miércoles, 12 de mayo de 2010

LOS PECADOS DE GRECIA. Hay 800.000 funcionarios en un país de 11 millones de habitantes, el 10% de la población activa.

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La globalización no se detiene.
Era esclarecedor ver, en medio de las cargas policiales, a bengalíes que vendían botellas de agua a jóvenes anarquistas para el picor de los gases lacrimógenos. Jóvenes que quizá son de una familia de currantes, pero a lo mejor son hijos de papá. Como decía Pasolini, no surge esta duda entre los agentes antidisturbios, que cobran 1.200 euros y van a sufrir también un recorte de 200. ¿Qué pensará ese bengalí de una sociedad opulenta, al fin y al cabo, donde rompen todo porque se acabó la fiesta? «Un euro, un euro», responde, que es el precio de la botella de agua. En condiciones normales cuesta la mitad, como los intereses de los bonos públicos griegos. Pero hay que salir corriendo porque llega otra carga policial.
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LOS PECADOS DE GRECIA. Hay 800.000 funcionarios en un país de 11 millones de habitantes, el 10% de la población activa.

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Se cobran pluses hasta por llegar puntual al trabajo y la evasión fiscal se ha convertido en el deporte nacional. Los griegos vivían como ricos, pero ahora toca apretarse el cinturón
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El diariomontanes.es España, 9 de mayo del 2010

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ Enviado especial. Grecia.

Aquí hay que declarar las piscinas. En teoría, en la mejor zona de Atenas sólo había 324. En las fotos aéreas aparecieron 16.974»
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El centro de Atenas, cuna de la civilización, era el miércoles un caos y estaba en juego algo más que el nivel de vida de los griegos, once millones de personas. Estaba en juego la estabilidad del euro, en España la Bolsa temblaba y en Wall Street caía el índice Dow Jones. La globalización y el capitalismo degenerado se están complicando y casi nadie entiende nada. Desde luego no la gente llana, que es la mayoría y tiende a pensar, con bastante lógica, que la culpa es de alguien más listo que manda más y vive mucho mejor. De golpe se pasa de lo abstracto, como las cifras del PIB, a que bajen los sueldos, suban los impuestos y se racaneen las pensiones. Se abre paso el estupor y, según el carácter local, la depresión o el caos. A los griegos les va el caos.

La globalización no se detiene. Era esclarecedor ver, en medio de las cargas policiales, a bengalíes que vendían botellas de agua a jóvenes anarquistas para el picor de los gases lacrimógenos. Jóvenes que quizá son de una familia de currantes, pero a lo mejor son hijos de papá. Como decía Pasolini, no surge esta duda entre los agentes antidisturbios, que cobran 1.200 euros y van a sufrir también un recorte de 200. ¿Qué pensará ese bengalí de una sociedad opulenta, al fin y al cabo, donde rompen todo porque se acabó la fiesta? «Un euro, un euro», responde, que es el precio de la botella de agua. En condiciones normales cuesta la mitad, como los intereses de los bonos públicos griegos. Pero hay que salir corriendo porque llega otra carga policial.

No hay mucho tiempo para pensar en Atenas. El Gobierno socialista de Georgios Papandreu, llegado en octubre y que se ha encontrado con la papeleta, dice que esto es lo que hay: sudar sangre o el abismo. Los griegos se preguntan cómo han llegado hasta aquí. Hay responsabilidades colectivas, pero también una intuición certera de que se mueven fuerzas superiores que juegan con el destino de los hombres. En la tragedia clásica eran los dioses. Ahora es la economía global, pero combinada con las chapuzas políticas de toda la vida y la picaresca.

La democracia griega es particular. Endogámica, populista, clientelar y bronca, en realidad balcánica. La última vez que cuadró un balance fue en 1972, con la dictadura de los coroneles. Después regresaron las dinastías Karamanlis, con Nueva Democracia, de centro-derecha, y Papandreu, del PASOK, socialista. Medio siglo después, sus líderes son el sobrino y el hijo. Gran parte de la culpa del desastre es del anterior Gobierno conservador de Costas Karamanlis (2004-2009), que dejó crecer el monstruo y falseó los datos económicos, pero ahora se opone tranquilamente al plan de choque. La política sigue siendo irresponsable y la falta de unidad no ayuda a la credibilidad exterior del país.

El inicio de la cuesta abajo griega está en lo alto de un podio, los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas. El país se endeudó hasta lo impensable para los fastos organizativos, pues era una revancha tras el fracaso de su candidatura para la edición de 1996, la del centenario. Fue un trauma para un país que buscaba una identidad moderna tras un siglo desgraciado, marcado por la invasión nazi, la guerra civil, varias dictaduras y una década de los ochenta, la era de Papandreu padre, muy turbia. Tras la entrada en el euro, era una cuestión de orgullo hacer los Juegos. El coste se disparó de 2.800 a 14.000 millones. «Después el Gobierno debía haber frenado el déficit. ¿Qué hizo Karamanlis? Contratar 100.000 funcionarios y subirles el sueldo un 20%», explica Yannis Stournaras, prestigioso economista y jefe de la Fundación para las Investigaciones Económicas (IOBE). Hay 800.000 funcionarios en un país de 11 millones de habitantes, el 10% de la población activa.

A nivel privado se extendió rápidamente una mentalidad de consumo y de nueva riqueza. Todo el mundo tiraba de tarjeta de crédito. Tomando gin-tonics en un bar de Plaka, el barrio viejo de Atenas, el popular novelista Christos Chomenidis, de 44 años, recuerda los buenos tiempos. «Cada día sonaba el teléfono y te regalaban dinero, viajes... Tu vecino de repente era rico y su trabajo no era uno normal, de una sola palabra, como médico o abogado, sino que respondía a términos raros como supervisor ejecutivo de no se qué -explica-. Aquí Balzac no tendría una clase media de la que describir, no hemos tenido un progreso, un desarrollo normal de la burguesía. Es como si nos despertáramos de un sueño y nos dieran con un palo, pero detrás no hay zanahoria, no hay esperanza».

En realidad era una vida por encima de las posibilidades generales: los sueldos son los más bajos de Europa, la pensión media es de 600 euros y los impuestos, altos, de hasta el 50% del sueldo. Pero los precios son los mismos de España, o más caros, también los de las falsificaciones de marca que venden los senegaleses. Resulta que uno de cada cinco griegos vive bajo el umbral de pobreza y Grecia sólo tiene turismo, barcos y agricultura.

Cultura de la pobreza.

En su célebre libro de 1993 sobre los Balcanes, Robert D. Kaplan, ex-corresponsal en Atenas, opinaba que «el capitalismo, realmente, nunca ha existido en Grecia: A mitad del siglo XX era una pobre sociedad oriental de refugiados en la que pocos codiciosos terratenientes y armadores explotaban al resto del país, sin apenas clase media». De ahí se habría saltado al extremo, según el análisis que hacía en una entrevista el escritor Petros Markaris, de 73 años, famoso creador del comisario Jaritos: «Hasta 1981 éramos un país pobre, con una digna cultura de la pobreza. Después llegó el dinero de Europa, y no hemos sido capaces de elaborar una cultura de la riqueza, han triunfado el clientelismo y la corrupción».

Los griegos saben esto, y en realidad los sondeos indican que el 70% atribuye la crisis a la mala gestión y el 56% admite que el plan de choque es la única salida. Como saben también la parte que les toca a cada uno. Se deduce de la sonrisa pícara que aparece en cada conversación. Hay 320.000 pensiones de invalidez falsas y las familias de 60.000 jubilados ya muertos siguen cobrando sus pensiones. La lista de profesiones de riesgo que permiten una jubilación temprana incluye 600 oficios, entre ellos el de trompetista, por los reflujos gástricos, y locutor, por los microbios de los micrófonos. En algunos ministerios hay pluses por llegar puntual al trabajo. Y luego está la evasión fiscal, deporte nacional. Según datos del Ministerio de Finanzas se escapa el 40% de los ingresos.

«Mire, hace poco decidimos hacer fotos aéreas del barrio más caro de Atenas, porque aquí si tienes una piscina hay que declararla. En teoría, sólo había 324. En las fotos aparecieron 16.974», explicaba esta semana con calma estoica en su despacho el secretario de Estado de Finanzas, Ilias Plaskovitis. Tiene detrás una cabeza de mármol de Alejandro Magno y la lucha contra el fraude es una de sus batallas en esta nueva era de seriedad. «Es muy importante porque la gente no aceptará medidas duras si cada uno no paga lo que debe. No podemos ir sólo a lo fácil, a quien cobra un salario», dice en una interpretación elemental de las protestas. La inmobiliaria Knight Frank informa que en Londres hay una fiebre de compra de pisos de lujo por parte de griegos ricos. Son el 6% de los compradores de viviendas de más de un millón de libras, cuyos precios han subido el 21% en un año. En lo que va de año, el 4,5% de los ahorros griegos ha salido del país.

La ira de la calle sólo se calmará con juicios e investigaciones parlamentarias, aunque éstas serán más difíciles. La pregunta, obviamente, es por qué todo esto no se hizo antes si era un secreto a voces. Plaskovitis es franco: «Necesitas un apoyo político fuerte y buenas razones para tomar medidas así. La buena razón ahora es que no hay elección. Estamos al borde del abismo». Él, todo un secretario de Estado, dice que cobra 4.000 euros y va a perder un tercio de su salario. Era el martes y sólo había pasado un día del anuncio del plan de salvamento de la UE, pero mientras hablaba recibía mensajes en el móvil. Afuera las bolsas europeas se estaban desplomando. «Nuestra deuda es muy alta, lo sabemos, pero incluso con esos datos Grecia era capaz de pagar si los mercados se hubieran comportado de forma normal, como lo hacían de octubre a diciembre, cuando la situación era peor y dábamos pasos en la buena dirección; la especulación es parte del problema», afirma. Lo cierto es que la reacción de Papandreu también fue lenta y la UE tardó tres meses en decidirse, pero en Atenas hay una inquietante sensación de ser el centro de una rapiña a gran escala.

«¿Español? Sois los próximos».

En la calle el análisis es menos sofisticado. Se traduce en un resentimiento confuso hacia los ricos, los bancos, Alemania -con ecos atávicos de la Segunda Guerra Mundial- , el FMI -con un fuerte prejuicio contra EE UU por su apoyo a la dictadura- y, en general, el sistema global. «¿Español? Ah, sois los próximos», se repite, como si algunos pobres países estuvieran siendo víctimas de una estafa telefónica. La tentación, se oye mucho, es que se hunda todo, a ver qué pasa. La oportunidad para el populismo, de gran tradición en Grecia, es excelente y el otro día salía en la tele el millonario Andreas Vgenopoulos, propietario del club de fútbol Panathinaikos, en quienes muchos ven un nuevo Berlusconi que se lanzará a la política, diciendo que se podía dar la espalda a la UE y pedir el dinero a inversores árabes, sin sacrificios. El banco donde murieron tres empleados es suyo y Vgenopoulos fue muy hábil: echó la culpa a los políticos.

Vendrán años muy duros. Hay 75.000 casas en subasta, embargadas por bancos, y 200.000 viviendas en venta desde hace meses con precios que se han caído un 20%. Los bancos ya no dan créditos y llegan los nuevos ricos búlgaros a comprarse apartamentos en la playa. En cambio, los vecinos de Salónica y otras ciudades de frontera pasan a Bulgaria a hacer la compra o al dentista, porque es más barato. También huye el dinero de los pobres.

Los jóvenes, en particular, están muy cabreados. Esa minoría de grupos violentos anarquistas de Exarquia, el barrio revoltoso de Atenas, donde hay más de sesenta organizaciones radicales y empezó la rebelión contra la dictadura en 1974, es la que hace que el país salga en la tele con sus destrozos. Los medios distorsionan el efecto, porque son una minúscula parte de la masa que protesta, pero la agresividad con que destruían metódicamente escaparates el miércoles y, sobre todo, su terrorífica indiferencia ante el edificio abrasado con tres muertos hacen temer que tienen cuerda para rato. La crema que alivia de los gases lacrimógenos se vende en las farmacias como aspirinas. Son muy bestias, las calles de Grecia no se van a calmar de un día para otro.

Pero a su lado se manifiestan familias enteras y estos jóvenes son sólo el extremo de un malestar difuso. La juventud griega no es ni siquiera 'mileurista', en Grecia esta generación es la de los 700 euros. A ellos será difícil hacerles tragar la medicina, aunque el ansia de un cambio, de una nueva era, de líderes distintos, de limpieza, es general. La crisis puede ser una gran oportunidad para cambiar el país, ése es el único lado positivo. Pero si los jóvenes están hartos, entre los mayores hay castas que se defenderán a muerte. Van a volar miles de poltronas, pues el plan de choque reduce los municipios de 1.300 a 340. El sector público es un enfermo que quiere seguir en la cama, cuando es el privado, donde se facilita el despido, el que sufrirá aún más. Que la batalla será dura queda claro al ver que el Ministerio de Finanzas es un cuchitril al lado de la sede del sindicato de los empleados públicos, Adedy. «Todo mentira», replica enérgico su secretario general, Ilias Iliopoulos, ante la descripción de un sector viciado. «Seguiremos saliendo a la calle cada día si es necesario», concluye. Luego abre un armario lleno de paquetes y saca tres, regalos para el periodista.

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