acelerado la
desindustrialización de Estados
Unidos, que ha podido inundar los
mercados de dólares y poder adquirir con ellos las mercancías que los americanos dejaban de producir; o deslocalizar
industrias en países con mayores
laxitudes laborales y con salarios más bajos. He ahí el déficit comercial, paralelo a una
entrada masiva de capitales. Datos: desde 1990,
Estados Unidos ha perdido más de cinco
millones de empleos en el sector industrial; y ha ganado casi doce millones de puestos de trabajo
en servicios empresariales y
profesionales, y 3,3 millones en
actividades de transporte y logística
(la fuente: Financial Times). Esto
infiere un mayor reclamo a las importaciones de todo aquello que, de forma
voluntaria, se ha dejado de producir.
–
A partir de la década de 1990, China
y otras naciones del espacio asiático
inician procesos galopantes de industrialización –con resultados desiguales y con crisis particulares– con la fabricación
de mercancías utilizando en unos primeros
estadios la tecnología occidental,
pero también de forma acelerada activando
aprendizajes en diferentes campos industriales y del conocimiento, con la ralentización de la dependencia hacia naciones
avanzadas: aeronáutica, industria naval, microelectrónica, industria sanitaria,
maquinaria diversa, investigación y desarrollo, telecomunicaciones,
etc., son esferas en las que el dominio chino es cada vez más patente. La clave final: la expansión enorme de las
exportaciones.
– El desplome
de las economías de planificación centralizada, agudizado de manera mucho más visible desde la caída del muro de Berlín, abrió nuevas
posibilidades en la globalización,
si bien no se cumplió la sentencia del “fin
de la Historia” y de la entrada en
una fase de liberalismo pretendidamente más igualitario. La Federación Rusa ha avanzado con fuerza y predominio en el otrora cosmos
soviético; sus anteriores satélites
se han ido posicionando en la economía
capitalista. Rusia trata de fortalecer lazos con la economía china y, tras la llegada de Trump, utilizar el nihilismo e inconsistencia del magnate
a favor de la estrategia de Putin. No olvidemos que éste fue un alto dirigente del KGB, con la experiencia que ello significa.
–
Las economías más atrasadas,
pero con enormes riquezas naturales han
constituido –y siguen haciéndolo– espacios codiciados por esas nuevas potencias
–China, Rusia– junto a la que se consideraba dominadora absoluta: Estados
Unidos. La búsqueda de recursos
en África, Asia y las zonas
polares conforman el objetivo esencial por el que compiten, con tres perfiles estilizados distintos: Estados Unidos en desindustrialización
desde la década de 1980, y el reforzamiento de una economía de servicios con fortaleza tecnológica y empresarial, amparada por el
dominio del dólar; China en
industrialización, tanto en productos
de bienes de consumo como de capital;
y Rusia más escorada a la producción
de energía y su exportación, tanto de
petróleo como de gas.
En
síntesis: la economía es netamente capitalista, y se
ha ido transformando en el curso de los
últimos cincuenta años, adaptándose a nuevos escenarios y con transcendentales cambios productivos y geopolíticos. No hay crisis terminal del
sistema; hay mecanismos de
adaptación, ya que la economía
capitalista es mutante. Los movimientos
de Trump son una muestra de la
impotencia estadounidense para re-confirmarse en el mundo industrial que
declinó en los años 1970 y siguientes. Esto
no es de ahora; el cambio de era, de paradigma,
aconteció entonces, con sus derivadas productivas, comerciales, estratégicas,
culturales, políticas: el neoliberalismo. Como décadas antes el paradigma del
patrón-oro fue superado por la teoría keynesiana, lo que rubricó un cambio importante para el
conjunto de la economía.
Acabemos sin más conclusión que la incertidumbre
Las
últimas investigaciones de Valclav Smil,
uno de los grandes expertos mundiales en
energía, señalan que la tendencia presente y futura hasta 2050 va a ser el persistente consumo de materiales fósiles para prolongar el modelo económico. Una transformación al respecto, es decir,
un giro copernicano en la pauta
energética, sí que sería un cambio de
era histórico, económico, cultural,
en el sentido que nos han enseñado tanto
Nathan Rosenberg como Karl Polanyi.
En El arte de la guerra,
escribe Sun Tzu:
“si
haces que el enemigo se concentre en un frente, debilita otro”. En otras palabras: atacar a todo el mundo al
mismo tiempo y parecida intensidad, prepotencia y arrogancia constituye un
grave error de estrategia. Trump se ha
saltado esta sabia premisa, promulgada hace dos mil quinientos años por un
estratega chino. La altivez
de este Calígula redivivo,
convencido de su enorme capacidad no solo
para retorcer los brazos de todas las economías del mundo, sino también su petulancia sobre la fortaleza para combatir
económicamente incluso a sus propios aliados, ha chocado con la pétrea posición de Xi Jinping quien, además, invoca un hecho irrebatible: los cinco mil años de historia de China frente a los doscientos
cincuenta años de Estados Unidos aporta
experiencias acumulativas y postulados
más pacientes. Cambiar de era no es
proceso abrupto, que surge como una
seta de manera espontánea tras actuaciones concretas de una persona y sus correligionarios, por muy “caligulescos” que sean: por muchas
presiones que ejerzan. Los procesos
económicos son también procesos históricos, y no podemos descartar que, si cambiara la administración estadounidense
por otra con mayor profesionalidad, competencia,
rigor y seriedad, tornando a la multilateralidad, no se podrían revertir muchas
de las distopías que están provocando Trump y sus nombramientos de ineptos. Incitatus
puede cabalgar junto a ellos: apenas se notaría la diferencia.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario