“Pese a estos enormes obstáculos el
inacabado gobierno de Allende abrió una brecha que luego, treinta años más
tarde, otros comenzarían a transitar. Era un gobierno asediado desde antes
de ingresar a La Moneda, debiendo enfrentar un ataque brutal de “la
embajada” y sus infames aliados locales: toda la derecha, la vieja y la
nueva (la Democracia Cristiana), las corporaciones empresariales, las
grandes empresas y sus medios de comunicación, la jerarquía eclesiástica y un
sector de las capas medias, víctimas indefensas ante un terrorismo
mediático que no tenía precedentes en Latinoamérica. Pese a ello
pudo avanzar significativamente en el fortalecimiento de la intervención
estatal y la planificación de la economía. Logró
estatizar el cobre mediante una ley
aprobada casi sin oposición en el Congreso poniendo fin al fenomenal
saqueo que practicaban las empresas estadounidenses con el consentimiento de
los gobiernos precedentes. Por ejemplo, con una inversión inicial de unos 30
millones de dólares al cabo de 42 años la Anaconda y la Kennecott
remitieron al exterior utilidades superiores a los 4.000 millones de
dólares. ¡Un escándalo! También puso bajo control estatal al carbón,
el salitre y el hierro, recuperando la estratégica acería de Huachipato;
aceleró la reforma agraria otorgando tierras a unos 200.000 campesinos en
casi 4.500 predios y nacionalizó la casi la totalidad del sistema financiero, la
banca privada y los seguros, adquiriendo en condiciones ventajosas para
su país la mayoría accionaria de sus principales componentes. También nacionalizó a la corrupta International
Telegraph and Telephone (IT&T), que detentaba el monopolio de las
comunicaciones y que antes de la elección de Allende
había organizado y financiado, junto a la CIA, una campaña terrorista
para frustrar la toma de posesión del presidente
socialista. Estas políticas
fructificaron en la creación de un “área de propiedad social” en
donde las principales empresas que condicionaban el desarrollo económico y
social de Chile (como el comercio exterior, la producción y
distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario, aéreo y marítimo;
las comunicaciones; la producción, refinación y distribución del petróleo
y sus derivados; la siderurgia, el cemento, la petroquímica y química pesada,
la celulosa y el papel) pasaron a estar controladas o al menos fuertemente
reguladas por el estado. Todas estas impresionantes conquistas fueron
de la mano de un programa alimentario, donde sobresalía la distribución de
medio litro de leche para los niños. Promovió la
salud y la educación en todos sus niveles, democratizó el acceso
a la universidad y puso en marcha a través de una editorial del estado, Quimantú,
un ambicioso programa cultural que se tradujo, entre otras cosas, en la publicación de millones de libros que se distribuían
gratuitamente o a precios irrisorios.
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SALVADOR ALLENDE A CINCUENTA AÑOS DE SU
VICTORIA.
*****
Por Atilio A. Boron. | 04/09/2020 |Opinión
Rebelión viernes 4 de setiembre del 2020.
Con su obra de gobierno y heroico sacrificio
Allende heredó a los pueblos de Nuestra América un legado extraordinario, sin el cual es imposible
comprender el camino que a finales del siglo pasado comenzarían a recorrer los
pueblos de estas latitudes y que culminara con la derrota del principal
proyecto geopolítico y estratégico de Estados Unidos para la región, el
ALCA, en Mar del Plata en el año 2005.
Hay fechas que marcan hitos imborrables en la historia de Nuestra América. Hoy, 4 de septiembre, es uno de esos días. Como el 1º de enero de 1959, triunfo de la Revolución Cubana; o el 13 de abril del 2002, cuando el pueblo venezolano salió a las calles y reinstaló en el Palacio de Miraflores a un Hugo Chávez prisionero de los golpistas; o el 17 de octubre de 1945, cuando las masas populares argentinas lograron la liberación del coronel Perón y comenzaban a escribir una nueva página en la historia nacional. La de hoy, objeto de este escrito, se encuadra en esa selecta categoría de acontecimientos épicos de Latinoamérica. En 1970 Salvador Allende se imponía en las elecciones presidenciales chilenas, obteniendo la primera minoría y derrotando al candidato de la derecha, Jorge Alessandri y relegando al tercer lugar a Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana.
La de 1970 fue la cuarta elección presidencial en
la cual competía Allende: en 1952
había hecho su primera incursión cosechando poco más del 5 por ciento de los
sufragios, muy lejos del ganador, Carlos Ibáñez del Campo, que se alzó
con casi el 47 por ciento de los votos. No se desalentó y en 1958 como
candidato del FRAP, el Frente de Acción Popular, una alianza de los
partidos socialista y comunista recibe el 29 por ciento de los votos y
estuvo cerca de arrebatarle el triunfo a Jorge Alessandri, que recibió el 32
por ciento de los sufragios.
Ya en ese momento comenzaron a sonar todos los
timbres de alarma en el Departamento de Estado como lo prueba el tráfico
creciente de memoranda y telegramas relacionados con Allende y el futuro de Chile que saturaba los canales de comunicación
entre Santiago y Washington. El triunfo de la Revolución Cubana proyectó al
FRAP como una inesperada amenaza no sólo para Chile sino para la región
porque Salvador Allende aparecía ante los ojos de los altos funcionarios
de Washington –la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la CIA- como un “extremista
de izquierda” no diferente a Fidel Castro y tan lesivo para los intereses de Estados Unidos
como el cubano.
A medida que se acercaba la fecha de las cruciales
elecciones presidenciales de 1964 el
involucramiento de Estados Unidos en la política de Chile se acentuó
exponencialmente. Informes previos de varias misiones que visitaron ese país
coincidían en que existía en la opinión pública una preocupante ambivalencia:
una cierta admiración por el “modo americano de vida” y reconocimiento
del papel cumplido por las empresas de Estados Unidos radicadas en Chile.
Pero al mismo tiempo notaban, debajo de esta aparente simpatía, una
hostilidad latente que, unida a la marcada popularidad que gozaban Fidel
Castro y la Revolución Cubana, podría embarcar al país sudamericano por una
senda revolucionaria que Washington no estaba dispuesto a tolerar. Por eso el
apoyo a la candidatura de la Democracia Cristiana fue descarado, torrencial y
multifacético. No sólo en términos financieros (para apoyar a la campaña de Eduardo
Frei) sino también diplomáticos, culturales y comunicacionales, apelando a
los peores ardides de la propaganda para estigmatizar a Allende y el FRAP y ensalzar al futuro gobierno
demócrata cristiano como una esperanzadora “Revolución en Libertad”, por
contraposición al tan odiado (por Washington, obvio) proceso revolucionario
cubano.
Un memorándum enviado por Gordon Chase a Mc.George
Bundy, Consejero de Seguridad Nacional del presidente Lyndon B. Johnson y
fechado el 19 de marzo de 1964,
revela la intranquilidad que despertaba en Washington la próxima elección
presidencial chilena.[1]
Chase planteaba que en esa coyuntura se abrían cuatro posibles
escenarios: a) una derrota de Allende;
b) una victoria del candidato del FRAP pero sin lograr la mayoría
absoluta, lo cual permitiría maniobrar en el Congreso Pleno para elegir a Frei;
c) Allende podría ser derrocado por un
golpe militar, pero esto tendría que ocurrir antes que asumiera el gobierno
porque después sería mucho más difícil; d) victoria de Allende. Ante esta infortunada contingencia, escribía
Chase, “estaríamos en problemas porque nacionalizaría las minas del cobre
y se plegaría al bloque soviético buscando ayuda económica” y concluía
que “debemos hacer todo lo posible para conseguir que la gente
respalde a Frei”. De hecho, es lo que Estados Unidos hizo y se concretó
la ansiada victoria de Frei (56 por ciento de los votos) sobre Allende,
que pese a la “campaña de terror” de la que fue víctima cosechó un 39
por ciento de los sufragios.
La victoria de la democracia cristiana fue saludada en Washington con gran
alivio y como un golpe definitivo no sólo contra Allende y sus
compañeros sino como la ratificación del aislamiento continental de la
Revolución Cubana. Pero la tan alabada “Revolución en Libertad”
terminó en un fracaso rotundo y dejando el Palacio de La Moneda con un saldo de
poco más de treinta militantes o manifestantes populares acribillados por las
fuerzas de seguridad. Fracaso económico, frustración política, retroceso en la
batalla cultural al punto tal que el propio candidato de la continuidad
oficialista, Radomiro Tomic, tuvo que saltar al ruedo electoral
enarbolando la consigna de una “vía no capitalista al desarrollo” para
contrarrestar la creciente adhesión que las propuestas socialistas de la Unidad
Popular ejercían sobre el electorado chileno y captar parte de quienes podrían
volcarse a favor de la Unidad Popular en la contienda del 4 de septiembre.
Pero en este cuarto intento los resultados le sonrieron a Allende, quien
pese a la fenomenal campaña de desprestigio y difamaciones lanzada en su contra
logró prevalecer, aunque muy ajustadamente, sobre el candidato de la derecha
Jorge Alessandri: 36.2 por ciento de los votos contra 34.9 de su
contendor. Todo quedaba ahora en manos del Congreso Pleno, porque al no
haberse logrado una mayoría absoluta debía expedirse eligiendo entre los dos
candidatos que obtuvieron la mayor cantidad de votos. Las alternativas
manejadas por Washington eran las que Chase había concebido para la elección
anterior, y con el triunfo de Allende ahora sólo quedaban dos cartas
sobre la mesa: el golpe militar preventivo, de ahí el asesinato del general
constitucionalista René Schneider, o manipular a los legisladores del
Congreso Pleno (apelando a la persuasión y, en caso de que ésta no arrojase
buenos resultados, al soborno y la extorsión) para que rompieran la tradición y
designaran a Alessandri como presidente. Ambos planes fracasaron y
el 4 de noviembre de 1970 el candidato de la Unidad Popular asumía la
presidencia de la república. Se consagraba, así como el primer
presidente marxista elegido en el marco de la democracia burguesa y el
primero en intentar avanzar en la construcción del socialismo mediante
una vía pacífica, proyecto que fue violentamente saboteado y destruido por el
imperialismo y sus peones locales.
Pese a estos enormes obstáculos el inacabado gobierno de Allende abrió
una brecha que luego, treinta años más tarde, otros comenzarían a transitar.
Era un gobierno asediado desde antes de ingresar a La Moneda, debiendo
enfrentar un ataque brutal de “la embajada” y sus infames aliados
locales: toda la derecha, la vieja y la nueva (la Democracia Cristiana), las corporaciones
empresariales, las grandes empresas y sus medios de comunicación, la jerarquía
eclesiástica y un sector de las capas medias, víctimas indefensas ante un
terrorismo mediático que no tenía precedentes en Latinoamérica. Pese a ello
pudo avanzar significativamente en el fortalecimiento de la intervención
estatal y la planificación de la economía. Logró estatizar el cobre
mediante una ley aprobada casi sin oposición en el Congreso poniendo fin
al fenomenal saqueo que practicaban las empresas estadounidenses con el
consentimiento de los gobiernos precedentes. Por ejemplo, con una inversión
inicial de unos 30 millones de dólares al cabo de 42 años la Anaconda y
la Kennecott remitieron al exterior utilidades superiores a los 4.000
millones de dólares. ¡Un escándalo! También puso bajo control estatal al
carbón, el salitre y el hierro, recuperando la estratégica acería de Huachipato;
aceleró la reforma agraria otorgando tierras a unos 200.000
campesinos en casi 4.500 predios y nacionalizó la casi la totalidad
del sistema financiero, la banca privada y los seguros,
adquiriendo en condiciones ventajosas para su país la mayoría accionaria de sus
principales componentes. También nacionalizó a la corrupta International
Telegraph and Telephone (IT&T), que detentaba el monopolio de las
comunicaciones y que antes de la elección de Allende había organizado y
financiado, junto a la CIA, una campaña terrorista para frustrar la toma
de posesión del presidente socialista.[2] Estas
políticas fructificaron en la creación de un “área de propiedad
social” en donde las principales empresas que condicionaban el desarrollo
económico y social de Chile (como el comercio exterior, la
producción y distribución de energía eléctrica; el transporte ferroviario,
aéreo y marítimo; las comunicaciones; la producción, refinación y distribución
del petróleo y sus derivados; la siderurgia, el cemento, la petroquímica y
química pesada, la celulosa y el papel) pasaron a estar controladas o al menos
fuertemente reguladas por el estado. Todas estas impresionantes conquistas
fueron de la mano de un programa alimentario, donde sobresalía la distribución
de medio litro de leche para los niños. Promovió la
salud y la educación en todos sus niveles, democratizó el acceso
a la universidad y puso en marcha a través de una editorial del estado, Quimantú,
un ambicioso programa cultural que se tradujo, entre otras cosas, en la
publicación de millones de libros que se distribuían gratuitamente o a precios
irrisorios.
Con su obra de gobierno y heroico sacrificio Allende heredó a los pueblos de
Nuestra América un legado extraordinario, sin el cual es imposible
comprender el camino que a finales del siglo pasado comenzarían a recorrer los
pueblos de estas latitudes y que culminara con la derrota del principal
proyecto geopolítico y estratégico de Estados Unidos para la región, el ALCA,
en Mar del Plata en el año 2005. Allende fue, por lo tanto, el gran
precursor del ciclo progresista y de izquierda que conmovió a
Latinoamérica a comienzos de este siglo.
Fue también un antiimperialista sin fisuras y un
amigo incondicional de Fidel, del Che y la Revolución
Cubana cuando tal cosa equivalía a un suicidio político y
lo convertía carne de cañón para el sicariato mediático teledirigido desde
Estados Unidos. Pero Allende, un
hombre de una integridad personal y política ejemplares, se sobrepuso a tan
adversas condiciones y abrió esa brecha que conduciría a las “grandes
alamedas” por donde marcharían las mujeres y hombres libres de Nuestra
América, pagando con su vida su lealtad a las grandes banderas del socialismo,
la democracia y el antiimperialismo. Hoy, al celebrarse los 50 años de
aquella victoria merece que lo recordemos con la gratitud que se les debe a
los padres fundadores de la Patria Grande y a quienes inauguraron la
nueva etapa que conduce hacia la Segunda y definitiva Independencia de nuestros
pueblos.
[2]
Estos documentos fueron dados a conocer en Estados Unidos por el periodista
Jack Anderson a mediados de marzo de 1972. Fueron traducidos y publicados como
Documentos Secretos de la ITT por la Editorial Quimantú
el 3 de abril de 1972. Disponible en: http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0016021.pdf
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