domingo, 11 de julio de 2010

Cada país tiene la globalización que se merece (primera y segunda parte)

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En el actual escenario de incertidumbre, es improbable la resolución de las amenazas a la paz, la seguridad y el medio ambiente, que afectan a todo el género humano. Parece también improbable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento de la economía mundial y mejora generalizada de las condiciones de vida, sin resolver las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones pueden resumirse en los siguientes puntos que integran la agenda económica internacional.
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Cada país tiene la globalización que se merece (primera parte).


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01-07-2010 /

Aldo Ferrer



La reciente reunión del G-20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos, vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos. En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la Presidenta argentina. Nuestra crisis del 2001/2002 fue el epílogo de la subordinación incondicional a las fuerzas descontroladas de la globalización, y la recuperación posterior, el resultado de haber reasumido el comando de nuestra realidad, poniendo la casa en orden y al país de pie sobre sus propios medios. El G-20 acaba de reconocer que éste es el único camino correcto porque, al fin y al cabo, cada país tiene la globalización que se merece. En cualquier caso, la agenda del G-20 y de la cooperación internacional sigue abierta y conviene repasar sus cuestiones principales.

El siglo XXI se inauguró con una conmoción profunda de las relaciones económicas y financieras internacionales. Los hechos determinantes son principalmente dos. Por una parte, el surgimiento en las últimas décadas, en el espacio Asia Pacífico, de un nuevo centro de gravitación que comparte la hegemonía que ejercieron en los últimos cinco siglos las naciones avanzadas del Atlántico Norte. Por la otra, la inviabilidad de las reglas bajo las cuales funcionó el orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, particularmente a partir del predominio, en las últimas tres décadas, de la ideología neoliberal y la especulación financiera.

En el actual escenario de incertidumbre, es improbable la resolución de las amenazas a la paz, la seguridad y el medio ambiente, que afectan a todo el género humano. Parece también improbable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento de la economía mundial y mejora generalizada de las condiciones de vida, sin resolver las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones pueden resumirse en los siguientes puntos que integran la agenda económica internacional.

El efecto China. El creciente protagonismo de China y las otras naciones emergentes de Asia al orden global implica la incorporación al mercado mundial, como consumidores y productores, de centenares de millones de seres humanos. Este proceso provoca un cambio profundo en la dinámica del sistema internacional, que denominaré el efecto China.

Por una parte, provoca la ampliación de la demanda de alimentos y materias primas, lo cual se refleja en el aumento de los precios de los commodities y la valorización de los recursos naturales. Por la otra, la incorporación a las cadenas de valor transnacionales, de mano de obra de muy bajos salarios, lo cual debilita la demanda de empleo en las economías industriales avanzadas y la capacidad negociadora de los sindicatos. Este proceso tiene particular importancia en áreas productivas intensivas en tecnología, en las cuales las economías industriales maduras tuvieron tradicionalmente una posición dominante. En efecto: China y otras naciones emergentes de Asia tienen una participación creciente en las cadenas de valor y la oferta de bienes complejos, desde las correspondientes al complejo informático-comunicacional hasta los bienes de capital.

En las economías industriales avanzadas, el efecto China influye en la distribución del ingreso, a través de la disminución de la participación de los trabajadores en el ingreso y el consecuente debilitamiento del consumo en la demanda agregada. Contribuye, también, al desequilibrio en los pagos internacionales que caracteriza a las mayores economías. En las economías emergentes en otras partes del mundo, como América latina, la oferta de manufacturas crecientemente complejas en sectores de vanguardia genera una competencia de bajos precios que afecta el propio desarrollo y transformación productiva de esos países. En consecuencia, desde la perspectiva de estas economías “de la periferia”, el efecto China proporciona, por una parte, el impulso de la valorización de su producción primaria y, por la otra, la amenaza contra su propio de­sarrollo y transformación industrial.

La extraordinaria acumulación de reservas internacionales en China y otras naciones emergentes de Asia influye, asimismo, en la esfera financiera global. En las economías industriales maduras del Atlántico Norte, predomina el desenfreno especulativo y la desregulación de los movimientos de capitales. En cambio, en la cuenca Asia Pacífico, particularmente China, la influencia de las políticas públicas en el comportamiento del sector financiero es mucho mayor y su potencial de recursos está más orientado a servir los objetivos de la estrategia de de­sarrollo y proyección internacional.

En consecuencia, desde la perspectiva de las economías emergentes, como las de América latina, debe administrarse, con mucho cuidado, la presencia del poder financiero asiático en las propias realidades internas. Esa presencia constituye una fuente potencial de de­sarrollo y cooperación, pero genera un riesgo de subordinación, en cuyo caso se repetiría la historia del subdesarrollo y la dependencia de América latina y países de otras regiones.

El ajuste en los Estados Unidos, Alemania, Japón y China. Estos países enfrentan la resolución de sus dilemas internos de ajuste. Para impulsar el crecimiento y eliminar los desequilibrios en sus pagos internacionales, todos ellos requieren erradicar la brecha productividad/salarios, es decir, la prolongada pérdida de participación de los asalariados en la distribución del ingreso. Ha dejado de ser viable la inyección de demanda vía el déficit de los Estados Unidos y, como contrapartida, su expansión del gasto a través de la colocación de las reservas de los países superavitarios en la compra de títulos del Tesoro y colocaciones en el sistema financiero norteamericano. Esto reclama un cambio profundo en la estrategia económica de las mayores economías, con énfasis en el pleno empleo, la participación de los trabajadores de los aumentos de productividad y políticas de estabilización fundadas en la administración de la demanda agregada y las políticas de ingresos.

Los Estados Unidos confrontan el equilibrio de sus pagos internacionales y la eliminación del diferencial entre gastos e ingresos, aumentando el ahorro interno. Japón y Alemania reactivan la demanda interna de consumo e inversión y reducen su dependencia de las exportaciones. A su vez, China no puede seguir descansando en el aumento de la inversión para compensar su subconsumo y el eventual debilitamiento de su impulso exportador. Al desaparecer el déficit de pagos de los Estados Unidos, como “solución” a la insuficiencia de absorción de los recursos propios en las economías industriales y emergentes superavitarias, se trastrueca el comportamiento de la economía internacional que ha predominado en las últimas décadas. El sector financiero y las normas del comercio internacional. La desregulación de la actividad financiera ha demostrado ser incompatible con el comportamiento ordenado de las relaciones económicas internacionales y un obstáculo fundamental al crecimiento. La regulación de los mercados financieros y la represión de sus excesos especulativos son condiciones necesarias de un sistema financiero global suficientemente estable y predecible. La reducción de las ganancias del sector financiero es también condición necesaria para viabilizar políticas de pleno empleo, estabilidad de precios y eliminación de la brecha salarios/productividad, preservando en las mayores economías los márgenes de beneficios en las actividades productoras de bienes y servicios no financieros. La tasa Tobin y otros tributos en consideración en el G-20 son indispensables para reducir las ganancias del sistema financiero a niveles compatibles con el comportamiento ordenado del sistema global.

El funcionamiento ordenado del sistema internacional requiere fortalecer la capacidad de maniobra de los países para regular el impacto de la globalización sobre las situaciones nacionales. La expansión del comercio internacional beneficia a todas las partes. Sin embargo, los desequilibrios que provoca la globalización desregulada pueden culminar, como en la década de 1930, en el proteccionismo generalizado. Se trata de introducir normas razonables de comercio administrado, en la normativa de la Organización Mundial de Comercio, que contemplen los problemas de las mayores economías y de los países en desarrollo y viabilicen el libre comercio, en condiciones de estabilidad y equidad del sistema global.

En la segunda parte de esta nota, observaremos las asimetrías del desarrollo y el bienestar en el orden global, las reformas del sistema monetario internacional y los problemas de la Unión Europea.



Cada país tiene la globalización que se merece (2da parte).

08-07-2010 /


En la nota anterior destaqué que el G-20, en su última reunión, en Toronto, ratificó su incapacidad de adoptar respuestas globales a los problemas globales y que, por lo tanto, cada país tiene que hacerse cargo de resolver los problemas que le plantea la actual crisis internacional. Dicho en otros términos, cada país tiene la globalización que se merece en virtud de su capacidad de respuestas a los de­safíos planteados. La conclusión no es nueva y viene de antes. De hecho, frente a conmociones anteriores, como la del Tequila o la asiática, en la década del ’90, la situación era exactamente la misma.

Los “remedios” internacionales eran inexistentes y los consejos contraproducentes y, en definitiva, cada uno tenía que buscar, bien o mal, su propio camino. Varios países emergentes, incluido la Argentina, aprendieron la lección. Cuando, a fines del 2007 estalló la crisis global, reavivada ahora por los problemas de la Unión Europea, estaban mejor preparados y resistieron el impacto. Ahora tienen que seguir exactamente en el mismo rumbo: consolidar la gobernabilidad, la solvencia en las finanzas públicas, el superávit en el balance de pagos en cuenta corriente y la regulación de los capitales especulativos. De todos modos, es necesario no perder de vista las posibles soluciones globales a los problemas globales y advertir, en los foros internacionales, los caminos posibles que, hasta ahora, los países centrales del sistema son incapaces de encontrar. En tal sentido, en la nota anterior hice referencia al efecto China, el ajuste en las mayores economías y las necesarias reformas a la regulación del comercio y las finanzas internacionales. Las siguientes cuestiones también integran la agenda económica internacional.

Las asimetrías en el orden global. Existen países, dispersos en toda la geografía del planeta, con recursos materiales y capacidad de gestionar el conocimiento, insuficientes para resolver su atraso histórico. Esta debilidad fue multiplicando la distancia que los separa de las economías avanzadas y de las actualmente emergentes. Ésta es la causa principal de las amenazas a la paz y la seguridad internacionales y un caldo de cultivo para el terrorismo, el narcotráfico, el comercio de armamentos y otras calamidades.

Será imposible alcanzar un orden internacional seguro y estable sin resolver los problemas de esos países que abarcan a alrededor del 25% de la humanidad e incluyen, en la actualidad, las zonas de mayor violencia. Estos países se caracterizan por las condiciones de pobreza extrema, la débil capacidad de gestionar el conocimiento (que Helio Jaguaribe denomina “insuficiencia instrumental”) y una escasez crónica de ahorro y divisas.

Sus problemas han sido objeto de innumerables pronunciamientos de las Naciones Unidas y múltiples programas de ayuda que, en conjunto, siempre fueron incapaces para resolver los desafíos planteados y, a menudo, más favorables a los donantes que a los destinatarios. Un nuevo orden mundial reclama una acción conjunta de la comunidad internacional y una transferencia suficiente de recursos y asistencia científica y técnica, para impulsar el desarrollo económico y social de esos países. Las cifras involucradas son una ínfima proporción de los recursos comprometidos, al nivel global, para otros fines, como en la crisis actual, para rescatar a los bancos y a los especuladores financieros. Programas de esta naturaleza introducirían una inyección de demanda a la economía global que facilitaría, en parte, el ajuste en los países superavitarios, derivado del necesario equilibrio en los pagos internacionales de los Estados Unidos.

La arquitectura monetaria internacional. El equilibrio de los pagos de la economía norteamericana provocaría la desaparición de su rol como principal fuente de creación de liquidez internacional, situación contemplada, en la década de 1970, con la creación de los derechos especiales de giro (DEG) en el FMI. Desde entonces, el crecimiento descontrolado de la liquidez impulsado por los excedentes de los países exportadores de petróleo y, sobre todo, el aumento del déficit de los Estados Unidos, consolidó el predominio de la especulación y la globalización financiera. El dólar mantuvo así su rol de patrón monetario del sistema internacional, vale decir, principal moneda de referencia de las transacciones internacionales y de las reservas monetarias del resto del mundo. Las nuevas circunstancias derivadas de la crisis actual y la emergencia de nuevos actores en el escenario internacional, particularmente China y otras naciones emergentes de Asia, probablemente modificarán el papel del dólar como patrón monetario internacional y demandará la creación de nuevas fuentes de liquidez para abastecer el aumento de la demanda de dinero del sistema global, fondear programas para enfrentar situaciones de emergencia y, como sería deseable, proporcionar recursos para el financiamiento del despegue de los países actualmente menos desarrollados.

Los problemas de la Unión Europea. El peso de la Unión en la economía global reclama la resolución de su crisis actual. La creación del euro y del Banco Central Europeo fueron pasos fundamentales en el proceso de integración, pero dejaron, a nivel nacional, instrumentos claves de la política económica como la fiscal y sometieron a las mismas reglas a países muy distintos por sus niveles de desarrollo y potencial de recursos, por ejemplo Grecia y Alemania.

La Unión enfrenta el desafío de avanzar a la integración plena de las políticas nacionales con la comunitaria o crear, bajo el liderazgo de las mayores economías, esquemas de contención de los países vulnerables que les permitan recuperar, sin tensiones internas extremas, los equilibrios perdidos. La crisis de la Unión refleja sus problemas internos, pero también la subsistencia de un sistema financiero especulativo que multiplica los ataques contra los puntos vulnerables del sistema y aumenta la incertidumbre. Cuando estalló la crisis del sistema financiero global, los países miembros de la Unión, como los Estados Unidos, aplicaron inmensos recursos para rescatar a los bancos y los especuladores y evitar el desplome de la actividad económica y el empleo.

El desequilibrio fiscal aumentó estrepitosamente pasando de posiciones razonables de equilibrio a déficits del orden del 10% del PBI. Esto aumentó la incertidumbre y las oportunidades especulativas, agravando las tensiones del sistema y comprometiendo la viabilidad del euro, como moneda común. Sin embargo, actualmente la respuesta de la Unión es tratar de recuperar la “confianza” de los mercados a través de la fuerte contracción del gasto, incluidas las prestaciones sociales, para reducir el déficit. La experiencia revela que esta estrategia agrava y no resuelve los desequilibrios existentes.

Perspectivas. En los plazos previsibles, no cabe esperar acuerdos globales de vasto alcance para resolver los problemas actuales del sistema global. Sin embargo, a diferencia de la década de 1930, cuando la crisis desató las políticas de “sálvese quien pueda” y la desorganización del orden económico mundial, en la actualidad la interdependencia entre las grandes economías es tan profunda que es inconcebible un epílogo semejante. En ese escenario, no cabe esperar cambios en la normativa de las finanzas y el comercio internacionales, a la altura de los desafíos planteados.

Probablemente, continuarán los retoques y modificaciones parciales postergando para más adelante acciones más profundas. En el sector financiero es posible un cierto ajuste regulatorio sin erradicar la naturaleza especulativa del sistema. Nada, en gran escala, cabe esperar de la cooperación internacional para resolver la insuficiencia de recursos de los países rezagados e impulsar su desarrollo.

La mayor incógnita radica en la profundidad del ajuste en las mayores economías. Si China no logra dinamizar suficientemente su absorción interna, vía el aumento del consumo, seguramente agregará tensiones al comercio internacional con la ventaja competitiva que le confiere la combinación de bajos salarios y creciente densidad tecnológica, fortalecida por la administración del tipo de cambio y su poder financiero. La magnitud del ajuste en los Estados Unidos impactará en las economías superavitarias, que cierran la brecha abierta, por su exceso de ahorro, con su supéravit en el mercado norteamericano. Desplazar el dinamismo de la demanda agregada de las exportaciones al consumo interno y la inversión, es el desafío de Alemania y Japón. Pero esto implica la sustitución del paradigma neoliberal dominante por la prioridad del pleno empleo y la redistribución del ingreso, no previsible, al menos por ahora. Más bien todo lo contrario, como revela la estrategia ortodoxa de ajuste asumida en la Unión Europea frente a la crisis de los países vulnerables de la Unión, del régimen comunitario y del euro.

Para el resto del mundo, que incluye a América latina y países emergentes en otras regiones, las señales de estas tendencias de la economía mundial son claras. Es indispensable movilizar los recursos internos, mantener la “casa en orden”, bajos y manejables niveles de deuda y la mayor libertad de maniobra en la gestión de la política económica, a través de sólidos equilibrios macroeconómicos. Sólo en ese escenario es posible desplegar las políticas nacionales de desarrollo económico y social y profundizar la integración de los países que comparten un espacio, como los del Mercosur.

En la resolución global de los problemas globales, la influencia de nuestros países de América latina es marginal. En otros términos, contamos con muy baja capacidad de cambiar el mundo, pero en cambio, tenemos una capacidad decisiva para resolver cómo estamos en ese mundo. La evidencia es también concluyente en el sentido de que, en un orden global administrado por las grandes economías, existe el espacio necesario para el despliegue de políticas de desarrollo de los países periféricos, dependiendo de la mayor o menor fortaleza de la densidad nacional de cada uno de ellos.

Así debe entenderse el éxito de las naciones emergentes de Asia en las últimas décadas y en la actual y primera del siglo XXI, la propia experiencia de la recuperación argentina a contrapelo del paradigma neoliberal y de lo que Prebisch llamaba el “pensamiento céntrico”.

* Director editorial de Buenos Aires Económico.

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