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Los valores de la izquierda –la solidaridad, la reducción de las desigualdades, la protección de la población vulnerable, en unión de una creencia en el papel clave de un gobierno activo en pos de tal empeño– permanecieron intactos, pero las políticas diseñadas para perseguir tales fines debieron modificarse radicalmente en aras de los cambios profundos que se registraban en la sociedad en su conjunto. Estos cambios incluían la intensificación de la globalización, el desarrollo de una economía postindustrial o de servicios y, en una era de la información, la aparición de una ciudadanía más locuaz y combativa, menos considerada y respetuosa hacia los representantes de la autoridad que en otras épocas
///// Anthony Giddens.- Desde el punto de vista académico, los intereses del Sociólogo Inglés, se centran en reformular la teoría social y re-evaluar
nuestra visión del desarrollo y la modernidad.
Auge y caída del nuevo laborismo.
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El partido debería haber criticado con mayor firmeza el fundamentalismo del mercado y sus limitaciones.
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ANTHONY GIDDENS.
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ANTHONY GIDDENS.
Sociólogo, inspirador de la tercera vía. Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 11/05/2010. Internacional.
El nuevo laborismo no fue la acuñación de un término jugoso concebido para disimular una vaciedad política. Por el contrario, se produjo desde el principio un diagnóstico convincente sobre por qué era menester innovar en la izquierda del centro político junto con una nítida agenda política. En líneas esenciales, cabe consignar lo siguiente.
Los valores de la izquierda –la solidaridad, la reducción de las desigualdades, la protección de la población vulnerable, en unión de una creencia en el papel clave de un gobierno activo en pos de tal empeño– permanecieron intactos, pero las políticas diseñadas para perseguir tales fines debieron modificarse radicalmente en aras de los cambios profundos que se registraban en la sociedad en su conjunto. Estos cambios incluían la intensificación de la globalización, el desarrollo de una economía postindustrial o de servicios y, en una era de la información, la aparición de una ciudadanía más locuaz y combativa, menos considerada y respetuosa hacia los representantes de la autoridad que en otras épocas (proceso notablemente intensificado con la llegada de internet).
La mayoría de las recetas políticas del Labour derivaron de este análisis. La era keynesiana de gestión de la demanda, asociada a una guía estatal de la empresa, había acabado. Debía crearse una relación distinta del gobierno con la empresa, reconociendo el papel clave de esta en la creación de riqueza, así como los límites del poder del Estado. Ningún país, por grande y poderoso que fuera, podía controlar ese mercado. El advenimiento de la economía de servicios, basada en el conocimiento, se sumaba a la mengua de la clase trabajadora, que en su día fue el bastión laborista. En adelante, y para ganar elecciones, un partido de centroizquierda debía alcanzar a un sector del electorado mucho más amplio, incluyendo a quienes nunca antes habían abrazado la causa del partido. El Labour ya no podía ser un partido basado en realidad y criterios de clase. Y en Tony Blair –que no era en absoluto un líder tribal se mire como se mire– el partido pareció haber encontrado el líder perfecto para ayudar a realizar este objetivo.
La prosperidad económica, con el mercado globalizado de telón de fondo, debía ocupar un lugar preferente –se juzgó requisito de una política social eficaz. Una economía crecientemente próspera generaría, así, los recursos para financiar la inversión pública sin necesidad de aumentar impuestos. El partido trató de desprenderse de su anterior predilección por la política de "impuesto y gasto". Y la "prudencia" devino el eslogan de Gordon Brown como primer ministro.
Otro rasgo importante de la política del nuevo laborismo consistió en no permitir que ninguno de los temas en cuestión fueran coto de propiedad de la derecha política; al contrario, se trataba de intentar ofrecer soluciones de centroizquierda. Esta posición se convirtió en el blanco de los ataques de las voces críticas preocupadas por las implicaciones en materia de libertades civiles, pero era vital para la longevidad de los laboristas en el poder. Los socialdemócratas cayeron del gobierno en muchos otros países por su fracaso a la hora de impulsar un punto de vista similar.
Puede parecer que media un largo trecho entre tales inquietudes y otro rasgo del pensamiento del nuevo laborismo –la necesidad de una política exterior activa y vigorosa–, pero no es así. El Reino Unido no se enfrenta a amenazas palpables de invasión provenientes de otros países, pero debe estar preparada para asumir un papel activo en el mundo en su conjunto. El intervencionismo es una doctrina necesaria cuando la soberanía nacional ha perdido buena parte de su significado y donde existen motivos de inquietud en el plano humanitario de dimensión universal que sobrepasan los intereses de rango local. El terrorismo transnacional, criatura de la globalización, deviene una amenaza mayor que las formas locales de terrorismo predominantes en otras épocas. ¿Hasta qué punto fueron fructíferos realmente tales acentos y políticas?
El nuevo laborismo no fue la acuñación de un término jugoso concebido para disimular una vaciedad política. Por el contrario, se produjo desde el principio un diagnóstico convincente sobre por qué era menester innovar en la izquierda del centro político junto con una nítida agenda política. En líneas esenciales, cabe consignar lo siguiente.
Los valores de la izquierda –la solidaridad, la reducción de las desigualdades, la protección de la población vulnerable, en unión de una creencia en el papel clave de un gobierno activo en pos de tal empeño– permanecieron intactos, pero las políticas diseñadas para perseguir tales fines debieron modificarse radicalmente en aras de los cambios profundos que se registraban en la sociedad en su conjunto. Estos cambios incluían la intensificación de la globalización, el desarrollo de una economía postindustrial o de servicios y, en una era de la información, la aparición de una ciudadanía más locuaz y combativa, menos considerada y respetuosa hacia los representantes de la autoridad que en otras épocas (proceso notablemente intensificado con la llegada de internet).
La mayoría de las recetas políticas del Labour derivaron de este análisis. La era keynesiana de gestión de la demanda, asociada a una guía estatal de la empresa, había acabado. Debía crearse una relación distinta del gobierno con la empresa, reconociendo el papel clave de esta en la creación de riqueza, así como los límites del poder del Estado. Ningún país, por grande y poderoso que fuera, podía controlar ese mercado. El advenimiento de la economía de servicios, basada en el conocimiento, se sumaba a la mengua de la clase trabajadora, que en su día fue el bastión laborista. En adelante, y para ganar elecciones, un partido de centroizquierda debía alcanzar a un sector del electorado mucho más amplio, incluyendo a quienes nunca antes habían abrazado la causa del partido. El Labour ya no podía ser un partido basado en realidad y criterios de clase. Y en Tony Blair –que no era en absoluto un líder tribal se mire como se mire– el partido pareció haber encontrado el líder perfecto para ayudar a realizar este objetivo.
La prosperidad económica, con el mercado globalizado de telón de fondo, debía ocupar un lugar preferente –se juzgó requisito de una política social eficaz. Una economía crecientemente próspera generaría, así, los recursos para financiar la inversión pública sin necesidad de aumentar impuestos. El partido trató de desprenderse de su anterior predilección por la política de "impuesto y gasto". Y la "prudencia" devino el eslogan de Gordon Brown como primer ministro.
Otro rasgo importante de la política del nuevo laborismo consistió en no permitir que ninguno de los temas en cuestión fueran coto de propiedad de la derecha política; al contrario, se trataba de intentar ofrecer soluciones de centroizquierda. Esta posición se convirtió en el blanco de los ataques de las voces críticas preocupadas por las implicaciones en materia de libertades civiles, pero era vital para la longevidad de los laboristas en el poder. Los socialdemócratas cayeron del gobierno en muchos otros países por su fracaso a la hora de impulsar un punto de vista similar.
Puede parecer que media un largo trecho entre tales inquietudes y otro rasgo del pensamiento del nuevo laborismo –la necesidad de una política exterior activa y vigorosa–, pero no es así. El Reino Unido no se enfrenta a amenazas palpables de invasión provenientes de otros países, pero debe estar preparada para asumir un papel activo en el mundo en su conjunto. El intervencionismo es una doctrina necesaria cuando la soberanía nacional ha perdido buena parte de su significado y donde existen motivos de inquietud en el plano humanitario de dimensión universal que sobrepasan los intereses de rango local. El terrorismo transnacional, criatura de la globalización, deviene una amenaza mayor que las formas locales de terrorismo predominantes en otras épocas. ¿Hasta qué punto fueron fructíferos realmente tales acentos y políticas?
El Reino Unido gozó de diez años de crecimiento económico ininterrumpido, que no puede echarse por la borda por haberse basado simplemente en una burbuja inmobiliaria y crediticia. Se registró este crecimiento junto con la introducción de un salario mínimo nacional. Se invirtió a gran escala en los servicios públicos y se alcanzaron reformas importantes tanto en la salud como en la educación, sean cuales fueren los problemas y las limitaciones de las políticas adoptadas. Se atajó la desigualdad económica, si bien no se redujo de forma importante. La situación de la población pobre, sin embargo, mejoró sustancialmente. La devolution de poder a Escocia y Gales ha sido en buena parte exitosa. Se aplicó una legislación según la cual los alcaldes podrían ser elegidos por sufragio. Se ha alcanzado lo que parece ser una paz duradera en Irlanda del Norte. Los índices de delincuencia han disminuido notablemente en el Reino Unido y el país ha realizado un proceso de adaptación más provechoso y positivo que la mayoría de los restantes europeos a la creciente diversidad cultural.
Tratándose de un partido considerado tan a menudo como una formación política de puntos de vista cerrados y autoritarios, lo cierto es que hubo algunos logros en la dirección opuesta. El Labour suscribió el capítulo social de la UE, junto con la Convención Europea sobre Derechos Humanos, presentó una ley de Libertad de Información y aprobó la unión civil de parejas gais. El Reino Unido es una sociedad más progresista y tolerante de lo que era y las políticas laboristas desempeñaron un papel en este cambio. En política exterior, la ayuda fue mucho más allá de lo que gobiernos tories precedentes habían gestionado.
Tratándose de un partido considerado tan a menudo como una formación política de puntos de vista cerrados y autoritarios, lo cierto es que hubo algunos logros en la dirección opuesta. El Labour suscribió el capítulo social de la UE, junto con la Convención Europea sobre Derechos Humanos, presentó una ley de Libertad de Información y aprobó la unión civil de parejas gais. El Reino Unido es una sociedad más progresista y tolerante de lo que era y las políticas laboristas desempeñaron un papel en este cambio. En política exterior, la ayuda fue mucho más allá de lo que gobiernos tories precedentes habían gestionado.
Las intervenciones militares en Bosnia y Kosovo –donde Blair tuvo un papel clave para persuadir a los estadounidenses a contemplar el despliegue de fuerzas terrestres– y en Sierra Leona se consideraban ampliamente un éxito. ¡Ojalá se hubiera detenido allí! Nada ha perjudicado más la reputación de Blair que su malhadada decisión de convertirse en el aliado principal de Bush en la invasión de Iraq, donde la principal razón aducida para librar la guerra, la posesión por Sadam de armas de destrucción masiva, se demostró que era inexistente.
Se cometieron otros errores de gran alcance. El experimento con el recurso de unas relaciones públicas de hecho muy sesgadas o manipuladas y la gestión de los medios durante los primeros años de los laboristas resultó ser un tiro por la culata: ayudó a crear la impresión de que el partido tenía más que ver con su manera de actuar y presentarse que con su contenido político. Blair no tuvo éxito a la hora de integrar estrechamente el Reino Unido en el seno de la UE. Fue atinado razonar que el Labour debería ser un partido próximo al mundo empresarial y reconocer la importancia de la City para la economía. Sin embargo, los líderes del partido deberían haber dejado claro con mucha mayor firmeza de como lo hicieron que reconocer las virtudes de los mercados es muy distinto de postrarse ante ellos. El fundamentalismo del mercado debería haber sido objeto de una crítica más explícita y sus limitaciones deberían haber sido reveladas sin ambages a la luz del día.
Y entonces hizo su aparición la crisis financiera global, que muy pocos habían previsto, si es que hubo alguno. Pareció dar bruscamente la puntilla al mundo que constituía el telón de fondo del impulso del nuevo laborismo.
De la noche a la mañana, todo ha dado marcha atrás: el keynesianismo y la intervención económica gubernamental están de regreso. No se trata únicamente de que podamos esforzarnos por regular los mercados financieros –que en su día parecieron ser omnipotentes–; es que debemos poner empeño en ello. En la agenda actual figuran en lugar preferente los recortes drásticos del gasto, lo contrario de la expansión de la inversión social sobre la que el nuevo laborismo edificó su política; la prudencia fiscal ha cedido el lugar a los créditos masivos y a la enorme deuda acumulada; forma parte del guión la aplicación de un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales, descartada anteriormente por estimarla una medida falta de realismo; al fin y al cabo, es posible aumentar los impuestos a los ricos. Los partidos principales hablan de un retorno a una vigorosa política industrial y a una reactivación de la producción; la cuestión de los efectos del cambio climático y otros riesgos ambientales - a los que por cierto el Partido Laborista ha hecho frente escasamente hasta tiempos recientes-se ha incorporado de lleno al núcleo de las inquietudes políticas esenciales; y la planificación, en verdadera penumbra durante años, vuelve a figurar en la agenda.
El nuevo laborismo, como tal, está muerto y probablemente es oportuno que deseche el mismo término. Sin embargo, ciertas tendencias sociales y económicas a las que históricamente ha respondido siguen vigentes, aparte de que aspectos importantes de su marco político siguen dotados de relevancia. Es menester, en cualquier caso, proceder a un replanteamiento e impulsar un nuevo abanico de políticas.
El problema clave y fundamental, en el caso del Labour fuera del poder, residirá en minimizar las riñas y disputas internas que aquejan hoy día a tantas formaciones políticas, sobre todo en el ámbito de la izquierda, después de una derrota electoral. La reconstrucción ideológica podría desempeñar, en este punto, un papel esencial y decisivo. El punto de partida debería consistir en redefinir el papel de la esfera pública. Los blairistas,cabría decir, se inclinaron hacia el mercado en mayor medida que los brownistas,más propensos a resaltar el papel del Estado. No obstante, cabe diferenciar la esfera pública respecto tanto de los mercados como del Estado y puede constituir una base y apoyo para reconstruir ambas realidades. De hecho se detectó un tanteo en esta dirección en los intentos de los laboristas, tras la crisis financiera, de reintroducir la idea propia de una sociedad mutualista en el debate político. Tales esfuerzos en buena parte de primera hora del laborismo deberían ser potenciados y aplicados a la tarea de construir una forma de capitalismo responsable, junto con un enfoque complejo y altamente desarrollado en las materias relativas a la sostenibilidad.
Se cometieron otros errores de gran alcance. El experimento con el recurso de unas relaciones públicas de hecho muy sesgadas o manipuladas y la gestión de los medios durante los primeros años de los laboristas resultó ser un tiro por la culata: ayudó a crear la impresión de que el partido tenía más que ver con su manera de actuar y presentarse que con su contenido político. Blair no tuvo éxito a la hora de integrar estrechamente el Reino Unido en el seno de la UE. Fue atinado razonar que el Labour debería ser un partido próximo al mundo empresarial y reconocer la importancia de la City para la economía. Sin embargo, los líderes del partido deberían haber dejado claro con mucha mayor firmeza de como lo hicieron que reconocer las virtudes de los mercados es muy distinto de postrarse ante ellos. El fundamentalismo del mercado debería haber sido objeto de una crítica más explícita y sus limitaciones deberían haber sido reveladas sin ambages a la luz del día.
Y entonces hizo su aparición la crisis financiera global, que muy pocos habían previsto, si es que hubo alguno. Pareció dar bruscamente la puntilla al mundo que constituía el telón de fondo del impulso del nuevo laborismo.
De la noche a la mañana, todo ha dado marcha atrás: el keynesianismo y la intervención económica gubernamental están de regreso. No se trata únicamente de que podamos esforzarnos por regular los mercados financieros –que en su día parecieron ser omnipotentes–; es que debemos poner empeño en ello. En la agenda actual figuran en lugar preferente los recortes drásticos del gasto, lo contrario de la expansión de la inversión social sobre la que el nuevo laborismo edificó su política; la prudencia fiscal ha cedido el lugar a los créditos masivos y a la enorme deuda acumulada; forma parte del guión la aplicación de un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales, descartada anteriormente por estimarla una medida falta de realismo; al fin y al cabo, es posible aumentar los impuestos a los ricos. Los partidos principales hablan de un retorno a una vigorosa política industrial y a una reactivación de la producción; la cuestión de los efectos del cambio climático y otros riesgos ambientales - a los que por cierto el Partido Laborista ha hecho frente escasamente hasta tiempos recientes-se ha incorporado de lleno al núcleo de las inquietudes políticas esenciales; y la planificación, en verdadera penumbra durante años, vuelve a figurar en la agenda.
El nuevo laborismo, como tal, está muerto y probablemente es oportuno que deseche el mismo término. Sin embargo, ciertas tendencias sociales y económicas a las que históricamente ha respondido siguen vigentes, aparte de que aspectos importantes de su marco político siguen dotados de relevancia. Es menester, en cualquier caso, proceder a un replanteamiento e impulsar un nuevo abanico de políticas.
El problema clave y fundamental, en el caso del Labour fuera del poder, residirá en minimizar las riñas y disputas internas que aquejan hoy día a tantas formaciones políticas, sobre todo en el ámbito de la izquierda, después de una derrota electoral. La reconstrucción ideológica podría desempeñar, en este punto, un papel esencial y decisivo. El punto de partida debería consistir en redefinir el papel de la esfera pública. Los blairistas,cabría decir, se inclinaron hacia el mercado en mayor medida que los brownistas,más propensos a resaltar el papel del Estado. No obstante, cabe diferenciar la esfera pública respecto tanto de los mercados como del Estado y puede constituir una base y apoyo para reconstruir ambas realidades. De hecho se detectó un tanteo en esta dirección en los intentos de los laboristas, tras la crisis financiera, de reintroducir la idea propia de una sociedad mutualista en el debate político. Tales esfuerzos en buena parte de primera hora del laborismo deberían ser potenciados y aplicados a la tarea de construir una forma de capitalismo responsable, junto con un enfoque complejo y altamente desarrollado en las materias relativas a la sostenibilidad.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
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