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“Obviamente que estamos hablando de situaciones
muy dinámicas y en las cuales cambios de gran
significación pueden
sobrevenir sin previo aviso, pero al parecer luego de casi un año de políticas brutalmente
antipopulares la
imagen positiva de Javier
Milei permanece en torno al 45%, algo que no estaba en los cálculos
de nadie cuando este
personaje –que
detesta
la democracia, la república, la nación, y
que confiesa haber venido a destruir
al Estado y
agrandar el bolsillo de los empresarios– puso en marcha su programa
de gobierno. De todos modos, si algo enseña
también la historia de
los pueblos es que situaciones que
superficialmente podían ser caracterizadas como de tranquilidad social cambiaron vertiginosamente cuando se produjo
una súbita toma de conciencia,
y masas que
estaban instaladas en la quietud y la pasividad de repente se movilizaron, asumieron un protagonismo impensado
hasta hacía poco tiempo y el orden político
y social que
parecía sólidamente establecido se
deshizo como un castillo de naipes.
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ARGENTINA.
HOY. ENTRE EL ENOJO Y LA RESIGNACIÓN.
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Por Dr. Atilio A. Boron | 28/11/2024 | Argentina.
Fuente. Revista Rebelión jueves 28 de noviembre del
2924.
Faltan apenas unas pocas semanas para que se cumpla
el primer año del mandato presidencial de Javier Milei y siguen siendo muchas las voces que
hablan de la reacción popular que se podría desatar como respuesta a los
efectos de sus políticas sobre las condiciones de vida de
la mayoría de la población.
En esta línea de razonamiento se concluye que una vez producido el despertar de la protesta plebeya –adormecida hasta ahora– su virulencia podría llegar a provocar una mayúscula crisis social e institucional. El supuesto implícito que subyace a esta conjetura es el recuerdo de las multitudinarias y policlasistas protestas del 19 y 20 de diciembre del 2001 que provocaron el derrumbe del Gobierno de la Alianza.
Pero la selectividad de la memoria omite recordar que aquellas fueron el corolario de un ciclo que recién se puso en marcha siete años después que Carlos Saúl Menem, nefasto predecesor del actual Gobierno, diera comienzo a su experimento neoliberal y cinco años después de la puesta en marcha de la Convertibilidad el 1 de abril de 1991. El epicentro de la protesta –que más tarde se generalizaría– se localizó en Cutral Co y Plaza Huincul como respuesta a la ola de despidos decretada por YPF. De hecho, los trabajadores estatales fueron los protagonistas principales de estas grandes movilizaciones, mismas que se daban además en un contexto macroeconómico signado con cifras de desocupación cercanas al 20%.
La conclusión de este breve ejercicio
de memoria es que la protesta
popular no
obedece a un automatismo mecánico del tipo estímulo-respuesta. Sin embargo, en
ciertas versiones de la izquierda y del nacionalismo popular prevalece esa convicción, misma que
se alimenta de algunos episodios puntuales y paradigmáticos resultantes de un
largo período de gestación. Convicción que no toma en cuenta la
lentitud que casi invariablemente tienen los procesos de incubación
de la rebelión popular.
En otras palabras: el estímulo,
es decir, una
política muy
lesiva de los intereses
populares ni
necesaria ni inmediatamente pone en marcha una vigorosa respuesta de las clases y capas sociales afectadas por esa política.
Eso fue exactamente lo que ocurrió en los noventas durante el menemato y no hay nuevas
evidencias que permitan suponer que hoy este ciclo podría acortarse
significativamente. Pero como las sociedades están en permanente cambio
tampoco puede descartarse la posibilidad de que bajo las extremas condiciones imperantes en la Argentina,
ese desfasaje entre política
antipopular y
respuesta plebeya pudiera reducirse significativamente.
En consecuencia: estamos en un terreno inexplorado y en el cual las comparaciones históricas
deben ser tomadas con mucho cuidado y teniendo siempre presente el consejo de Federico Engels: no
convertir nuestra impaciencia en un canon de interpretación de la
coyuntura.
Una clave para comprender este asunto la proporciona una observación que hiciera Antonio Gramsci cuando arreciaban los vientos del fascismo en Italia. Se preguntaba, ante ese novel fenómeno, si las fuerzas de izquierda realmente conocían cómo era la sociedad italiana. Creo que esa pregunta hoy es obligatoria en la Argentina, un país cuya sociedad ha cambiado mucho, y no siempre para mejor. Porque si antaño el hartazgo era la munición que gatillaba la protesta social y política, podría argumentarse que hoy la resignación y las alusiones a la esperanza –fomentada por el hiperindividualismo y la antipolítica–, parecería ser más fuerte que el hartazgo o el enojo causados por la carestía y la caída de los salarios y los haberes jubilatorios.
A esto hay que agregarle la normalización de la crueldad
institucional,
es decir, la aceptación de que el Gobierno puede decidir adoptar políticas
que lesionan gravemente las chances de vida de grandes
sectores de
la población sin que esto produzca un torrente de indignación moral. El Gobierno puede abandonar la provisión de medicamentos gratuitos a enfermos crónicos o inclusive terminales
sin que esa conducta conmueva a la opinión
pública o
provoque un escándalo. Son, como vemos, cambios que se
vinieron produciendo molecularmente, pero que alteraron la fisonomía de la sociedad argentina.
Obviamente
que estamos hablando de situaciones muy dinámicas y en las cuales cambios de gran significación pueden sobrevenir sin previo aviso,
pero al parecer luego de casi
un año de políticas brutalmente antipopulares la
imagen positiva de Javier
Milei permanece en torno al 45%, algo que no estaba en los cálculos
de nadie cuando este
personaje –que
detesta
la democracia, la república, la nación, y
que confiesa haber venido a destruir
al Estado y
agrandar el bolsillo de los empresarios– puso en marcha su programa
de gobierno.
De todos modos, si algo enseña también la historia de los pueblos
es que situaciones que superficialmente podían ser caracterizadas como de tranquilidad social cambiaron vertiginosamente cuando se produjo
una súbita toma de conciencia,
y masas que
estaban instaladas en la quietud y la pasividad de repente se movilizaron, asumieron un protagonismo impensado
hasta hacía poco tiempo y el orden político
y social que
parecía sólidamente establecido se
deshizo como un castillo de naipes.
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