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La financiarización es la única manera en que los capitalistas de los oligopolios generalizados y globalizados pueden superar la tendencia profunda e intrínseca al estancamiento. Por esto estoy convencido de que no nos queda otra alternativa que salir de este capitalismo en crisis. O, más modestamente, empezar a tomar la salida hacia otro modelo de desarrollo, cuyas características aún no son claras, y para cuya definición necesitaremos otros cincuenta o cien años.
/////A la búsqueda de nuevos modelos de desarrollo
El marxismo de Samir Amin .
El marxismo de Samir Amin .
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Giuliano Battiston
Il Manifesto
Marzo 11 del 2010.
Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.
Giuliano Battiston
Il Manifesto
Marzo 11 del 2010.
Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.
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Entrevista con el economista egipcio, cuyo último libro reitera la búsqueda de alternativas superadoras del capitalismo, considerado «un paréntesis histórico», al tiempo que los procesos migratorios amenazan con un futuro de barriadas miserables por todo el planeta.
«Memorias de un marxista independiente»: es el subtítulo del último libro autobiográfico del economista egipcio Samir Amin, A Life Looking Forward (N.deT. Una vida mirando el futuro) (Zed Books, 2006) quien ha dedicado buena parte de su vida de investigador y militante a la búsqueda de alternativas que superen el paréntesis histórico del capitalismo. Incluso en su último libro traducido al italiano, La crisi. Uscire dalla crisi del capitalismo o uscire dal capitalismo in crisi?, Punto Rosso, 128 páginas, 13 euros, (La crisis. ¿Salir de la crisis del capitalismo o salir de capitalismo en crisis?) Continúa insistiendo en la necesidad de recurrir a la crítica utópica «partiendo de Marx, pero sin limitarse a él» para comprender y transformar el mundo.
No obstante la obsolescencia del capitalismo y el fracaso del modelo neoliberal –«un apartheid a nivel global»– Samir Amin es consciente de los obstáculos que se oponen a la «larga transición al socialismo» que propone. Después de todo, escribe en su último libro, la crisis «no es el producto de una explosión de luchas sociales» sino de las contradicciones propias del sistema de acumulación de capital. Y «la iniciativa todavía está en manos del capital».
También porque, como explica a il manifesto, a diez años del primer Foro Social Mundial, «las organizaciones permanecen terriblemente fragmentadas y débiles: se defienden de los ataques del capitalismo de los oligopolios financieros, pero no desarrollan estrategias políticas y de acción eficaces» sosteniendo todavía aquella ingenua ilusión de que sería posible cambiar el mundo sin tomar el poder». Para Amin, por el contrario, sólo si se reconoce «la inevitable cuestión de la relación entre el poder y la transformación» será posible construir «la unidad en la diversidad de la lucha» por la emancipación de los individuos.
Con la crisis económica y financiera, nos preguntamos de nuevo acerca de los límites de la globalización neoliberal y, de manera más general, acerca de los límites del capitalismo. Explique en qué sentido, como escribe en The World We Wish to See (N.deT El mundo que queremos ver), «el desarrollo mundial del capitalismo ha sido siempre polarizador (1)» y el imperialismo representa «no una fase del capitalismo sino una característica permanente de su expansión global»
Al principio adopté la tesis de Lenin según la cual el capitalismo de los monopolios constituía una nueva fase en la historia del capitalismo, anticipada a finales del siglo XIX y que el capitalismo se había convertido en una forma de imperialismo a partir de esa fecha. Posteriormente, sin embargo, he acabado desarrollando la idea del carácter originariamente polarizador –y por lo tanto de alguna manera imperialista– del capitalismo desde sus orígenes. En efecto, considero que la acumulación a escala mundial ha sido siempre, no de manera exclusiva pero sí preponderante, una acumulación de carácter confiscatorio.
Una confiscación que atañe no sólo a «la acumulación primitiva» analizada por Marx y que se refiere a los orígenes del capitalismo, sino que es una característica permanente en la historia del capitalismo histórico realmente existente desde la época mercantilista.
Una incuestionable y evidente acumulación por confiscación que ocupa, durante ese largo período de transición, el rol central en una globalización organizada en torno a la conquista de América y la trata de negros.
Esta acumulación se desarrolla a lo largo del siglo XIX y se intensifica con la formación de monopolios que promueven la exportación de capitales en una escala mucho mayor «implantando» rasgos del sistema capitalista globalizado en las colonias «de ultramar», en las semicolonias y en las colonias de América Latina.
Por otra parte, se demuestra con datos sencillos que la concentración es inherente al desarrollo globalizado del capitalismo, acompañándolo desde sus inicios: hasta 1820 el producto interno bruto per cápita en China era superior al promedio de la Europa avanzada. Entre 1820 y 1900, se pasa de una relación 1 a 1 a una relación de 1 a 20, y entre 1900 y el 2000 esa relación pasa del 1 a 20 al 1 a 50.
Ya en Más allá del capitalismo senil usted escribía que, precisamente a causa de su «talón de Aquiles» –la dimensión financiera– el sistema capitalista estaba preparando «una catástrofe económica inminente». Ahora la inminencia se ha convertido en realidad; ¿Qué quiso decir cuando afirmó que la actual es «la crisis del capitalismo imperialista de los oligopolios», vinculada orgánicamente a la financiarización (2) del sistema?
Continuando una línea de investigación abierta por el libro de Sweezy y Baran de 1966, Capital monopólico –la primera formulación coherente de la transformación cualitativa del capitalismo en el siglo XIX con el establecimiento de los monopolios– he detectado dos grandes oleadas en el proceso de monopolización.
La primera comienza a finales del siglo XIX y se extiende hasta 1945, la segunda comienza en los años 70 del siglo pasado y, por lo tanto, no coincide de ninguna manera con la crisis financiera de 2008.
En esta segunda oleada, el grado de monopolización adquiere un nivel sin precedentes, lo que me lleva a considerar que el contemporáneo es un capitalismo oligopólico generalizado, globalizado y financiarizado. Oligopolio generalizado porque controla la economía en su conjunto (así como los ámbitos político y cultural) incluso en aquellos sectores no directamente monopolizados y globalizados a consecuencia de las políticas liberales y neoliberales de los años 80, 90, y 2000.
Ahora bien, en cuanto a la financiarización, aún desde la «izquierda», buena parte de los análisis del sistema financiero tienden a distinguir a la financiarización, artificial y negativa, del buen capitalismo productivo. No es así, los dos aspectos van juntos de la mano. Los oligopolios son financiarizados en el sentido de que no es cierto que, por un lado, haya un sector financiarizado, el de la banca, las aseguradoras y los fondos de pensiones y, por el otro, un sector productivo sano. Más bien, los oligopolios son propietarios de las grandes empresas productivas, y al mismo tiempo de las grandes instituciones financieras. Y, a su vez, esos oligopolios tienen necesidad de la expansión financiera para garantizar su control sobre la economía y sobre toda la sociedad. La superposición, como ya señalaba Baran, es total. Y tiene sus raíces en un sistema que conduce a un estancamiento relativo, particularmente notable desde 1970, cuando en los países de la Tríada Imperialista (Estados Unidos, Europa y Japón) se registra una drástica reducción de las tasas de interés, del crecimiento y de las inversiones.
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Y ese estancamiento –un superávit excesivo en relación con las posibilidades de expansión del capital para ampliar e incrementar las inversiones productivas– tiende a alimentar las burbujas financieras. Que no son producto de desvíos o desregulaciones, sino una consecuencia inherente al sistema capitalista contemporáneo. La financiarización es la única manera en que los capitalistas de los oligopolios generalizados y globalizados pueden superar la tendencia profunda e intrínseca al estancamiento. Por esto estoy convencido de que no nos queda otra alternativa que salir de este capitalismo en crisis. O, más modestamente, empezar a tomar la salida hacia otro modelo de desarrollo, cuyas características aún no son claras, y para cuya definición necesitaremos otros cincuenta o cien años.
En un ensayo reciente, «A critique of the Stiglitz report» (3), usted afirma que una globalización negociada pasa por la «desconexión», por la construcción de una economía nacional autocentrada pero no autárquica. Una economía que –escribe en A Life Looking Forward–, «encontrará serios obstáculos si no es reforzada por una integración regional capaz de aumentar el efecto positivo». ¿Cómo combinar la desconexión del sistema global con la construcción de bloques regionales?
No existen alternativas practicables al desarrollo autocentrado, que subordina las relaciones externas a las exigencias de la transformación interna de la manera más progresista posible.
No se trata de una simple autarquía, sino de la inversión de la lógica actual. En lugar de adecuarse y plegarse a las tendencias dominantes a escala mundial, debe actuarse para que esas tendencias se adecuen a las exigencias internas. Éste es el sentido que atribuyo a las iniciativas independientes por parte de países del Sur del mundo. Las razones para hacerlo así son evidentes en la mayoría de los casos. Tal vez no para los tres nuevos gigantes económicos, China India y Brasil que, de manera individual, pueden considerarse con una importancia equivalente a la de una gran región y que, por ello, parecería que no necesitan recurrir a acuerdos subregionales o interregionales. Sin embargo aún esos países tienen déficits: basta pensar en la escasez de recursos naturales que necesitan, los energéticos en primer lugar. Y esto es más cierto aún para los países del Sudeste asiático, del mundo árabe, del África subsahariana y de la América Latina española.
En todos estos casos, los acuerdos subregionales sirven para establecer, de manera negociada, formas de complementariedad, que se definirán sobre muchos planos. Por ejemplo el de las tecnologías: hoy, los países del Sur son capaces -no todos del mismo modo- de desarrollar capacidad tecnológica sin tener necesariamente que someterse al proteccionismo del derecho de propiedad industrial promovido por la Organización Mundial del Comercio. Lo mismo debería ocurrir para las infraestructuras, para la detección de estrategias de complementariedad industrial, a partir de las industrias de base, por supuesto, pero también para las industrias del gran consumo y para el acceso a los recursos naturales.
A propósito de recursos naturales: usted afirma que, «lejos de estar resuelta, la 'cuestión agraria' está más que nunca en el centro de los retos que la humanidad deberá afrontar en el siglo XX». ¿Porque considera que el capitalismo, «por su misma naturaleza, es incapaz de resolverla», y por qué cree que sólo puede ofrecer la perspectiva de un planeta de barrios marginales?
La acumulación por confiscación que caracteriza el capitalismo histórico, que a comienzos del siglo XIX se fue materializando alrededor del triángulo Londres-Amsterdam-París, no sólo afecta a los pueblos de América, sino también a los campesinos europeos. El modelo es el de los cercados de Gran Bretaña, el despojo de los campesinos ingleses e irlandeses, que sufrieron, los primeros en Europa, una forma de apropiación privada de la tierra, luego generalizada en el continente europeo. Este modelo histórico habría tenido consecuencias explosivas si no hubiera estado acompañado de ese enorme «aparato de seguridad» y «válvula de escape» constituida por el sistema de las migraciones hacia América. Los procesos migratorios permitieron a Europa construir, en otros lugares, otra Europa, igual, si no más importante en términos de población, a la del continente.
Pero si consideramos los otros continentes, Asia, África y América Latina, donde hoy vive el setenta y cinco por ciento de la población mundial, la mitad de ella campesina, nos damos cuenta de que este sistema es inaceptable e ineficaz. Como demuestra el reciente nacimiento de un planeta de barrios marginales, los campesinos expulsados de las tierras no pueden ser «absorbidos» por los mecanismos de la moderna industrialización y no podrán recurrir de forma masiva las migraciones. La solución a la cuestión agraria propuesta por el modelo capitalista requeriría que se proporcionen a Asia, África y América Latina, al menos otras cuatro Américas.
Notas de la traducción
(1) Según Amin, la globalización es un fenómeno antiquísimo. Sin embargo, en las antiguas sociedades éstas ofrecía realmente oportunidades para las regiones menos avanzadas de alcanzar a las demás. Pero la globalización moderna, asociada al capitalismo, es polarizadota por naturaleza, es decir que la lógica de expansión mundial del capitalismo produce en sí misma una desigualdad creciente entre los miembros (polos desarrollados y polos subdesarrollados) del sistema.
(2) Financiarización. Es el patrón de acumulación en el cual la consecución de beneficios tiene lugar fundamentalmente a través de los canales financieros, en lugar de a través del comercio y la producción de mercancías. La extrema financiarización especulativa de la economía en un contexto de globalización asimétrica eleva al máximo este antagonismo, pues los elevados beneficios de la especulación financiera se consiguen en detrimento de la riqueza creada en el sector productivo.
Las reformas estructurales en la economía, a partir de la década de los setenta, configuraron un nuevo contexto internacional donde lo financiero comenzó a dominar y determinar el funcionamiento de lo productivo. Esta nueva configuración de las relaciones entre el sistema productivo y el sistema financiero suele llamarse «financiarización».
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