lunes, 17 de mayo de 2010

INSTITUCIONALIDAD Y GLOBALIZACION. Los complejos fenómenos que hoy dominan la escena Internacional.

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Esto no quiere decir que, en los años de su ascenso como paradigma intelectual y político, no hubiera voces que alertaran sobre los riesgos de vivir en una aldea global. Voces críticas, como las de Daniel Drache, desde Canadá; Joan Prats, desde Barcelona, y Luis F. Aguilar, en México, alertaron respectivamente sobre las tensiones en las relaciones entre los Estados y los mercados, sobre las cuestiones irresueltas de la gobernabilidad vigente, y sobre la inevitable transición hacia una mayor influencia ciudadana en los asuntos públicos y globales.
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Joan Prats i Catalá, Presidente de la Asociación Internacional de Gobernanza, en compañía de F. Caamaño D. y F. J. Velásquez en la ciudad de Santander el 7 de julio del 2007 durante el Seminario “Cooperación en la Gestión de riesgos y emergencias en un mundo globalizado” desarrollado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander.




INSTITUCIONALIDAD Y GLOBALIZACION.

Los complejos fenómenos que hoy dominan la escena internacional.


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José Sosa. OPINIÓN. Lunes 10 de mayo del 2010.


In Memoriam de Joan Prats y la gobernabilidad que deja huérfana.



No cabe duda que cuando, hace unos años ya, el tema de la globalización fue final y abiertamente incluido en la currícula de casi cualquier programa de estudios universitarios en ciencias sociales y humanidades, pocos creyeron que vendría a convertirse en una herramienta analítica más bien vinculada al análisis de problemas y crisis de alcance poco conocido en las décadas precedentes. A lo que me refiero es al hecho de que, pese al optimismo de muchos —incluidos programas enteros de investigación científica y mecanismos de cooperación y ayuda al desarrollo—, la así llamada Era de la Globalización parece irse decantando hacia una configuración crecientemente conflictiva y caótica, y no hacia los escenarios colaborativos y de trabajo en red que muchas publicaciones y autores pregonaron.

Esto no quiere decir que, en los años de su ascenso como paradigma intelectual y político, no hubiera voces que alertaran sobre los riesgos de vivir en una aldea global. Voces críticas, como las de Daniel Drache, desde Canadá; Joan Prats, desde Barcelona, y Luis F. Aguilar, en México, alertaron respectivamente sobre las tensiones en las relaciones entre los Estados y los mercados, sobre las cuestiones irresueltas de la gobernabilidad vigente, y sobre la inevitable transición hacia una mayor influencia ciudadana en los asuntos públicos y globales. En ese sentido, destaca el brillante trabajo que Saúl Arellano publicó el domingo 2 de mayo en La Crónica de Hoy, bajo el título “Las profundas fisuras de la Globalización”.

Pues bien, ante los complejos fenómenos que hoy dominan la escena internacional, y que van desde la catastrófica situación económica de Grecia hasta la cada vez más frecuente ocurrencia de desastres ambientales como el que hoy afecta al Golfo de México, y el fracaso de algunas transiciones a la democracia como las de México, Bolivia y Venezuela, parece pertinente hacer una reflexión que permita saber si nos encontramos a la deriva en un océano de conflictos y tensiones globales, o si hay un puerto seguro al cual dirigir nuestros esfuerzos y esperanzas.

La respuesta a este aparente dilema podría encontrarse en aquellos elementos que la construcción institucional de los Estados modernos generó y que, pese a todo, no han podido ser borrados del mapa político contemporáneo. Está, en primerísimo sitio, la red institucional del Estado. Esta red llegó a ser considerada por algunos como innecesaria y destinada a desaparecer ante la fuerza y pujanza de los mecanismos de mercado y de la sociedad civil.

Sería imposible explicar la salida a algunos de los conflictos y tensiones más importantes de las últimas décadas, sin considerar el papel de las instituciones del Estado. Aún en el caso de la Unión Europea, la forma en que se está respondiendo a la crisis financiera griega muestra un alto contenido de respuesta desde instituciones estrictamente nacionales, vinculadas a procesos de decisión política creados y consolidados durante los siglos XIX y XX.

En segundo lugar se ubica la persistencia del nacionalismo como forma actual y verdadera de entender y afrontar los problemas que vienen de la globalización. Pese a que ya es posible hablar de que algunos valores y principios son compartidos incuestionablemente a nivel global, cuando se trata de articular respuestas públicas y privadas a cuestiones como el desempleo, la contaminación y el crimen organizado, lo que se tiene son articulaciones con carácter estrictamente nacional y nacionalista.

De no ser cierto lo anterior, no estaríamos presenciando fenómenos como la política estadounidense “Buy American”, que está reimplantando el proteccionismo en el mercado más competitivo del mundo, o las fuertes presiones internacionales que reciben los países de origen de los principales flujos migratorios. En estos hechos y muchos más resurge con inusitada fuerza el oxidado, pero sin duda en uso, concepto del interés nacional que tantas polémicas generó en las décadas que van de 1960 a 1980.

En último lugar, pero no por ello menos importante, está la lógica de la política y su -en apariencia- imposible disociación de la cultura nacional. En más de un sentido, las diversas teorías y modelos políticos derivados de la idea de globalización han insistido en que la búsqueda y ejercicio del poder tendería a adoptar formas únicas de tipo y sentido democrático, combinadas con contenidos localmente diversos.

Las evidencias disponibles en múltiples países indican justamente lo contrario. En lugar de que la democracia se haya generalizado como forma única para la obtención y para el ejercicio del poder público a todos los niveles, más bien ha servido para permitir que viejos vicios y antiguas formas de dominación clientelar y autoritaria se mantengan vigentes e, incluso, se hayan fortalecido. Ejemplos de esto abundan en América Latina y van desde un dictador carismático como Chávez en Venezuela, hasta un burócrata egocéntrico y nepotista como Calderón en México.

De lo anterior resulta, entonces, la necesidad de reflexionar en torno a saber si lo que nuestras sociedades necesitaban eran posturas ideológicas favorables a un globalismo como doctrina, o mejores prácticas institucionales que resolvieran los problemas de justicia y equidad que aún tenemos. Me inclino a pensar por lo último como nuestra mejor opción.
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