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“Un nuevo contrato social. Los partidos tradicionales de derecha observan impotentes
mientras Trump y Musk forjan
alianzas con los partidos de extrema
derecha en sus países. La política
tradicional parece tener pocas
respuestas ante la crisis política
y figuras como Trump y Musk no
hacen más que echar leña al fuego. Para revertir esta situación se necesitan al menos dos cosas. En primer lugar, los partidos
tradicionales deben recuperar su
propia identidad. Deben fomentar su propia idea de la sociedad basada en sus principios y valores originales, en lugar de copiar partes de la ideología de extrema derecha. En segundo lugar, deben romper con las políticas antisociales de los últimos 45 años. En vez de seguir desmantelando el estado de bienestar
social, deben establecer un nuevo contrato social, lo que
significa concretamente que son necesarias inversiones
públicas en vivienda, educación y
servicios sociales.
“Estos
son factores
imprescindibles para restaurar la
fundamental confianza en la política,
fomentar la integración social
y evitar las cada vez mayores
tensiones dentro de la sociedad.
Un contrato social de este tipo
supone dejar
definitivamente atrás el dogma
neoliberal de los recortes. Además, un contrato de esta naturaleza es incompatible
con los ambiciosos planes de aumento de los presupuestos de defensa. Las cifras que se manejan son alarmantes. Más tanques significan menos pensiones; más aviones de combate implican menos fondos para la educación, la sanidad
u otros servicios públicos.En
estos momentos vemos que los políticos
no logran revertir la situación; al
contrario, la agravan. Para llegar a un nuevo contrato social y evitar que los partidos tradicionales sucumban a la tentación de la extrema derecha, será necesaria la presión del tejido social, en la
que los sindicatos desempeñan un
papel fundamental. El tejido social es más vital que nunca
para salvaguardar la democracia-
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Fuentes: Rebelión [Foto: Olaf Scholz, Emannuel Macron y Justin Trudeau (Wikimedia Commons)]
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SE TAMBALEA LA DEMOCRACIA EN OCCIDENTE.
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Por | 23/01/2025 | Opinión
Fuente. Revista Rebelión jueves 23 de enero del 2025.
Traducido
del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus
Gobiernos
de extrema derecha están en el poder en Estados
Unidos, Italia, Hungría, Países Bajos y pronto también en Austria.
En Alemania y Francia han caído sendos gobiernos, y en Corea del Sur
ha habido un golpe de Estado. ¿Qué causa esta ola de inestabilidad política en
Occidente y cómo podemos detenerla?
Especialmente
los países del G7, el club de las grandes potencias industriales, se
enfrentan a muchos problemas políticos internos.
En
Francia el gobierno cayó en diciembre de 2024 al no lograr aprobar los
presupuestos.
Aunque se nombró un nuevo primer ministro, los problemas persisten y algunos especulan que el presidente Emmanuel Macron podría renunciar antes
de que finalice su mandato en 2027.
En
Alemania, el gobierno estuvo prácticamente paralizado durante todo el año
pasado. En diciembre colapsó finalmente la “Coalición
Semáforo” de Olaf Scholz, lo que llevó al país a prepararse para nuevas elecciones.
En
Japón el Partido Liberal Democrático perdió la mayoría por primera vez desde 2009, lo que probablemente provocará en
elecciones anticipadas.
En Canadá el liderazgo de casi diez años de Justin Trudeau llegó a su fin. Su popularidad cayó drásticamente y sufrió una fuerte presión para que dimitiera.
En
Reino Unido el primer ministro socialdemócrata Keir Starmer había logrado una abrumadora victoria electoral, pero
tras solo cinco meses en el cargo,
es menos popular que cualquier primer
ministro británico de los últimos cuarenta años.
En
Estados Unidos
la situación es incierta con un gabinete
lleno de halcones, extraños personajes, multimillonarios activistas y un presidente autoritario e impulsivo al
frente. Hace cuatro años el país estuvo al borde de una crisis política muy grave con el asalto al Capitolio. Las declaraciones de Trump sobre Groenlandia, el Canal de Panamá y Canadá, y su discurso
inaugural no auguran nada bueno.
El
único país que parece ser estable
es Italia, donde la extrema derecha liderada por Giorgia
Meloni aún cuenta (por
ahora) con cierto apoyo del electorado.
La
democracia también tambalea fuera del G7. Corea
del Sur
sufrió un intento fallido de golpe de
Estado en diciembre de 2024 y
ahora atraviesa un periodo de completo
estancamiento político, con intentos de detener al presidente destituido. (ya está en la, cárcel y con Juicio Político)
En
Austria,
tras negociaciones fallidas, se encargó
formar gobierno a un líder de
extrema derecha. Bélgica también se enfrenta a grandes obstáculos
para formar un gobierno estable.
En
los Países Bajos
se logró formar un gabinete técnico
tras grandes esfuerzos, pero es extremadamente frágil. En noviembre de 2024
el gobierno estuvo al borde del colapso
debido a unas declaraciones racistas
en el consejo de ministros.
En
Rumanía se anularon
las elecciones presidenciales bajo
acusaciones de supuesta interferencia
extranjera y financiamiento
irregular de campañas, aunque estas afirmaciones carecen de fundamento.
En
muchos países los gobiernos
parecen frágiles o destinados a ser temporales. No solo se enfrentan a
dificultades para gestionar sus propios países, sino que también luchan
para desempeñar un papel internacional
efectivo.
Causas
Esta
inestabilidad tiene diversas causas.
En países como Japón los
escándalos de corrupción desempeñan
un papel importante, mientras que líderes
como Macron y Trudeau han perdido su brillo tras años en el poder. Si bien estos factores son relevantes, no explican la profunda crisis subyacente.
El
hecho de que tantos países
se estén enfrentando al mismo tiempo a turbulencias
políticas evidencia tendencias globales
que generan problemas en todas partes. En
casi todos los países se observa una desaceleración
del crecimiento económico, una presión
fiscal creciente, el envejecimiento
de la población, el desmoronamiento
del centro político y el auge de
la extrema derecha.
En
todas partes los presupuestos están bajo una fuerte presión. Los estímulos y ayudas gubernamentales
durante la pandemia y la crisis energética en Europa (a consecuencia de las sanciones
a Rusia)
aumentaron considerablemente la deuda
pública. Además, el crecimiento
económico es lento, los gastos
sociales están aumentando debido al envejecimiento
de la población y los gastos de
defensa se disparan debido a la fiebre
bélica.
Aumentar
significativamente
la deuda no es una opción inmediata.
Entonces, ¿qué hacer? Al no estar dispuestos a aumentar los impuestos a los más ricos para cubrir
el déficit, se busca descargar la carga fiscal sobre las clases trabajadoras, una repetición de
la estrategia de la crisis de 2008.
Pero esto tiene un coste político.
Debido a sus políticas antisociales,
los partidos de centro pierden gran parte de su apoyo y tarde o
temprano son castigados en las urnas.
Por
ejemplo, en Reino Unido
las subidas de impuestos para sanear las finanzas públicas causaron
una fuerte caída en la popularidad del gobierno de Starmer. En Francia el gobierno cayó
precisamente por la financiación
del déficit fiscal. En Bélgica
las negociaciones para formar gobierno
son tan complicadas por esta misma razón y en Austria han fracasado por completo debido a este problema.
Además,
hay que considerar
el factor migratorio. Debido
al envejecimiento de la población,
muchos sectores con escasez de trabajadores no logran cubrir sus
puestos de trabajo, lo que genera
una necesidad cada vez mayor de
migración laboral. Por ejemplo, Alemania
necesita anualmente 400.000
inmigrantes cualificados
porque su población activa está disminuyendo debido al envejecimiento. La situación no
es muy diferente en otros países.
En
otras palabras,
se necesita a la migración.
Sin embargo, combinar recortes
presupuestarios con migración
laboral es la receta perfecta
para fomentar la xenofobia
que, a su vez, se convierte en un terreno
fértil para la extrema derecha.
Cuarenta
y cinco años
de políticas neoliberales han
provocado una escasez en los servicios
sociales y en los recursos
disponibles. Esto genera una competencia
perversa entre las personas que
dependen de estos servicios, lo que
a menudo lleva a la pregunta errónea pero
comprensible de quién tiene derecho a
esos recursos. El «otro»
o el «de fuera» se considera
rápidamente una amenaza para el propio
bienestar.
El
desmantelamiento del estado de bienestar
lleva casi inevitablemente al proteccionismo
social y al chauvinismo
económico. Esto siembra división y enfrenta a las personas
entre sí. Es el caldo de cultivo ideal
para lemas como «los nuestros
primero».
Las tendencias descritas anteriormente han dado impulso a la extrema derecha. La dinámica se ve reforzada por los partidos tradicionales que, impulsados por el éxito de la extrema derecha, se desplazan hacia posiciones más a la derecha. En lugar de abordar las causas socioeconómicas y contrarrestar el ambiente tóxico, adoptan gran parte de la retórica y las propuestas de los partidos de extrema derecha. Lo hacen esto con la esperanza de quitar votos a la extrema derecha. Pero al hacerlo, normalizan sus posturas y terminan fortaleciendo a estos partidos. Al final, cuando llega el momento de votar, el electorado prefiere el original a la copia. Así, se crea una espiral de derechización que permite a la extrema derecha expandir gradualmente su base electoral.
Ofensiva
Con
las victorias
de Trump en Estados Unidos, de Meloni en Italia, de Orbán en Hungría, de Wilders en los Países Bajos y los
buenos resultados electorales de Le Pen
en Francia, de AfD en Alemania y de Vlaams Belang en Bélgica, la extrema
derecha se siente más fuerte y segura que nunca. Ya no son marginados y han pasado al ataque.
El
rostro más visible
de esta ofensiva es Elon Musk. Este multimillonario se ha convertido en un actor clave que busca influir en las
elecciones y promover a la extrema derecha donde sea
posible. Musk estuvo
particularmente activo en las elecciones
presidenciales de Venezuela en julio de 2024. A través de su plataforma
X difundió noticias falsas para
apoyar al candidato presidencial de
extrema derecha. Cuando se anunció la victoria
de Maduro, Musk acusó al gobierno venezolano de «fraude
electoral masivo». Musk también apoyó abiertamente el golpe de Estado de extrema derecha
contra el presidente
democráticamente elegido de Bolivia,
Evo Morales, en 2019. Más tarde
escribió en X: «¡Hacemos golpes de Estado contra quien queramos! Lidiemos con ello».
El verano pasado en Reino Unido Musk alentó a los alborotadores
de extrema derecha y expresó
públicamente su apoyo al partido de extrema derecha Reform.
Se preguntó en X si
«Estados Unidos debería liberar al
pueblo británico de su gobierno tiránico». Musk acaparó titulares en toda
Europa al publicar en X: «Solo la AfD puede salvar a Alemania».
Trump
también desempeña
su papel. Se ha esforzado por humillar a Justin
Trudeau describiendo a Canadá
como el estado número 51 de Estados Unidos y llamando al primer ministro «el gobernador».
Los
medios han cubierto
ampliamente las interferencias rusas
en las elecciones,
especialmente en Rumanía. Sin
embargo, aunque existen estas interferencias,
son insignificantes en comparación
con lo que Musk está haciendo hoy
en día.
Un nuevo contrato social.
Los
partidos tradicionales
de derecha observan impotentes mientras Trump y Musk forjan alianzas con los partidos de extrema derecha en sus países. La política tradicional parece
tener pocas respuestas ante la crisis política y figuras como Trump y Musk no hacen más que echar leña al fuego.
Para
revertir esta situación
se necesitan al menos dos cosas. En primer lugar, los partidos tradicionales deben
recuperar su propia identidad. Deben
fomentar su propia idea de la sociedad
basada en sus principios y valores
originales, en lugar de copiar partes de la ideología de extrema derecha.
En
segundo lugar,
deben romper con las políticas antisociales de los últimos 45 años. En vez de seguir desmantelando el estado de bienestar social, deben establecer un nuevo
contrato social, lo que significa concretamente que son necesarias inversiones públicas en vivienda, educación y servicios
sociales.
Estos
son factores
imprescindibles para restaurar la
fundamental confianza en la política,
fomentar la integración social
y evitar las cada vez mayores
tensiones dentro de la sociedad.
Un contrato social de este tipo
supone dejar
definitivamente atrás el dogma
neoliberal de los recortes. Además, un contrato de esta naturaleza es incompatible
con los ambiciosos planes de aumento de los presupuestos de defensa. Las cifras que se manejan son alarmantes. Más tanques significan menos pensiones; más aviones de combate implican menos fondos para la educación, la sanidad
u otros servicios públicos.
En
estos momentos
vemos que los políticos no
logran revertir la situación; al
contrario, la agravan. Para llegar a un nuevo contrato social y evitar que los partidos tradicionales sucumban a la tentación de la extrema derecha, será necesaria la presión del tejido social, en la
que los sindicatos desempeñan un
papel fundamental.
El
tejido social es más vital que nunca para salvaguardar la democracia
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