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“Sin
embargo, como las capas más ricas representan
tan solo una fracción ínfima de la población total, ellas dependen de apoyo
político de otros sectores sociales para
imponer las directrices que se ajusten a sus intereses. Así, tratan de
atraer a sus posiciones al menos a ciertas porciones de las clases medias y de
los pobres, para que éstos también asuman como propias las propuestas y
visiones que favorecen casi exclusivamente a los ricos. Por lo tanto, en lugar de expresar claramente que no quieren pagar
impuestos y que no están de acuerdo en que los impuestos se utilicen para garantizar servicios que beneficien a las
mayorías menos pudientes, los súper ricos recurrirán a su inmenso poder y
control mediático para inducir a la gente de extracción popular a creer que la
eliminación por parte del Estado de la provisión de servicios públicos y la no tributación impositiva a los más
acaudalados son medidas que están en
conformidad con los intereses de todos.
“Sin
embargo, cuando analizamos cómo se produce la recaudación de impuestos en Brasil,
nos damos cuenta de que, de hecho, el grueso de la tributación recae sobre
quienes, por lógica, coherencia y decencia humanitaria, deberían pagar menos.
Para expresarlo de una manera menos inequívoca: en nuestro país, los ricos no pagan casi nada en impuestos, mientras
que la gente más humilde tiene que asumir un peso absurdamente alto del monto
de recursos fiscales recaudados. El
principal mecanismo utilizado para eximir casi totalmente a las clases
dominantes del pago de impuestos es concentrarlos en los bienes de consumo y no
en el rendimiento. Mientras que, en los países europeos, en los Estados Unidos y en Japón, por ejemplo,
los ingresos se gravan directamente
de forma mucho más rigurosa, superando en varios
casos el 50%, en nuestro país la tasa máxima no supera el 27,5%. Así, no importa si tenemos un súper ejecutivo
que gana alrededor de R$ 500.000,00
mensuales o un empleado asalariado
de clase media que recibe alrededor de R$
15.000,00, el porcentaje que se aplicará a ambos será el mismo, es decir, el 27,5%.
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Fuentes: Rebelión [Imagen: En Brasil los ricos pagan menos impuestos; en la imagen un grupo de personas reclamando un impuesto sobre las grandes fortunas. Créditos: Levante Popular da Juventude, tomada de Brasil de Fato]
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LA
CUESTIÓN FISCAL COMO PARTE DE LA LUCHA DE CLASES.
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Por Jair de Souza | 06/01/2025 | Brasil.
Fuente.
Revista Rebelión lunes 6 de enero del 2025.
En
este texto el autor reflexiona sobre cómo se da la lucha de clases en relación
con la recaudación impositiva y los destinos de la misma, cuyas características
predominantes no se encuentran solo en Brasil, sino también en otros países,
por lo que este texto puede servir para llevar adelante la lucha ideológica en
otros países.
Con la
reciente aprobación por parte del
Congreso de la propuesta de recorte de gastos enviada por el Gobierno Federal,
se hicieron bastante evidentes algunos aspectos de cómo se libran las batallas
dentro de la lucha de clases en nuestro país.
Si, aun
haciendo enormes concesiones
a los intereses de las clases dominantes, el proyecto del gobierno buscaba
garantizar la defensa de algunos puntos favorables al campo popular, la acción
de la mayoría reaccionaria en los cuerpos parlamentarios en el proceso de
discusión de la medida terminó por encauzar la definición en una dirección en
la que los trabajadores salieron en una situación aún peor de la que ya
estaban.
Pero, ¿por
qué este tema de la tributación impositiva y la exención fiscal tiene todo que
ver con la lucha de clases? Esto es lo
que trataremos de aclarar en las próximas líneas de este texto.
En primer
lugar, es esencial que tengamos en
cuenta que es a través de su capacidad de influir en el funcionamiento del
aparato estatal que las diferentes clases que componen una sociedad pueden
hacer valer el peso de sus reivindicaciones en relación con el conjunto de sus
miembros. Como resultado, quienes
tengan más fuerza estarán en condiciones más favorables para imponer al Estado
la priorización en el atendimiento de los puntos que les son favorables y, a su
vez, hacer que los costos para el mantenimiento del aparato estatal recaigan con
mayor incidencia en los sectores más débiles.
Como es bien
sabido, para su funcionamiento
normal, todas las sociedades humanas modernas dependen de la recaudación de
impuestos para mantener las actividades públicas esenciales que son
suministradas por el Estado. La
provisión de una educación pública de calidad aceptable, un servicio de atención médica eficiente y un esquema
de seguridad pública que ofrezca
protección y tranquilidad a sus habitantes, son tareas que le corresponden al
Estado y que dependen de la recaudación de impuestos para mantenerse.
Cuáles son
los servicios a prestar y de dónde
sacar los fondos para sostenerlos son los principales interrogantes que las
fuerzas componentes de la sociedad deben resolver para que el aparato estatal
pueda seguir ejerciendo sus actividades. Por
regla general, las clases más acomodadas se preocupan casi exclusivamente
por la eficacia de los sistemas de represión policial y judicial, ya que estos
son los que les sirven para contener más eficazmente la rebelión de los
sectores populares y las protestas de los trabajadores y de los pobres en
general. Ante esto, los más ricos no
suelen albergar ninguna disposición a concordar con la idea de que las
instituciones del Estado se preocupen con las necesidades básicas de las
mayorías populares.
Así, nuestras
clases dominantes optan por
mantener a sus hijos en escuelas privadas, y no están propensas a contribuir
para la existencia de escuelas públicas, donde los hijos de los trabajadores
reciban una educación de buena calidad. Algo similar ocurre en relación con la
atención médica. En este sentido,
dado que los más acomodados pueden acceder a clínicas y hospitales privados,
ellos generalmente se oponen a que recursos del Estados se empleen para
financiar el sistema de atención médica que beneficia a los económicamente
menos favorecidos. Por eso, se resisten a aceptar que los impuestos sean
destinados a mantener servicios públicos dirigidos a la gente más carenciada.
Sin embargo, como las capas más ricas representan tan solo una fracción ínfima de la población total, ellas dependen de apoyo político de otros sectores sociales para imponer las directrices que se ajusten a sus intereses. Así, tratan de atraer a sus posiciones al menos a ciertas porciones de las clases medias y de los pobres, para que éstos también asuman como propias las propuestas y visiones que favorecen casi exclusivamente a los ricos. Por lo tanto, en lugar de expresar claramente que no quieren pagar impuestos y que no están de acuerdo en que los impuestos se utilicen para garantizar servicios que beneficien a las mayorías menos pudientes, los súper ricos recurrirán a su inmenso poder y control mediático para inducir a la gente de extracción popular a creer que la eliminación por parte del Estado de la provisión de servicios públicos y la no tributación impositiva a los más acaudalados son medidas que están en conformidad con los intereses de todos.
Sin embargo,
cuando analizamos cómo se produce
la recaudación de impuestos en Brasil,
nos damos cuenta de que, de hecho, el grueso de la tributación recae sobre
quienes, por lógica, coherencia y decencia humanitaria, deberían pagar menos.
Para expresarlo de una manera menos inequívoca: en nuestro país, los ricos no pagan casi nada en impuestos, mientras
que la gente más humilde tiene que asumir un peso absurdamente alto del monto
de recursos fiscales recaudados.
El principal
mecanismo utilizado para eximir casi
totalmente a las clases dominantes del pago de impuestos es concentrarlos en
los bienes de consumo y no en el rendimiento. Mientras que, en los países
europeos, en los Estados Unidos y en
Japón, por ejemplo, los ingresos se
gravan directamente de forma mucho más rigurosa, superando en varios casos el 50%, en nuestro país la
tasa máxima no supera el 27,5%. Así,
no importa si tenemos un súper ejecutivo que gana alrededor de R$ 500.000,00 mensuales o un empleado
asalariado de clase media que recibe alrededor de R$ 15.000,00, el porcentaje que se aplicará a ambos será el mismo,
es decir, el 27,5%.
Sin embargo, esto está lejos de representar la injusticia más
aberrante. En el caso de los ingresos
obtenidos por medios no salariales, la aberración es todavía mayor, y llega
a ser monstruosa. Las ganancias por
dividendos simplemente no están sujetas al pago de impuestos. Brasil es uno de los pocos países del
mundo donde esto ocurre. La tributación
aplicada a los rendimientos derivados de actividades empresariales es mínima o
inexistente.
Al final, lo
que realmente sostendrá el
funcionamiento del aparato estatal serán los impuestos que nos inciden indirectamente a través de los bienes de
consumo.
Para tener
una comprensión más realista de
lo que esto significa, expondremos un
cuadro hipotético (pero que dilucida bien el problema real) sobre el peso
que soportan tanto los trabajadores
como los capitalistas en la suma
total de los impuestos aplicados a los bienes
de consumo. En este caso, para facilitar la exposición y comprensión,
admitiremos las hipótesis que enumeraremos a continuación. De hecho, la situación real es aún más crítica:
a)
Consideremos que en el país hay 100 millones de contribuyentes, de los cuales 80
millones son trabajadores que ganan un promedio mensual de R$ 2.500,00, y otros 20 millones de empresarios cuyos
ingresos son en promedio R$ 50.000,00
por mes;
b) Otra
hipótesis realista es que todos los
ingresos de aquellos que ganan un promedio de R$ 2.500,00 se gastan en bienes de consumo y, en el caso de aquellos
que tienen un promedio de R$ 50.000,00,
el gasto individual en consumo será de R$
10.000,00;
c) A efectos
prácticos, todos los bienes de consumo
están gravados a una tasa del 25%
sobre sus precios de mercado;
d) Ingresos
totales del país: R$ 1.200.000.000.000,00, de los cuales R$ 200.000.000.000,00 para los trabajadores y R$ 1.000.000.000.000.00 para los empresarios.
Si aplicamos la tasa impositiva del 25% al consumo de cada grupo, llegamos a los siguientes números:
–
Trabajadores: R$ 50.000.000.000,00 (25% de R$ 2.500,00 x 80.000.000)
– Empresarios: R$ 50.000.000.000,00 (25% de R$ 10.000,00 x 20.000.000)
Expresando en
palabras el significado de estos
cálculos, tenemos que los trabajadores pagan el 25% de sus ingresos totales de R$
200.000.000.000,00, mientras que los empresarios se limitan a entregar
para cubrir impuestos solo el 5% de sus
ganancias totales de R$ 1.000.000.000.000,00.
Después de
analizar este panorama, vamos a
entender que no es mera casualidad que las clases
dominantes quieran que la tributación se haga exclusivamente sobre los
bienes de consumo, y no con impuestos directos en relación con los
rendimientos.
Pues bien,
somos conscientes de que a partir
del diagnóstico la cura no viene de inmediato. La cuestión de quiénes cargan con las cuentas del funcionamiento
del aparato estatal y a quiénes éste va a atender de modo prioritario se inserta en los choques de la permanente lucha
de clases que se libra cada vez que en el escenario social se enfrentan clases
con intereses opuestos. Por otro lado, también sabemos que, por mucho que Lula sea una persona profundamente imbuida de sentimientos favorables a la
clase obrera, de la cual él mismo proviene, su gobierno no es un gobierno hegemonizado por los trabajadores.
A la vista
del panorama que hemos acabado
de exponer, debemos tener claro que el actual gobierno es un ente en disputa,
en el que cada grupo social que lo integra busca
conducirlo de acuerdo con sus intereses de clase. Por lo tanto, también les
corresponde a los trabajadores librar la lucha para que sus aspiraciones sean
respetadas y satisfechas. Pero esto no depende solo de los deseos y anhelos.
Evidentemente,
no basta con contar con la presencia de Lula al frente del gobierno. Para que esto se transforme en una verdadera
fuerza popular, es necesario que los trabajadores,
sus organizaciones sindicales y sus partidos conozcan bien la realidad de
la coyuntura prevaleciente y estén
dotados de la necesaria conciencia de clase y disposición para aunar esfuerzos
y marchar adelante con el propósito de construir
una nueva sociedad, en la que
injusticias como las expuestas en este texto se conviertan
en cosas del pasado.
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