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El 21 de junio es el día 365, que se dedica exclusivamente para esta festividad y da inicio al invierno en el sur del Planeta Tierra. Es el día que tiene la noche más larga y el día más corto. Esta referencia astronómica implica un nuevo ciclo de producción agrícola para la siembra y una oportunidad para agradecer a Tata Inti y a la Pachamama (Madre Tierra) por las cosechas del año saliente, así como para pedir por la prosperidad del comienzo de otra etapa de preparación de la siembra. Este nuevo ciclo agrícola es un momento vital para los indígenas, que dependieron históricamente del cultivo de la tierra para subsistir.
Esta celebración se realiza en diferentes Wakas o lugares sagrados en los diversos países que integran el hemisferio austral o Sur como Bolivia, Argentina, Ecuador, Perú, Chile, etc., donde se convocan en una celebración con música, danzas autóctonas, ofrendas, ceremonias, athapis (comida comunitaria), rituales, etc., que tienen el fin de agradecimiento y de tributar a la Pachamama y a Tata Inti. Las ofrendas se preparan con la tradicional y sagrada hoja de coca, sebos de llama y alcohol para la challa como símbolo de reverencia y agradecimiento por la producción. El momento cumbre de la celebración consiste en recibir los primeros rayos solares de Tata Inti sobre la Tierra con las palmas de las manos de frente al Sol para sentir su energía. Este momento espiritual implica renovación de energías, agradecimiento al Sol, hacer peticiones y poder tener un año de mucha prosperidad. De esta manera, iluminados por estos primeros rayos solares que emanan una renovada energía, se inicia un nuevo ciclo: un nuevo año nuevo se ha iniciado.
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AÑO
NUEVO ANDINO O INTI RAYMI.
EXPRESIÓN DE AFIRMACIÓN IDENTITARIA ANTE EL RACISMO.
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Por Verónica
Zapata |22/06/2022| Racismo y opresión capitalista. Bolivia.
Fuente
Rebelión sábado 25 de junio del 2022.
El año nuevo Andino, Amazónico y del
Chaco es el nombre con que se conoce una celebración indígena que también es
llamado como Willka kuti, Machaq Mara o Año Nuevo Aimara.
Adquiere este nombre actualmente para
incluir a todos los pueblos originarios de los valles, las Amazonias y del
Chaco.
Durante
los últimos años, esta celebración se ha masificado y se ha tergiversando su
verdadero sentido. Se la presenta como una “tradición
milenaria”, que en realidad surge a finales de la década del 70 y principios del 80 a través del “Movimiento
Universitario Julián Apaza” (MUJA) que
integraban jóvenes indígenas en La Paz,
Bolivia, acompañado del surgimiento del pensamiento indianista y katarista que
éstos pregonaban (ideología propia del indígena), en un contexto de extremo
racismo.
Por
otra parte, es de destacar, que esta celebración había sido recuperada por
antropólogos no indígenas en la
primera mitad del siglo XX en Cuzco-Perú, donde
también tiene un importante valor como en Bolivia y congrega al turismo todos los años.
El Movimiento Universitario Julián Apaza (MUJA) surge en la década del 60 y rescata la figura del líder indígena Tupak Katari y de la Whipala – una bandera cuadrangular de siete colores, usada originalmente por pueblos andinos, introduciéndola en el ámbito político sindical. Recién en la década del 1970 con su segunda generación protagonizada por los jóvenes indígenas como Germán Choquehuanca Condori y Moisés Gutiérrez Rojas, en plena dictadura del general Hugo Banzer, impulsan la celebración de un Año Nuevo Aimara.
Ambos líderes se conocen en la carrera
de filosofía de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y refundan el MUJA junto a otros
estudiantes indígenas. De tal
manera, se introducen en la vida
política estudiantil universitaria articulando las actividades políticas con las artísticas. Es en el
seno de los debates donde plantean la necesidad de tener un nuevo año propio al igual que otros pueblos como el chino
y el judío.
El contexto político social en
el que surge la idea de celebrar un año nuevo propio era de extremo
racismo y surge como expresión
de afirmación identitaria. Asumirse con
una nacionalidad indígena como por
ejemplo la aimara
era, entonces, motivo de vergüenza.
Afirmarse en esa identidad incluía una
lucha política no solo hacia el exterior, sino también hacia el interior por descolonizar las propias estructuras
de pensamiento del mismo indígena que
lo inferior izaban y que habían sido interiorizadas a través del colonialismo y las diferentes instituciones de la sociedad.
El racismo se exteriorizaba no
solo desde la derecha, sino también
desde los partidos de
izquierda tradicionales, que históricamente
utilizaban a los indígenas como escalera
al poder político en Bolivia. Se trataba de captar el voto indígena en un país de mayoría
indígena donde ningún partido gana
una elección sin este voto.
La estrategia histórica era
presentarse como aliados, y una vez en el poder hacer a un lado al indígena y sus banderas
políticas y/o reducir su fuerza
política a cargos políticos
secundarios … o directamente excluirlos. Otro dato a tener en cuenta para
percibir el nivel de racismo de la época
es que el indígena
empieza a votar recién en 1952 y que la primera escuela indígena de América
Latina, fue la Escuela de Warizata fundada
en Bolivia
y que dictó clases entre 1931 hasta 1940.
En este duro contexto político social, Germán Choquehuanca Condori con el objetivo de justificar un año nuevo propio elabora y publica en 1981 el primer calendario con el nombre “Marawata. Ensayo del Calendario Histórico Indio, Quinto Sol 489”. La referencia de “quinto sol” define los años a celebrar contando a partir del año 5.000 hasta la llegada de los españoles y desde allí ir agregando sucesivamente los siguientes años.
Según el escritor boliviano Carlos
Macusaya, referente del pensamiento
indianista y katarista, esta celebración tiene dos aspectos a destacar:
“Primero el antecedente
histórico precolombino al respecto, que tiene que ver con cómo en el incario organizó la vida
social en función del calendario solar”.
“Otro antecedente más
contemporáneo, sería de reivindicación, de resignificación política de esta fiesta que la lleva a cabo la
generación de jóvenes universitarios quechuas y aimaras
que migraron del campo a la ciudad y que formaron el “Movimiento Universitario Julián Apaza”, añade.
Ellos son los que le dan un sentido
político a esta celebración en un momento histórico-social en
que se trataba de reafirmar la identidad indígena en
un contexto de racismo.
Se trataba de decirle a las personas del mismo origen indígena:
“No hay porque avergonzarnos
de nuestra cultura, nuestros idiomas, apellidos indígenas, color de piel,
historia, origen y fiestas ancestrales, incluso a estas últimas podemos
recuperarlas”.
Este movimiento indígena va a enarbolar
esta fiesta y la va resignificar a finales de la década del 70 y a
principios del 80, en un contexto de
surgimiento del pensamiento indianista y katarista. Si
bien, esta fiesta en el incario era
una fiesta de la élite o de cierto
grupo, este movimiento de jóvenes
lo va a reivindicar como una “fiesta del pueblo”, lo
van a plantear como espacio de reafirmación identitaria donde los indígenas
podrían decir “somos esto y no
tenemos por qué sentir vergüenza”.
La primera celebración
en Bolivia fue en Tiahuanaco, La Paz.
La primera celebración de un año
nuevo propio en Bolivia se registra en 1982 en el centro arqueológico de Tiahuanaco, La Paz, por iniciativa de jóvenes indígenas del Movimiento Universitario Julián Apaza
(MUJA), luego de reiterados intentos fallidos. Para tal fin, al no
localizar un
amauta no católico, se convoca la presencia del yatiri Rufino Paxi que profesaba el catolicismo.
Germán Choquehuanca Condori viajó en
1979 a Tiahuanaco para concretar esta
festividad, pero obtuvo el rechazo
de los pobladores debido al fuerte
colonialismo de la época en que
los propios indígenas
no valorizaban su ritualidad y espiritualidad.
Esta iniciativa de celebrar un año nuevo
propio impulsada por jóvenes indígenas del MUJA es
considerado como el nacimiento
de lo que se conoce como Año Nuevo Aimara inspirado
en el Inti Raymi
(Fiesta del Sol) que se celebraba en el incanato, pero que adquiere otra resignificación y reinterpretación
propia en este momento.
Las celebraciones más importantes en
la región se llevan a cabo en Bolivia y en Perú,
donde se congregan los turistas. En
Bolivia se realiza en Tiahuanaco, La Paz, que es la más antigua ciudad arqueológica preincaica.
Desde allí, en el árido altiplano
boliviano entre construcciones antiquísimas y un frío gélido que cala hasta los huesos, es cuando al amanecer los rayos de Tata Inti (Padre Sol)
inicia su acenso a través de la puerta
del imponente Templo
de Kalasasaya (Templo de las piedras paradas), en el que se verificaban con exactitud los cambios de estaciones y el año solar de 365 días. Lo que deja en
manifiesto el avanzado conocimiento
astronómico que poseía esta civilización Tiahuanacota.
En Bolivia se declaró el 21 de junio del 2019 como feriado nacional para permitir la participación de la población en los festejos año nuevo andino y el 2005 fue declarado patrimonio intangible, histórico y cultural del país.
Momento central de la
celebración: llegada de los rayos de Tata Inti.
El año nuevo andino tiene lugar al
amanecer con la llegada de los primeros rayos de Tata
Inti (Padre Sol). Esta
celebración coincide con el Solsticio de
Invierno que es el momento exacto del año
en que el Sol se encuentra a mayor
distancia angular de la Tierra. Dependiendo la correspondencia con el calendario,
el evento del Solsticio de Invierno
tiene lugar en el hemisferio norte entre
el 21 y 22 de
diciembre todos los años, y en el hemisferio sur entre el 20 y 21 de junio.
El significado estacional del Solsticio de Invierno se manifiesta en el alargamiento de las noches
y el acortamiento de las horas
diurnas. Se
trata de un calendario
lunar-solar, ya que está regido por la fase de la Luna y el recorrido de la Tierra alrededor del Sol. A
partir del 22 de junio, se empiezan
a contar los 13 meses del calendario andino MaraWata
publicado en 1981, cada uno de
28 días, contándose 364 días del año nuevo.
El 21 de junio es el día 365, que se dedica exclusivamente para esta festividad y da inicio al invierno en el sur del Planeta Tierra. Es el día
que tiene la noche más larga y el día más corto.
Esta referencia astronómica
implica un nuevo ciclo de producción
agrícola para la siembra y una oportunidad
para agradecer a Tata Inti y
a la Pachamama (Madre Tierra) por las cosechas del año saliente, así como
para pedir por la prosperidad del comienzo de otra etapa de preparación de la siembra. Este nuevo ciclo
agrícola es un momento vital para los indígenas, que
dependieron históricamente del cultivo
de la tierra para subsistir.
Esta celebración se realiza en
diferentes Wakas o lugares sagrados en los diversos países que integran el hemisferio austral o Sur como Bolivia,
Argentina, Ecuador, Perú, Chile, etc.,
donde se convocan en una celebración con
música, danzas autóctonas, ofrendas,
ceremonias, athapis (comida
comunitaria), rituales, etc.,
que tienen el fin de agradecimiento
y de tributar a la Pachamama y a Tata Inti.
Las ofrendas se
preparan con la tradicional
y sagrada hoja de coca, sebos de llama y alcohol para la challa
como símbolo de reverencia y
agradecimiento por la producción.
El momento cumbre de la celebración
consiste en recibir los primeros rayos solares de Tata
Inti sobre la Tierra con las palmas de las manos de frente al Sol para sentir su energía. Este
momento espiritual implica renovación de energías, agradecimiento al Sol, hacer peticiones y poder tener un
año de mucha prosperidad. De esta manera, iluminados
por estos primeros rayos solares que emanan una renovada energía, se inicia un nuevo ciclo: un nuevo año nuevo se ha iniciado.
*Periodista y psicóloga boliviana, colaboradora
del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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