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“Versalles
o Viena. Europa es mucho más vasta de lo
que parece desde Bruselas. En la sede de la Comisión Europea (o de la OTAN, que es lo mismo) prevalece la lógica de la paz
según el Tratado de Versalles de 1919, y no la
del Congreso de Viena de 1815. La primera humilló a la potencia vencida (Alemania) y la humillación condujo a la guerra veinte
años después; la segunda honró a la potencia vencida (la Francia napoleónica) y garantizó un siglo de paz en
Europa.
“La paz según Versalles presupone la
derrota total de Rusia, tal como la imaginó Hitler cuando invadió la Unión
Soviética en 1941 (Operación Barbarroja). Incluso
admitiendo que esto ocurra a nivel de la guerra convencional, es fácil predecir
que, si la potencia perdedora tiene armas nucleares,
no dejará de usarlas. Será el holocausto nuclear. Los
neoconservadores norteamericanos ya incluyen esta eventualidad en sus cálculos,
convencidos en su ceguera de que todo sucederá a miles de kilómetros de sus
fronteras. America first... and last. Es muy posible que ya estén pensando en un
nuevo Plan Marshall, esta vez para almacenar los
desechos atómicos acumulados en las ruinas de Europa.
“Sin Rusia, Europa es la mitad de sí
misma, económica y culturalmente. La mayor ilusión que la guerra de información
ha inculcado a los europeos en el último año es que Europa,
una vez amputada de Rusia, podrá restaurar su integridad con el trasplante de Estados Unidos. Justicia sea hecha a los Estados
Unidos: cuidan muy bien sus intereses. La historia muestra
que un imperio en declive siempre busca arrastrar consigo sus esferas de
influencia para retrasar la decadencia. ¿Y si Europa
supiese cuidar de sus intereses?
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¿ADIÓS
A EUROPA?
ASOMA
EL HOLOCAUSTO NUCLEAR DETRÁS DE LA GUERRA RUSIA – UCRANIA.
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El reconocido sociólogo
portugués explica cómo el continente con más muertes en conflictos
bélicos en los últimos cien años, se encamina hacia uno aún más fatal. Como en
la década de 1930, la apología del fascismo se
hace en nombre de la democracia y la apología de la guerra se hace en nombre de la paz.
Por Boaventura
de Sousa Santos
Página /12
sábado 11 de febrero de 2023 - 13:25
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni
Rodríguez
Un nuevo-viejo fantasma se cierne sobre Europa: la guerra. El continente más violento del
mundo en términos de muertes en conflictos bélicos en los últimos cien años (para no retroceder en el tiempo e incluir
las muertes sufridas en Europa durante las guerras
religiosas y las muertes infligidas por europeos
a los pueblos sometidos al colonialismo), se
encamina hacia un nuevo conflicto bélico que
puede ser aún más fatal, ochenta años después del conflicto hasta ahora más
violento, con cerca de ochenta millones de muertos: la Segunda
Guerra Mundial.
Todos los conflictos anteriores comenzaron aparentemente sin una razón fuerte, era opinión común que durarían poco tiempo y, al comienzo, la mayoría de la población acomodada siguió haciendo su vida normal, yendo de compras y al cine, leyendo la prensa, disfrutando de las vacaciones y de amenas conversaciones en terrazas sobre política y cotilleo. Siempre que surgía un conflicto violento localizado, la convicción dominante era que se resolvería localmente. Por ejemplo, muy poca gente (incluidos los políticos) pensó que la guerra civil española (1936-1939) y quinientos mil muertos serían la antesala de una guerra mayor, la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que las condiciones estuviesen presentes. Aun sabiendo que la historia no se repite, es legítimo preguntarse si la actual guerra entre Rusia y Ucrania no es el preludio de una nueva guerra mucho mayor.
Medios
y polarización
Se acumulan señales de que un peligro mayor puede estar en el horizonte. En el plano de la opinión pública y del discurso político
dominante, la presencia de este peligro se presenta mediante dos síntomas
opuestos. Por un lado, las fuerzas
políticas conservadoras no solo detentan la iniciativa ideológica, sino
también una presencia privilegiada en los medios de comunicación. Son
polarizadoras,
enemigas de la complejidad y de la argumentación serena, usan palabras
extremadamente agresivas y hacen encendidos llamamientos al odio.
No les perturba el doble rasero con el que comentan los conflictos y la
muerte (por
ejemplo, entre
muertos en Ucrania y en Palestina), ni la hipocresía de apelar a valores que
desmienten con sus prácticas (denuncian la corrupción de los
adversarios para esconder la suya). En
esta corriente de opinión conservadora se mezclan cada vez más posiciones
de derecha y de extrema derecha, y el
mayor dinamismo (agresividad tolerada) proviene de estas últimas.
Este dispositivo pretende inculcar la idea del enemigo a destruir. La destrucción por las palabras predispone a la opinión
pública a la destrucción por los actos. A pesar de que en democracia
no hay enemigos internos sino solo adversarios,
la lógica de la guerra se traslada
insidiosamente a supuestos enemigos
internos, cuya voz ante todo debe
ser silenciada. En los Parlamentos, las fuerzas conservadoras dominan la iniciativa política, mientras que las fuerzas de izquierda, desorientadas o perdidas en laberintos
ideológicos o en cálculos
electorales incomprensibles, giran en torno a un defensismo paralizante. Como en
la década de 1930, la apología del fascismo se hace en nombre de
la democracia; la apología de la guerra se hace en nombre de la paz.
Pero este clima político-ideológico está marcado por un síntoma opuesto. Los observadores o comentaristas más atentos se dan cuenta del fantasma que acecha la sociedad y convergen de modo sorprendente en sus preocupaciones. Recientemente me he sentido identificado con algunos análisis de comentaristas que siempre he reconocido como pertenecientes a una familia política diferente a la mía, es decir, comentaristas de derecha moderada. Lo que tenemos en común entre nosotros es la subordinación de las cuestiones de la guerra y la paz a los asuntos de la democracia. Podemos diferir en lo primero y coincidir en lo segundo. Por la sencilla razón de que solo el fortalecimiento de la democracia en Europa puede conducir a la contención del conflicto entre Rusia y Ucrania e, idealmente, a su solución pacífica. Sin una democracia vigorosa, Europa caminará, sonámbula, hacia su destrucción.
Guerra
interna y guerra externa
¿Estamos a tiempo de evitar la catástrofe? Me gustaría decir que sí, pero no puedo.
Los signos son muy preocupantes. Primero,
la extrema derecha crece globalmente
impulsada y financiada por los mismos intereses que se reúnen en Davos para salvaguardar
sus negocios. En los años 30 del
siglo pasado, tenían mucho más miedo
al comunismo que al fascismo;
hoy, sin la amenaza comunista, temen la revuelta de las masas empobrecidas y proponen como única respuesta la
represión violenta, policial y
militar. Su voz parlamentaria es la de la extrema derecha. La guerra interna y la guerra externa son dos
caras de un mismo monstruo y la industria
armamentística se beneficia por igual de ambas.
En segundo lugar, la guerra de Ucrania parece más confinada de lo que realmente es. El flagelo actual, que azota las llanuras donde hace ochenta años murieron tantos miles de personas inocentes (principalmente judíos), tiene las dimensiones de un autoflagelo. Rusia hasta los Urales es tan europea como Ucrania, y con esta guerra ilegal, además de vidas inocentes, muchas de ellas de habla rusa, está destruyendo la infraestructura que ella misma construyó cuando era la Unión Soviética. La historia y las identidades étnico-culturales entre los dos países están mejor entrelazadas que con otros países que anteriormente ocuparon Ucrania y ahora la apoyan. Tanto Ucrania como Rusia necesitan mucha más democracia para poder poner fin a la guerra y construir una paz que no las deshonre.
Versalles
o Viena
Europa es mucho más vasta de lo que parece desde Bruselas. En la sede de la Comisión Europea (o de la OTAN, que es lo mismo) prevalece la lógica de la paz según el Tratado de
Versalles de 1919, y no la del Congreso de Viena de 1815. La
primera humilló a la potencia vencida
(Alemania)
y la humillación condujo a la guerra
veinte años después; la segunda
honró a la potencia vencida (la Francia napoleónica) y garantizó un siglo de paz en Europa.
La paz según Versalles presupone la
derrota total de Rusia, tal como la imaginó Hitler cuando invadió la Unión
Soviética en 1941 (Operación
Barbarroja). Incluso admitiendo que esto ocurra a nivel de la guerra convencional, es
fácil predecir que, si la potencia
perdedora tiene armas nucleares, no dejará de usarlas. Será el holocausto
nuclear. Los neoconservadores norteamericanos ya incluyen esta eventualidad en sus cálculos, convencidos en su ceguera de que todo sucederá a miles de kilómetros de sus
fronteras. America first... and last. Es muy posible que ya estén pensando en un nuevo Plan Marshall, esta vez para almacenar los desechos atómicos acumulados
en las ruinas de Europa.
Sin Rusia, Europa es la mitad de sí
misma, económica y culturalmente. La mayor
ilusión que la guerra de información ha inculcado a los europeos en el último año es que Europa,
una vez amputada de Rusia, podrá restaurar su integridad con el trasplante de Estados
Unidos. Justicia sea hecha a los Estados Unidos: cuidan muy
bien sus intereses. La historia muestra que un
imperio en declive siempre busca arrastrar consigo sus esferas de influencia
para retrasar la decadencia. ¿Y si Europa supiese
cuidar de sus intereses?
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