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“A.L.: Al pertenecer a esa clase profesional, siento
que solo estoy hablando dentro de una burbuja de filtros para otras personas de
la misma clase social. Quizás por eso Guy Standing acuñó el concepto de
precariado, para unir a la clase media profesional y a la clase trabajadora. En
todo caso, no sé cómo las ideas pueden abrirse paso en esta esfera pública tan
deteriorada por las fake news y
todo tipo de desinformaciones.
“M.H.: Esa es una pregunta muy importante. En mi opinión, no son solo los activistas climáticos, sino toda la izquierda, la que está
confinada en burbujas o islas de información. Una mayoría encerrada en
burbujas solo escribe para conseguir legitimidad de otros que están también
dentro de la burbuja. El objetivo debe ser traducir y compartir nuestras ideas
más allá de esas burbujas, es decir, saber cómo llegar a la mayoría de la clase
trabajadora. No me gusta demasiado la
palabra “precariado” porque desde una perspectiva marxista, el proletariado ya
era precario por definición.
“Piensa en esto: al
eliminar a los estratos más privilegiados como
los expertos y los directores, todavía nos queda en torno a un sesenta y tres
por ciento de la población trabajando en empleos manuales y de bajos salarios
en el sector servicios (enfrentándose a una gran inseguridad económica en
aspectos como la vivienda, la energía, los alimentos y en mi país, la salud). En los viejos tiempos, los partidos
socialistas y los sindicatos crearon sus propios medios (periódicos y
revistas) que llegaban al proletariado y
servían para levantar partidos políticos. Ahora, la clase trabajadora está más dispersa y atomizada. Está claro que
necesitamos aprovechar las redes sociales para llegar a audiencias masivas,
pero están controladas por capitalistas
tecnológicos que diseñan algoritmos para mantenernos separados. Es un problema difícil, pero
tenemos que resolverlo.
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EL CAMBIO CLIMÁTICO COMO LUCHA
DE CLASES.
Entrevista al Profesor y
escritor Mattheu T. Huber.
*****
Por Andrés Lomeña | 28/01/2025 | Ecología social
Fuente. Revista Rebelión martes 28 de
enero del 2025
El cambio climático es una cuestión de clase porque una parte importante de las
emisiones recae sobre una minoría empresarial. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático
(IPCC), la producción eléctrica y térmica supone un veinticinco por ciento
de los gases de efecto invernadero en emisiones directas; por su parte, el
sector industrial representa más de un cincuenta por ciento del consumo global
de energía, según la Energy Information Agency (2018).
Por tanto, la crisis climática no se solucionará con mejoras graduales en
nuestros estilos de vida ni con donaciones puntuales para compensar la huella
de carbono. De acuerdo con Matthew T.
Huber en El futuro de la revolución (Errata Naturae,
2024), la única forma eficaz de encarar el problema es enfrentarse a un
sistema capitalista desbocado que agrava la emergencia climática. El futuro de la revolución pasa por entender
que el cambio climático es una
cuestión de lucha de clases. Y la lucha de clases implica, entre otras
cosas, el fortalecimiento de la conciencia
obrera y de los sindicatos. Huber es profesor de Geografía en la Universidad de Siracusa y entre sus
libros también destaca Lifeblood: Oil, Freedom, and the Forces of
Capital (2013). La
entrevista la realizó Andrés Lomeña para Sin Permiso.
ANDRÉS LOMEÑA: Los incendios en Los Ángeles no han distinguido entre viviendas humildes y viviendas de personas adineradas. Al parecer, había más estaciones de bomberos en los años sesenta que ahora y como no hay bomberos suficientes, están contratando a presos por menos de treinta dólares al día. Para mí es una prueba más sobre la importancia de lo público y el poder de las infraestructuras sociales. Quiero pensar que se va a aprender algo tras esta tragedia.
MATTHEW T. HUBER: Dudo mucho que
esta crisis vaya a ser la que nos enseñe a actuar en el cambio climático. Las
crisis siguen produciéndose, pero la inacción relativa continúa. El problema es
que estos desastres, aun siendo horribles, aún afectan a relativamente poca
gente, y el cambio climático requiere una movilización social que implique una
política inspiradora para millones de personas, tanto si estas han
experimentado desastres climáticos como si no.
Tienes toda la razón a la hora de señalar la importancia de las infraestructuras
públicas. El cambio climático es un problema de inversión en infraestructura
pública en todos los frentes que tiene abiertos. Es como si lo hubiéramos
olvidado después de décadas de austeridad neoliberal, pero tradicionalmente
solo el sector público es el que está interesado en invertir en
infraestructuras a largo plazo porque no es algo particularmente rentable para
el capital. Tal y como muestra Brett
Christophers en su nuevo libro The Price is Wrong,
esperamos que de alguna forma el sector privado lleve a cabo la transición
energética por nosotros (y no es ninguna sorpresa que lo vean como algo poco
rentable). La electricidad en particular conlleva grandes inversiones de
capital fijo a largo plazo en la transmisión de energía y en las centrales
eléctricas.
Además, la adaptación al clima también tiene que ver con
invertir en infraestructuras públicas como bomberos, control de inundaciones y
otras formas de seguridad. En Estados Unidos, tal y como muestra el
proyecto The Living New Deal, hemos
vivido casi un siglo de inversiones en infraestructuras públicas. El que todo
se esté desmoronando y el cambio climático solo intensifica la necesidad de
reconstruir la economía política para orientarla a los bienes públicos.
Desgraciadamente, la “Bidenconomía”
no ha sido eso: se usaron fondos públicos para subvencionar soluciones a los
mercados privados tanto desde la perspectiva de la inversión como desde el
punto de vista del consumidor.
A.L.: Se
ha sabido que la emisión de metano con el sabotaje al gaseoducto Nord Stream ha
sido la mayor que se ha producido hasta ahora. Por otra parte, Trump habla de
hacerse con Groenlandia por los metales de las tierras raras. Me gustaría saber
cómo conectar el concepto de clase en este escenario de conflictos
medioambientales e internacionales.
M.H.: Bueno, todo sigue siendo una cuestión de
clase porque para transformar nuestro sistema energético hay que enfrentarse al
poder de clase de los propietarios fuertemente interesados en la rentabilidad
de la infraestructura de los combustibles fósiles. Tienes razón en que hay una
dimensión internacional y no es suficiente con analizar la idea de clase solo a
nivel nacional, como yo he hecho en Estados Unidos. Necesitamos abordar la “lucha global de clases”, tal y como
sostiene Ramaa Vasudevan en un artículo reciente. Mi libro se centra en las teorías marxistas de clase, pero
también pienso que necesitamos una teoría marxista del imperialismo para
entender el problema. De hecho, trabajo en eso ahora mismo, pues intento pensar
en la relación que hay entre ecología e imperialismo mediante las teorías
marxistas.
A.L.:
Algunas prohibiciones en Europa se ven ridículas porque se pretende legislar
sobre bienes sin importancia (las pajitas serían el ejemplo más destacado)
cuando la industria del plástico es omnipresente. Usted ha abordado un análisis
exhaustivo de la industria en torno al nitrógeno.
M.H.: Sí, aunque he elegido el nitrógeno porque resultó que estaba investigando sobre él. No lo elegí porque fuera una prioridad frente al plástico, por ejemplo, sino porque fue un estudio de caso de cómo la propiedad capitalista se desarrolla a través de formas de producción intensivas en carbono. El nitrógeno tiene un gran impacto en el clima (está entre el uno y el tres por ciento de las emisiones globales), pero el impacto del plástico puede ser mayor. El del acero y el cemento son mayores, con toda seguridad. ¡Necesitamos estudios de casos de todos ellos! Una idea importante que quiero resaltar es que la reestructuración de esas formas industriales de producción tendría más impacto que cualquiera de los cambios en nuestros estilos de vida (pajitas de plástico incluidas) que puedan llevar a cabo los defensores del clima y la clase profesional [entendida como aquella que realiza alguna forma de trabajo intelectual].
A.L.: Al
pertenecer a esa clase profesional, siento que solo estoy hablando dentro de
una burbuja de filtros para otras personas de la misma clase social. Quizás por
eso Guy Standing acuñó el concepto de precariado, para unir a la clase media
profesional y a la clase trabajadora. En todo caso, no sé cómo las ideas pueden
abrirse paso en esta esfera pública tan deteriorada por las fake
news y todo tipo de desinformaciones.
M.H.: Esa es una pregunta muy importante. En mi
opinión, no son solo los activistas climáticos, sino toda la izquierda, la que
está confinada en burbujas o islas de información. Una mayoría encerrada en
burbujas solo escribe para conseguir legitimidad de otros que están también
dentro de la burbuja. El objetivo debe ser traducir y compartir nuestras ideas
más allá de esas burbujas, es decir, saber cómo llegar a la mayoría de la clase
trabajadora.
No me gusta demasiado la
palabra “precariado” porque desde una perspectiva
marxista, el proletariado ya era precario por definición.
Piensa en esto: al eliminar a los estratos más privilegiados
como los expertos y los directores, todavía nos queda en torno a un sesenta y
tres por ciento de la población trabajando en empleos manuales y de bajos
salarios en el sector servicios (enfrentándose a una gran inseguridad económica
en aspectos como la vivienda, la energía, los alimentos y en mi país, la
salud). En los viejos tiempos, los partidos socialistas y los sindicatos
crearon sus propios medios (periódicos y revistas) que llegaban al proletariado
y servían para levantar partidos políticos. Ahora, la clase trabajadora está
más dispersa y atomizada. Está claro que necesitamos aprovechar las redes
sociales para llegar a audiencias masivas, pero están controladas por
capitalistas tecnológicos que diseñan algoritmos para mantenernos separados. Es
un problema difícil, pero tenemos que resolverlo.
A.L.: No
sé si resumo bien su libro al decir que bastaría con acabar con la lógica de la
plusvalía.
M.H.: Sí, en última instancia creo que es la
solución, pero también digo en el libro que es difícil imaginar la derrota de
esa lógica de la plusvalía con una izquierda y un movimiento obrero tan
débiles. Por eso creo que deberíamos empezar por asumir el control de algunos
sectores relevantes para el clima, como la electricidad. La propiedad pública
al menos da la posibilidad de que el sector pueda orientarse hacia otras
lógicas, además de la plusvalía, como las necesidades humanas y ecológicas
(aunque en realidad, las empresas eléctricas públicas pueden ser tan corruptas
como las privadas). Ya lo dije en mi primera respuesta: el cambio climático es
fundamentalmente un problema de “inversión”.
Necesitamos ejercer fuerza social sobre las inversiones para poder planificar
la transición ecológica a la escala y la velocidad requeridas. El capital no está ni estará
interesado en ese proyecto.
Matthew T. Huber es profesor de Geografía en
la Universidad de Siracusa y entre sus libros también destaca Lifeblood: Oil,
Freedom, and the Forces of Capital (2013).
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