Ya Marx había señalado que la competencia entre los trabajadores, y, como una manifestación particular, la competencia entre los trabajadores ocupados y los desocupados, constituye una de las condiciones de la perduración de la forma de organización social capitalista. Y también la función disciplinadora sobre el conjunto de la clase obrera que la masa de desocupados cumple, a través de la competencia, para permitir la disminución de los salarios y el empeoramiento de las condiciones de trabajo de los trabajadores ocupados. La inteligencia entre el activo y la reserva de la clase obrera es condición necesaria para un proceso de transformación de raíz de la sociedad, pero también en la lucha cotidiana, dentro del mismo capitalismo, por obtener mejores condiciones por la entrega de la fuerza de trabajo.
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Las organizaciones sindicales ante la desocupación y los desocupados.
La clase obrera, su lucha diaria contra el capitalismo y el proceso de transformación de la sociedad.
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Domingo 9 de octubre del 2011.
Nicolás Iñigo Carrera (especial para ARGENPRESS.info)
Una de las bases fundamentales en la que se asienta el capitalismo como modo productivo que organiza la sociedad en que vivimos es la competencia entre los productores de la riqueza: los expropiados de sus condiciones materiales de existencia, que sólo pueden existir mediante el salario. Competencia en la que se ven involucrados, más allá de su voluntad y por la necesidad reproducir su vida, no sólo los trabajadores ocupados sino también los desocupados, esos expropiados que ni siquiera pueden obtener sus medios de vida bajo la forma del salario.
Ya Marx había señalado que la competencia entre los trabajadores, y, como una manifestación particular, la competencia entre los trabajadores ocupados y los desocupados, constituye una de las condiciones de la perduración de la forma de organización social capitalista. Y también la función disciplinadora sobre el conjunto de la clase obrera que la masa de desocupados cumple, a través de la competencia, para permitir la disminución de los salarios y el empeoramiento de las condiciones de trabajo de los trabajadores ocupados. La inteligencia entre el activo y la reserva de la clase obrera es condición necesaria para un proceso de transformación de raíz de la sociedad, pero también en la lucha cotidiana, dentro del mismo capitalismo, por obtener mejores condiciones por la entrega de la fuerza de trabajo.
La cuestión de la relación entre trabajadores ocupados y desocupados ha ido ganando creciente importancia en sociedades como la argentina, donde el capitalismo ha alcanzado su madurez y tiene como uno de sus rasgos característicos la generación de una creciente masa de población sobrante para las necesidades del capital. Tendencia general que, como toda ley social, es modificada por diversas influencias, entre ellas los paliativos que las políticas de gobierno generadoras de empleo pueden imponer, aplacando en lo inmediato el problema de la subsistencia de esa masa de superpoblación relativa y, a la vez, generando, junto con otras medidas, una demanda de medios de consumo para los productos de capitales menos concentrados. Los reiterados reclamos de los voceros del capital más concentrado, como por ejemplo el diario La Nación, acerca del crecimiento del empleo público y el gasto social, no hacen más que señalar el carácter de sobrante que tiene la población subsidiada y una parte del empleo público para el gran capital.
Pero, como se señaló más arriba, resulta fundamental la relación que se establezca entre las dos partes de la clase trabajadora. Y la fisonomía de esa relación se hace particularmente observable en los momentos en que la parte más visible de la masa de población sobrante para el capital se hace más evidente: los momentos en que crece la desocupación abierta. En la última década del siglo XIX, en los años ’30 del siglo XX y en la segunda mitad de la década de 1990 del siglo pasado y primeros años del actual se hizo patente la preocupación del movimiento obrero organizado sindicalmente frente al crecimiento de la desocupación.
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Así, por ejemplo, en enero de 1891, cuando había en la ciudad de Buenos Aires 10.000 desocupados (1), los gremios obreros convocaron a un “mitin de protesta” reclamando al gobierno “medidas para mitigar la escasez de empleo” (2). En 1895 el Comité Federal de la Federación Obrera Argentina, donde coexistían socialistas y anarquistas, denunció el incremento de la desocupación con la consiguiente caída de los salarios y empeoramiento de las condiciones de trabajo, y dos años después, la nueva FOA realizó un acto de protesta contra el gobierno para exigir trabajo, donde se reunieron entre cuatro mil y cinco mil personas.
Ante los efectos de la crisis capitalista que estalló en 1929, que en Argentina se sintieron desde el año anterior, el movimiento obrero organizado sindical y políticamente, notablemente más institucionalizado que cuarenta años antes, reclamó y promovió distintas medidas frente a la desocupación. La CGT y el Partido Socialista propusieron la disminución de la semana laboral y la realización de obras públicas o privadas; la CGT, además, planteó la sustitución de importaciones, la participación sindical en reparticiones públicas de control de las condiciones de producción y rentabilidad de las empresas para imponer la semana de 40 horas y enfatizó el control de las condiciones en que se empleaba a los desocupados para evitar la competencia con los ocupados; los socialistas impulsaron la realización de los censos de desocupados y la formación de una Junta oficial para intervenir en la implementación de políticas que ayudaran a paliar el problema. Todas las organizaciones vinculadas a los trabajadores dejaron en claro que la desocupación surgía del carácter capitalista de la sociedad y coincidieron en la necesidad de implantar otro régimen social, pero en lo inmediato todas reclamaron subsidios para los desocupados.
En la segunda mitad de la década de 1990 y los primeros años de este siglo, cuando la desocupación abierta alcanzó magnitudes nunca vistas antes en Argentina, los principales sindicatos y la misma CGT manifestaron su preocupación, y, al igual que en los años ’30, hicieron propuestas para bajar el desempleo.
Este es el rasgo común de la política de las principales organizaciones sindicales tanto a fines del siglo XIX como durante la crisis de 1930 y hace una década: su preocupación por la desocupación y sus efectos negativos para los trabajadores ocupados. Pero, en ninguno de los momentos considerados a los largo de cien años esa preocupación llevó a intentar organizar a los trabajadores desocupados. El problema era la desocupación, no los desocupados. La única excepción fue la CTA a fines de los años ’90.
Podría pensarse, entonces, que el movimiento obrero organizado sindical y políticamente fue ajeno a la organización y lucha de los desocupados, tanto en la primera mitad de la década de 1930 como en los años ’90 y hasta 2004. Sin embargo no es así.
En un libro que se acaba de publicar (Nicolás Iñigo Carrera, María Celia Cotarelo, Fabián Fernández, Elizabeth Gómez, Elida Luque, Susana Martínez y Agustín Santella Sindicatos y desocupados. 1930/35 – 1994/2004. Cinco estudios de caso; Vicente López, PIMSA-Dialektik, 2011) se presentan una parte de los resultados de una investigación que desarrollamos entre los años 2004 y 2010 sobre la relación entre las organizaciones sindicales y los desocupados. Allí se muestra que, tanto en los años ’30 como hace quince años, las organizaciones de desocupados surgieron en estrecha relación con organizaciones sindicales o políticas que formaban parte del movimiento obrero organizado. Fueran los mismos sindicatos, como es el caso del SEOM y ATE en la provincia de Jujuy, o listas opositoras dentro de ellos, como ocurrió en la provincia del Chaco, u organizaciones político-sindicales como la CCC. La investigación también hizo observable que las organizaciones políticas y sindicales que emprendieron la organización de los desocupados, tanto en la década de 1930 como en las más recientes fueron las que se encontraban menos institucionalizadas o, incluso, en los años ’30, fuera de la ley.
Tanto en Jujuy como en Chaco, dos de los casos investigados para el período más reciente, surgió de la investigación que la superpoblación relativa movilizada y organizada en el llamado “movimiento piquetero” excedió a “los desocupados” para abarcar, en determinadas situaciones, a otros pobres del campo y la ciudad, como los pobladores de asentamientos en tierras ocupadas y los indígenas, e, incluso, a individuos provenientes de aquello que Federico Engels definió como la forma más incivil e ineficiente de rebelión: el delito. (3)
En la década de 1990, una vez conformadas las organizaciones de desocupados, se dio una relación variable en la movilización de trabajadores ocupados y desocupados, aunque ambos se manifestaran contra las políticas de “ajuste” de los gobiernos de la época: hubo momentos de acciones conjuntas, otros de aislamiento de los desocupados, otros de distanciamiento entre ambos y momentos en que se movilizaron simultáneamente pero en territorios diferentes. Y aún en aquellos hechos en que se manifestaron juntos, lo hicieron, en primer lugar cada uno por su interés económico inmediato: unos y otros manifestaron una concepción “sindical” de su organización y sus reivindicaciones. De manera que, con la mayor institucionalización del movimiento obrero, aquella “inteligencia” entre las dos partes de la clase obrera existió sólo en momentos puntuales y casi siempre limitada a reivindicaciones inmediatas.
Notas:
1) Oddone, Jacinto; Gremialismo Proletario Argentino; Buenos Aires, La Vanguardia, 1949; p.76.
2) López, Alfredo; Historia del movimiento social y la clase obrera argentina; Buenos Aires, A Peña Lillo Editores, 1975; p. 117. Oddone; op. cit. p. 75.
3) Engels, Federico; La situación de la clase obrera en Inglaterra
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