jueves, 30 de junio de 2016

ESPAÑA. 26J: EL BIPARTIDISMO SE REFUERZA POR LA DERECHA.

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Lo que viene ahora es un gobierno de la derecha con apoyos implícitos o explícitos del PSOE. Tienen que hacerlo bien, vestirlo adecuadamente y no dar sensación de gobierno de coalición, pero habrá acuerdo, al menos durante los dos próximos años. A pesar de lo que el stablishment vendió y ahora defiende con pasión, lo que viene es todo menos estabilidad política y social. Lo que nos espera ahora son los ajustes estructurales pendientes, es decir, los recortes en el gasto público, las enésimas reformas en el mercado laboral y, me temo, una nueva vuelta de tuerca en la delicada cuestión de las pensiones. La troika, no hay que olvidarlo, ha sido la otra gran vencedora estas elecciones y ahora exigirá su parte del botín.

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El bipartidismo resiste, pero por el lado derecho.

ESPAÑA. 26J: EL BIPARTIDISMO SE REFUERZA POR LA DERECHA.
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Manolo Monereo.

Cuarto Poder. Jueves 30 de junio del 2016.

A la memoria de Rudi Dutschke


Parecería que el problema central de estas elecciones ha sido el retroceso electoral de Unidos Podemos (UP). Más claramente, que el triunfo de la derecha tiene menos importancia que los resultados de UP. Es un viejo asunto, el enemigo peor es el más próximo; se hace política desde él y contra él sin importar la correlación real de fuerzas, las razones objetivas de los avances y los retrocesos y, en definitiva, en juzgar al mismo nivel a los que tienen el poder y a los que luchan contra él. Los resultados de UP deberían ser analizados con mucha precisión porque no fueron detectados por las encuestas, ni siquiera por las realizadas a pie de urna. Lo que pasó, se decantó en un momento final y no estaba asegurado desde el principio.

No es la primera vez que esto ocurre en España. Ya pasó en el 93 cuando fue elegido Felipe González. La gente se movilizó masivamente a pesar de la corrupción, del GAL y de la “cal viva” y volvió a premiar al PSOE, es decir, se votó “con la nariz tapada” y se ocultó el sentido del voto. Me temo que ahora ha pasado lo mismo: la derecha se ha movilizado plenamente y UP ha sido neutralizada. En el centro, una parte de nuestra cultura política que creíamos desaparecida y que siempre acaba siendo el resorte último del poder. Me refiero al miedo a la inestabilidad, a los cambios, a la ingobernabilidad. En la Transición a esto se le llamó ‘consenso’, que no era otra cosa que una alternancia pactada entre partidos dinásticos consentida por el poder.

Esto explica la razón última de la victoria del PP. Muchos no salen de su asombro: ¿cómo es posible que un partido, maquinaria perfecta de corrupción, haya vuelto a ganar las elecciones incrementando además votos y escaños? Porque ha ganado en sitios emblemáticos, en Madrid, en el País Valenciano, en Galicia, en Extremadura, en Andalucía… Lo más grave es que, en los últimos días, surgió el escándalo de un ministro del Interior, de Fernández Díaz, que mostraba en todo su esplendor en funcionamiento de las “cloacas” del Estado contra los enemigos políticos de la derecha. Ni por esas; volvieron a ganar y de qué manera. El otro gran asunto fue la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, presentada como una catástrofe universal y un mal absoluto que amenazaba nuestro futuro. Esto último, a mi juicio, jugó poderosamente para afianzar la cultura de la estabilidad y del consenso en torno a la derecha política, en torno al poder de verdad.

El PSOE ha ido a lo suyo. Se podría decir que hubo una perfecta división del trabajo de los partidos dinásticos turnantes. La derecha se polarizó poderosamente contra Unidos Podemos y el PSOE hizo el trabajo sucio por la izquierda a la hora de demonizar a UP. Susana Díaz, como siempre, lo expresó con mucha claridad: se ha vencido al enemigo populista y ese era el principal objetivo del PSOE. Este sigue bajando en votos y en escaños y renuncia de hecho a ser alternancia real al PP. Tarde o temprano, una vez conseguido su objetivo principal —neutralizar a UP— tendrá que resolver sus problemas internos y no parece demasiado segura la jefatura de Pedro Sánchez.

UP ha perdido, de los votos posibles, algo más de un millón. Supone un retroceso en un camino plagado de éxitos. Es pronto para entender lo que ha pasado. Hay diversos elementos que parecen haber contribuido a este resultado. Una parte de IU y de Podemos parecen no haber estado de acuerdo con la convergencia; la cuestión nacional y el derecho a decidir sigue siendo una cuestión compleja, no siempre bien resuelta en el imaginario social de los hombres y mujeres de UP. No sabemos con certeza qué importancia ha podido tener para los votantes de UP el miedo a la desestabilización o la desmovilización ante unas encuestas siempre vencedoras.

A la campaña de UP le ha faltado, a mi juicio, polarización y un discurso claro y nítido alternativo. Nos hemos polarizado con la derecha sin la fuerza necesaria y dejando sin respuesta, muchas veces, a los ataques permanentes del PSOE. No hemos sido capaces de construir una agenda alternativa a la del poder. Europa, mejor dicho, la UE, apenas si salió en el debate cuando estaba “cantado” que unos días antes de las elecciones se dirimía el Brexit, las grandes cuestiones políticas, las reformas sustanciales de la Constitución aparecieron poco y ahí andaba, nada más y nada menos, que el Estado federal, la independencia de la justicia o la cuestión de la corrupción, por no hablar del cambio de sistema electoral. Faltó discurso en positivo explicando un proyecto de país factible, realizable y, a la vez, radical.


Pablo Iglesias y Ada Colau, fueron los grandes perdedores. NO funcionó la Alianza de Podemos e Izquierda Unida, Hubo mucho miedo y basura política.
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Lo que viene ahora es un gobierno de la derecha con apoyos implícitos o explícitos del PSOE. Tienen que hacerlo bien, vestirlo adecuadamente y no dar sensación de gobierno de coalición, pero habrá acuerdo, al menos durante los dos próximos años. A pesar de lo que el stablishment vendió y ahora defiende con pasión, lo que viene es todo menos estabilidad política y social. Lo que nos espera ahora son los ajustes estructurales pendientes, es decir, los recortes en el gasto público, las enésimas reformas en el mercado laboral y, me temo, una nueva vuelta de tuerca en la delicada cuestión de las pensiones. La troika, no hay que olvidarlo, ha sido la otra gran vencedora estas elecciones y ahora exigirá su parte del botín.

Hay una cuestión que merece la pena subrayar, la relación entre conflicto social y ciclo electoral. La hipótesis de la que partimos muchos de nosotros es que el ciclo electoral ha estado marcado por el conflicto social en un sentido preciso: UP ha sido el instrumento y el modo de intervención de un movimiento social que creyó posible el cambio político. Esto ya no es así. El conflicto social retornará con fuerza y pronto se verá que ha sido el auténtico protagonista en la sombra en este último ciclo electoral.

UP debe de continuar y afianzarse como el verdadero partido de la oposición a las derechas y a las políticas neoliberales. La unidad es un proceso complejo y difícil. Pensar que, sin más, se produciría una suma mecánica de votos de ambas formaciones ha sido un error que nos obliga a entender que los procesos políticos son siempre difíciles y que no hay atajos cuando se es una fuerza alternativa a los que mandan y no se presentan a las elecciones. Hay que situar a UP en el centro de un proyecto histórico de resistencia, acumulación de fuerzas y construcción de un nuevo país. UP es un instrumento para ir más allá de una coalición electoral y devenir en fuerza política unitaria.

El tiempo de las maniobras terminó y ahora llega la dura realidad de la guerra de posiciones. Debemos pensar nuestra acción política —nos lo enseñó un joven rojo alemán que hoy tendría 76 años— como una larga marcha a través de las instituciones, entendiendo por estas las de la sociedad civil, las estatales y las de la vida cotidiana. Cerco mutuo, acumulación de fuerzas y el conflicto social en el centro. Se trata de un nuevo proyecto de país capaz de asegurar la soberanía popular, el desarrollo del Estado social y la defensa de las libertades fundamentales. Todo que ganar, nada que perder.


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