Los líderes del G-20 de potencias industrializadas y emergentes reunidos en Toronto. Canadá, al final decidieron zanjar las diferencias sobre cual es el camino para la frágil recuperación de la economía mundial. Todos coincidieron que es necesaria la unidad de criterios para no entorpecer el crecimiento de cada país, pero difieren ampliamente sobre la importancia de recortar los déficits públicos, de imponer una tasa bancaria mundial o una reforma profunda y definitiva de las instituciones financieras mundiales. Los países emergentes se verán gravemente afectados por los ajustes fiscales drásticos de los países europeos
/////Globalización, crisis y respuestas de la economía política. ¿ Los buenos deseos políticos del G-20?.
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Opinión Edición del Jueves 01 de julio de 2010.
El debate abierto en la cumbre del G-20 celebrado en Canadá demuestra que, así como la globalización es un hecho histórico que ha venido a quedarse, las realidades económicas nacionales y regionales continúan gravitando; con frecuencia, de manera decisiva. Los escenarios son mundiales, pero la toma de decisiones sigue dándose en los marcos de los Estados nacionales y los bloques regionales.
Las nuevas condiciones del capitalismo del siglo XXI, así como las crisis sucesivas de carácter económico y financiero, obligan a coordinar estrategias. Sin embargo, la dificultad estriba en los diferentes “tiempos” de cada país o bloque para salir de la crisis.
Mientras en Europa se imponen medidas de ajuste clásicas, con recortes de gastos sociales y desaceleración de la actividad económica, en los Estados Unidos la fórmula apunta a reactivar la economía, una iniciativa que incluye medidas de control al capital financiero.
Los cambios en la economía mundial son tan acelerados, sus mutaciones tan sorpresivas, que la actual realidad tiene poco que ver con la de pocos años atrás. Así, mientras EE.UU. parece adherir a las fórmulas clásicas de los progresistas, Europa -que marcó el camino hacia el Estado de bienestar- hoy defiende medidas que recortan proclamados derechos. El miedo a la depresión económica en unos, y a la inflación en otros, explica comportamientos que se vinculan con sus respectivas historias.
Descartada la tentación de imputar estas decisiones a la presunta maldad de políticos o empresarios en el caso de Europa, o a un súbito ataque de sensibilidad social por parte del “imperio”, no queda otra alternativa que admitir que lo que se impone es una realidad compleja que no deja demasiadas alternativas respecto de lo que se puede hacer, al menos en sus trazos más gruesos.
Si entre las grandes potencias los caminos para intentar salir de la crisis son distintos, fenómenos parecidos ocurren en los países emergentes, donde, por ejemplo, las economías del Pacífico presentan una situación diferente de la de los países de América del Sur. Aquí también las fórmulas generales pierden vigencia y lo que se busca son soluciones nuevas para problemas nuevos.
La variedad de alternativas crea dificultades a los miembros del G-20 para elaborar un documento único que vaya más allá de los habituales lugares comunes y las consabidas expresiones de buenos deseos. No obstante, algunas certezas parecen ganar terreno.
Así, los países periféricos se resisten a que las crisis se descarguen sobre ellos y, por lo tanto, reclaman reciprocidad en los tratos, exigiendo que la relación entre proteccionismo y libre comercio se trate atendiendo a los intereses y necesidades de todos. En el mismo orden de cosas, es importante que diversos mandatarios, incluida nuestra presidente, hayan advertido contra los fondos buitres, las calificadoras de riesgos y los paraísos fiscales, además de reiterar sus críticas al FMI, cuyos errores de diagnóstico han erosionado su prestigio y confiabilidad.
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