sábado, 3 de julio de 2010

Cuando globalización no equivale a interés nacional. La globalización parecía ser la respuesta a un problema histórico.

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Tanto los gobiernos conservadores como los laboristas promovieron la libre circulación del capital y la reducción de las barreras comerciales. Abrieron de modo irrestricto el mercado interior a la inversión extranjera y permitieron que compañías extranjeras asumieran el control de firmas británicas. Atrajeron a multimillonarios de todos los confines para que se establecieran en Londres, una ciudad global, esforzándose por substituir a Nueva York como centro financiero mundial.
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Cuando globalización no equivale a interés nacional. La globalización parecía ser la respuesta a un problema histórico.
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¿China nunca ha aspirado a gobernar el mundo?.

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Por Martin Albrow

ESPAÑOL. Pueblo en Línea. Viernes 2 de julio del 2010.

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Hay una palabra que difícilmente escuchemos decir al nuevo Gobierno británico y ésa es “globalización”. Aun cuando puede haber países en peor situación, derivada de la crisis financiera global, como es el caso de Grecia, ningún otro ha experimentado su fuerte impacto psicológico en la medida en que lo ha hecho Gran Bretaña. Para Gran Bretaña, primero en los años 80, bajo la administración de Margaret Thatcher y de los conservadores, y luego desde 1997, con Tony Blair, Gordon Brown y los Nuevos Laboristas, la globalización parecía ser la respuesta a un problema histórico.

Ese problema histórico fue la pérdida de un imperio. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundiual, el ex Secretario de Estado de EEUU, Dean Acheson, acuñó aquella famosa frase según la cual Gran Bretaña había perdido un imperio, pero no había encontrado un papel que desempeñar. Aunque relativamente insignificante en el plano militar y con una economía minúscula comparada con la de EEUU, la nueva superpotencia imperial, este país pequeño se ha abocado a ser la “Gran Bretaña global”, demostrando al resto del mundo las ventajas de la globalización, como forma de elevar los niveles de vida y promover los valores liberales.

Tanto los gobiernos conservadores como los laboristas promovieron la libre circulación del capital y la reducción de las barreras comerciales. Abrieron de modo irrestricto el mercado interior a la inversión extranjera y permitieron que compañías extranjeras asumieran el control de firmas británicas. Atrajeron a multimillonarios de todos los confines para que se establecieran en Londres, una ciudad global, esforzándose por substituir a Nueva York como centro financiero mundial. El aeropuerto de Londres, Heathrow, debía convertirse en centro global de las comunicaciones; la BBC de Londres en suministrador mundial de noticias.

Gran Bretaña dejó de gobernar el mundo, pero podía ser un ejemplo para él, de cómo un país podía adquirir un papel global para beneficio de la Humanidad. El Reino Unido pasó por alto las desventajas de la globalización económica, es decir, los trastronos que la misma ocasiona en los mercados nacionales, la migración masiva a las ciudades y a través de las fronteras, y la desigualdad cada vez mayor entre ricos y pobres. En respuesta, Gran Bretaña vitoreó a voz en cuello cada meta emitida por Naciones Unidas para temas de asistencia, medio ambiente y salud globales.

La crisis financiera global ha barrido con todo esto. Gordon Brown, famoso co-arquitecto de la nueva economía global, fue saludado como su salvador en abril de 2009, cuando los líderes de las mayores economías del planeta se reunieron en una cumbre sobre la crisis en Londres. Pero esto no bastó para salvarlo a él mismo, o al Nuevo Partido Laborista, en las elecciones generales de mayo de 2010. Lo que corresponde ahora es que el nuevo Primer Ministro conservador, David Cameron, explique que el país encara un déficit presupuestario del 12,8 por ciento de su PIB, el más pronunciado del mundo para cualquier economía importante.

¿Qué fue lo que salió mal? ¿Queda alguna lección para China en esta reciente experiencia británica? Para responder a la primera pregunta cabe señalar la incapacidad de Gran Bretaña para distinguir con claridad entre la globalización en su calidad de proceso, como parte del cual los países deciden mediante políticas cuán abiertas desean que sean sus fronteras, y ese cúmulo de temas globales que incluyen al cambio climático y la seguridad nuclear, en los cuales cada país debe asumir su cuota de responsabilidad. La primera interrogante presupone la adopción de opciones pragmáticas; la segunda conlleva imperativos morales.

Ebrios de dicha tras la adopción de su nuevo papel global, los británicos perdieron el sentido de la proporción y mezclaron todos los temas globales en una confusa maraña. Parecería que el trauma de la pérdida del imperio todavía sigue a la espera de ser superado. ¿Hay lecciones que sirvan a otras potencias, derivadas de la experiencia de globalización postimperial de esa pequeña isla?

Quizás la primera lección sea que la globalización en sí misma no proporciona un papel o una misión nacional y que la misma no se puede equiparar al interés nacional. Y esto se aplica también al país más pujante, incluso a una potencia hegemónica mundial como EEUU, que no ha logrado asimilar que globalización no es lo mismo que norteamericanización. Ya en el siglo XIX, el poeta nacional estadounidense Walt Whitman denominó a EEUU como “globo de globos”.

Afortunadamente, China está preparada por su historia para resistir la tentación de querer reproducir a escala global su imagen nacional. Sempiterno Reino del Centro, China nunca ha aspirado a gobernar el mundo. Y la filosofía del “camino del medio”, un pragmatismo que evade los extremos, puede servirle bien para asumir la globalización como lo que es: un proceso de cambio social como cualquier otro que deba asimilarse en beneficio de los ciudadanos de un país y para el bienestar de la Humanidad. Los desafíos más contundentes de cara al futuro estribarán en la manera en que China defina su papel respecto a problemas globales. El mundo aguarda por sus respuestas lleno de crecientes expectativas. (Pueblo en línea).
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