La
pobreza, la desigualdad, la degradación del mundo del trabajo, el desempleo,
los recortes de la protección social, no son desarreglos del sistema, sino elementos constituyentes e ideológicos del régimen de
poder
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LA POBREZA DE LAS MAYORÍAS SOCIALES COMO
IDEOLOGÍA DEL PODER.
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Por Juan Antonio Molina. |8/09/2020 | Economía.
Fuentes Nueva Tribuna. Martes 8 de setiembre del
2020.
Impossibilium
nulla obligatio est (a lo imposible nadie está
obligado), decían los antiguos romanos. Hasta que Milton Friedman, uno
de los padres del neoliberalismo económico, profetizó que había que conseguir
que lo políticamente imposible, fuera políticamente inevitable. ¿Cómo se logra
que una situación de depauperación y explotación extrema de las mayorías
sociales se convierta en elemento constitutivo del sistema sin que signifique
la ruptura de la convivencia mediante el conflicto social? Aplicando la
teoría de Friedman, es decir, haciéndola inevitable. ¿Hay salida
democrática a este embrollo o se consolidará el sometimiento de la ciudadanía
al discurso que afirma que fuera de la ortodoxia económica no hay salvación? La
exhaustiva privación del trabajo produce salarios por debajo de la
subsistencia, la supresión o constricción de los subsidios a los parados, la
precariedad de los escasos empleos, y con ello, la marginación y la exclusión
social de los trabajadores. Es la expropiación de los pobres por parte de los
ricos. Por ello, resulta difícil explicar que se degrade el modo de vida de una
población tan vulnerable como los ancianos mediante el recorte de las
pensiones. No después de haber visto durante la crisis cómo miles de millones
sí se podían gastar en rescatar bancos, autopistas o entidades sanitarias
privadas, aumentar el gasto en defensa y anunciar rebajas de impuestos
milmillonarias. Como consecuencia, estamos ante un sistema en el cual el
crecimiento económico crea ricos, pero no riqueza o riqueza sólo para los ricos
y pobreza para el resto.
Las fortunas de los más ricos del país, que apenas
suponen un 0,34% del censo, pasaron a resultar equivalentes al 57% de la
riqueza nacional, cuando siete años antes esa relación se quedaba en el 40%. Podría
parecer que algo no funciona en los engranajes del sistema español de
redistribución de rentas, pero en realidad, sí funciona, es la desigualdad como
ideología. Los niveles de pobreza en España reflejan una decisión política.
Esa decisión política ha sido hecha durante la última década. Hay que resaltar
el hecho de que entre 2007 y 2017, los ingresos del 1% más rico
crecieron un 24% mientras que para el 90% restante subieron menos de
un 2%”. Al mismo tiempo, el Estado español optó por recaudar un 5% menos
de impuestos que cualquier otro Gobierno europeo y eso, claro, significa
que tiene menos dinero para gastar en protección social. Entre las causas del
endeudamiento creciente del sector público está una presión fiscal, inferior a
la media europea y de carácter más regresivo que antes, que no ha sido
suficiente para financiar los gastos e inversiones públicas. Cabe entonces
reflexionar sobre el papel de la deuda pública y acerca de dónde está realmente
el problema.
La recuperación después de la recesión dejó a muchos
atrás, con políticas económicas que benefician a las empresas y a los
ricos, mientras que los grupos menos privilegiados han de lidiar con
servicios públicos fragmentados que sufrieron serios recortes después de
2008 y nunca se restauraron.
Bertrand Russell afirmaba que la propiedad privada sólo
era aceptable si no se convertía en poder político. En
el exordio de la Transición los partidos de izquierdas se declararon accidenta
listas con relación al Estado, en cuanto a su sustantividad y su forma,
intentando transmitir a la opinión pública que eran elementos
subsidiarios, aceptando, sin embargo, algo tan fundamental como la argamasa
ideológica del Estado que mantuvo intacta la estructura de poder privado predemocrático
convertido en poder político.
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La
pobreza, la desigualdad, la degradación del mundo del trabajo, el desempleo,
los recortes de la protección social, no son desarreglos del sistema, sino
elementos constituyentes e ideológicos del régimen de poder.
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Por todo ello, la pobreza, la desigualdad, la degradación
del mundo del trabajo, el desempleo, los recortes de la protección social, no
son desarreglos del sistema, sino elementos constituyentes e ideológicos del
régimen de poder. Se nos quiere imponer una visión fragmentaria que
constriña el espacio político de lo posible a una irracionalidad sumamente
injusta, pero que en el repertorio de conformismos que tuvo que asumir la izquierda
ante el poder fáctico de la Transición no era de menor bulto desprenderse
de su sujeto histórico y asumir la hegemonía cultural de una derecha que
construyó un régimen a su imagen y semejanza.
A pesar de ese concepto posmoderno de que la historia no
existe y que todo son elementos unívocos y fragmentarios, lo cierto es que la política
siempre es un proceso histórico de gran capilaridad, donde los hechos aislados
no existen y si se dan representan esas raras excepciones que vienen a
confirmar la continuidad de la pauta. No es extemporáneo, aunque debería ser
sumamente paradójico, que ilustre socialistas y sindicalistas firmen un
manifiesto en defensa de la indefendible falta de ejemplaridad del rey emérito
o en apoyo de Rodolfo Martín Villa, que dirigió la dura represión del tardofranquismo.
Todo ello conforma un régimen político cada vez más cerrado y ideológicamente
retardatario con una ciudadanía que sólo puede elegir el mal menor. En este
sentido, la izquierda española recuerda a los estoicos griegos, que no eran
partidarios de la guerra, pero no dudaban en tomar las armas si Atenas estaba
en peligro, pues pensaban que si la ciudad estado
era invadida desaparecería el estoicismo, sin embargo, ¿al tomar las armas en
contra de sus principios el estoicismo no había muerto?
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