Las no repúblicas neoliberales.
El Libro del Presidente Correa, de Ecuador, "tiene un sabor familiar".
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ALAI, América Latina en Movimiento
Domingo 9 de enero del 2011.
Para el lector de un país como Costa Rica, pequeña no república neoliberal centroamericana, el libro de Rafael Correa tiene un sabor familiar: sus páginas anticipan las reformas pendientes en la agenda de unas élites antinacionales, que viven al pendiente del sueño de la modernidad deforme de la globalización hegemónica.
Es bien conocida la feliz sentencia que José Martí lanzó en el siglo XIX, y cuya luminosidad ha guiado, desde entonces, la batalla de las ideas en nuestra América: “a pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento”. La fuerza de la razón sobre la fuerza bruta de los poderosos, de los opresores. A ese combate se suma el presidente ecuatoriano Rafael Correa, con su libro Ecuador: de Banana Repúblic a la No República (Random House Mondadori, 2009).
Ausente aún en las librerías costarricenses (maravillas de la mano invisible del mercado, que obliga a adquirirlo fuera del país), más interesadas en la autoayuda o las ficciones hollywoodenses, que en la mirada crítica de la realidad continental, la obra de Correa presenta un recuento histórico de las desventuras y desastres del neoliberalismo en Ecuador: desde el boom petrolero y la crisis de la deuda externa a finales de la década de 1970, hasta los tiempos del aperturismo económico, la dolarización y “el suicidio monetario” de finales de los años 1990 y principios del siglo XXI, que sumieron en la tragedia del exilio económico a 2,5 millones de personas. Es decir, el tiempo de la no república.
Con rigor y sustento teórico, el mandatario logra trascender la realidad ecuatoriana y desnuda la trampa en que cayó América Latina durante décadas: la búsqueda de una “modernización” y de un “desarrollo” que, al final, aceleraron la desintegración social, profundizaron el empobrecimiento de los pueblos y aumentaron la histórica dependencia de la región. “Con el neoliberalismo –dice el autor-, además del fracaso económico y social, también se mermaron la soberanía y la representatividad del sistema democrático”.
Ecuador: de Banana Republic a la No República permite comprender el pensamiento económico y político de Correa, y en esa medida, también los contornos –y limitaciones- de la Revolución Ciudadana. Pero sobre todo, perfila con claridad los rasgos del proceso nacional-popular ecuatoriano: caracterizado, entre otros aspectos, por la convergencia de amplios sectores que impulsan un proyecto basado en la reconquista de la soberanía nacional en todos los ámbitos, en la acción colectiva democratizadora y en el progresivo retorno de un Estado que regula la actividad económica y, al mismo tiempo, procura el bienestar social, hasta hace muy poco defenestrado por los dogmas neoliberales.
Para el lector de un país como Costa Rica, pequeña no república neoliberal centroamericana, el libro tiene un sabor familiar: en algunos capítulos, es espejo que permite mirar lo que el neoliberalismo hizo allá y acá, la coincidencia de intereses y medios espurios a los que echaron mano actores locales y extranjeros enquistados en los gobiernos; en otros pasajes, sus páginas anticipan las reformas pendientes en la agenda de unas élites antinacionales -las nuestras- que viven al pendiente del sueño de la modernidad deforme de la globalización hegemónica.
Inmerso como está en la zona de influencia inmediata de los Estados Unidos –con todo lo que esto significa en lo político, económico, cultural e ideológico-, el pueblo costarricense (sindicatos, movimientos y organizaciones social-populares, estudiantes y algunos, pocos, partidos políticos) supo resistir durante tres décadas los apetitos privatizadores de sus gobernantes y los organismos financieros internacionales, y defendió así, en la medida de lo posible, el Estado social de bienestar forjado desde la década de 1940. Sin embargo, la aprobación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos en 2007 marca un punto de inflexión, el fin de una era, como dice el economista Dr. Henry Mora, lo que daría “apariencia de legitimidad” a la nueva ofensiva neoliberal-conservadora de los últimos años.
Esta ofensiva, como sucedió en su momento en Ecuador, está estructurada en torno a, por lo menos, tres puntos clave: transnacionalización de la economía (algunos sectores privados impulsan la dolarización, a pesar de los magros resultados obtenidos en El Salvador, “libre comercio” con las potencias y bloques regionales (Estados Unidos, Unión Europea y China), y mayor endeudamiento externo “para el desarrollo” (estimado en US$6.400 millones, según lo anunció el año anterior el vicepresidente Luis Liberman).
El análisis de Correa sobre la experiencia ecuatoriana en estos temas constituye un referente ineludible para ponderar las implicaciones de procesos que ya toman forma de realidad en Costa Rica.
Sobre la excesiva influencia de los sectores bancarios y financieros en la toma de decisiones públicas, el presidente sostiene que las repercusiones de esta alianza fáctica van más allá de lo económico: “la mezcla de fundamentalismos ideológicos, incompetencia, intereses y necesidad de creer en milagrosas tablas de salvación, llevaron al país a renunciar a la moneda nacional y adoptar en su lugar el dólar, de tal forma Ecuador ya no tiene moneda nacional, pero el poder de la banca en los manejos económico y político del país continuó intacto”.
No debe sorprender a nadie, entonces, que la dolarización en Ecuador –y en cualquier lugar que se ejecute- haya representado, por un lado, la pérdida de la política monetaria soberana; y por el otro, “una mayor dependencia extranjera, puesto que adoptamos la política monetaria del país emisor de la moneda, Estados Unidos, y, como manifiesta Louis Even [en un texto de 1939], ‘que me conceda el control de la moneda en una nación y me río de quien hace sus leyes’”.
En cuanto a las aparentemente incuestionables bondades del aperturismo y el libre comercio, Correa las califica de falacias: apoyado en informes de un organismos tan poco “sospechoso” como CEPAL, explica que “para el caso de América Latina, a inicios de la primera década del siglo XXI ya existía evidencia de que el aperturismo había producido la desindustrialización de la región y mayor dificultad para generar empleo manufacturero. De igual forma, la tasa de desempleo abierto urbano tendió a aumentar en un amplio grupo de países de la región”.
Contra el discurso dominante que lo presenta como la panacea a los problemas del subdesarrollo, el presidente ecuatoriano considera que no debe perderse de vista el carácter instrumental que el “libre comercio imperialista” tiene para las potencias, como lo demuestra la historia: “Solo cuando la supremacía industrial estadounidense fue absolutamente clara después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, al igual que la Inglaterra del siglo XIX, comenzó a promover el libre comercio, pese a haber adquirido esta supremacía a través de un intenso y nacionalista proteccionismo industrial”.
Una idea fundamental que recorre los distintos artículos que componen el libro de Correa es la de construir un camino propio latinoamericano: “Ecuador y Latinoamérica deben buscar no solo una nueva estrategia, sino también una nueva noción del desarrollo, donde este no sea simplemente imitar modelos que solamente reflejen percepciones, experiencias e intereses de países y grupos dominantes”.
Se trata de una conclusión a la que poco a poco, tras muchos tropiezos y desengaños, ha llegado nuestra región. No hay recetas mágicas ni “modelos” importados que deban aplicarse como dogmas de fe: solo existen los principios éticos y sociales en la conducción de los asuntos públicos, y la defensa y promoción de los intereses nacionales y el bien común, por encima de los intereses del mercado, la voracidad de los capitales financieros y las fuerzas antinacionales que hacen su trabajo dentro y fuera de nuestros países.
“Esto es lo que busca el neoliberalismo: exacerbar las pulsiones egoístas y tratar de eliminar las pulsiones sociales, fundamentales para el buen vivir de todos, y precisamente esta es la idea clave para entender cuál es la guía de una construcción nueva para América Latina”, sentencia Correa.
Ecuador ha empezado a transitar su propio camino posible. Es la historia que escriben ahora sus pueblos. Y esa decisión colectiva sí que merece ser emulada por aquellos movimientos y partidos políticos que se propongan, realmente, revertir el nefasto legado de las no repúblicas neoliberales que todavía abundan en la geografía de nuestra América.
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