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Oxfam sostiene que cientos de millones más afrontan aumentos
insostenibles del costo de los productos básicos o de la energía necesaria para calentar sus
hogares. El colapso climático está
paralizando la economía de algunas regiones, y fenómenos meteorológicos extremos obligan a muchísima gente en todo el mundo
a abandonar sus hogares. Recuerda, además, que son millones los seres humanos que siguen sufriendo los corolarios de la pandemia del COVID-19, que
ya se ha cobrado más de 20 millones de vidas. La pobreza
se ha incrementado por primera vez en 25
años, subraya esta ONG internacional, mientras que los ultrarricos ven crecer drásticamente su riqueza y los beneficios
empresariales alcanzan niveles récord,
lo que hace que se dispare aún más la desigualdad social. Los hechos hablan por sí mismos.
Desde 2020, el 1% más
rico ha acaparado alrededor de dos terceras partes
de la nueva riqueza generada en el
mundo: casi el doble de lo que se
distribuye entre el 99% restante.
Cada día, la fortuna de los milmillonarios aumenta en dos mil 700 millones de dólares, mientras que los salarios de unos mil 700 millones de trabajadoras y trabajadores crecen deficientemente, aún por debajo de lo que sube la inflación. En 2022, las empresas energéticas y de alimentación duplicaron con creces sus beneficios y distribuyeron 257 mil millones de dólares en dividendos a sus accionistas, mientras que más de 800 millones de personas padecían hambre. Oxfam señala que, por cada dólar recaudado en impuestos a nivel global, tan sólo cuatro centavos provienen de impuestos a la riqueza. Por otra parte, la mitad de los milmillonarios del mundo vive en países donde no se aplica ningún impuesto a la riqueza que heredan sus descendientes. Por eso propone un impuesto a la riqueza de hasta el 5% para los multimillonarios y milmillonarios. Esto permitiría recaudar anualmente un billón 700 mil millones de dólares, monto que aseguraría que dos mil millones de personas salgan de la situación de pobreza, además de financiar un plan mundial para acabar con el hambre.
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NADA
DE NUEVO EN DAVOS. ¿QUÉ PREPARAN PARA OCTUBRE EL FMI Y EL BM?
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Por Sergio Ferrari. *
Fuente Prensa Latina. Mundo.
Acaba de realizarse otro Foro
Económico de Davos, con pura retórica y mucho de show mediático, pero
sin propuestas concretas para resolver el desorden del actual
sistema mundial, donde se entrelazan varias crisis en una.
La cooperación en un mundo fragmentado –lema del Foro realizado en la segunda quincena de enero– quedó sólo
como un slogan
publicitario ya que el mismo prefiere no confrontarse con las
causas profundas de la crisis porque no parece dispuesto a
rectificar este laberinto planetario sin
salida, en este contexto actual,
para el conjunto de la humanidad.
El reloj del poder económico internacional marca ahora una nueva cita: del 9 al 15 de octubre de este año en Marrakech, Marruecos, donde muchos de los que asistieron a Davos volverán a encontrarse en la Reunión Anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Las señales de la invitación para Marrakech de parte de estos dos organismos multilaterales anticipan continuismo y ningún cambio.
Las
primeras voces alternativas comienzan a alzar el tono. El Comité para la
Anulación de las Deudas Ilegítimas (CADTM) anticipó en las últimas horas que convocará con otras
organizaciones, como ATTAC Marruecos, a una Contracumbre Mundial de los Movimientos
Sociales ( https://www.cadtm.org/Convocatoria-de-una-contracumbre-mundial-de-movimientos-sociales-a-las )
para esa misma fecha.
El CADTM
señala que el Fondo Monetario Internacional (FMI) firmó en los últimos
tres años acuerdos de crédito con un
centenar de gobiernos, y que en
cada uno de ellos exige la continuación
de las políticas neoliberales. Al mismo tiempo, denuncia que se está desarrollando una nueva crisis de la deuda. “Ya es hora de reaccionar”, sostiene el comité con sede en Bruselas, tras definir la situación
actual como una “crisis multifacética” que afecta al mundo desde 2020.
Poli crisis.
Una tomografía computarizada de la actual
realidad mundial muestra que un tercio de la demanda total de energía
está ligada a la producción de alimentos. Por lo tanto, todo aumento en el precio de la energía incide directamente en el precio de
los comestibles. Esta relación es particularmente obvia cuando se trata de combustibles fósiles- petróleo, carbón, gas
natural-, utilizados en grandes
cantidades en los cultivos, el procesado de alimentos, el empaque, el transporte y la venta minorista.
Este diagnóstico forma parte de las conclusiones a las que llega la organización no gubernamental internacional Grain (Grano, en español), que desde hace 33 años viene trabajando al servicio de los movimientos sociales rurales en sus luchas por sistemas alimentarios basados en la biodiversidad y controlados comunitariamente. (https://grain.org/es/article/6912-una-salida-a-la-crisis-alimentaria-energetica-climatica).
Según una publicación de Grain de noviembre del año pasado, la relación entre alimentos y energía tiene una mayor incidencia en la producción altamente mecanizada, predominante en Europa, Norte América y algunas regiones de América Latina. En estos territorios, la cantidad de energía que se necesita para producir, por ejemplo, una tonelada de cereal, es casi 2,5 veces mayor que en los minifundios de los países del Sur. En términos reales, el sistema alimentario industrializado de Estados Unidos consume la energía equivalente al gasto energético total de India o de todas las naciones africanas juntas.
En esa
radiografía mundial sobresale otro dato interesante: la agricultura orgánica es
mucho más eficiente (a nivel de uso
de energía) que la industrial. En enero del 2021, el International Journal of
Agriculture Technology publicó un estudio sobre la producción de arroz en Filipinas. En
este caso concreto, la agricultura
orgánica resultó un 63% más eficiente,
en términos de empleo energético, y con rendimientos similares.
El sistema alimentario europeo es igualmente dependiente de los combustibles
fósiles. De ahí el impacto
significativo de la guerra Rusia- Ucrania tanto en el suministro energético como en el
correspondiente incremento del precio de
los comestibles, dado que un cuarto
de toda la energía que se consume en el continente se destina a ese sector.
Un problema subsidiario no menos central en esta coyuntura: para
compensar la reducción significativa de
la energía que habitualmente importaba de Rusia, Europa se está abasteciendo en países de Asia. Por ejemplo, le compra carbón a Indonesia
y gas a Malasia, lo que repercute en un aumento de los costos que deben pagar las comunidades locales de esas naciones abastecedoras. Así mismo, comunidades de Pakistán y Bangladesh están sufriendo cortes
de gas debido a que buena parte de su producción se desvía hacia Europa.
Es conocido, también, el impacto directo de los conflictos bélicos (crisis militares) en el aumento de las condiciones de degradación social. Según la ONG Acción contra el hambre, el 60% de las personas que padecen de ese flagelo viven en países en guerra ( https://www.actioncontrelafaim.org/a-la-une/conflits-quels-impacts-sur-la-faim/).
Toda esta
situación agrava la crisis ambiental en un planeta que se dirige a un aumento
de su temperatura de 2,5°C para
el año 2100. Una mayor producción
de combustibles fósiles acelerará aún más la crisis climática, la cual, a su vez, ejercerá una mayor presión sobre la producción alimentaria global.
El calentamiento excesivo ya está
causando estragos en la producción
de alimentos debido a sequías,
inundaciones, tormentas y temperaturas muy altas que
hacen insoportable en ciertos momentos
del año el trabajo rural a campo abierto.
Grain concluye afirmando que
no se puede resolver la crisis
energética o la alimentaria con medidas que empeoren la crisis climática:
“Estas
tres crisis están estrechamente conectadas y se superponen”. Encontrar una
salida a esta “policrisis”, enfatiza Grain, requiere una profunda transformación de la
manera como se producen y distribuyen la energía y los alimentos, con acciones
que cuestionen frontalmente el control de las grandes transnacionales,
principales responsables de este “desastre planetario”. A
nivel de argumento, la ONG recuerda el tweet de noviembre pasado de Robert
Reich, ex secretario de Trabajo de los Estados Unidos: “Un mensaje a los medios: por favor no informen que la inflación llegó
a un máximo en 40 años sin mencionar también que las utilidades de las
corporaciones llegaron a un máximo en 70 años.
Hay que mostrar el panorama completo”.
Voraces, como siempre
Las grandes transnacionales se aprovechan de la
crisis, aumentan los precios de sus productos de forma desproporcionada,
provocan- usufructúan el aumento
inflacionario y obtienen márgenes de ganancias estratosféricos, afirma Grain.
En el caso de los Estados
Unidos, por ejemplo, los expertos constatan que mientras las utilidades
corporativas explican el 11% del aumento de precios desde 1979 a 2019,
de ningún modo pueden justificar el
desmedido aumento actual de 53,9%. En
particular, en el sector alimentario, incluyendo las cadenas de supermercados y restaurantes. En
Canadá, el gobierno inició una investigación oficial sobre esta explosión de ganancias, mientras que en
Europa y
Australia varios empresarios, así como numerosos medios de comunicación, reconocen
que la reciente escalada de precios es injustificada.
En su informe La ley del más rico, que Oxfam Internacional publicó a mitad de enero, simultáneamente con la apertura del Foro de Davos, esa
organización coincide con la descripción
global de Grain
de un panorama mundial desalentador y su conclusión de que “el mundo está atravesando una época sin
precedentes, marcada por la acumulación de múltiples crisis”. Y pone el cursor de su análisis en la
problemática del hambre ( https://www.oxfam.org/en/research/la-ley-delmas-rico ).
Impuestos a las fortunas y redistribución del ingreso
Oxfam
sostiene que cientos de millones más afrontan aumentos insostenibles del costo
de los productos básicos o de la
energía necesaria para calentar sus hogares. El colapso climático está paralizando
la economía de algunas regiones,
y fenómenos meteorológicos extremos obligan
a muchísima gente en todo el mundo a abandonar sus hogares. Recuerda,
además, que son millones los seres
humanos que siguen sufriendo los
corolarios de la pandemia del COVID-19, que
ya se ha cobrado más de 20 millones de vidas. La pobreza
se ha incrementado por primera vez en 25
años, subraya esta ONG internacional, mientras que los ultrarricos ven crecer drásticamente su riqueza y los beneficios
empresariales alcanzan niveles récord,
lo que hace que se dispare aún más la desigualdad social.
Los hechos hablan por sí mismos. Desde 2020, el 1% más
rico ha acaparado alrededor de dos terceras partes
de la nueva riqueza generada en el
mundo: casi el doble de lo que se
distribuye entre el 99% restante.
Cada día, la fortuna de los milmillonarios
aumenta en dos mil 700 millones de dólares, mientras
que los salarios
de unos mil 700 millones de trabajadoras y trabajadores crecen deficientemente, aún por debajo de lo que sube la inflación.
En 2022, las
empresas energéticas y de alimentación duplicaron con
creces sus beneficios
y distribuyeron 257 mil millones de dólares en dividendos a sus accionistas, mientras
que más de 800
millones de personas padecían hambre.
Oxfam señala que, por cada dólar recaudado en impuestos a nivel global, tan sólo cuatro
centavos provienen de impuestos a la riqueza. Por otra
parte, la mitad de los milmillonarios
del mundo vive en países donde no se aplica ningún impuesto a la riqueza
que heredan sus descendientes.
Por eso propone un impuesto a la riqueza de hasta el 5% para los multimillonarios y milmillonarios. Esto permitiría recaudar anualmente un billón 700 mil millones de dólares, monto que aseguraría que dos mil millones de personas salgan de la situación de pobreza, además de financiar un plan mundial para acabar con el hambre.
Grain, que coincide con la propuesta de aplicar
impuestos a las grandes fortunas,
insiste en la necesidad de darle
prioridad a la conservación de la energía. De igual manera, seguir
estimulando la reducción del desecho de
alimentos, que actualmente origina
el 8% de las emisiones
climáticas globales. Y también
disminuir el consumo donde tenga
sentido (carne, lácteos, comestibles ultra procesados) e invertir más en modelos alimentarios de base
comunitaria.
Propone, también, cerrar la industria de los
combustibles fósiles y ganar el apoyo público para promover sistemas alimentarios
colectivos y locales. “Esto
significa apoyar a quienes producen en pequeña escala y a los mercados locales,
al mismo tiempo que se desmantela el poder y las ganancias de la cadena
alimentaria corporativa”, concluye.
rm/sf
*Periodista argentino, radicado en
Suiza.
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