viernes, 26 de noviembre de 2010

América Latina. La Triada golpista ya no es tan poderosa.

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Creer que se agotaron o “desaparecieron” los poderes golpistas tradicionales, nos lleva a tener una Nueva Mirada Política en América Latina. En la coyuntura de la Triple Crisis Sistémica, de los nuevos poderes políticos descentralizados – multilateralismo – y el nuevo modelo de acumulación del capitalismo a nivel mundial, en la coyuntura emergen nuevos poderes, aparentemente invisibles que juegan al golpismo, simplemente por criticar, discrepar o plantear políticas públicas diferentes y distintas a las políticas hegemónicas hoy vigentes en un modelo político neoliberal que “hace agua” y “tiene fango” por todos los poros de la cabeza a los pies. Hoy discrepar con el sistema democrático vigente, es ser anti-sistema, anti-patriota, “comunista reciclado”, “medio-ambientalista renegado” y otra cantidad de insultos producto de una derecha que siempre ha sido incapaz de plantear algo nuevo, diferente, realmente moderno. Hoy el camino más claro y transparente para nosotros donde se “cocinan”, “planifican” los “golpes de estado” – si no revisemos los últimos actos político-demenciales – de la última década en América Latina, es nada menos en los lujosos salones o “nuevos cuarteles” invisibles de los “nuevos” poderes fácticos de los Medios de Comunicación. Pablo Raúl.

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América Latina. La Triada golpista ya no es tan poderosa.


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Miércoles 24 de noviembre del 2010.


Manuel E. Yepe (especial para ARGENPRESS.info).



La repudiada triada oligarquía-militares-embajada americana que por tanto tiempo ha ejercido dominio sobre las naciones de Latinoamérica luego de haber conquistado éstas su independencia de España hace dos siglos, no ha cesado como realidad ni como inminente peligro en este hemisferio; pero ya no es invencible.

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El golpismo tiene hondas raíces, tanto en Latinoamericana como en la política de dominación hemisférica de Estados Unidos.

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Juega un papel sobresaliente en la cadena de intervenciones y agresiones de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe que comenzó en 1822 cuando Washington decretó que la región era su esfera de influencia. Tal ambición quedo plasmada en la Doctrina Monroe, promulgada en 1823, según la cual las naciones que emergían a la independencia en Hispanoamérica serían territorio vedado a los apetitos imperiales europeos y espacio natural de influencia estadounidense.

Poco después enunciaron el principio del Destino Manifiesto y lanzaron la guerra de 1848 contra México, al que despojaron de los territorios de los actuales estados de California y Nuevo México.

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En 1898, la voladura del acorazado estadounidense Maine en puerto habanero -acción considerada por muchos historiadores una autoagresión-, fue el pretexto para entrar en guerra contra España, con la vista puesta en la conquista de sus territorios coloniales remanentes: Filipinas, Hawai, Puerto Rico y Cuba.

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En el curso de las siguientes tres décadas, Estados Unidos invadió treinta y cuatro veces a los países de la cuenca del Caribe y ocupó a México, Honduras, Guatemala, Costa Rica, Haití, Cuba, Nicaragua, Panamá y República Dominicana. La fuerte competencia británica, por su presencia comercial, financiera y de infraestructura, impidió a Washington extender entonces su penetración imperial a América del Sur.

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Al llegar a la Casa Blanca Franklin Delano Roosevelt a inicios de la década de los años treinta, en medio de una muy profunda depresión económica, con el prestigio estadounidense afectado por su sucia campaña contra Augusto Cesar Sandino en Nicaragua y con un fuerte movimiento nacionalista latinoamericano incitado por la Revolución Mexicana, Estados Unidos proclamó la “política del buen vecino”.

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Washington anunció una estrategia de no intervención en Latinoamérica y retiró las fuerzas de ocupación en el Caribe.

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Al concluir la II Guerra Mundial con Estados Unidos como su máximo beneficiario frente a la enorme devastación que dejó tanto en el resto de los vencedores como en los vencidos, se inició la Guerra Fría, que conformó un mundo bipolar con América Latina como retaguardia de la superpotencia norteamericana.

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Sobrevino entonces un período en el que América Latina se debatió entre la obediencia y la rebeldía reprimida con invasiones o acciones intervencionistas militares directas o encubiertas contra Guatemala (1954, 1966-67), Panamá (1958, 1964, 1989), Cuba (1961, 1962), República Dominicana (1965-66), Chile (1973), El Salvador (1981-92), Granada (1983-84), Honduras (1984), Bolivia (1986), Nicaragua (1981-90) y Haití (1994).

.Luego vendría una guerra secreta contra el independentismo que se extendía por la región. La Operación Cóndor fue un vasto operativo de inteligencia y coordinación de los servicios de seguridad de los regímenes militares en Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia impulsado y patrocinado por la CIA.

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Cóndor constituyó, de hecho, una organización clandestina internacional para practicar el terrorismo de Estado contra los movimientos populares de Latinoamérica. En casi todos los países suramericanos, dejó miles de asesinatos, torturados, desaparecidos y otras fechorías ejecutadas por intermedio de las fuerzas militares locales, entrenadas y orientadas por asesores estadounidenses.

Cuando, finalizada la Guerra Fría, el Consenso de Washington decretó la sustitución de la dominación autoritaria por la hegemonía económica, se planteó dentro de la superpotencia una confrontación entre una corriente que pretendía imponerse mediante sutilezas en el terreno económico y otra que exigía el ejercicio del poder imperial sin equívocos ni consentimientos.

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De ahí que no cesaran los métodos violentos para derrocar a los desobedientes. Tentativas golpistas han habido en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Ecuador (2010). Todas contra países que viven procesos de transformación económica y social con fuerte apoyo popular, unidos por su integración al ALBA.

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Solo que, a diferencia de los tradicionales golpes de la triada que solo hallaban resistencia más o menos dispersa de núcleos de obreros, campesinos y estudiantes desarmados que pagaban con sus vidas la osadía o resultaban apresados, golpeados y torturados, ahora han encontrado pueblos alertas y con un mayor nivel de organización para la auto-defensa. Solo en Honduras el imperio logró sus fines y, aún allí, no ha podido obtener un reconocimiento pleno de los golpistas y ha debido soportar un alto costo político.

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Nadie puede dudar que América Latina haya cambiado. Ya la triada oligárquico-militar-hegemónica no parece tan poderosa ni tan omnipresente... y los pueblos más alertas para la defensa de sus soberanías.
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