domingo, 9 de octubre de 2011

ESTADOS UNIDOS: Una versión del Tea Party para los demócratas. La protesta de los indignados llega a las principales ciudades americanas.

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Nadie arroja ladrillos a las ventanas del Citibank o el Morgan Stanley. No se registraron episodios de violencia ni siquiera cercanos a los recientes de Londres o París de 2005. Nada que tampoco rememore las batallas campales de las protestas antiglobalización en Seattle contra la OMC en 1999. Tampoco estas protestas tienen la esencia de los movimientos de masa de la década del ’60, que pedían derechos civiles y el fin de la guerra de Vietnam, cuando se palpaba en la nación entera un compromiso con esas marchas. Tampoco, como algunos dicen, el Zuccotti Park de Nueva York es el equivalente a la Plaza Tahrir de El Cairo. Por lo menos no todavía. Pero sin dudas algo empieza a producirse, y lo vemos cuando el jefe de la Reserva Federal, Ben Bernanke, le da la bendición al movimiento. “Ellos culpan a los bancos por meter al país en este berenjenal. Están disconformes con la respuesta política de Washington”, dijo la semana pasada en un comité del Congreso. “Y en cierto punto, no los puedo culpar.” Bernanke simplemente estaba diciendo algo obvio. Que A Ocupar Wall Street tocó una fibra sensible en la nación.


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El movimiento de indignados llegó a Las Vegas, emblema del despilfarro del sistema capitalista estadounidense.
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ESTADOS UNIDOS: Una versión del Tea Party para los demócratas.


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La protesta de los indignados de Wall Street se extiende por todo el territorio de los Estados Unidos.



Desde que el movimiento A Ocupar Wall Street sostuvo su primer encuentro en una plaza del Lower Manhattan el 17 de septiembre, las manifestaciones tuvieron lugar en al menos dieciséis otras grandes ciudades alrededor del país.



Por Rupert Cornwell *


Página /12 Domingo 8 de octubre del 2011.



Las manifestaciones anticorporativas en Nueva York han tocado fibras sensibles por todo Estados Unidos. ¿Acaso se trata de la versión demócrata del Tea Party? Allá por diciembre, un humilde comerciante de Túnez, humillado e ignorado por los que estaban en el poder, se prendió fuego a lo bonzo desatando la revolución árabe. Diez meses después, y a miles de kilómetros, ¿podría hablarse de algo similar? En otras palabras, ¿podrían pequeñas protestas, que a primera vista no parecieran tener grandes consecuencias, prender la mecha que encienda la frustración, la ira y confusión provocadas por la crisis financiera y económica de Estados Unidos?


Que quede claro, Estados Unidos no está a las puertas del anarquismo. Desde que el movimiento A Ocupar Wall Street sostuvo su primer encuentro en una plaza del Lower Manhattan el 17 de septiembre, las manifestaciones tuvieron lugar en al menos 16 otras grandes ciudades alrededor del país. Si las juntamos a todas, el número de participantes sería sólo de decenas de miles como mucho.


No tienen líder, ni manifiesto, ni un objetivo específico. En Nueva York, la policía usó gas pimienta, y el fin de semana pasado arrestó a cientos de manifestantes a quienes acusaron de bloquear el acceso al Puente de Brooklyn. Pero, dentro de todo, la atmósfera reinante fue pacífica y de “buena onda”. Un par de trabajadores de Wall Street inclusive se las arregló para realizar una contraprotesta, dándose el lujo de gritarles a los indignados que “en vez que sostener pancartas, vayan a la escuela de negocios”.


Nadie arroja ladrillos a las ventanas del Citibank o el Morgan Stanley. No se registraron episodios de violencia ni siquiera cercanos a los recientes de Londres o París de 2005. Nada que tampoco rememore las batallas campales de las protestas antiglobalización en Seattle contra la OMC en 1999. Tampoco estas protestas tienen la esencia de los movimientos de masa de la década del ’60, que pedían derechos civiles y el fin de la guerra de Vietnam, cuando se palpaba en la nación entera un compromiso con esas marchas.


Tampoco, como algunos dicen, el Zuccotti Park de Nueva York es el equivalente a la Plaza Tahrir de El Cairo. Por lo menos no todavía. Pero sin dudas algo empieza a producirse, y lo vemos cuando el jefe de la Reserva Federal, Ben Bernanke, le da la bendición al movimiento. “Ellos culpan a los bancos por meter al país en este berenjenal. Están disconformes con la respuesta política de Washington”, dijo la semana pasada en un comité del Congreso. “Y en cierto punto, no los puedo culpar.” Bernanke simplemente estaba diciendo algo obvio. Que A Ocupar Wall Street tocó una fibra sensible en la nación.


Desde que el recalcitrante Tea Party surgió en 2009, los demócratas se preguntaron por qué no había un movimiento semejante, pero de izquierda. Quizás ahora lo encontraron. La información más relevante por estos días fue que algunos sindicatos ya se estaban plegando a las marchas.


Hace décadas que en Estados Unidos el trabajo viene en declive. Los sindicatos no tienen voz en el debate nacional. Sin embargo continúan siendo un pilar financiero y organizativo del partido demócrata. A Ocupar Wall Street podría ser la plataforma perfecta para reafirmar las demandas. Habría que recordar, además, que en 1968 los jóvenes no estuvieron solos. Fue la alianza entre estudiantes y sindicatos lo que trajo semblanzas de Francia. Barack Obama acusa recibo. Ahora adoptó un perfil más populista e impulsa un plan para mayores puestos de trabajo valuado en 450.000 millones de dólares. Incluyendo impuestos más altos para los ricos. “Guerra de Clases”, chillan los republicanos. Pero el presidente apuesta a que su mejor carta para la reelección sea caracterizar a sus oponentes como malvados protectores de los ricos.


Sin embargo, hasta ahora, Obama no hizo demasiadas menciones explícitas al movimiento, y su cautela es entendible. Por años, el populismo no ayudó mucho a los demócratas a llegar a la Casa Blanca. George McGovern en 1972, Michael Dukakis en 1988 y Al Gore en 2000, todos se perfilaron como populistas en distintos niveles, y ninguno de ellos ganó. También John Kerry en 2004 puede dar fe de eso. Yendo mucho más atrás, en una convención demócrata de 1896, y durante una gran crisis económico-financiera comparable con la de hoy día, el presidente del partido William J. Bryan dio uno de los discursos políticos más electrizantes en la historia del país. “No pondrán sobre la frente de los trabajadores esta corona de espinas”, bramó. “No crucificarán a la humanidad en una cruz de oro.” De acuerdo con el The New York Times de la época, esas palabras hicieron rugir a la gente que lo escuchaba en el salón de convenciones de Chicago. Sin embargo, Bryan fue derrotado en las elecciones presidenciales de ese año, así como en las de 1900 y 1908.


Lo mismo también se aplica a los republicanos. Al nadar muy profundo en esas aguas ideológicas, la derecha también experimentó resultados similares. A Barry Goldwater le ocurrió en 1964. El desprendimiento del partido en el Tea Party puede tener consecuencias parecidas el año que viene, alienando a los independientes y votantes del centro que siempre inclinan la balanza al final. Tampoco están los indignados especialmente enamorados de este presidente demócrata. “Los manifestantes le dan voz a una frustración generalizada sobre cómo funciona nuestro sistema financiero”, dijo Obama en una conferencia de prensa la semana pasada. Pero tampoco se puso la camiseta de A Ocupar Wall Street. Su cautela puede reforzar las suspicacias de la izquierda, de que en el fondo, él no es uno de ellos.


Sí es un buen orador, que cuando le conviene les da con un caño a los bancos y a las prepagas. Nadie puede predecir a dónde llevarán las protestas. Tal vez mueran como las cigarras con el frío del invierno. O quizás el movimiento se ve cooptado por el partido demócrata. O quizás ocurra lo que el líder de la mayoría republicana del Senado, Eric Cantor, describió como una masa enojada que emerge como una fuerza política propia. Una cosa sí es segura. Las elecciones de 2012 serán un referéndum para el futuro del capitalismo tal cual se lo ejerce en Estados Unidos.


* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Juan Nicenboim.


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