viernes, 9 de septiembre de 2011

No, el 11-S No cambió el Mundo. “Occidente, ya no domina la globalización”.

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La Casa Blanca no estaba sola en su evaluación. Los comentaristas del mundo contaban los bombarderos furtivos y los misiles crucero, y declaraban invencible a EE.UU., ignorando alegremente la vulnerabilidad que había dejado expuesta Al Qaeda. Pero ese momento unipolar pasó pronto. Bin Laden está muerto y EE.UU. se va de Irak. Afganistán será devuelto a los afganos. La noción de guerra contra el terror fue abandonada silenciosamente. No hay duda de que el extremismo islámico es una amenaza seria, como pueden atestiguar Pakistán, Yemen y Somalia. Pero esta no es la lucha maniquea imaginada por gente como el británico Tony Blair. Resultó que Medio Oriente sí estaba maduro para la democracia, pero los árabes reclaman su propio futuro sin preocuparse de las opiniones de los estadounidenses neoconservadores o de Al Qaeda.


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No, el 11-S No cambió el Mundo.


“Occidente, ya no domina la globalización”.


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Philip Stephens.


CRONISTA.com Viernes 9 de septiembre del 2011.


Diez años después de los ataques, la caída del sistema bancario occidental, las crisis de deuda soberana europeas y la rebaja en la calificación crediticia de EE.UU. le han mostrado al mundo que Occidente ya no domina la globalización. Bin Laden se apoderó durante la década de los titulares, pero el futuro se escribe en Beijing, Nueva Delhi, Río y más allá


Prácticamente todo cambió desde los ataques terroristas en Nueva York y Washington de hace 10 años. Se modificaron los perfiles geopolíticos y económicos, pero lo curioso es lo poco que eso se debió al 11-S.


Parece extraño que sea así tras la turbulencia de la última década. Estados Unidos entró en guerra en Afganistán e Irak. El islamismo violento transformó la visión que EE.UU. tenía del mundo, y la visión que el mundo tenía de EE.UU. Todo se paralizó ante la guerra contra el terror de George W. Bush; o por lo menos eso pareció. Al Qaeda sigue entre nosotros, lo mismo que Guantánamo.


Durante una visita a Washington, en la primavera boreal de 2003, escuché a un alto funcionario del gobierno estadounidense decir que la invasión de Irak iba a establecer las nuevas reglas en el juego internacional. Había que olvidar toda la sensiblería sobre el multilateralismo, le dijo el funcionario a una audiencia de europeos (en su mayoría sensibleros). Era la época de la única superpotencia. Con o sin aliados, EE.UU. vengaría la caída de las torres gemelas. Estábamos presenciando, escribí entonces, la destrucción del orden multilateral.


Sin embargo, ahora resulta que las fuerzas geopolíticas que están dando forma al siglo actual tienen sólo una leve conexión con el 11S. Osama bin Laden se apoderó durante la década de los titulares de los diarios, pero el futuro se escribe en Beijing, Nueva Delhi, Río y más allá. Detrás de la reacción al primer ataque serio en territorio estadounidense, desde que los británicos saquearon la Casa Blanca en 1814, había dos supuestos: el primero era que EE.UU. afirmaría el predominio global derivado de su victoria en la Guerra Fría; el segundo, que la seguridad occidental sería definida por una guerra contra los extremistas islámicos que duraría una generación. La administración Bush rápidamente agregó un tercer supuesto: Medio Oriente se transformaría a imagen y semejanza de las democracias occidentales.


El enfoque de Washington, codificado en la Estrategia de Seguridad Nacional publicada en 2002, prometía la hegemonía permanente de EE.UU., promulgaba la doctrina de la guerra preventiva y dejaba de lado el multilateralismo; EE.UU. podía actuar unilateralmente.


La Casa Blanca no estaba sola en su evaluación. Los comentaristas del mundo contaban los bombarderos furtivos y los misiles crucero, y declaraban invencible a EE.UU., ignorando alegremente la vulnerabilidad que había dejado expuesta Al Qaeda. Pero ese momento unipolar pasó pronto. Bin Laden está muerto y EE.UU. se va de Irak. Afganistán será devuelto a los afganos. La noción de guerra contra el terror fue abandonada silenciosamente. No hay duda de que el extremismo islámico es una amenaza seria, como pueden atestiguar Pakistán, Yemen y Somalia. Pero esta no es la lucha maniquea imaginada por gente como el británico Tony Blair. Resultó que Medio Oriente sí estaba maduro para la democracia, pero los árabes reclaman su propio futuro sin preocuparse de las opiniones de los estadounidenses neoconservadores o de Al Qaeda.


En EE.UU. se cansaron del unilateralismo y la guerra preventiva. La decisión de Barack Obama de liderar desde atrás la campaña militar para derrocar a Gadafi se acomoda al clima en su país. Cuando recientemente se les ofreció a los republicanos optar entre conservar los recortes en los impuestos y mantener el gasto de Defensa, eligieron los recortes impositivos. Desde cualquier punto de vista, EE.UU. sigue siendo la única superpotencia, pero pocos imaginan ya que pueda por sí solo marcar el rumbo de los acontecimientos globales.


El mundo realmente quedó cabeza abajo, pero Afganistán e Irak no han sido más que una cortina de humo que oscureció la principal narrativa de la última década: los cambios que son realmente importantes se dieron en los países en auge de Asia y Latinoamérica. Diez años después de los ataques, el desafío estratégico para EE.UU. es la rápida redistribución del poder. El orden global ya no está exclusivamente en manos de Occidente.


Esto ya había sido pronosticado, pero nadie pensó que se produjera tan rápido. A comienzos de este siglo, se esperaba que la economía china igualara a la de EE.UU. alrededor de 2050. Ahora, la expectativa es que la supere antes de 2020.


El desafío al sistema multilateral establecido por Franklin D. Roosevelt y Harry Truman no proviene de un presidente unilateralista en la Casa Blanca, sino de nuevas potencias que no quieren aceptar un orden fijado por Occidente. Aunque China recién ha lanzado su primer portaaviones y EE.UU. tiene una docena de flotas patrullando los mares, lo cierto es que China está gastando en Defensa justo cuando EE.UU. contrae ese gasto.


El otro cambio grande, por supuesto, surgió con el crac global financiero de 2008. Ese fue un momento tan geopolítico como económico. La caída del sistema bancario occidental, las crisis de deuda soberana europeas y la rebaja en la calificación crediticia de EE.UU. le han mostrado al mundo que Occidente ya no domina la globalización.


En otros tiempos, el consenso de Washington fijaba las reglas para todos los demás, pero su capitalismo liberal de mercado quedó enterrado bajo los escombros de Lehman Brothers. China es el mayor acreedor de EE.UU. y los Estados en alza tienen sus propios modelos económicos.


La respuesta de Bush al 11-S reforzó estas tendencias subyacentes. Las guerras de Irak y Afganistán le han costado mucho a EE.UU., tanto en dinero como en prestigio. Terminaron mostrando los límites, más que el alcance, del poder militar.


Quedamos entonces con un mundo entre dos aguas. La historia registrará la década pasada como un paréntesis que separa un período de poder estadounidense sin paralelo de un nuevo, y más caótico, mundo multipolar.


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