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“El fuego en estas zonas del planeta tiene unas consecuencias más problemáticas que en cualquier otro lugar. Por un lado, el incendio quema la turba, un componente vegetal pastoso cuya mecha libera una gran cantidad de CO2 a la atmósfera. Y, por otra parte, el calor de las llamas contribuye a que se derrita el permafrost –la capa de suelo que permanece congelada– y se libere el metano que durante miles de años ha permanecido almacenado bajo tierra. De esta forma, los incendios pasan a ser al mismo tiempo una consecuencia y una causa de la crisis climática, puesto que contribuyen a la emisión de toneladas de elementos contaminantes que aceleran el calentamiento del planeta. Además del atípico megaincendio siberiano, el verano de 2020 deja otros focos importantes como el actual fuego de California –el segundo más grande de la historia del Estado norteamericano–, o los incendios de la Amazonía, que van camino de ser los peores registrados en un mes de agosto desde hace diez años, según los expertos del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil.
La crisis climática es capaz de desencadenar al mismo tiempo fenómenos opuestos. Así, mientras California y Siberia ardían, el litoral atlántico se veía azotado por una temporada de huracanes cuya llegada se adelantó a julio, cuando el temporal Isaías ponía en jaque a la República Dominicana y dejaba seis muertes en Estados Unidos. La causa de que esta zona del Atlántico haya estado marcada por grandes tormentas durante el mes de agosto tiene que ver con el incremento de la temperatura del mar, que favorece el desarrollo de este tipo de fenómenos. De esta forma, las repercusiones de la crisis climática parecen ir más allá del calor y van encaminadas a hacer del planeta un lugar incomodo, donde las inundaciones, las lluvias torrenciales y los incendios son cada vez más comunes”.
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LAS CONSECUENCIAS DE LA CRISIS CLIMÁTICA YA ESTÁN AQUÍ.
Deshielo, megaincendios en Siberia y temperaturas de récord.
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Por Alejandro Tena | 17/09/2020 | Ecología Social.
Rebelión jueves 17 de setiembre el 2020.
El verano de 2020 ha estado marcado por elevadas temperaturas y el colapso de los glaciares del Groenlandia, cuya masa alcanzó el punto de no retorno. Martin Bureau/AFP
El verano de 2020 ha estado marcado por la pandemia, pero también por el deshielo de los glaciares de Groenlandia, que han alcanzado el punto de no retorno, y por los incendios forestales en la región ártica
Los síntomas son cada vez más evidentes. Estamos perdiendo la Tierra. Las consecuencias del calentamiento del planeta se tornan irrebatibles. Las advertencias científicas del pasado se consolidan con los hechos del presente, los ecosistemas se retuercen y la inacción aleja a la humanidad de un escenario optimista. Este verano que se cierra pasará a la historia por la trágica pandemia, pero también por el calor global, el deshielo, los incendios y los huracanes. Y es que los meses de julio y agosto de 2020 han arrojado demasiadas certezas sobre la crisis climática.
El nivel que marca el mercurio del termómetro revela que el calor estival ha estado significativamente por encima de la media. Tanto es así, que el Servicio Europeo de Cambio Climático Copernicus ha registrado un mes de agosto mucho más cálido de lo normal, con unas temperaturas 0,44 grados por encima del promedio que lo convierten en el cuarto más caluroso desde que hay registros. Lejos de ser un dato anecdótico, se trata de una cifra que se inscribe dentro de una tendencia climática preocupante con temperaturas al alza. El mes de agosto, desde 2015 a 2020 ha sido más tórrido a nivel mundial que cualquier agosto anterior a esos seis años.
De esta forma se han llegado a registrar temperaturas inauditas de 55 grados en el Valle de la Muerte de California. Siberia, por su parte, ha confirmado que el calentamiento global está siendo más severo en la zona ártica del planeta, tal y como explica a Público la física y meteoróloga de Eltiempo.es Irene Santa .
«Se han llegado a registrar 38 grados en esta región, cuando lo normal para esa etapa del año estaría en los 20 grados. Hablamos de una anomalía de 18 grados», expone.
«Ya sabíamos que el planeta se está calentando, pero esto corrobora que en el Ártico es el doble. Y no sólo en verano, las temperaturas medias de enero-mayo en la zona del centro y norte de Siberia han sido este año 8 grados por encima de lo normal».
Los termómetros no engañan y las consecuencias de este calor que lleva prolongándose durante los últimos años está dejando consecuencias directas en los ecosistemas. Uno de ellos es el deshielo de los casquetes polares. En ese sentido, este verano pasará a la historia después de que los glaciares de Groenlandia, la segunda masa de hielo más grande del mundo, se hayan reducido hasta alcanzar un punto de no retorno, tal y como informó la revista Nature. «El hielo que se descarga en el océano supera con creces la nieve que se acumula en la superficie de la capa de hielo», explicaban los autores de la investigación, que demuestra que la superficie helada sólo aumentaría su masa de hielo uno de cada cien años.
Las consecuencias de la constante subida de temperaturas también se han visto evidenciadas en el hielo del mar de Bering, donde los datos de satélite recogidos en una publicación de la revista Science Advance revelan que la capa gélida ha caído ya a un mínimo histórico. Algo similar ocurre con el glaciar Reina de los Dolomitas que ha perdido ya más del 80% de su volumen y, según una información de The Guardian, podría desaparecer dentro de 15 años si la tendencia de temperaturas elevadas continúa. Y es que el calor –no sólo del verano 2020, sino de los últimos años– ha propiciado que los lagos que se nutren del agua de los glaciares aumenten su tamaño un 50% por causa del deshielo.
La disminución gradual del hielo viene a confirmar las advertencias de los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU a cerca de la subida del nivel del mar. En su último informe, publicado hace tan sólo un año, ya informaban de que el deshielo se había acelerado a unos ritmos hasta 2,5 veces superiores a la media del siglo anterior, lo que propiciará que, en el mejor de los casos, los océanos incrementen su nivel un metro a finales de siglo.
El termómetro del Valle de la Muerte (California) marca 55 grados, una temperatura de récord que algunos que podría ser cada vez más recurrente por causa de la crisis climática. David Becker/REUTERS
ARDE SIBERIA
Los termómetros con cifras elevadas en Siberia han dejado un ecosistema mucho más seco de lo habitual, lo que ha permitido que esta región se convierta en un escenario idóneo para que el fuego se desate. Tanto es así, que esta zona de Rusia ha registrado uno de los mayores megaincendios del verano, con más de 300 focos activos y cerca de 9,26 millones de hectáreas calcinadas, más de la superficie que Portugal ocupa en el mapa, según las estimaciones de Greenpeace.
El fuego en estas zonas del planeta tiene unas consecuencias más problemáticas que en cualquier otro lugar. Por un lado, el incendio quema la turba, un componente vegetal pastoso cuya mecha libera una gran cantidad de CO2 a la atmósfera. Y, por otra parte, el calor de las llamas contribuye a que se derrita el permafrost –la capa de suelo que permanece congelada– y se libere el metano que durante miles de años ha permanecido almacenado bajo tierra. De esta forma, los incendios pasan a ser al mismo tiempo una consecuencia y una causa de la crisis climática, puesto que contribuyen a la emisión de toneladas de elementos contaminantes que aceleran el calentamiento del planeta.
Además del atípico megaincendio siberiano, el verano de 2020 deja otros focos importantes como el actual fuego de California –el segundo más grande de la historia del Estado norteamericano–, o los incendios de la Amazonía, que van camino de ser los peores registrados en un mes de agosto desde hace diez años, según los expertos del Instituto Nacional de Investigación Espacial del Brasil.
La crisis climática es capaz de desencadenar al mismo tiempo fenómenos opuestos. Así, mientras California y Siberia ardían, el litoral atlántico se veía azotado por una temporada de huracanes cuya llegada se adelantó a julio, cuando el temporal Isaías ponía en jaque a la República Dominicana y dejaba seis muertes en Estados Unidos. La causa de que esta zona del Atlántico haya estado marcada por grandes tormentas durante el mes de agosto tiene que ver con el incremento de la temperatura del mar, que favorece el desarrollo de este tipo de fenómenos. De esta forma, las repercusiones de la crisis climática parecen ir más allá del calor y van encaminadas a hacer del planeta un lugar incomodo, donde las inundaciones, las lluvias torrenciales y los incendios son cada vez más comunes.
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