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“Los límites” es en realidad un reporte de investigación, bajo la autoría de Donella Meadows, Dennis Meadows, Jorgen Randers y William Behrens, y con la participación de casi dos decenas de investigadores. El estudio fue promovido por el Club de Roma, un grupo que incluía a empresarios y políticos, y se realizó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Se han intercambiado todo tipo de historias y advertencias sobre los promotores del análisis, y algunas de ellas pueden ser atendibles, pero eso no puede impedir un análisis riguroso sobre el reporte. A pesar de todo, el libro sigue siendo un éxito, y hace unos años atrás se estimaba que se vendieron 12 millones de copias y fue traducido a 37 idiomas. En los años siguientes se realizaron actualizaciones con mejoras en los datos y en los modelos, y todas ellas confirmaron las ideas básicas y las conclusiones del reporte de 1972 (incluyeron por ejemplo actualizaciones a los 20, 30 y 40 años). El balance final muestra que los equivocados estaban casi siempre en el bando de los que rechazaron a “Los límites”, pero casi ninguno de ellos lo aceptó. Un examen atento de los cuestionamientos de aquellos años hace inevitable preguntarse si sus autores leyeron realmente «Los límites «. Por ejemplo, se les achacó desatender las capacidades de la ciencia o la posibilidad que se descubrieran más reservas de recursos naturales, pero Meadows y su equipo no sólo lo hicieron, sino que modelizaron escenarios otros escenarios, incluyendo una mayor disponibilidad de recursos naturales o tecnologías más exitosas. Pero de todos modos el crecimiento enfrentaba límites. Nada de eso sirvió, y el coro de detractores cantaba como si esas diferentes opciones no estuvieran en las páginas del libro.
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DETRÁS
DEL DEBATE ENTRE AMBIENTE Y DESARROLLO ESTÁ LA FE EN EL CRECIMIENTO PERPETUO.
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Por Eduardo Gudynas | 04/06/2022 | Ecología social
Fuente
Rebelión lunes 6 de junio del 2022.
5
de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente. Es una jornada de enorme
importancia, casi siempre aprovechada para que unos alerten sobre la crisis ecológica y otros anuncien medidas que la
enfrentarían, fructífera en promesas y publicidades que poco contribuyen a las
soluciones reales. A pesar de todo eso sigue siendo un momento clave.
Se escogió ese día porque remitía directamente a la
primera conferencia de las Naciones
Unidas del más alto nivel sobre la problemática ambiental, que se celebró
en Estocolmo
(Suecia), del 5 al 16 de junio de 1972. Por lo tanto, celebraremos
los cincuenta años del aquel encuentro.
Los preparativos para el evento insumieron, fueron
muy largos y estuvieron repletos de tensiones, que en más de una ocasión puso
en riesgo su realización. Las tensiones
no se disiparon y eso explica que algunos gobiernos contaran con enormes
delegaciones en Estocolmo, como las de Estados Unidos, varias naciones europeas,
pero también no pocas del sur, como la de Brasil.
Esta no era una cumbre diplomática más, sino que sería el escenario de una
nueva batalla en la guerra sobre las concepciones del desarrollo.
Un elemento clave en esas discusiones ocurrió unas semanas antes del encuentro en Estocolmo, cuando a inicios de marzo de 1972, se publicó un librito titulado “Los límites del crecimiento”. En sus páginas, por primera vez se ofrecía un análisis de las interacciones entre el ambiente, la población y estrategias convencionales de desarrollo. No sólo era novedoso el tema sino su metodología, ya que su escala era planetaria, apuntaba a un futuro que alcanzaba el 2100, y se logró por medio de las computadoras de aquellos años, enormes máquinas que parecían armarios (1).
En su esencia
en esas páginas se indicaba que, si persistían las tendencias de desarrollo, tales como el aumento de la industrialización, contaminación
o población, ese crecimiento
chocaría contra varios límites
en un futuro cercano. Los recursos naturales que se consumían,
como el petróleo, son finitos y se
agotarían, y las capacidades de la Naturaleza
de amortiguar la contaminación y
otros impactos está también son acotadas. Las proyecciones indicaban que en
algún momento a mediados del siglo XXI
se sumarían serios problemas, sea por el agotamiento de recursos naturales o
una debacle
ecológica, que a su vez llevaría a crisis de contaminación y pérdida
en la disponibilidad de alimentos. Esos y otros factores desembocaban en un
posible colapso
civilizatorio. El vistazo al
futuro era, por lo tanto, de enorme gravedad.
Esas
conclusiones estaban resumidas en una de las gráficas del libro, y que a la fecha de hoy se volvió un clásico. Hoy nos resultan arcaicas, pero las
gráficas de las distintas modelos
mundiales impresas por teletipos
en enormes hojas de papel, simbolizaban todo el glamour del poder de las computadoras. Permitían visualizar con
toda facilidad un inminente colapso.
Lo relevante para entender el debate en ese momento histórico está en observar las reacciones a “Los límites”. Fueron casi instantáneas, una avalancha por momentos. En sus expresiones más simplista denunciaban que se vaticinaba el fin del mundo o un colapso planetario. En otras versiones los argumentos se diversificaban. En el New York Times, tres economistas, sostenían que era “vacío y engañoso”, cuestionaba el uso de las computadoras, la escala planetaria y los lapsos de tiempo tan amplios, por lo que sus conclusiones no serían confiables. Casi al mismo tiempo, desde la revista científica Nature también indicaron que el reporte era una colección de debilidades, con un tufillo apocalíptico, y cuyos resultados por supuesto que estaban errados. Otras revisiones agregaban críticas adicionales, muchas de ellas considerando que se estaba ante la resurrección de Thomas Malthus desde lo cual se achacarían todos los problemas ambientales a la multiplicación poblacional.
En resumen,
la academia en su mayoría cuestionó furibundamente al libro, y en especial lo hicieron los economistas (dos de ellos, que luego serían premios Nobel en economía, dieron
ácidas críticas, algunas de ellas infundadas e incluso mezclando ataques
personales a sus autores). Una mayoría más que llamativa.
Desde los
ámbitos políticos las respuestas fueron similares. Desde las trincheras
conservadoras y liberales se atacó a “Los límites” por
cuestionar el crecimiento económico
o la incapacidad de creer que la ciencia resolvería los problemas ambientales; desde la izquierda se lo
denunció como una maniobra de los
centros de poder capitalista para reforzar su dominancia. En los centros
políticos y económicos, las revistas Newsweek, The Economist, ForeignAffairs y
muchas otras, se empalagaron con críticas al documento.
Un ejemplo
dramático ocurrió en América Latina.
“Los límites”, y al mismo tiempo todo el programa de la conferencia de Estocolmo, fue denunciado,
cuestionado, y criticado por la derecha
militar del gobierno de Brasil hasta los intelectuales de inspiración marxista. Todos ellos, siguiendo
distintos recorridos, consideraban que el crecimiento económico era
indispensable para el desarrollo.
Por lo tanto, si se impedía crecer o
se enlentecía, entonces las economías
nacionales se derrumbarían y la pobreza se multiplicaría. Si
la conferencia de Estocolmo aceptaba
la tesis de “Los
límites” entonces América Latina en especial, y el Tercer Mundo en general, no
podría desarrollarse (según las ideas sobre “desarrollo” en los 70s).
Es por esa razón que el gobierno militar
brasileño envió a Estocolmo a su ministro del interior; por detrás estaba
la obsesión con asegurar entre otros programas las de “desarrollar” la Amazonia a “cualquier costo” para que dejara de
ser un “desierto
verde”, según el lenguaje de esa época. Estos acuerdos entre políticos
tan dispares es otro aspecto destacado.
Esos temores
desembocaron en diferentes posiciones de las naciones ante Estocolmo.
Las naciones industrializadas
occidentales buscaban lograr consensos
internacionales básicos para incorporar el cuidado del ambiente, los gobiernos
del bloque soviético
se alinearon con Moscú y decidieron boicotear la reunión
denunciándola como un intento
imperialista de control, y un conjunto de naciones de lo que en ese momento
se identificaba como Tercer Mundo
estaban más que preocupados. A juicio de ellos, se escondía la intención o el temor que se aplicaran trabas y restricciones a un despegue
del desarrollo al que aspiraban países
como Brasil o China.
Más allá de esas orientaciones, todos esos gobiernos estaban convencidos en
la necesidad del crecimiento económico. Todos eran firmes creyentes. Estaban enfrentados por distintos modos de
entender el desarrollo
en unos casos, y en otros por el deseo de repetir el desarrollo de las naciones industrializadas.
Por lo tanto, por detrás de los discusiones y acusaciones en Estocolmo en 1972 estaba la fe
en el crecimiento para asegurar el desarrollo.
Esos consensos en rechazar que existan límites ecológicos, e incluso físicos, al crecimiento económico es uno de los hechos más impresionantes de la historia contemporánea. La coincidencia entre los más distintos actores políticos y casi toda la academia, revela un mito profundamente arraigado en las culturas contemporáneas: el del crecimiento perpetuo. Es como si muchos creyentes en el desarrollo salieran en defensa del dogma considerando el reporte como una herejía intolerable. No debe creerse que la principal reacción era de alarma porque unos modelos anunciaban un colapso civilizatorio, sino que era por atacar un dogma esencial.
“Los
límites” es en realidad un reporte de investigación, bajo la
autoría de Donella Meadows, Dennis Meadows, Jorgen Randers y William Behrens, y con la participación de casi dos decenas de investigadores. El estudio fue promovido por el Club
de Roma, un grupo que incluía a empresarios y políticos, y se realizó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT). Se han intercambiado todo tipo
de historias y advertencias sobre los promotores del análisis, y algunas de
ellas pueden ser atendibles, pero eso no
puede impedir un análisis riguroso sobre el reporte.
A pesar de
todo, el libro sigue siendo un éxito,
y hace unos años atrás se estimaba que se
vendieron 12 millones de copias y fue traducido a 37 idiomas. En los años
siguientes se realizaron actualizaciones con mejoras en los datos y en los modelos, y todas ellas confirmaron
las ideas
básicas y las conclusiones del
reporte de 1972 (incluyeron por
ejemplo actualizaciones a los 20, 30 y
40 años). El balance final muestra que los equivocados estaban casi siempre en el bando de los que rechazaron a
“Los límites”,
pero casi ninguno de ellos lo aceptó.
Un examen
atento de los cuestionamientos
de aquellos años hace inevitable preguntarse
si sus autores leyeron realmente «Los límites «. Por
ejemplo, se les achacó desatender las
capacidades de la ciencia o la posibilidad que se descubrieran más reservas
de recursos naturales, pero Meadows
y su equipo no sólo lo hicieron, sino que modelizaron
escenarios otros escenarios, incluyendo una mayor disponibilidad de recursos naturales o
tecnologías más exitosas. Pero de todos modos el crecimiento enfrentaba límites. Nada
de eso sirvió, y el coro de detractores
cantaba como si esas diferentes
opciones no estuvieran en las páginas del libro.
Hoy nos
resulta obvio comprender que los recursos naturales que sostienen las economías
son limitados, y algunos se están agotando ante nuestros ojos (como ocurre con los hidrocarburos), y también sabemos que hay colapsos ecológicos (como sucede con la deforestación o el cambio climático). Pero “Los límites” era más que eso, no es que solamente advirtiera sobre la crisis ecológica,
incluso con premoniciones como señalar
la posibilidad del cambio climático. Lo
relevante está en que mostraba que la
idea del crecimiento económico perpetuo era una fantasía.
Cualquier
organización económica está enmarcada en un contexto ecológico, ya que depende de ella para obtener recursos, agua y energía, y
a la vez deposita en ella todos sus desechos. Como consecuencia, es imposible que crezca para siempre. Más tarde o más temprano se agotarán esos
recursos, ya no habrá más rincones en el planeta para cultivar o toda el agua estará contaminada. Dicho en términos sistémicos, las economías nacionales y la
economía global, que se suponen crecerán por siempre, están enmarcadas, encerradas y contenidas dentro de un sistema mayor, la Tierra. Un planeta que no crece ni se expande.
Que se expusiera ese mito resultó intolerable para todas las escuelas de la economía convencional. Es que los resultados de “Los límites” torpedeaban las bases teóricas compartidas por todas ellas, y es por esa misma razón por la cual también terminó siendo insoportable para la derecha y la izquierda política. La fe en el crecimiento eterno es una de las columnas que sostiene la modernidad, asociada a la idea de progreso, y a partir de ella con raíces que se pueden rastrear a la Ilustración. Lo que ese informe provocó fue mucho más que una discusión sobre impactos ambientales, sino que también puso en tela de juicio a uno de los sostenes de la propia modernidad occidental.
En este nuevo
Día Mundial del Ambiente, cincuenta años
después, pocos serán los que rechacen
la relevancia de la dimensión ambiental, pero si somos sinceros se verá que
esa disputa sigue sin resolverse. No
faltará un ministro o algún académico que diga que la solución a la debacle ecológica es crecer más,
dejando en claro que es necesario volver a leer “Los límites del
crecimiento”.
Notas
1. La
traducción al castellano, Los límites
del crecimiento económico, se publicó también en 1972 por el Fondo de Cultura Económica, en México.
E.
Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social. El
artículo se publicó originalmente en Ambiental.net el sitio web de CLAES.
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