El drama para la izquierda es que, una vez más, una crisis de origen financiero especulativo la pagan los de siempre, los trabajadores y los más desfavorecidos.
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Sábado 8 de enero del 2011.
José María Benegas. Diputado del PSE-PSOE por Vizcaya.
En nuestro caso, España, un país que está cumpliendo con el plan de ajuste, la crítica es a todas luces injusta. Se argumenta, por los mismos que lo han exigido, que el crecimiento va a ser muy tenue, como si no supieran que aquel supone una contracción de las posibilidades de crecimiento en el corto plazo.
Se nos exige una mayor velocidad en las reformas para «calmar a los mercados», cuando no se adopta ninguna para frenar la acción de estos, y los adalides de tales prisas ignoran que España es una democracia, que existe un Parlamento, que, por ejemplo, las medidas de ajuste se ganaron en el Congreso por un voto y la reforma laboral por dos. Un país democrático no es una empresa ni una iglesia, en la que unos pocos pueden tomar todo tipo de decisiones en tiempo rápido, bastando unos segundos si se trata de especular.
Desde mi punto de vista, no sólo existen movimientos especulativos exclusivamente movidos por la obtención del mayor beneficio en el menor tiempo posible, sino que, además, hay fuerzas ocultas, o no tanto, que pretenden romper la moneda única, la zona euro, y por ende la Unión Europea. La predicción de los que trabajan en esta línea se fundamenta en que «no es posible una moneda única entre países tan dispares, sin un gobierno económico y sin armonización fiscal, y en su consecuencia es inevitable que el euro se derrumbe en un plazo no muy lejano».
A mayor abundamiento, ahora los movimientos especulativos no deben estar preocupados por el cobro de sus créditos desde que la UE creó un fondo de rescate de setecientos cincuenta mil millones de euros. Si quiebra la deuda soberana de algún país, hay dinero todavía para rescatarla. Es decir, los especuladores actúan con un riesgo controlado. Los mayores beneficios no los obtienen del endeudamiento de los países más sólidos de la UE, como Alemania o Francia, sino de los países que para colocar su deuda tienen que aumentar el tipo de interés incrementando la rentabilidad de los compradores de la misma, siendo un objetivo de éstos crear las condiciones necesarias para que tal incremento se produzca.
El drama para la izquierda es que, una vez más, una crisis de origen financiero especulativo la pagan los de siempre, los trabajadores y los más desfavorecidos de las sociedades. El cumplimiento del plan de austeridad para 2010 situando el déficit en el 3% ha sido impuesto por Alemania, el país europeo menos afectado por la crisis por su capacidad exportadora. Por cierto, en el periodo 2002-2005 ni Alemania ni Francia cumplieron el pacto de estabilidad, sin que ello les supusiera ningún tipo de consecuencias. El ajuste duro va a impedir a los países con más dificultades, en el corto plazo crecer económicamente, crear empleo y aumentar los ingresos de los Estados por recaudación fiscal. ¿Qué gana Europa con este panorama? ¿Por qué no en vez del 2013, el 2014 o 2015, lo que permitiría ajustes más flexibles? Es difícil saberlo. De ahí, la queja de Papandreu: «No nos dejan ni elegir los ritmos».
Comprendo que los países afectados no puedan pedir una ampliación del plazo para cumplir el pacto de estabilidad, porque si lo hicieran sería una confesión de sus propias dificultades para respetarlo y excitarían la ferocidad de los mercados. Pero, ¿por qué el diluido Partido Socialista Europeo no puede plantearlo como una reivindicación de la izquierda? Flexibilizar el ajuste presupuestario para crear empleo y recuperar el crecimiento económico, conseguir una verdadera gobernanza económica europea y adoptar reformas y medidas que controlen o eviten los movimientos especulativos deberían ser objetivos mantenidos con firmeza por la socialdemocracia europea. Felipe González, en su libro 'Mi idea de Europa', apuesta por un modelo «que deberíamos contraponer al vigente capitalismo de casino con movimientos de capitales que no se corresponden con la evolución y necesidades de la economía productiva».
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