&&&&&
Lo que los preocupa ya no es que la terca realidad desafía al discurso triunfalista y apaciguador, ni siquiera que ese mismo discurso haya dejado de ser creíble, a juzgar por los avances de la Izquierda en América Latina. Ni que la palabra “socialista” en boca de los enemigos de Obama esté regresando a una escena política donde antes se le desterró. Lo que les preocupa es que ya no hay nada que ofrecer, ninguna teoría estrella que promover, como aquella del fin de la historia, de Francis Fukuyama, ni ningún Milton Friedman que endiosar.
/////
Un dilema de nuestro tiempo, ¿capitalismo o socialismo?.
*****
Eliades Acosta Matos (*)
*****
Punto Final. Publicado el 30 de abril del 2010.
Lo que mantiene al capitalismo global atado al sillón del sicoanalista no es el fantasma del comunismo, sino el peligro presente y futuro que brota, testarudo e inagotable, de lo profundo de sí mismo. El sistema que se sueña como un atildado caballero posmoderno eternamente joven y feliz, democrático y glamoroso, de discurso políticamente correcto e irreprochable urbanidad, se estremece cada amanecer al descubrirse con las manos manchadas de sangre y la inexplicable recurrencia de imágenes infernales: niños africanos famélicos, pingüinos y osos polares moribundos, turbas que se acuchillan en los estadios de fútbol, atacantes suicidas que se inmolan, guerras de verdad con sangre, huérfanos, mutilados y vísceras palpitantes, no como las de la CNN, filas de desempleados japoneses que esperan un plato de sopa, quiebra de emporios otrora intocables como la General Motors, y ciertas fotos de Abu Grahib que, no sabe por qué, le recuerdan tanto a los grabados goyesco con penitentes, desastres y brujas.
Lo que mantiene al capitalismo global atado al sillón del sicoanalista no es el fantasma del comunismo, sino el peligro presente y futuro que brota, testarudo e inagotable, de lo profundo de sí mismo. El sistema que se sueña como un atildado caballero posmoderno eternamente joven y feliz, democrático y glamoroso, de discurso políticamente correcto e irreprochable urbanidad, se estremece cada amanecer al descubrirse con las manos manchadas de sangre y la inexplicable recurrencia de imágenes infernales: niños africanos famélicos, pingüinos y osos polares moribundos, turbas que se acuchillan en los estadios de fútbol, atacantes suicidas que se inmolan, guerras de verdad con sangre, huérfanos, mutilados y vísceras palpitantes, no como las de la CNN, filas de desempleados japoneses que esperan un plato de sopa, quiebra de emporios otrora intocables como la General Motors, y ciertas fotos de Abu Grahib que, no sabe por qué, le recuerdan tanto a los grabados goyesco con penitentes, desastres y brujas.
Y no es sólo un problema de estadísticas, de contracción económica, de una clase media que regresa de los asépticos suburbios a las callejuelas proletarias, de pilotos y médicos extenuados por exceso de trabajo y menos paga. Es todo eso, por supuesto, pero sobre todo, la decadencia de sus sueños, el agotamiento de sus discursos legitimadores, la crisis profunda de liderazgo, la perspectiva de que está a un tris de volar por los aires la gobernabilidad conseguida con la “ingeniería del consenso y el consentimiento” de aquel seráfico Edward Louis Bernays, sobrino de Sigmund Freud y seguidor del Gustave Lebon de La psicología de las multitudes.
La catástrofe económica real, pura y dura, que afecta a la economía global es una parte del mal que estremece las madrugadas del capitalismo de nuestro tiempo. De la extensión y malignidad de ese cáncer sólo se musita en los pasillos profundos del poder corporativo, jamás se le explica a los ciudadanos. Pero se delatan los políticos y académicos del sistema que intentan apaciguarnos: los delata ese rictus de amargura y nerviosismo inocultable en la comisura de sus labios. Porque la verdad se viene abriendo paso. Nos enteramos en el minuto en que hicimos las cuentas del mes y el salario ya no cubrió los gastos indispensables. Nos avisó cuando alguien nos informó que se contraían los programas educacionales y de seguridad social. No en vano temblamos el día en que notamos que el vecino había dejado de salir al trabajo en las mañanas y ahora se paseaba por el barrio con aire ausente, como de perro apaleado.
La confesión de Obama.
La verdad se impone cuando, después de dormirnos con índices discretos pero esperanzadores de una incipiente recuperación de los niveles de empleo, de un aumento de las compras, de un freno a la caída, nos levantamos un día para no volvernos a dormir más tras leer un reporte publicado por AP, el pasado 2 de abril. Citando declaraciones del presidente Obama en el programa televisivo “The Early Show”, se levanta una parte del velo que cubría lo cierto y quedamos anonadados con el mazazo de la realidad: “Estados Unidos se dirige a la bancarrota” ha revelado, respondiendo a quienes lo atacan por los enormes gastos que significaría su flamante reforma sanitaria.
¿Y cuál es el estremecedor significado de esta confesión? No solo, como afirma uno de los lectores de la nota de AP, “…que el país se encuentra en una caída en espiral. Y que lo que le espera no es el desastre de una nación del Tercer Mundo, sino que para definirlo habrá que crear el concepto de Cuarto Mundo”. Lo realmente malo de esta declaración es que se produce inmediatamente después que se nos había dicho que “…en el mes de marzo de 2010, se había producido el mejor índice de recuperación de empleos en los últimos tres años. 162 mil empleos se crearon, aunque se mantiene la tasa de desempleo nacional en 9,7%, lo que significa quince millones de parados”.
Y hay razón, cuando en uno de los anuncios diarios con que la derecha pensante -que se agrupa alrededor de Heritage Foundation- fustiga a Obama, se daba a los lectores la bienvenida “al mundo de la dependencia del gobierno… pues la recuperación no ha llegado al sector privado y las cifras apaciguadoras que se brindan incluyen 48 mil empleos temporales federales, para llevar a cabo el Censo del presente año”.
Cuando le economía anda mal, todo lo demás hace rato que lo refleja. Por eso el Estados Unidos de Obama está estremecido por las turbas de populistas de derecha del Tea Party Movement y neoconfederados pendencieros, que ya entrenan y se arman bajo el paternal financiamiento de “millonarios patriotas”. Y se sienten vientos de fronda de una guerra civil de la que ya ha comenzado a hablarse, como en los días de Lincoln y Jefferson David: el FBI acaba de arrestar a nueve miembros de una milicia cristiana belicosa, los Hutarees, que planeaban atentar contra policías y funcionarios estatales para “liberar a la nación de sus enemigos, que han copado al gobierno traidor”. Apenas unos días después se informó del ultimátum dado a los gobernadores del país por otro grupo extremista, Los guardianes de la República Libre, fijándoles un plazo de tres días para abandonar sus puestos en aras de “acometer la reconstrucción nacional”.
¿Debemos asombrarnos que ese mismo capitalismo global, ese esquizofrénico incurable, tienda su vista al pasado para exorcizar a sus demonios y escapar del laberinto de sus contradicciones? ¿Nos sorprende, acaso, que busque, a como dé lugar, retornar al estado pre-crisis, cuando podía vendernos impunemente el embuste monumental de que encarna por derecho casi divino la felicidad, la prosperidad y la paz procurada por los hombres de todas las épocas?
Recetas neoliberales.
.
En el portal Townhall.com -brazo armado de la atildada Heritage Foundation- se barajan ya fórmulas alquímicas salvadoras, como ocurre en cada época decadente. Para Mona Charens, de lo que se trata es de regresar a las recetas neoliberales, de sacudirle el polvo a aquella “revolución conservadora” de principios de los 80. “Con pasión, convicción y un carácter indomable -nos revela- la Sra. Thatcher privatizó las industrias estatales… permitiendo al país volver a jugar el rol que siempre había jugado en la arena internacional… Como decía la Dama de Hierro, ‘El declive no es inevitable’ y no lo es, cuando existe el liderazgo adecuado”.
.
.
Pero algunos pequeños detalles que no menciona hacen dudosa la receta: esa intervención providencial costó 3,6 millones de desempleados, la caída de las exportaciones nacionales en un 30% con respecto a 1978, diez militantes del IRA muertos en huelga de hambre por reclamar que se les reconociera como presos políticos, el cierre de 79 minas de carbón, la liquidación total de la industria de la construcción naval, y una bagatela llamada guerra imperialista de las Malvinas.
Apenas tres meses antes, también en Townhall.com, esa vieja sibila neoconservadora que es Charles Krauthammer había alertado sobre los peligros de la recuperación. “El socialismo se derrumbó tan espectacularmente -afirmaba- que la Izquierda quedó anonadada hasta que descubrió el nuevo gambito ganador: la metamorfosis de rojo en verde… Las nuevas elites culturales (liberales) -concluye- se reafirman al oficiar un réquiem por el socialismo ante el altar del ambientalismo… Esta vez la justificación no es abolir la opresión, sino salvar el planeta”. En consecuencia, la ciudadela a proteger de los embates de los nuevos bárbaros es la ecología, y la estrategia es negar la existencia del cambio climático. Roja es la ciencia que lo demuestra, tanto como para Pinochet lo fue el marxismo gramsciano, “la peor de todas sus versiones” en tanto culta y liberada de dogmas. Por él, afirmaba, se vio obligado a “mantenerse vigilante, al pie del cañón”. Sólo le faltó admitir que con el sable ensangrentado desenvainado y la orden de fusilamiento a flor de labios.
¿Un nuevo capitalismo?.
Cuando los ideólogos del capitalismo global se muestran tan erráticos y desesperados, es señal de que la metástasis del sistema toca ya los órganos vitales. En política “lo cierto es lo que no se ve”, al recto decir de José Martí. Por eso, quien desee hoy tomar el pulso a la decadencia, atisbar en las entretelas de este veterano mecanismo de coerción social no entenderá nada si lee que en 2009, año en que la caída tocó fondo, la cifra de millonarios norteamericanos creció 16%. Quien busque las causas de la agonía de un mundo que se muestra hoy asmático y desfallecido deberá explicarse por qué y para qué el gobierno de Obama, el del “cambio y la esperanza”, premió con 700 mil millones de dólares a los grandes bancos culpables de la crisis, y no auxilió a sus víctimas inocentes.
Hoy la testaruda economía política de Carlos Marx no dicta sus lecciones apelando a cifras macroeconómicas, sino a las que están sublimadas en las microhistorias colaterales; no en los discursos donde se les disimula, sino en las indiscreciones donde ellas mismas se delatan: en el nerviosismo de un Nicolás Sarkozy que recuerda la necesidad de inventar “un nuevo capitalismo”, o en aquella conferencia de 1992, durante la cena anual del American Enterprise Institute, cuando Irving Kristol recordó a los que celebraban demasiado apresuradamente, que el futuro del capitalismo siempre se vería comprometido por la conjunción de crisis económicas y explosiones contraculturales, nacidas ambas de las entrañas del propio sistema.
/
/
Lo que los espanta no es la pérdida temporal de las ganancias, ni los crecimientos detenidos, que a fin de cuentas pueden ser paliados con explotación aún más despiadada de las economías del Tercer Mundo, o de los trabajadores del Primero, recortando programas sociales por aquí, o exportando tanques, aviones y balas por allá, para ser usados en las guerritas espléndidas que siempre pueden ser atizadas. Lo que los ocupa es el peso creciente de la cultura y los valores en la lucha de clases de nuestros días. Y que, como afirmase el periodista Stew Magnusson, en julio de 2007 “…cuando llega el momento de la batalla de ideas, Estados Unidos descubre que no tiene un general que la dirija…”.
Les preocupa el precio creciente del pensamiento crítico que resurge, y también las posibilidades de su difusión barata e instantánea, casi imposible de controlar, ocultar o censurar. Estrategas al estilo de Martin S. Lind, Martin Van Cleveld o Thomas X. Hammes han desarrollado la teoría de las guerras de cuarta generación, en las que, por primera vez en la historia de la Humanidad, un tipo de guerra asimétrica enlazada con la tecnología y dirigida a vencer moral y simbólicamente al oponente antes que a aniquilarlo, no depende del potencial económico de los rivales enfrentados. Y para que no quepan dudas del peligro, nos remiten a la derrota estratégica de la invasión israelí al Líbano de julio a agosto de 2006 a manos de Hezbollah, pertrechado con la televisora satelital Al Manar, un profundo trabajo político previo con la población chiita, y sentido creativo y exacto de lo que es y para qué sirve Internet.
Lo que los preocupa ya no es que la terca realidad desafía al discurso triunfalista y apaciguador, ni siquiera que ese mismo discurso haya dejado de ser creíble, a juzgar por los avances de la Izquierda en América Latina. Ni que la palabra “socialista” en boca de los enemigos de Obama esté regresando a una escena política donde antes se le desterró. Lo que les preocupa es que ya no hay nada que ofrecer, ninguna teoría estrella que promover, como aquella del fin de la historia, de Francis Fukuyama, ni ningún Milton Friedman que endiosar.
Socialismo creador.
Crisis siempre ha habido y habrá en el capitalismo, son consustanciales al sistema, se generan en lo profundo de su naturaleza. Especialmente, como está ocurriendo, cuando la realidad de su economía se sustituye por la virtualidad del capital especulativo y se derrocha por encima de las posibilidades. Y cuando más luces necesita el sistema para hallar la salida del laberinto, lo que encuentra es la decadencia del pensamiento de sus ideólogos e intelectuales, el estrechamiento de las opciones anti-crisis, el descreimiento generalizado y esa indefinible sensación, flotante, inasible, pero concreta y omnipresente, de que nos hallamos ante el definitivo agotamiento de un sistema devorado desde dentro por sus propios excesos.
Caídas todas las máscaras, de vuelta la Humanidad de todas las historias, vistos todos los filmes, escuchados todos los discursos, odiados todos los enemigos ciertos o falsos, sólo queda el vacío y el caos. “El principal defecto del conservadurismo moderno radica en su incapacidad para desafiar al liberalismo a un nivel intelectual, especialmente en lo relativo a la idea del progreso -sentenció Steven Hayward. Para enfrentar a la Izquierda… los conservadores deben oponer algo más que invocaciones al mercado o a la libertad”.
Y ya no hay Ejército Rojo a quien culpar. Ni conspiraciones bolcheviques por descubrir. Tampoco oro de Moscú. Ni bandera de la hoz y el martillo enfrentada a la libertad de Occidente, o sea, del capitalismo. Y aún sin URSS en los mapas, ni estatuas de Marx, Engels y Lenin en las plazas, sin koljoses ni konsomoles, casi sin partidos comunistas a quienes siempre se atribuyó el malestar de nuestra época, este no cede, y peor aún, se incrementa hasta alcanzar cotas jamás vistas.
Y hete aquí que en la bajadita los esperamos, como les anunció Hugo Chávez. Algo maltrechos y dispersos, es verdad, pero tras haber salvado la cultura de lucha y resistencia, “que es lo primero que siempre hay que salvar”, como predijo Fidel Castro.
Porque de salvar se trata, no sólo de rebasar el malestar evidente de nuestra época. De salvar al mundo de las garras de un sistema autodestructivo y alienante. De resolver el dilema entre un socialismo creador, de un lado, y un capitalismo decadente, del otro.
La buena noticia es que esto recién acaba de empezar.
Eliades Acosta Matos (*)
(*) Filósofo y ensayista cubano, autor de El Apocalipsis según San George, y otros libros.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 708, 30 de abril, 2010)
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario